11 oct 2012

Cazadores: Michelle. Parte 45 (Final).


VICKY


La mañana había sido fría. Ahora, el sol del mediodía le daba de lleno, sofocándola en el tapado negro. Había abierto los botones mientras caminaba, balanceando un ramillete de flores en una mano con cuidado.
Apenas había un par de personas en los alrededores, todas demasiado ocupadas como para prestarle atención. Para ella, era un alivio.
Finalmente llegó al lugar. A su alrededor crecía el pasto. El predio estaba parquizado y se veía alegre. A sus pies había una placa gris con un nombre grabado: Cassandra Farrel. Había un ramo de flores simple en un recipiente enterrado sobre la lápida, probablemente dejado allí por su padre.
Vicky acomodó su ramillete al lado del que ya estaba. Varias otras idénticas placas grises brillaban a poca distancia, alineadas como un tablero totalmente simétrico. A pesar de ello, el aire casual del lugar, como si se tratara de un jardín o un parque, le daba un aire inusualmente alegre al cementerio. Era extraño, inesperado; pero así le gustaba.
Las cosas serían muy extrañas de ahora en más. Al salir aquella mañana, la casa vacía y silenciosa le había resultado extraña y hasta deprimente. Desde su transformación, su hogar se había vuelto un lugar poblado y vital. Seguro de que ella lo necesitaría, Tom se había quedado a su lado. Ahora, ambos se habían ido. Él tal vez regresaría alguna vez, aunque no sabía cuando. Su madre jamás lo haría.
Había perdido la cuenta de cuanto tiempo llevaba allí de pie cuando lo sintió venir.
– Hola – le dijo, antes de que él pudiera anunciarse, lo cual pareció descolocarlo.
– No sabía que ibas a estar acá. Puedo irme si querés… volver en otro momento.
– Ella era tu hermana, tenés derecho a estar acá – le dijo Vicky a su tío, dándose vuelta para quedar cara a cara con él.
El hombre parecía incómodo. Vicky forzó una sonrisa, tratando de tranquilizarlo.
– Nunca supe por qué volvieron a la ciudad – le dijo. Él se llevó la mano a la cabeza, como quien recuerda algo de pronto.
– Ah, si. ¡Eso! Llevamos unos años siguiendo a un vampiro. Un… asesino serial, podría decirse.
Vicky no pudo evitar una expresión de sorpresa.
– Es un… asesino real – trató de explicar el hombre –. Asesina mujeres jóvenes, estudiantes universitarias en su mayoría. Juega con ellas, en ocasiones con sus familias y luego las drena. Va diseminando cadáveres por el mundo.
– ¿Y por qué acá?
– Lo seguimos hasta la zona. Pensábamos hablar con Cassandra, que nos contactara con los clanes locales, aprovechando los acuerdos, pero… Hacía mucho que ella y yo no hablábamos y las últimas veces no en buenos términos… Y me temo que Nico se me adelantó.
El recuerdo de la pelea con su primo volvió a la mente de Vicky inmediatamente. Su rostro se ensombreció al hacerlo.
– Él no va a molestar más – aseguró su tío –. No tenés que preocuparte por eso.
Vicky asintió.
– Tal vez pueda ayudarlos con su búsqueda – le dijo la chica entonces –. Tom es el líder del clan y William lo reemplaza cuando no está. Puedo arreglarte una reunión con él y tal vez pueda contactarte con los líderes de los clanes vecinos, de ser necesario.
El hombre sintió, agradecido. Ella le sonrió, pero sabía que el gesto estaba vacío, que era solo por compromiso. Ambos lo sabían.
Sin decir una palabra más, se alejó del lugar. Ahora solo podía hacer una cosa: ser fuerte y esperar a ver que nuevo cambio le deparaba el destino.

MICHELLE



Seth la esperaba junto al edificio del lugar, compuesto de una sala, una oficina y una capilla. Él ya se había despedido. Ella necesitaba algo de privacidad.
Recién eran las primeras horas de la mañana. El sol apenas asomaba en el horizonte. Aún así, ya había un ramo de flores junto a la placa gris que llevaba el nombre de Cassandra. Michelle sonrió amargamente: eso quería decir que Tom había estado allí por la noche, probablemente despidiéndose igual que ella lo hacía ahora. Solo Dios sabía cuando regresarían.
– Solo quería decirte que nunca hubiera logrado nada de lo que hice sin ustedes, sin vos – dijo con voz triste –. Ahora tengo que irme. El clan Rose necesita reorganizarse y para eso tengo que ir a Europa, a la casa de mi padre. Y quedarme por allá un tiempo largo. Seth dice que su padre no va a tener otra opción más que firmar el tratado de paz. Por eso él viene conmigo. Además, a esta altura, y después de todo lo que pasó, te podrás imaginar que no pienso separarme de él. Solo espero que tenga razón respecto a su padre.
Michelle sonrió. Juntos, por fin, ella y Seth, sin nada ni nadie para separarlos. Después de casi un milenio de idas y vueltas.
– Por Vicky no te preocupes: ella va a estar bien. Es más fuerte de lo que siempre creímos, mucho más de lo que siempre fue. Y no va a estar sola. Están Zach y su familia y Will y Milena – en ese punto, Michelle se permitió sonreír nuevamente –. Y también Sybilla y Louisa. Creo que ellas piensan quedarse por un buen tiempo. ¡Quién iba a decirlo!
Michelle lamentó por un momento no haber llevado flores. Tal vez así fuera mejor. Seguramente, Vicky pasaría más tarde. No debía ocupar todo el espacio, que era más bien reducido.
Con un suspiro, se dio media vuelta y caminó hacia el hombre que la esperaba. Se unieron en un abrazo y salieron juntos del cementerio. Por primera vez en su vida, algo en su futuro era una certeza: él.

8 oct 2012

Cazadores: Michelle. Parte 44: Seth.


