Hacía rato que había caído la noche, cosa que
pasaba relativamente temprano en aquella época del año. Ya tenía la ropa húmeda
por el rocío. Aún así, no se había movido de allí en horas. Luego de vagar sin
rumbo, sus pies la habían llevado, como muchas otras veces, hasta la casa de
Zach. Había visto a Liz y Dylan a través de la ventana. Los hermanos hablaban
en la cocina. La mesa estaba tapizada de papeles: apuntes. Era época de
exámenes. Si no hubiera sido por todo lo que estaba pasando, ella también
hubiera estado estudiando. Probablemente, estarían las dos juntas en aquella
cocina o en la de su casa. Pero hacía rato que ella y Liz no hablaban. No había
vuelto a clases desde aquel día en que había presentido aquel pensamiento. No
sabía como mirarla a los ojos luego de aquello.
Una parte suya quería hablar con Zach, verlo.
Otra temía que aquel odio siguiera en él, en sus palabras. No creía poder
tolerarlo. Casi sin pensarlo, había trepado al techo, tal como lo había hecho
una vez hacia un tiempo, para evitar que escapara de su casa y pusiera su vida
en peligro. Pero no había entrado. Simplemente se había sentado a un costado,
donde nadie pudiera verla desde adentro ni desde la vereda, y se había quedado
allí, con la mente lo más en blanco que había sido capaz, intentando aislarse
del mundo.
No se había dado cuenta de que había alguien
en la habitación. Ni siquiera se había dado cuenta de que la luz estaba prendida,
hasta que lo escuchó hablarle. Zach estaba en la ventana, la vista al frente.
Evidentemente la había abierto para cerrar el postigo y la había visto allí
sentada. O quizá solo la había percibido.
– ¿Pensás quedarte ahí toda la noche o vas a
entrar? – le preguntó con voz monótona – Estuviste ahí toda la tarde.
Luego de decir eso, el muchacho volvió para
adentro. La ventana quedó abierta de par en par, esperándola. Vicky dudó un
momento, incapaz de decidir que hacer. Tomó aire y se puso de pie, algo asustada.
Después entró, cerrando la ventana a su espalda para que no entrara el frío del
exterior. Cuando dio media vuelta, se encontró con los ojos verdosos de Zach
que la miraban fijamente. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. De pronto
tuvo terror de lo que fuera a decirle el muchacho.
– ¿Cómo estas? – le preguntó con un hilo de
voz.
El levantó los hombros como diciendo: yo que
sé.
– He estado peor – le contestó con un dejo de
ironía en la voz. Estaba tenso y se le notaba a la legua.
Ella esbozó una sonrisa que se desvaneció de
sus labios antes de terminar de
formarse. Sin darse cuenta de cuando había empezado, descubrió que estaba
llorando. El cuerpo empezó a temblarle y sintió que se caía, que las piernas no
la sostenían. Zach se acercó a ella, visiblemente preocupado, y la atajó de
camino al suelo. Los dos quedaron de rodillas en el piso, sus rostros frente a
frente, y él la sostenía contra su cuerpo, intentando contenerla mientras la
llamaba una y otra vez por su nombre.
– Vicky, tranquila. ¿Qué pasa? – le decía,
acariciándola y buscando sus ojos con la mirada. Podía sentirlo en su mente,
también, aterrado, preguntándole que le pasaba, intentando calmarla. Pero por
más que lo intentaba, no lograba que de sus labios escaparan más que balbuceos.
– Tranquila – volvió a decirle el muchacho
con dulzura, rodeándola con sus brazos y dejándola descansar sobre su pecho
como si no fuera más que una niña pequeña. Su corazón latía con el ritmo propio
de un vampiro, lento pero constante. Concentrada solo en aquel sonido que
retumbaba en sus oídos, de a poco, logró serenarse, retomar el control. Él no
dejaba de acariciarla, de susurrarle al oído que se tranquilizara, que estaba a
su lado. Tomando aire como si este pudiera darle fuerza, Vicky logró erguirse,
aunque prefirió no ponerse de pie por miedo a que aquel temblor incontrolable
la invadiera de nuevo y volviera a caer. Sus ojos buscaron los de Zach un
momento, pero descubrió que no podía sostenerle la mirada mientras hablaba,
mientras le contaba lo que había sucedido aquella mañana con sus tíos y su
madre, sobre lo que había pasado la noche anterior con Nicanor. Estaba
demasiado avergonzada y tenía demasiado miedo de que su rostro le devolviera el
terror que había sentido en su madre o el rechazo que había sentido en muchos
de los otros vampiros del clan.
