30 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 33: Zach.


La luz de la mañana lo despertó en cuanto empezó a asomar por la ventana. Se habían olvidado de cerrar el postigo. Abajo, Liz, Dylan y Sarah desayunaban en la cocina. Su primo sufría de un mal humor matutino que suponían había heredado de la familia de su padre, porque Zach siempre había sido igual. Ninguna de las dos mujeres de la casa, siempre alegres y charlatanas, podían comprenderlo. Por lo tanto, ambas hablaban de todo lo que debían hacer aquel día con entusiasmo mientras el chico se limitaba a responderles con gruñidos y las odiaba internamente. Todas las mañanas eran iguales. Liz se levantaba temprano solo para compartir el momento con su familia, ya que durante el día tenían los horarios bastante cruzados. Hacía varios meses que Zach estaba escusado de asistir al evento familiar, dado su creciente malestar y el hecho obvio de que no necesitaba la comida como sí lo hacían el resto. Últimamente, rara vez estaba despierto a esa hora y, de estarlo, no estaba de humor para ver a nadie. Apenas toleraba monitorear los movimientos de la casa desde su cama, intentando con poco éxito no escuchar lo que sus primos o su tía estaban pensando.
Las cosas en la casa eran extrañas aún. Hacía unos dos años que Vicky y Dylan le habían hecho comprender que Liz no lo veía como él pensaba. Él mismo se había dado cuenta de que la chica no era para él verdaderamente su prima como siempre se había hecho creer. Había tenido que tomar una decisión, entre Vicky y Liz. Y él solo se había dado cuenta de que a pesar de estar viendo a Liz de una forma en que nunca la había visto, ella no era lo que quería ni lo que necesitaba. Y después había muerto. Y había vuelto a la vida de la forma más inesperada. Desde entonces todo el mundo había dado por sentado que él y Vicky estarían juntos. Incluso él lo había hecho. Jamás había tenido una sola conversación con Liz al respecto. Tontamente, había asumido que sus sentimientos hacia él habían muerto aquella noche, cuando él dejó de ser humano. En el fondo, al parecer, ella misma lo había creído también. Entonces había llegado la crisis que nadie esperaba y con ella la realidad: Liz seguía sintiendo algo por él. Luego de contarle toda la verdad sobre lo que había estado sucediendo recientemente entre él y Vicky, Zach había visto en la atormentada mente de la chica como se debatía entre sus sentimientos hacia él y hacia su mejor amiga. Él había tomado la decisión por ella y le había roto el corazón, como debía haber hecho dos años atrás. Desde entonces, Liz apenas lo miraba a la cara. Cada vez que entraba a la habitación donde ella estaba sentía como el corazón de la chica daba un vuelco. Odiaba su dolor, odiaba ser la causa de ese dolor; pero era lo mejor. A pesar de todo lo que había pasado, sus sentimientos hacia Vicky no habían cambiado. No quería darle a Liz ninguna falsa esperanza. Desde entonces, había vuelto a referirse a ella como su prima. Sabía que la relación de parentesco no era real, pero era lo mejor para marcar distancia, para dejar en claro sus intenciones. Al parecer, de a poco, ella lo iba aceptando.
A su lado, Vicky se movió en sueños. Admiraba que no se hubiera despertado aún con la luz del sol dándole casi en la cara. Temiendo que sus pensamientos llegaran a su mente y la despertaran, hizo su mayor esfuerzo por poner la mente en blanco. La chica había pasado la mayor parte de la noche tranquila. Estaba agotada y se le notaba. Realmente necesitaba dormir. La cama no era lo suficientemente grande como para dos personas. Por suerte, ninguno de los dos tenía la costumbre de moverse mucho en sueños, pero había pasado la mayor parte de la noche semidormido, siempre consciente de la chica a su lado, su cuerpo rozando el de ella de forma inevitable. El contraste del cabello negro con la piel pálida le daba un aspecto irreal, casi como el de una muñeca de porcelana. Solo el latido de su corazón, lento pero constante y el vaivén de su pecho bajo las sábanas al respirar le decían que era real.
Tal era el cansancio de la muchacha que no fue hasta unas dos horas mas tarde que Zach se encontró con un par de ojos grises observándolo en silencio. Vicky posó una mano fría sobre su rostro, como intentando constatar que era real, que no estaba soñando y esbozó una sonrisa.
– Hola – le susurró. Él le sonrió y le devolvió el saludo, abrazándola. Ella se acurrucó junto a él, acomodándose en cada hueco de su cuerpo como las piezas de un rompecabezas, enredándose en él como si quisiera fundirse y volverse uno.