El ataque había venido de la nada. El último lugar en el que esperaba encontrar a su enemigo era entre los Vega. Pero entonces la expresión de sorpresa de Ángel le había dejado claro que él no era parte de aquello.
Más sorpresivo le había resultado ver como la puerta se abría de par en par, dando paso a varios miembros del clan Collin dispuestos a defenderlo. Más tarde averiguaría como habían sabido que aquello iba a suceder. Ahora era tiempo de actuar, de asegurarse de que hubiera un más tarde.
Había reaccionado de forma automática, dejando que su instinto lo defendiera. No se había dado cuenta de que Tom y Michelle habían llegado al lugar hasta que había sonado el disparo. El hombro de la muchacha comenzó a teñirse de rojo. No tardó demasiado en reaccionar después de eso. Casi al instante la vio perderse detrás del tirador, cuyo aspecto le resultaba inquietantemente familiar. Hubiera ido tras ella, pero alguien más atrajo su atención y despertó su furia animal: en un rincón, observando la batalla como si fuera un espectáculo, estaba su hermano, James.
Esquivando vampiros que peleaban, Seth se las ingenió para llegar a su lado. El muchacho lo miró con desprecio y un dejo de sorpresa: evidentemente no esperaba cruzarse cara a cara con él, sino que pensaba que alguien más haría el trabajo sucio.
– Así que tenían razón: vos estabas detrás de todo esto.
James sonrió con desdén. Seth se lanzó encima de él como un animal, dispuesto a hacer lo que nunca había pensado: asesinarlo. Su moral le decía que no podía matar a su propio hermano. Su furia hacía todo lo posible por contradecirlo. El otro le había arrebatado demasiado y sus métodos eran totalmente despreciables.
– No veo por qué te sorprendes – le dijo el otro a modo de respuesta mientras intentaba esquivarlo –. Después de todo, vos autorizaste a Tom Collin a ejecutarme.
– ¡Después de que vos apuñalaste a Michelle! ¡Y asesinaste a mi hijo! – Era la primera vez desde que se había enterado de aquel episodio que Seth asumía realmente lo que había sucedido: que Michelle había estado embarazada, que podrían haber tenido un bebé, un hijo o una hija. Eso nunca volvería a pasar: el daño físico había sido permanente. Su furia no hizo más que intensificarse.
– ¡Ella nunca debió ser tuya! – rugió James, atacando por fin, colmillos extendidos, buscando el cuello de su hermano, olvidando que este alguna vez lo había defendido con su vida.
Seth sintió la puntada de dolor y se apartó casi al instante, forcejeando y gruñendo como una fiera. La sangre le corrió por el cuello desde la herida abierta. Su hermano volvió a lanzarse sobre él sin piedad. Ni su furia animal fue capaz de frenarlo. Debilitado, cayó hacia atrás, arrastrando al otro con él. Por más que lo intentaba, no lograba quitarselo de encima. Estaba perdido…
Con la mirada borrosa vio como una mano tomaba a James por la espalda y lo apartaba de su cuello. Dos vampiros se abalanzaron sobre su hermano con rapidez, atacándolo. La voz de Tom pronunció la sentencia final antes de darle el golpe de gracia. El muchacho se desplomó entonces sobre el suelo, inerte. Su corazón había dejado de latir.
Alguien se acercó a Seth, que aún seguía en el suelo. Se sentía demasiado débil como para ponerse de pie. El aroma de sangre humana lo invadió.
– Todo va a estar bien – le dijo Michelle mientras ponía su brazo frente a él, ofreciéndole la sangre de una herida recién abierta. Tan solo tomó un trago, pero fue suficiente como para estabilizarlo.
De a poco, el caos se había calmado a su alrededor. James estaba muerto. También otros de los enemigos. Los demás habían sido reducidos. Seth se puso de pie, apoyándose en Michelle por miedo a que la debilidad lo invadiera nuevamente. Vicky se acercó a ellos con cautela, posando una mano sobre el hombro de su padre, el cual aún parecía estar buscando a alguien para atacar. Los ojos del hombre se oscurecieron, perdiendo el brillo demoníaco que los había invadido, y se posaron sobre su hija. Vicky lo abrazó. Zach estaba un poco más atrás, ayudando a Sybilla a ponerse de pie. La mujer no se veía nada bien. Louisa corrió hacia ellos realmente alarmada. Mientras tanto, Laura y Ángel Vega observaban a sus enemigos. El hombre se acercó a uno de ellos, cuya mirada estaba fija en el suelo, aparentemente avergonzado: el traidor dentro del clan, el segundo al mando. A los pocos segundos, cayó al suelo, muerto. Los Vega no perdonaban una cosa así, jamás. Todos lo sabían.
– No tengo la menor idea de qué decirles – les dijo entonces el moreno a Tom y Seth, sus iguales en los clanes vecinos.
– No hace falta que digas nada – respondió Seth –. Esta guerra no es tuya, nunca debió llegar a tu territorio. Al parecer mi hermano envenenó muchas mentes en su intento por destruirme.
– Estamos en paz, entonces – dijo el hombre – ¿Qué hacemos con ellos? – preguntó, señalando a los vampiros que quedaban, todos identificables como miembros del clan Rose.
– Yo me encargo de ellos – dijo Michelle –. Mi clan es mi responsabilidad.
Ángel la miró con sorpresa, pero no la contradijo. Uno de los hombres que había permanecido en silencio hasta entonces clavó su mirada en ella con desdén.
– ¿Qué te hace pensar que este es tú clan? – le dijo. Todos los ojos se posaron en él. Tenía el cabello rubio, ensangrentado por la pelea. Sus ojos eran verdes y su mirada cínica. Seth tenía un vago recuerdo de Arthur Rose y este muchacho se le parecía demasiado. Sin lugar a dudas tenían frente a sus ojos a Miles, el nieto del hombre en cuestión; el sobrino de Michelle, quien había asesinado a su propio padre para acceder al poder.
La rubia se rió por lo bajo antes de contestarle. Sabía a la perfección quien era el muchacho, aunque evidentemente él jamás la había visto. Apartándose de Seth y sacando la cadena que llevaba colgando del cuello de debajo de su ropa, Michelle le extendió a su sobrino el anillo dorado que pertenecía al legítimo líder del clan Rose. El rubí que lo adornaba brilló con fuerza al recibir el impacto de la luz del techo. Todos los hombres de Miles tenían la mirada fija en el objeto, los ojos grandes de la sorpresa. Él parecía a punto de estallar de la ira.
– No puede ser – dijo, simplemente.
– ¿Cómo obtuvo ese anillo? – le preguntó a Michelle uno de los hombres, apenas animándose a acercársele.
– Mi hermano, Harry, me lo dio. Cuando supo que su propio hijo conspiraba en su contra.
–  ¿Qué? – el hombre dirigió una mirada acusadora a su supuesto líder. Miles no respondió.
Los miembros restantes del clan Rose se acercaron al hombre que había hablado, observando con cuidado el anillo que Michelle aún sostenía, como intentando identificar si era el verdadero o no.
– Si Harry le dio el anillo – empezó a decir uno – entonces ella es nuestra legítima líder.
Todos empezaron a murmurar y a asentir.
Tan distraídos estaban con aquello, que nadie se percató de que Miles se había escabullido de la habitación hasta que escucharon el ruido de la puerta exterior al cerrarse con violencia, quebrando en mil pedazos el panel de vidrio contiguo. Los hombres dejaron de deliberar, dispuestos a ir en su búsqueda.
– No – dijo Michelle con calma –. Todos estamos exhaustos y heridos. Es hora de descansar y recomponernos. Pasen el aviso de que Miles Rose es ahora un paria, que nadie le de refugio si se considera nuestro aliado. Ya se derramó suficiente sangre por hoy.
Todos asintieron, aunque con sorpresa. El hombre que había hablado primero se arrodilló frente a la mujer con solemnidad:
– Mi nombre es Julio, señora, y estoy a tu servicio. De ahora en adelante, tienes mi lealtad.
Todos los demás lo imitaron casi al instante. Michelle parecía descolocada, incapaz de articular palabra. Seth se le acercó nuevamente y la tomó de la mano, intentando darle fuerza. Ella lo miró y le sonrió, aparentemente aliviada. Tenían un largo camino por delante.

4 oct 2012

Cazadores: Michelle. Parte 43.


SYBILLA

El lugar estaba desierto. Louisa se quitó el casco al pie de la escalera, donde estaba protegida del sol, e indicó hacia arriba. Zach y Vicky asintieron: evidentemente los tres sentían algo. Ella se limitó a seguirlos, consciente de que aún no se había recuperado lo suficiente de sus heridas.
Arriba, la escalera terminaba en una puerta cerrada. Al otro lado se escuchaban voces. Seth y Ángel hablaban. De pronto, la confusión fue notoria en ambos: había alguien más en la habitación.
No esperaron un segundo: Zach se abalanzó sobre la puerta, que cedió casi al instante, destrozando la cerradura. Seth y Ángel, un vampiro de tez morena y cabello oscuro y ondulado, estaban rodeados por al menos una docena de vampiros de aspecto aterrador. En un instante, aquello se convirtió en un campo de batalla.

MICHELLE

Korn - Thoughtless

Ni bien cruzó la puerta se encontró cara a cara con el caos. El aroma de la sangre la invadió por completo, aturdiéndola. Por un instante se quedó allí, paralizada., incapaz de moverse. ¿Acaso aquello no iba a terminar jamás? ¿Pasaría toda la eternidad rodeada de aquella absurda guerra que habían comenzado sus padres?
Escuchó el disparo, pero no comprendió de que se trataba hasta que sintió el golpe, el dolor, el fuego que ya conocía pero que, por ser mitad humana, no la consumía ni la debilitaba como a otros. Le había dado en el hombro izquierdo.
Saliendo de su estupor, divisó al tirador y dejó que su instinto animal se apoderara de ella. Antes de que pudiera disparar nuevamente, lo había acorralado contra la pared. A su alrededor se llevaba a cabo una batalla campal, pero toda su atención estaba puesta en el rostro frente a ella, en los ojos rojos como sangre que la observaban como dos carbones encendidos.
Entonces un nombre resonó en el fondo de su mente y supo que ya había visto aquel rostro antes junto a aquel odio. ¡Pero no podía ser! ¡Él debía estar muerto! ¡Lo había visto morir! ¿Cómo?
– George – siseó entre dientes.
Él sonrió ante la mención de su nombre, dejando asomar unos filosos colmillos blancos.
Michelle retrocedió un paso, su mano derecha aún firme en el cuello de su oponente.
– No puede ser… ¡Estás muerto! ¡Yo te vi!
– No – rugió el otro –. Vos me diste por muerto. Me dejaste ahí como un animal. Nos traicionaste. ¡A todos! ¡Por tu culpa me convertí en este monstruo! Los Rose, sangre, me hicieron prisionero. Me ahogaron en sangre hasta que no pude vivir sin ella. Ahora soy uno de ellos…
Su voz era siseante, casi animal, y podía sentirse el odio en ella como un veneno.
– Vos creaste las balas… – dijo ella casi como una autómata.
– ¡Qué inteligente! – la voz de él rezumaba sarcasmo – ¿Para qué pensabas que me querían de su lado?
– ¿Ellos saben como crear más? – Michelle aumentó la presión sobre el cuello, acercándose nuevamente a él.
– No estaría vivo si lo supieran – respondió él entre dientes –. Si no me necesitaran, ya no existiría.
La voz de James llamó la atención de Michelle. Miró hacia atrás sin soltar a George: Los hermanos Blackeney se habían encontrado y estaban trenzados en una batalla mortal. No podía seguir perdiendo el tiempo allí.
– Deberías estar muerto – le dijo al hombre que tenía acorralado con odio –. Si hubiera sido así, Cassandra seguiría con vida… Y también mi bebé.
Aumentó la presión que ejercía sobre él. Sus colmillos comenzaron a extenderse.
– Yo no te convertí en un monstruo, eso lo hiciste vos solo. Fue tu elección seguir con vida. Pudiste morir como un humando, pero elegiste la sangre. Vos mismo te convertiste en un monstruo… Y llegó la hora de terminarlo.

1 oct 2012

Cazadores: Michelle. Parte 42.