Zach le rodeó el rostro con las manos y la
obligó a mirarlo a la cara. En sus ojos no había más que dolor y angustia. Muy
pocas veces lo había visto así. Su voz se ahogó en su garganta al tratar de
hablarle. Sin soltarla, el muchacho tomó aire y lucho consigo mismo para poder
hablar, para lograr que las palabras salieran a la luz:
– Va a estar todo bien. De alguna forma vamos
a encontrar como superar todo esto.
A pesar de su angustia, Vicky no logró
disimular la sorpresa en su mirada. Si bien en el fondo de su alma deseaba
escuchar aquello, no era lo que esperaba. Probablemente estuviera proyectando
lo que sentía, porque Zach pareció percibir su confusión.
El muchacho bajó la mirada un momento,
avergonzado. Luego volvió a alzarla, buscando sus ojos y las palabras
correctas:
– No debería haberte dicho nada de todo eso.
No era mi intención. Quería que habláramos, que estuviéramos bien. Pero todo
este tiempo tuve miedo de que, cuando estuviéramos de nuevo cara a cara, me
saliera toda esta furia de adentro de nuevo. Yo… no sé de donde sale todo esto.
Pero no sos vos, no es tu culpa que esté pasando esto y yo no debería haberte
dicho nada de todo eso.
Vicky ahogó un sollozo antes de contestar.
– Pero… pero sí es mi culpa. Yo te hice esto.
Yo te convertí en esto, sabiendo que lo odiabas.
– Vicky, no – exclamó Zach, tomándole
nuevamente el rostro entre las manos y obligándola a mirarlo –. No digas eso
porque no es así. Si no fuera por vos estaría muerto.
– Pero fue mi ex novio el que te mató, en
primer lugar, si no te acordás – dijo ella con amargura.
Zach reprimió una risita. Por primera vez
parecía él mismo nuevamente.
– Eso es culpa mía por meterme con la ex de
un vampiro. ¿No te parece? Yo creo que me lo busqué. Y, además, voy a
recordarte yo a vos que yo accedí a que hicieras esto.
– Pero dijiste que no querías ser un monstruo
y eso es exactamente en lo que nos convertí a los dos.
– Pero más que nada lo que no quería era
morir – le retrucó él, obligándola aún a mirarlo –. Sé que esto no está siendo
fácil para ninguno de los dos, pero no creo que sea el momento para darnos por
vencidos.
Vicky comenzó a llorar nuevamente,
escondiendo el rostro entre sus brazos, acurrucándose nuevamente sobre su pecho
como una niña.
– Yo nunca quise que las cosas fueran así –
susurró en un hilo de voz.
– Ya lo sé – le dijo él –. Pero así es como
son y tenemos que aprender a lidiar con esto. Y tenemos que reconciliarnos con
lo que somos. Ya lo hiciste una vez, vos misma me lo mostraste aquella noche.
Juntos podemos lograrlo otra vez. Los dos.
Vicky recordó casi inmediatamente aquella
noche. No había podido evitarlo. Las imágenes habían sido incontrolables:
estaba demasiado cansada y asustada como para detenerlas. Zach había visto
tantas cosas, pero principalmente había podido percibir su desolación, su miedo
y su odio hacia sí misma, hacia lo que era y siempre había sido. Él había visto
cuando le había costado reconciliarse con lo que había sido siempre y no podía
evitar. Tal vez tuviera razón: tal vez podían superarlo, volver a reconciliarse
con su nueva realidad. Volver a estar bien.
Zach le sonrió. Sin lugar a dudas estaba
percibiendo todo lo que ella estaba pensando. A ella jamás le había pasado de
percibir lo que pensaba un vampiro, pero ella misma debía estar proyectándolo.
Estaba cansada. Llevaba mucho tiempo sin dormir y la tristeza y el miedo
estaban consumiéndola.
– Va a estar todo bien – le dijo Zach,
llevando su rostro hacia el de él y besándola con dulzura. Dos palabras
resonaron en su mente un momento, sorprendiéndola. Cuando se separaron y sus
miradas se encontraron, sus ojos buscaron en él una respuesta. ¿Había sido
real? Su respiración se había acelerado. Él le sonrió.
– ¿Qué? – preguntó ella en un susurro.
– Que te amo – dijo él en voz alta, volviendo
a besarla.
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