– ¿Descansaste? – le preguntó. Ella asintió sin hablar. Él le sonrió y no dijo más nada, temiendo arruinar el momento. La noche anterior volvió a su mente y pudo percibir que también a la de ella. Llegado cierto punto, las palabras habían estado de más, así que ambos habían optado por callar, por dejar que los besos y las caricias, la necesidad del cuerpo, hablaran por sí mismas. Ahora tendrían que averiguar que había sido de su ropa en aquel desorden.
Vicky dejó escapar una risita mientras el pensamiento cruzaba su mente. Zach lo captó al instante.
– ¿Estás haciendo eso a propósito? – le preguntó. Era la primera vez en la vida que sentía lo que pensaba otro vampiro.
– Mas o menos – respondió ella, mordiéndose el labio –. No soy muy buena en aprender a controlar estas cosas, me temo.
– Lleva tiempo, pero es posible – dijo él, sonriéndole para alentarla. Ella posó sus ojos sobre él.
– ¿Estás queriendo decir que vos podés controlarlo? – preguntó sorprendida y esperanzada a la vez.
– No exactamente. Estoy queriendo decir que estoy mejor de lo que estaba antes. Loo tenía razón con eso de que lleva un tiempo, pero se puede. Estoy aprendiendo algunas cosas. Y estoy seguro de que vos también, aunque no te hayas dado cuenta.
– Puede ser – respondió ella, sonriéndole nuevamente. Ambos quedaron en silencio otra vez.
Un momento más tarde, Zach se irguió en la cama, obligándola a apartarse. Sus miradas se encontraron de nuevo y luego él miró a su alrededor como buscando algo.
– ¿Querés desayunar algo? – le preguntó él – Ya sé que no lo necesitás, pero para no perder la costumbre.
Vicky dudó un momento.
– Liz está abajo – le dijo, tratando de convencerla – y creo que no le vendría nada mal una charla con una amiga.
Vicky bajó la vista. El recuerdo de la última vez que había visto a Liz la cruzó como una sombra, oscureciéndole el rostro.
– Ya sabe todo lo que está pasando – dijo él –. Se lo conté todo, aunque me temo que ya se había dado cuenta de la mayor parte solita.
– Yo no sé… – empezó Vicky. Zach la interrumpió:
– Ya sé lo que pasó la última vez que se vieron. Me lo contó y además lo vi como seiscientas veces ya. Está torturándose con eso desde entonces. Se siente horrible al respecto. Creo que de verdad deberías hablar con ella. A menos que estés enojada, claro.
Vicky levantó la vista y lo miró con sorpresa.
– ¿Enojada? No veo por qué debería estarlo. No puedo culparla por sentir cosas ni por pensar… Solo que no sé que decirle. Y me siento mal cuando estoy con ella; me siento culpable.
Vicky volvió a bajar la vista, avergonzada. Zach le tomó el mentón y le alzó el rostro de nuevo con suavidad.
– No te sientas culpable. Ella no te culpa por nada. Y, en todo caso, soy yo el que le rompió el corazón, no vos. Liz y yo ya hablamos sobre esto.
Vicky asintió, seria. Él le sonrió. Luego, se puso de pie y empezó a revolver su armario en busca de algo para ponerse para bajar.
Unos minutos más tarde estaban en la puerta de la cocina. Liz estaba sentada frente a la mesa, rodeada de apuntes. Últimamente no hacía más que estudiar. Ya se estaba volviendo insoportable.
– Buen día – le dijo él, observándola.
– Hola – dijo ella sin levantar la vista de la hoja que estaba leyendo sin ningún interés aparente.
– Hay alguien que quiere saludarte – le dijo con voz monótona mientras entraba en la habitación y se dirigía a la alacena para buscar el frasco de café instantáneo. Liz levantó la vista de la mesa y lo miró. Él le hizo un gesto, señalando a la puerta. Fue entonces cuando su prima vio a Vicky, que esperaba tímidamente apoyada sobre el marco. Se veía muy graciosa con el cabello revuelto atado en una cola y un buzo enorme que le llegaba casi hasta las rodillas que ni él mismo recordaba tener.
Liz se levantó de la silla y se le acercó. Vicky le sonrió sin decir nada, esperando a que la otra dijera algo. No lo hizo. Simplemente se abalanzó sobre ella y la abrazó. Un rato más tarde aún estaba llorando mientras le decía cuanto la había extrañado.


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