VICKY

No tenía sentido hacer la reunión si Sybilla no estaba ahí. Y no aparecía por ningún lado. Pero Tom había insistido, asegurando que su hermana iba a aparecer. Había vuelto a confiar en ella. Esperaba que la mujer lo mereciera.
Michelle entró en la habitación con el rostro serio. Seth no la acompañaba. Estaba ocupado, explicó. Vicky empezaba a ponerse tensa. Sintió la mano de Zach en el hombro intentando tranquilizarla. Justo en ese momento la puerta se abrió, dando paso a Sybilla y Louisa. Venían tomadas de la mano y la mujer se veía mucho mejor, a pesar de que era evidente que aún estaba débil.
– No voy a dejarte sola con Loo nunca más – le susurró Zach al oído con ironía.
Vicky reprimió una risa.
– Yo podría decir lo mismo – le respondió –. Voy a recordarte que ambas salieron con hombres también. Sybilla solía salir con Seth.
Como si hubieran escuchado aquello, esta última y Michelle quedaron frente a frente. La rubia murmuró el nombre de la otra de forma monótona. Sus ojos pasaron de esta a Louisa y luego a Tom.
– Dijeron que era importante. ¿Qué pasa?
Tom desvió la mirada a su hermana mientras empezaba a hablar.
– Sybilla fue atacada – empezó a explicar el hombre. La mirada de todos se fue hacia ella. Luego volvieron todos a él – con estas.
En la mano tenía tres piezas pequeñas de madera y metal. El escalofrío que recorrió a Michelle fue visible para todos. Eran balas, pero hechas de aquella mezcla misteriosa que envenenaba la sangre de un vampiro y, pegándole directo al corazón, podía volverlo cenizas.
– Una de estas asesinó a Cassandra – dictaminó el hombre. Michelle parecía atónita y paralizada.
– No puede ser – susurró con un hilo de voz.
Una imagen fugaz invadió la mente de Vicky: un hombre furioso asesinado por un Seth aún más furioso y un nombre: George. El episodio se desvaneció casi al instante, pero algo le quedó claro: él había inventado aquella mezcla fatal y se había llevado el secreto a la tumba. ¿Cómo podían ser posibles estas nuevas armas mortales?
– ¿Dónde…? – empezó a preguntar la mujer, saliendo un poco de su ensoñamiento.
– En territorio Vega – dijo Sybilla, hablando por primera vez –. Al parecer, alguien importante en ese clan protege a los Rose y a James Blackeney. Aunque no estoy segura de que sea sus líderes.
Al oír aquello, Michelle palideció. Casi frenética, sacó un telefono celular de su bolsillo y marcó un número. Alguien atendió y ella preguntó por Seth. La respuesta pareció desesperarla aún más. Con un grito, estrelló el aparato contra la pared, destrozándolo.
– ¡Maldita sea su negación con la tecnología! – rugió – Seth va en camino a reunirse con Ángel Vega. Y no tengo forma de comunicarme con él para advertirle del peligro.
Tom buscó su teléfono mientras caminaba a la puerta:
– conozco a Ángel. Él no puede estar involucrado en esto. Pero podría estar en peligro también.
Todos siguieron al hombre, preocupados y decididos a ayudarlo a detener lo que fuera a pasar.


TOM

Inmediatamente, todos emprendieron una frenética carrera hacia territorio Vega. Vicky y Zach iban en una motocicleta y Sybilla y Louisa en otra, esta última tapada de pies a cabeza para protegerse de la luz solar. Tom se subió al auto de su hermano, el cual no tardó en ponerse al volante. Milena y Michelle se ubicaron en el asiento trasero. Todos ellos eran los únicos en aquella misión de emergencia. Esperaba que fueran suficientes.
Mientars Will manejaba, encabezando la marcha, él intentaba, sin éxito, comunicarse con Ángel Vega. Por último, uno de sus intentos tuvo éxito.
– ¿Laura? Es Tom Collin. Ángel tenía planeado reunirse con Seth Blackeney hoy. ¿Sabés donde pensaban hacerlo? – le preguntó a la hermana del otro con tono preocupado. La mujer contestó, indicando el nombre de un restaurant pequeño del que eran dueños, información que él le pasó inmediatamente a su hermano.
– ¿Quién está con él? – preguntó Tom.
La mujer empezó a alarmarse. Él intentó explicarle la situación lo mejor que pudo, lo que contribuyó a alarmarla aún más.
– Ángel no sería parte – empezó a decir ella.
– No – interrumpió él –. No lo creo. Pero bien puede ser una trampa para él también.
– ¡Voy para allá! – dijo ella, cortando el teléfono.
William profirió una maldición en inglés. Había una gran cantidad de autos frente a ellos. Estaban momentáneamente varados. Las dos motocicletas esquivaron a los vehículos de forma algo riesgosa y siguieron adelante.
– ¿A dónde van? – preguntó Michelle, alterada.
– Ellos ya saben a donde tienen que ir – respondió Tom mientras le llegaba el mensaje mental de Loo.
Unos minutos más tarde, de todos modos, estaban llegando al lugar indicado. Las dos motocicletas estaban mal estacionadas en la puerta y tres de los cascos estaban tirados a un lado. Doblando la esquina se acercaba una muchacha corriendo. El cabello castaño le flotaba a la espalda y el sol le pegaba de lleno en el rostro, dándole a su piel morena un aspecto casi dorado.
Michelle y Will entraron, seguidos de Milena. Tom se demoró, aguardando a que Laura llegara. Una vez adentro, se encontraron con el lugar desierto. Había un casco tirado en el suelo al pie de una escalera. La puerta que daba a la habitación de la planta alta estaba entreabierta y de ella provenían ruidos de pelea. Estaban empezando a subir, cuando escucharon el sonido de un disparo.

27 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 41: Sybilla.



Reprimiendo una mueca de dolor, llamó a la puerta. Era la mitad del día. Era poco probable que estuviera en otro lado que no fuera su casa.
Después de un momento, sintió la llave en la cerradura y el picaporte giró lentamente, como si quien estuviera del otro lado no se hubiera decidido del todo a abrir la puerta que, finalmente, se corrió a un lado para dejarla pasar.
El departamento estaba completamente a oscuras, salvo por una luz que brillaba al final de un pasillo distante en lo que suponía debía ser un dormitorio.
Mientras su visión se acostumbraba a la penumbra, acrecentada una vez que hubo cerrado la puerta a su espalda para evitar la entrada de los rayos del sol, fue vislumbrando una mesa pequeña rodeada de sillas hacia su izquierda, hacia el pasillo, y detrás de estas una cocina diminuta. Al otro lado había algunos sillones y detrás una pesada cortina que ocultaba la luz de una puerta ventana. A algo más de un metro de donde estaba parada había una figura casi infantil. Tenía el cabello revuelto y estaba vestida con una remera enorme que le llegaba casi hasta las rodillas. Podía sentir sus ojos clavados en ella, expectante.
–Tom acaba de llamarme. Dijo que estabas herida – le dijo la voz de Louisa en un tono inseguro, rompiendo el silencio.
Sybilla se mantuvo en silencio sin saber que decir. No estaba allí para victimizarse. Pero tampoco sabía como llegar al tema que quería tocar.
– ¿Por qué viniste? – preguntó la otra, quizá captando la perturbación en su mente.
Silencio. Otra cosa que no sabía como responder. La tensión crecía.
– ¿¡Por qué fuiste a buscarlo?! – esta vez el tono de Louisa fue casi histérico, liberando la tensión que aparentemente llevaba un rato conteniendo.
Sybilla bajó la mirada.
– Porque no sabía que más hacer. Nunca en mi vida hice nada realmente útil. Lo único que hago es decepcionar a la gente. Irónicamente, siempre busqué la aceptación de todos, principalmente de mi familia. ¡Mirá a donde me trajo! Mis hermanos me odian… y vos también.
– Yo no te odio – susurró la muchacha con un hilo de voz.
– Las dos sabemos que deberías.
– Me rompiste el corazón – Louisa alzó un poco la voz –. Eso no quiere decir que te odie. Ya deberías saber que no puedo.
Sus miradas se encontraron en la penumbra que sus ojos ya no percibían.
– Vine a buscar un propósito – Sybilla se dispuso, por fin, a responder la pregunta que antes había ignorado –. Después de todo este tiempo, hay un vacío que ya no supe como llenar. Legué a pensar que había llegado mi hora. Después de tantos años…
Louisa ahogó un grito de horror. Su rostro dejaba en claro que no esperaba escuchar aquello.
– Después de tantos años, nunca encontré algo por lo que vivir, algo a lo que aferrarme – continuó la otra luego de juntar fuerzas, ignorado la expresión de la muchacha que la escuchaba – y me di cuenta de que a nadie le importaba si yo existía o no. Esta era mi última oportunidad. Pero, como siempre, volví a hacer todo mal.
– ¡No digas eso! – le gritó Louisa con furia, abalanzándose  sobre ella y colgándose de sus hombros en un abrazo desesperado. Podía sentir sus lágrimas rozándole la piel y notaba su miedo en el latido de su corazón.
Azorada, tardó un instante en reaccionar y devolverle el abrazo. Sabía que no merecía aquello: su cariño, su abrazo o se preocupación. La había transformado por miedo a perderla y la había abandonado por miedo a lo que dirían de su relación. Había necesitado llegar a una época en la que había empezado a aparecer una gran tolerancia para aceptar lo que sentía por ella y aún así no había sabido como demostrárselo. Estaba tan acostumbrada a fingir ser alguien más, que no sabía como ser ella misma. Y no tenía la menor idea de cómo hacer para explicar todo aquello.
– No tenés que explicar nada – le dijo la voz de Louisa dentro de su mente –. No hace falta que digas nada más.
Al percibir aquello se aferró a ella con más fuerza. ¡Ella podía escuchar cada uno de sus pensamientos! ¿Podías er posible que, después de todo aquel tiempo, después de todo lo que había pasado, aún tuvieran una oportunidad?
Respondiendo a sus pensamientos, Louisa dejó escapar una risita mientras su rostro se giraba hacia ella. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza cuando sus labios se posaron en su cuello. Sin decir una palabra, la dejó continuar, besarla hasta que sus labios se encontraran. Como la primera vez. Como otras tantas veces. Pero, ahora, sin miedo ni necesidad de ocultarlo.


24 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 40: Vicky.


Finalmente, casi la mitad del clan había accedido a seguir a Tom, a pesar de que ninguno se sentía con ganas de enfrentarse a una guerra interminable. Ya la pelea de dos años atrás contra los parias los había dejado en una situación precaria. Habían vencido, sí, pero también se había derramado mucha sangre.
No se había quedado a ver que sería de aquellos que habían decidido no seguir a su padre. Ellos tomarían una decisión y llegarían a un acuerdo. Vicky ya estaba demasiado cansada. Necesitaba descansar, dormir, dejar atrás todo lo que había sucedido. El cuerpo casi no le respondía. Zach la acompañó hasta su casa.
– Supongo que querrás dormir – le dijo él en la puerta. No sonaba molesto. Más bien parecía tan agotado como ella. Vicky meditó un momento antes de contestar.
– Si – le respondió –, pero no me quiero quedar sola. Me va a llevar mucho tiempo acostumbrarme a que ella no esté.
Zach le sonrió como intentando consolarla. Sin decir nada más, entraron a la casa y subieron las escaleras. No tardaron demasiado en quedarse completamente dormidos, acurrucados uno junto al otro.

No tenía la menor idea de cuantas horas habían pasado desde entonces hasta que escuchó el ruido: alguien llamaba a la puerta. Los golpes hubieran sido imperceptibles para un humano corriente desde allí arriba y en realidad apenas podía escucharlos ella misma. Algo más había llamado su atención y también había despertado a Zach, algo a un nivel más profundo. No podía percibir pensamientos concretos, solo una sensación de dolor, desesperación y miedo. Alguien estaba afuera y no estaba bien.
En el pasillo se encontró con su padre: no estaba dormido, por lo que había escuchado el ruido sin problema. Bajaron los tres juntos la escalera, pero solo Tom se acercó a la puerta. Zach y Vicky esperaron al pie de la escalera, atentos. Cuando la puerta se abrió, una figura cayó hacia adelante, como si no pudiera sostenerse en pie por sí misma. El aroma de la sangre invadió el ambiente en un instante. El hombre se adelantó, intentando detener la caída, intentando evitar el golpe. Un rostro quedó a la luz, pálido como la muerte, la respiración apenas perceptible: Sybilla.
Inmediatamente, Zach y Vicky corrieron hacia la mujer. Su ropa estaba cubierta de sangre y había al menos tres heridas abiertas en distintos puntos, aún sangrando. Aquello no era normal. Si bien se necesitaba consumir sangre para que una lastimadura cerrara completamente, el cuerpo del vampiro empezaba a sanar, lentamente, casi al instante. Había algo allí que no le permitía hacerlo, algo que hacía que Sybilla continuara debilitándose.
Sin demasiado esfuerzo, subieron a la mujer a la habitación de Vicky en la planta alta. Tom parecía preocupado y angustiado. Aquello no era nada bueno. Una vez su hermana estuvo acomodada en la cama, el hombre salió, buscando un teléfono. Desde arriba se lo escuchaba hablando en frases cortadas con Alejandro, un vampiro del clan que además era médico, profesión poco común para un vampiro, pero muy útil en determinadas ocasiones.
El doctor no tardó en aparecer. Mientras esperaban, Vicky había cambiado a Sybilla de ropa, quitándole la camisa negra hecha jirones que llevaba puesta y poniéndole un vestido que le permitiría al hombre trabajar con comodidad. Ya que estaba, había examinado ella misma las heridas, tratando de limpiarlas: parecían impactos de balas. ¿Qué tipo de munición podrían haber usado que le causara un daño tal a un vampiro? Tendría que esperar a que Alejandro terminara de trabajar para averiguarlo.

Unas horas más tarde, el médico vampiro bajaba las escaleras para unirse a ellos, que esperaban ansiosamente en el living, incapaces de dormir a pesar del cansancio. Tom se puso de pie al verlo bajar, incapaz de articular palabra.
– Va a estar bien – dijo el hombre, tranquilizándolo –. Ninguna de las heridas fue en una zona de riesgo. Tiene que descansar y reponerse. Está muy débil. Pero no hay nada de que preocuparse.
– ¿Qué fue…? – empezó a preguntar Vicky, no muy segura de cómo formular la pregunta.
Alejandro la miró, y luego a Tom. Sacó algo pequeño de un bolsillo y se lo alcanzó al hombre: 3 balas.
– Estas tres las tenía ella – le dijo.
Tom las examinó con curiosidad.
– Jamás había visto algo así – dijo.
El otro se tomó un momento antes de contestar, como si no estuviera muy seguro de querer hacerlo.
– Yo sí – le dijo finalmente, sacando una bolsita de plástico pequeña del bolsillo y alcanzándosela. Había un pequeño cartel blanco en la bolsa, con un nombre escrito, pero Vicky no llegaba a leer que decía y la mente de ambos hombres le resultaba impenetrable a esa altura.
– ¿Ella está consciente? – preguntó Tom, indicando hacia arriba para referirse a su hermana. Alejandro negó con la cabeza. Luego, dijo algo acerca de no tener nada más que hacer y que no dudaran en llamarlo si lo necesitaban y se fue.
– Pueden dormir en la otra habitación si quieren – les dijo Tom a Zach y Vicky –. Sybilla está en la cama de Vicky así que no hay otra opción de todos modos. Yo me quedo acá abajo.
Ambos asintieron. De todos modos, no podían hacer más hasta que la mujer se despertara.

Cuando despertaron, era casi mediodía. Vicky caminó por el pasillo hasta su habitación mientras Zach se lavaba la cara en el baño. Le sorprendió encontrar el lugar vacío. Siguió caminando hacia la planta baja y se encontró a su padre al teléfono, yendo y viniendo en el living.
– ¿Qué pasa? – le preguntó, confundida – ¿Dónde está Sybilla?
Su padre cortó el teléfono y suspiró.
– Tenía algo importante que hacer. Prepárense, tenemos una reunión urgente con el clan y Seth Blackeney. Les explico todo mientras vamos para allá.

20 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 39.


VICKY

La casa había estado llena de gente que iba y venía todo el día. Milena y William habían pasado con ellos la mayor parte de la tarde y Michelle se había quedado también la mayor parte del tiempo. Zach y Liz habían ofrecido quedarse durante la noche, pero Vicky les había dicho que no era necesario y luego de mucho discutirlo los había convencido. Necesitaba un tiempo sola consigo misma. Y otro tiempo sola con su padre, para poder hablar. Lo había meditado mucho. Las cosas no serían fáciles de ahora en más. Lo sabía con claridad. Necesitaba encontrar la forma de superarlo.
– ¿Podemos hablar? – le preguntó con un dejo de timidez a su padre, sacándolo del ensoñamiento en el que estaba desde hacía horas, sentado en la mesa del comedor.
– ¿Qué pasa? – preguntó el hombre esforzándose por enfocarse en ella.
Vicky se sentó frente a él, buscando las mejores palabras para expresar lo que quería decir.
– Mirá… Yo sé que los últimos años no fueron fáciles. Para ninguno de nosotros. Y sé que en muchas ocasiones me enojé con vos y tuvimos problemas, porque te fuiste y todo eso. Pero…
Vicky hizo una pausa. Sus ojos se encontraron con los de su padre, gris con gris. Quien no los conociera hubiera pensado que eran hermanos.
– ¿Pero qué?
– Pero si ahora necesitas irte, por un tiempo al menos… yo lo voy a entender. Y no me voy a enojar con vos por eso.
– ¡Vicky!
– Quería que lo supieras para que no te sintieras mal si se te cruzaba por la mente – siguió ella, cada vez más rápido, sin dejarlo hablar –. Yo voy a estar bien y no voy a estar sola. Está el tío Will y Mile, están Zach y Liz y Loo y… quién sabe, si te descuidas hasta Sybilla. Yo te entiendo si necesitas un tiempo.
Vicky extendió su mano a través de la mesa. Tom la tomó entre las suyas con fuerza, emocionado y triste a la vez. Las lágrimas se agolpaban en los ojos de ambos.
– Gracias – le dijo él con un hilo de voz –. No sé que va a pasar en un tiempo. Pero por el momento puedo asegurarte que no pienso ir a ningún lado.
Mientras hablaba, el rostro de Tom fue transformándose. De a poco, cierta seguridad fue apareciendo en él y la fuerza de una decisión.
– Hasta que esta guerra no haya terminado y pueda asegurarme de que nadie más va a salir herido por ella no pienso irme a ningún lado.
Vicky asintió. Suponía saber que era lo que sucedería. Unos minutos más tarde, como había previsto, su padre hablaba por teléfono con William. Acababa de llamar una reunión de clan, para todos los miembros sin excepción.

TOM

El clan casi al completo estaba frente a él, sentados o de pié, en un semicírculo, la mirada fija en él. Los rostros eran lúgubres y era evidente que ninguno sabía que esperar de aquella reunión. Tom llevaba todo el día meditándolo y por fin había arribado a una decisión. El único problema era que no estaba seguro de que su gente estuviera dispuesta a seguirlo. Sus ojos recorrieron los rostros de todos. Vicky parecía impaciente y desconcertada. Will y Milena no parecían muy diferentes. La única que parecía tranquila y firme era Louisa. Probablemente ya sabía que era lo que se venía, pensó incapaz de reprimir el esbozo de una sonrisa.
– Los reuní porque hay un asunto muy importante que discutir – empezó a hablar, juntando coraje.
La sala permaneció un momento en silencio. El ambiente empezó a ponerse tenso.
– Yo sé que muchos vinimos al nuevo mundo en busca de paz, tratando de escapar de las guerras que asolaban a nuestros clanes. La guerra entre los Blackeney y los Rose, principalmente. Pero esta guerra ya nos arrebató demasiado a muchos de nosotros y creo que no podemos seguir manteniéndonos a un lado. Yo, al menos, no puedo – Tom hizo una pausa, buscando la mejor forma de decir lo que tenía en la cabeza. Un leve murmullo empezó a escucharse en la sala –. Por lo tanto, creo que llegó la hora de intervenir…
El murmullo se convirtió en bullicio. Louisa, Will y Vicky eran los únicos que se mantenían en silencio; eran los únicos que comprendían el porque de su decisión y no la cuestionaban, al parecer. Mientras su mirada recorría nuevamente los rostros de los presentes, notó una ausencia que antes había pasado por alto. No lo sorprendía, pero una parte suya esperaba que las cosas hubieran cambiado.
Sabiendo que era hora de volver a intervenir, de explicarse un poco más, hizo un gesto indicando que volvería a hablar. Todos fueron haciendo silencio de a poco.
– Es cierto que vinimos para evitar la guerra, para protegernos; para asegurarnos de que no volvería a pasarnos lo que ya nos había pasado antes. ¿Pero cuántos de nosotros perdimos a alguien por culpa de esta guerra? Una guerra que no es nuestra y en la que nunca quisimos intervenir. Esto no es solo porque quien falleció es Cassandra. No es porque ella fuera mi esposa. Sería igual si fuera cualquier otro miembro de este clan. Esto es porque los Rose y James Blackeney, movidos por su codicia, van a arrasar con todo aquel que se ponga en su camino. Es porque ya somos parte de su lista de blancos, solo por ser aliados de su enemigo. Si permanecemos como hasta ahora lo único que vamos a lograr es que maten a más inocentes. Es hora de intervenir. Es hora de que esta guerra sin sentido llegue a su fin. No les pido que me acompañen si no quieren. Aquellos que no quieran ser parte de esto son libres de hacerlo. Pueden elegir un nuevo líder; pueden irse. Son libres de hacer lo que quieran. Esta es mí decisión y de nadie más. No voy a arrastrar a nadie a una guerra que no quieren. Pero sean conscientes de que tarde o temprano podría llegar a alcanzarlos.
El murmullo volvió a formarse. Tom suspiró.
– Solo les pido que cuando lo hayan decidido me lo hagan saber – dijo, finalmente. Luego dio media vuelta y salió de la habitación, dejando que los miembros del clan debatieran.
Un momento más tarde, Louisa estaba junto a él.
– ¿No vas a intervenir? – le preguntó.
– Ya dije todo lo que tenía que decir – respondió ella –. Todos saben que voy a seguirte sin importar a donde sea. Mi lealtad no se negocia.
– No estás obligada…
– No es una cuestión de obligaciones – interrumpió ella –. Es lo que creo correcto.
Él asintió en agradecimiento. Ella esbozó una sonrisa.
– Así que Sybilla desapareció de nuevo – dijo él con voz monótona.
Un dejo de dolor apareció en el rostro de la otra. Desvió la mirada al contestar, los ojos fijos en un punto distante.
– Así parece. Se pasó todo el día acá, haciendo vaya a saber qué. Supuse que iba a seguir acá… No sé a donde se fue.
Ninguno de los dos dijo más nada. Zach y Vicky cruzaron la puerta y, un momento más tarde, también lo hicieron Will y Milena. Tom los observó en silencio, la mirada sombría. Lo último que quería era arrastrarlos a aquella guerra. Si perdía a uno más, no estaba seguro de poder tolerarlo. Especialmente a Vicky… pero no tenía otra opción: James los había elegido como blancos y si no lo detenían aquello no acabaría jamás. Y, después de todo, que James siguiera con vida era su responsabilidad.

17 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 38: Sybilla.




Sabía que debía estar junto a su hermano. Sabía que nuevamente le estaba fallando, como tantas otras veces. Pero por algún motivo no lograba hacerlo, no lograba hacer todas las cosas que sabía que tenía que hacer. Nunca había sido como Tom o como Will. Siempre había estado en paz con sus padres a costa de complacerlos. Sus hermanos siempre habían seguido sus corazones, sus ideales. Habían dado todo por amor. Y siempre se tendrían el uno al otro. Siempre tendrían a sus hijas. Ella no tenía nada. Nunca había sabido conservar nada, más que odio. Y quizás por eso no estaba junto a Tom ahora: porque sabía que él la odiaba, que incluso Vicky la odiaba aunque no la había visto más de un par de veces. Nadie quería verla en aquel lugar. No tenía nada que ofrecer. Por eso, en lugar de intentar consolar a su hermano por su pérdida, estaba sola en aquel lugar, donde de otro modo hubiera habido una gran fiesta de sangre. Por supuesto, el lugar estaba desierto, lo cual para ella era ideal para pasar un rato con su soledad. Parecer fuerte se le estaba volviendo agotador. Después de tanto tiempo sola, la vida se le había vuelto una carga demasiado abrumadora y solitaria. Tal vez estuviera llegando su hora.
Un ruido la sacó de sus cavilaciones. En la penumbra, una figura pequeña, casi infantil, se le acercó sin emitir casi ningún sonido. Cuando la tuvo a menos de un metro de distancia la reconoció: Louisa. Desde que había llegado la muchacha estaba evitándola y no podía culparla por ello.
– Deberías haber ido a casa de Tom – le dijo con voz severa, como si fuera mucho mayor que ella. Loo había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, si bien su aspecto físico era casi el mismo. Que la abandonara le había roto el corazón. Lo sabía.
– Tom me odia. Lo último que quiere es verme ahí.
– Si buscás reconciliarte con tus hermanos deberías empezar a hacer algo para mejorar la relación.
– ¿Quién dice que quiero reconciliarme con mis hermanos?
– Sé que no estás acá por mí – dijo Loo con rencor – así que asumo que tiene que ser por ellos. Te conozco: no viniste hasta acá por nada.
Sybilla sintió las palabras como un cachetazo. Desvió la mirada de la muchacha un momento para evitar que viera el brillo en sus ojos.
– Estás dispuesta a seguir a mi hermano a donde sea. ¿Verdad? Incluso si decide pelear esta guerra – preguntó, cambiando el tema (o, al menos, intentando).
– Y mucho más – respondió la otra con convicción –. Cuando no tuve más nada, ni a nadie, Tom me recibió. Confío en él y él confía en mí. Y él sabe elegir cuales son las cosas por las que vale la pena pelear. No puedo decir lo mismo de todo el mundo.
– Decilo: no podés decir lo mismo de mí. ¿No es así?
– Es verdad. Vos nunca te jugaste por nada ni por nadie más que vos misma.
– ¡Es muy fácil para vos juzgarme desde afuera! – exclamó Sybilla con indignación.
Loo clavó sus ojos en ella con furia. Una llama rojiza brilló en ellos un instante antes de volver a serenarse. Había una tristeza en ellos que no había estado un momento atrás.
– Yo lo dejé todo por vos – le reclamó –: mi vida, mi familia. Incluso la luz del sol. No me quedó ni una pizca de humanidad. Nunca te pedí tanto a cambio. Pero nunca estuviste dispuesta a jugarte.
– ¿Nunca se te ocurrió pensar en lo que podrían decir? Dudo que siquiera Tom lo aprobara si supiera.
– Tom piensa que fuiste una estúpida por no jugarte por lo que sentías. Y sigue pensándolo – respondió Louisa con rencor –. Y yo también.
Dicho esto, se dio media vuelta y desapareció, dejándola sola otra vez.
No fue hasta que escuchó la puerta cerrarse a lo lejos que dejó que las lágrimas la vencieran. Entonces se entregó al llanto más desesperado de su vida. Jamás había sentido tanta desolación junta, o jamás había estado dispuesta a reconocérselo a sí misma.
Louisa tenía razón. Y ya era hora de cambiarlo; había llegado la hora de enmendar alguno de los errores que había cometido.


13 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 37: Seth.


La habitación estaba totalmente asegurada. Sus hombres de mayor confianza estaban apostados en lugares estratégicos. Quizás el lugar fuera predecible, pero no dejaba de ser el lugar más seguro de la casa (y una de las pocas habitaciones que James conocía poco y estaba siempre lista para ser usada). Ahora, solo, luego de haber hecho todo lo posible para hacer llegar a Tom y Vicky sus condolencias, no podía dejar de dar vueltas en su cabeza al sentido de todo aquello. Tal vez lo mejor fuera que saliera de aquel lugar, que buscara a su hermano y lo enfrentara. Había escapado al nuevo mundo escapando de la guerra. En todos sus años de vida, aquel absurdo enfrentamiento solo había servido para traer miseria a él y a todos aquellos que lo rodeaban. La guerra se había cobrado demasiados inocentes. ¿Cuántos más debían morir por ella? No le extrañaría que pronto incluso sus amigos estuvieran pidiendo su sangre y no los culparía por hecho. Ya les había traído demasiadas desdichas. Era hora de pagar.
No había terminado de darle vueltas a aquello cuando la puerta se abrió lentamente. No había sentido a nadie acercarse y ninguno de sus hombres hubiera entrado sin llamar. ¿Quién podía ser? Cauteloso, se escondió entre las sombras, listo para atacar. Entonces, frente a sus ojos apareció la última persona que esperaba encontrar: Michelle. Tenía los ojos rojos de llanto y la mirada triste. Relajándose, Seth se le acercó. La muchacha cerró la puerta a su espalda y esbozó lo más cercano que pudo a una sonrisa.
– ¿Alguna vez te dije cuán predecible sos? – le preguntó ella con un dejo de ironía que intentaba ocultar la tristeza de su voz.
Él asintió al tiempo que respondía:
– Creo que unas doscientas veces, sí. Pero dudo que James vaya a venir a buscarme a esta habitación.
– Puede ser – dudó ella, acercándosele un poco más.
– ¿Por qué estás acá? – le preguntó él después de un momento, yendo al grano.
Michelle dudó.  Sus ojos se llenaron de lágrimas.
– Cassandra está muerta – dijo con voz monótona. Seth lo sabía, había estado allí. Sabía que aquel no era el punto, así que esperó.
– Siendo humana, hubiera pasado tarde o temprano – dijo un rato después, distante –, pero no dejo de preguntarme: ¿Qué hubiera pasado si no hubiera sido humana?
– No podemos saberlo. Pero tampoco tiene sentido darle vueltas al asunto: ella había decidido ser humana.
Dos lágrimas rodaron por las mejillas de la muchacha. Su mirada estaba ida, como si no estuviera viéndolo.
– Cassandra estaba considerando la posibilidad – empezó a decirle, aparentemente perdida en un recuerdo –. Si lo hubiera hecho… tal vez…
– O tal vez no – dijo él, comprendiendo. Tal vez la mujer podría haberse salvado –. La bala era para mí, y estaba preparada para matarme. Tal vez el resultado hubiera sido el mismo.
– Puede ser – los ojos de Michelle se clavaron en él –. Pero Tom y Vicky no pueden saber esto. Los destruiría.
Seth asintió. No sería un secreto placentero, pero tal vez ella tuviera razón.
La expresión de Michelle cambió, como si saliera de un trance. El llanto se había apoderado de ella. Nunca en su vida la había visto llorar de ese modo.
– Todo esto me hizo pensar – comenzó a hablar ella nuevamente, su mirada fija en él – y me di cuenta de que no podría tolerarlo. Si hubieras sido vos, si supiera que no podría volver a verte… sería peor que la muerte.
Seth sintió que se quedaba sin aire. Tantos siglos esperándola. Aquel era el momento en el que menos la esperaba. Y entonces, quizás… Tal vez así debía ser, para darle una nueva razón para pelear, para no bajar los brazos.
Michelle dio un paso más hacia él. Ambos se encontraron a mitad de camino. Sus labios se unieron en un beso triste pero apasionado, que dejaba en claro que no había nada más que decir. Los sentimientos no habían cambiado a pesar de todo lo que les había pasado y nada ni nadie podría cambiarlos. Él siempre lo había sabido, desde la primera vez que la había visto. Ahora ya no tendría que esperar más.

10 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 36.


TOM

Sybilla le estaba dando dolor de cabeza. Jamás había tenido una buena relación con su hermana. No la culpaba demasiado: novecientos años era mucha diferencia. Pero de todos modos… en el fondo, sentía que ella nunca se había esforzado demasiado por que las cosas entre ellos funcionaran. Por mucho tiempo no le había afectado: pronto fue claro que sus valores eran totalmente incompatibles. Ahora, ella estaba en su territorio, no podía desentenderse del asunto. Pero no tenía la menor idea de cómo lidiar con ella. Especialmente, porque no tenía la menor idea de que era lo que buscaba en el nuevo mundo.
– ¿Qué pasa? – le preguntó Seth, que se había detenido frente a la puerta para salir cuando había sonado el teléfono.
Tom suspiró antes de pronunciar el nombre de su hermana. El otro palideció, lo que le provocó un ataque de risa. La historia de aquellos dos era muy anterior a su nacimiento, antes de que los caminos de Seth y Michelle se cruzaran. Sybilla jamás había podido perdonarle aquello, aunque estaba seguro de que su hermana estaba exagerando.
– ¿Qué hace Sybilla acá? – le preguntó su amigo mientras salían, recobrándose de la impresión.
– Eso es exactamente lo que nos preguntamos todos – respondió él. Le comentó como había aparecido hacía aproximadamente un mes y medio, la escena con Vicky y Milena. Después de eso había aparecido un par de veces. La situación más incómoda había sido cuando Louisa se había enterado. Estaba indignada. Lo único que había podido hacer era mantener a las dos mujeres alejadas.
Pero ahora tenía problemas serios. No tenía tiempo para lidiar con su hermana.
Mientras hablaba de todo aquello, habían llegado a la puerta de su casa. Como si lo supieran, la puerta se abrió justo frente a ellos: Vicky les dio la bienvenida con una expresión de fastidio. Se sintió aliviado al verla. Cassandra le había contado lo que había sucedido el día anterior y se había quedado algo preocupado.
Su mujer le dedicó una sonrisa desde unos metros más atrás. No había puesto un paso en el interior de la casa, sin embargo, cuando su hermana se le abalanzó, hablando con autoritarismo y sin siquiera saludarlo.
– Recibí una llamada de nuestros padres con noticias alarmantes – dijo –. Y más te vale que me escuches con atención y hagas exactamente lo que yo te diga.
– Este es mi territorio, y yo hago lo que quiero, no lo que vos digas – rugió él. Aquello le estaba desbordando la paciencia.
– Se acerca una guerra – siguió hablando la mujer como si no lo hubiera escuchado – y no estás eligiendo precisamente las mejores amistades.
Al decir aquello, paseó la mirada por Michelle a un lado y por Seth al otro, quien aún permanecía junto a la puerta abierta, sorprendido por como actuaba la mujer.
Tom estaba por contestar cuando comenzó el caos. Escuchó un ruido ensordecedor que provenía desde afuera. Inmediatamente, Sybilla salió corriendo por la puerta a toda velocidad, más rápida de lo que cualquier ojo humano podría haber percibido. Tom la hubiera seguido, pero estaba demasiado aturdido. No podía creer lo que le mostraban sus ojos.

VICKY

Algo voló frente a sus ojos. Vicky lo siguió con la mirada, intentando descifrar de qué se trataba. El disparo había sonado distante, casi irreal. Por eso, al verla caer, todo tomo un aire casi surreal, imaginario. Nada de aquello podía estar sucediendo. Cassandra se desplomó sobre el suelo mientras su pecho se teñía de rojo. Sus ojos solo expresaban la sorpresa del impacto.
Tom se abalanzó sobre ella intentando sostenerla, frenar su caída, como si con ello pudiera evitar lo inevitable. Comprendió que Sybilla había ido tras el agresor, lo percibió en sus pensamientos, como si la mujer lo hubiera proyectado. Pero el daño ya estaba hecho. La mente de su madre se desvaneció sin que pudiera hacer nada. La vida se le escurrió como agua entre las manos. Su padre intentaba en vano hacerla reaccionar, hacerla beber de su sangre con la esperanza de que esta reparara el daño. Pero ella lo sabía, su madre se había ido. A su lado, Zach la abrazaba, intentando sostenerla. Las piernas se le habían vuelto de gelatina y todo era confuso. Ni siquiera fue realmente consciente de cuando fue el momento en que había empezado a gritar.

6 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 35: Vicky.


– Mi mamá debe estar histérica – comentó Vicky monótonamente mientras jugueteaba con el juego de llaves que tenía en el bolsillo. Zach y Liz esbozaron una sonrisa, tratando de consolarla. Estaban a una cuadra de la casa. Hacía un rato que había empezado a ponerse nerviosa, temerosa de lo que pudiera pasar al llegar. No se había ido de la mejor manera, y hacía más de un día de eso.
Al llegar a la puerta, sin embargo, sus preocupaciones quedaron a un lado, reemplazadas por otras. Zach se puso tenso al ver lo que ella: a pocos metros, caminando en silencio, se acercaba Sybilla.
Su rostro era serio, pálido como el mármol, y contrastaba notablemente con su cabello y su ropa, nuevamente toda de color negro. Había una nota de formalidad en su forma de vestir que hacía imposible determinar su edad, pero que daba la sensación de estar viendo a una anciana o una viuda. Tal vez fuera la falta de colores. Tal vez fuera otra cosa. Sus ojos grises estaban vacíos, carentes de toda emoción. La mujer le parecía una estatua de piedra viviente y esto le provocaba un gran rechazo.
– ¿Tom está? – preguntó sin siquiera saludar.
Vicky sintió como si un interruptor se activara dentro suyo, haciendo surgir toda su hostilidad.
– Como verás, no tengo forma de saberlo – respondió –, ya que yo también acabo de llegar.
Zach apoyó la mano en su hombro, intentando calmarla. Vicky giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, invitando a la mujer y luego a sus amigos a pasar.
– ¡Hola! – llamó en voz alta mientras cerraba. Cassandra se asomó desde la cocina. Al verla, Vicky volvió a sentir la tensión de un momento atrás. Sin mirar a su cuñada, la mujer se le acercó y la abrazó, pronunciando su nombre con alivio. No lo esperaba, por lo que tardó un momento en reaccionar, en devolverle el gesto. Ahora podía respirar con tranquilidad nuevamente. Tal vez…
– What the Hell!? – la voz de Sybilla devolvió a madre e hija a la realidad. La mirada de la mujer estaba en la escalera, por la cual bajaba una impasible Michelle.
– Sybilla – dijo la otra mientras quedaban cara a cara. La forma en que pronunció el nombre daba a entender que se habían conocido hacía mucho tiempo. Y, al parecer, su relación no era amistosa.
– ¿Qué hace ella acá? – preguntó la morocha, evidentemente molesta.
– Creo que la pregunta es que haces vos acá – retrucó la rubia antes de que Vicky pudiera contestar.
– Busco a mi hermano – fue la respuesta obvia.
– Tom no está – le dijo Cassandra entonces, tratando de cortar la tensión que había en el ambiente –. Fue a ver a Seth Blackeney.
Los ojos impasibles de Sybilla se iluminaron por un momento casi imperceptible al escuchar el nombre. A Michelle la recorrió un escalofrío. Era claro que aquel hombre era parte del pasado de ambas. Allí fue cuando Vicky comprendió que la diferencia de edad entre su padre y su tía era realmente abismal: para Seth nunca había habido ninguna mujer más que Michelle desde que la había conocido, y de eso hacía casi un milenio. La relación con su tía debía ser anterior. Sabía que él tenía casi cincuenta años al conocer a la muchacha… La otra debía tener, al menos, la misma edad. Eso explicaba su aspecto indescifrable, suponía.
Sin quererlo, Cassandra había vuelto el ambiente aún más tenso. Zach y Liz miraban a todas las mujeres sin saber que hacer o decir. Vicky meditó un momento. Le pidió el celular a su novio y marcó de memoria el número de su padre:
– Sybilla está buscándote – le dijo en cuanto el hombre atendió. Siguiendo su indicación, le pasó el teléfono a la mujer, que se alejó del grupo para hablar tranquila.
Michelle la siguió con la mirada hasta que desapareció detrás del arco del comedor. Luego posó sus ojos en ella y forzó una sonrisa:
– Me alegra que hayas vuelto – le dijo con sinceridad.
Vicky le sonrió.
– Ellos son Zach y Liz – presentó luego. Zach le extendió la mano, que ella estrechó con fuerza mientras lo estudiaba de pies a cabeza. Su mente, demasiado humana a pesar de los siglos, dejaba escapar algunos pensamientos que Vicky no pudo evitar captar (y que él también pudo percibir, seguramente). Michelle estaba azorada con la transformación que ambos habían sufrido.
Cuando se acercó a Liz, la expresión en el rostro de la mujer cambió notablemente. Hacía mucho que no tenía relación con cazadores. Sus ojos buscaron en la chica cada rasgo característico de los suyos y se sorprendió al encontrar tan poco en ella.
– Liz es una cazadora solo por parte de su madre – explicó Vicky, percibiendo su confusión. Zach sonrió: él también la había captado. La muchacha se ruborizó con solo escuchar su nombre y se escondió detrás de su cabello, que le cayó sobre el rostro como una cortina de oro pálido.
– Vicky me habló mucho de ustedes – les dijo Michelle entonces con una sonrisa –. Yo soy Michelle Rose.
Zach asintió, como quien conoce el nombre. La realidad era que Vicky apenas había tenido tiempo de hablarles de la mujer antes de ir hacia su casa, pero era probable que él hubiera escuchado el nombre en alguna reunión del clan. O en la mente de alguien. No tuvo oportunidad de aclararlo, de todos modos, porque Sybilla regresó al living con el teléfono en la mano.
– Tom y Seth están viniendo para acá – dijo, devolviéndole el aparato a su dueño.

3 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 34: Michelle.


Vicky no había vuelto en toda la noche y, si bien para Cassandra parecía haber sido una tortura, para ella había sido un alivio. Le había venido bien la noche sola y tranquila sin tener que compartir la habitación, libre para dar vueltas en la cama y pensar. Apenas había dormido, pero al menos se sentía un poco mejor.
Cuando bajó era cerca del mediodía. Cassandra estaba cocinando, al parecer feliz de no ser la única que comería aquel día. Ciertos momentos se le debían haber vuelto solitarios desde la transformación de Vicky. Le sorprendía que aún siguiera siendo humana (o, mejor dicho mortal). Entendía que hubiera querido seguir siéndolo mientras su hija era una niña que crecía como cualquier otra, una muchacha relativamente normal (salvo por la sed). Pero ahora ella sería la única de la familia que envejecería e, inevitablemente, moriría. ¿Por qué no aceptaba la transformación? Aún era joven, sí, pero su aspecto ya se veía demasiado mayor para Tom, quien por algún motivo siempre había tenido un aspecto casi adolescente sin importar que hiciera al respecto. Él y Vicky podían pasar tranquilamente por hermanos.
– Buenos días – la saludó la mujer con una sonrisa algo forzada –. La comida va a estar en un rato. Si querés desayunar algo antes…
– No hay problema – le respondió Michelle sentándose en una de las banquetas y observándola moverse en la cocina.
– Me temo que somos solo vos y yo – le dijo la mujer en un suspiro –. Tom tenía que atender algunos asuntos.
– ¿Vicky? – preguntó Michelle no muy segura de si era adecuado hacerlo.
Cassandra ahogó un sollozo antes de contestar casi sin voz:
– No llamó y se dejó el celular acá. Supongo que debe estar bien pero… no sé nada de ella desde ayer a la mañana.
Impulsivamente, Michelle se levantó y se acercó a la mujer, abrazándola por la espalda. Ella se dejó consolar en silencio. Sin que ella lo pidiera, de a poco, la mujer se fue tranquilizando y le contó lo que había sucedido luego de que ella y Tom se habían ido al día anterior. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza mientras rememoraba la sensación que la había invadido antes de que su hija saliera por la puerta: su propio dolor ante la reacción de su madre.
– Al principio, cuando mi familia y la familia de Tom nos dieron la espalda, prometí que siempre iba a estar para ella, que nunca le iba a dar la espalda; que nunca jamás iba a hacer lo que ellos nos habían hecho a nosotros. Y le fallé. ¿Cómo puedo acompañarla y ayudarla si ella ve que le tengo miedo? ¿Cómo llegamos al punto en que mi hija me asusta? Es… es mi bebé. ¡Esto no está bien!
Michelle hizo un esfuerzo para que aquellas palabras no le causaran un retortijón en el estómago. Inconscientemente se llevó la mano al vientre, a la cicatriz que nunca se iría.
No muy segura de que fuera lo adecuado, formuló la pregunta que se había hecho al bajar las escaleras: ¿por qué no había accedido a la transformación? Cassandra lo meditó un momento antes de contestar:
– Llevo un tiempo pensándolo. Sé que le haría bien a Tom. Se pasó los últimos años yendo y viniendo porque no tolera la idea de que sigo envejeciendo. La única razón por la que no desapareció durante los últimos dos años es Vicky. Ella lo necesita. Y, tal vez, yo sería de más ayuda si estuviera en una situación similar, pero… no estoy muy segura de estar lista para renunciar al sol, a una vida relativamente normal, a quien soy. La transformación implicaría dejar todo atrás…
– Salvo a tu familia – la interrumpió Michelle dejando escapar un suspiro luego de pronunciar la última palabra.
– Salvo a mi familia – repitió Cassandra secándose las lágrimas del rostro.
– Tal vez tengas que pensarlo bien, poner cada cosa sobre la balanza y ver qué pesa más. No es bueno tomar una decisión así a la ligera, pero tal vez…
– Tal vez sea la decisión correcta – terminó la frase la mujer. Luego, volvió a centrar su atención en la comida y la conversación se dio por terminada. No tenía sentido seguir atormentándola.


30 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 33: Zach.


La luz de la mañana lo despertó en cuanto empezó a asomar por la ventana. Se habían olvidado de cerrar el postigo. Abajo, Liz, Dylan y Sarah desayunaban en la cocina. Su primo sufría de un mal humor matutino que suponían había heredado de la familia de su padre, porque Zach siempre había sido igual. Ninguna de las dos mujeres de la casa, siempre alegres y charlatanas, podían comprenderlo. Por lo tanto, ambas hablaban de todo lo que debían hacer aquel día con entusiasmo mientras el chico se limitaba a responderles con gruñidos y las odiaba internamente. Todas las mañanas eran iguales. Liz se levantaba temprano solo para compartir el momento con su familia, ya que durante el día tenían los horarios bastante cruzados. Hacía varios meses que Zach estaba escusado de asistir al evento familiar, dado su creciente malestar y el hecho obvio de que no necesitaba la comida como sí lo hacían el resto. Últimamente, rara vez estaba despierto a esa hora y, de estarlo, no estaba de humor para ver a nadie. Apenas toleraba monitorear los movimientos de la casa desde su cama, intentando con poco éxito no escuchar lo que sus primos o su tía estaban pensando.
Las cosas en la casa eran extrañas aún. Hacía unos dos años que Vicky y Dylan le habían hecho comprender que Liz no lo veía como él pensaba. Él mismo se había dado cuenta de que la chica no era para él verdaderamente su prima como siempre se había hecho creer. Había tenido que tomar una decisión, entre Vicky y Liz. Y él solo se había dado cuenta de que a pesar de estar viendo a Liz de una forma en que nunca la había visto, ella no era lo que quería ni lo que necesitaba. Y después había muerto. Y había vuelto a la vida de la forma más inesperada. Desde entonces todo el mundo había dado por sentado que él y Vicky estarían juntos. Incluso él lo había hecho. Jamás había tenido una sola conversación con Liz al respecto. Tontamente, había asumido que sus sentimientos hacia él habían muerto aquella noche, cuando él dejó de ser humano. En el fondo, al parecer, ella misma lo había creído también. Entonces había llegado la crisis que nadie esperaba y con ella la realidad: Liz seguía sintiendo algo por él. Luego de contarle toda la verdad sobre lo que había estado sucediendo recientemente entre él y Vicky, Zach había visto en la atormentada mente de la chica como se debatía entre sus sentimientos hacia él y hacia su mejor amiga. Él había tomado la decisión por ella y le había roto el corazón, como debía haber hecho dos años atrás. Desde entonces, Liz apenas lo miraba a la cara. Cada vez que entraba a la habitación donde ella estaba sentía como el corazón de la chica daba un vuelco. Odiaba su dolor, odiaba ser la causa de ese dolor; pero era lo mejor. A pesar de todo lo que había pasado, sus sentimientos hacia Vicky no habían cambiado. No quería darle a Liz ninguna falsa esperanza. Desde entonces, había vuelto a referirse a ella como su prima. Sabía que la relación de parentesco no era real, pero era lo mejor para marcar distancia, para dejar en claro sus intenciones. Al parecer, de a poco, ella lo iba aceptando.
A su lado, Vicky se movió en sueños. Admiraba que no se hubiera despertado aún con la luz del sol dándole casi en la cara. Temiendo que sus pensamientos llegaran a su mente y la despertaran, hizo su mayor esfuerzo por poner la mente en blanco. La chica había pasado la mayor parte de la noche tranquila. Estaba agotada y se le notaba. Realmente necesitaba dormir. La cama no era lo suficientemente grande como para dos personas. Por suerte, ninguno de los dos tenía la costumbre de moverse mucho en sueños, pero había pasado la mayor parte de la noche semidormido, siempre consciente de la chica a su lado, su cuerpo rozando el de ella de forma inevitable. El contraste del cabello negro con la piel pálida le daba un aspecto irreal, casi como el de una muñeca de porcelana. Solo el latido de su corazón, lento pero constante y el vaivén de su pecho bajo las sábanas al respirar le decían que era real.
Tal era el cansancio de la muchacha que no fue hasta unas dos horas mas tarde que Zach se encontró con un par de ojos grises observándolo en silencio. Vicky posó una mano fría sobre su rostro, como intentando constatar que era real, que no estaba soñando y esbozó una sonrisa.
– Hola – le susurró. Él le sonrió y le devolvió el saludo, abrazándola. Ella se acurrucó junto a él, acomodándose en cada hueco de su cuerpo como las piezas de un rompecabezas, enredándose en él como si quisiera fundirse y volverse uno.
– ¿Descansaste? – le preguntó. Ella asintió sin hablar. Él le sonrió y no dijo más nada, temiendo arruinar el momento. La noche anterior volvió a su mente y pudo percibir que también a la de ella. Llegado cierto punto, las palabras habían estado de más, así que ambos habían optado por callar, por dejar que los besos y las caricias, la necesidad del cuerpo, hablaran por sí mismas. Ahora tendrían que averiguar que había sido de su ropa en aquel desorden.
Vicky dejó escapar una risita mientras el pensamiento cruzaba su mente. Zach lo captó al instante.
– ¿Estás haciendo eso a propósito? – le preguntó. Era la primera vez en la vida que sentía lo que pensaba otro vampiro.
– Mas o menos – respondió ella, mordiéndose el labio –. No soy muy buena en aprender a controlar estas cosas, me temo.
– Lleva tiempo, pero es posible – dijo él, sonriéndole para alentarla. Ella posó sus ojos sobre él.
– ¿Estás queriendo decir que vos podés controlarlo? – preguntó sorprendida y esperanzada a la vez.
– No exactamente. Estoy queriendo decir que estoy mejor de lo que estaba antes. Loo tenía razón con eso de que lleva un tiempo, pero se puede. Estoy aprendiendo algunas cosas. Y estoy seguro de que vos también, aunque no te hayas dado cuenta.
– Puede ser – respondió ella, sonriéndole nuevamente. Ambos quedaron en silencio otra vez.
Un momento más tarde, Zach se irguió en la cama, obligándola a apartarse. Sus miradas se encontraron de nuevo y luego él miró a su alrededor como buscando algo.
– ¿Querés desayunar algo? – le preguntó él – Ya sé que no lo necesitás, pero para no perder la costumbre.
Vicky dudó un momento.
– Liz está abajo – le dijo, tratando de convencerla – y creo que no le vendría nada mal una charla con una amiga.
Vicky bajó la vista. El recuerdo de la última vez que había visto a Liz la cruzó como una sombra, oscureciéndole el rostro.
– Ya sabe todo lo que está pasando – dijo él –. Se lo conté todo, aunque me temo que ya se había dado cuenta de la mayor parte solita.
– Yo no sé… – empezó Vicky. Zach la interrumpió:
– Ya sé lo que pasó la última vez que se vieron. Me lo contó y además lo vi como seiscientas veces ya. Está torturándose con eso desde entonces. Se siente horrible al respecto. Creo que de verdad deberías hablar con ella. A menos que estés enojada, claro.
Vicky levantó la vista y lo miró con sorpresa.
– ¿Enojada? No veo por qué debería estarlo. No puedo culparla por sentir cosas ni por pensar… Solo que no sé que decirle. Y me siento mal cuando estoy con ella; me siento culpable.
Vicky volvió a bajar la vista, avergonzada. Zach le tomó el mentón y le alzó el rostro de nuevo con suavidad.
– No te sientas culpable. Ella no te culpa por nada. Y, en todo caso, soy yo el que le rompió el corazón, no vos. Liz y yo ya hablamos sobre esto.
Vicky asintió, seria. Él le sonrió. Luego, se puso de pie y empezó a revolver su armario en busca de algo para ponerse para bajar.
Unos minutos más tarde estaban en la puerta de la cocina. Liz estaba sentada frente a la mesa, rodeada de apuntes. Últimamente no hacía más que estudiar. Ya se estaba volviendo insoportable.
– Buen día – le dijo él, observándola.
– Hola – dijo ella sin levantar la vista de la hoja que estaba leyendo sin ningún interés aparente.
– Hay alguien que quiere saludarte – le dijo con voz monótona mientras entraba en la habitación y se dirigía a la alacena para buscar el frasco de café instantáneo. Liz levantó la vista de la mesa y lo miró. Él le hizo un gesto, señalando a la puerta. Fue entonces cuando su prima vio a Vicky, que esperaba tímidamente apoyada sobre el marco. Se veía muy graciosa con el cabello revuelto atado en una cola y un buzo enorme que le llegaba casi hasta las rodillas que ni él mismo recordaba tener.
Liz se levantó de la silla y se le acercó. Vicky le sonrió sin decir nada, esperando a que la otra dijera algo. No lo hizo. Simplemente se abalanzó sobre ella y la abrazó. Un rato más tarde aún estaba llorando mientras le decía cuanto la había extrañado.