– Hay una explicación para eso – dijo Tom,
intentando recobrar la compostura. Ni bien Michelle había mencionado a James,
el hombre había dejado escapar un improperio atrás de otro. Todas lo habían
mirado con sorpresa. Rara vez reaccionaba de ese modo.
– La espero ansiosamente – respondió
Michelle, evidentemente molesta.
Vicky no necesitaba oír esa historia, aunque
no se suponía que debiera saberla tampoco. Pero había cosas que era imposible
ocultarle desde hacía mucho tiempo y muy poco tenía que ver su recientemente
adquirida habilidad con ello.
Poco después de que Michelle se fuera, cuando
la relación entre William y Tom había vuelto a ser la de toda la vida, su padre
había desaparecido. No habían sido más que unos meses, pero había sido tiempo
suficiente para dejar al clan en estado de caos. Era la primera vez que Will se
hacía cargo del clan y su falta de experiencia era notoria. No era la primera
vez que Tom desaparecía por un corto período de tiempo. Hacía rato que Vicky y
Cassandra habían asumido que sería así toda la vida; o, al menos, mientras esta
última siguiera siendo mortal. Todos sabían lo difícil que era para un inmortal
ver a la persona que amaba envejecer lentamente para algún día morir y no poder
hacer nada al respecto, principalmente porque así lo había decidido ella.
No había pasado demasiado de eso cuando, de
algún modo que nunca había terminado de quedar demasiado claro, James, quien
esperaba que se cumpliera su condena, había escapado. Lo que sí era claro es
que había tenido ayuda, probablemente de algún amigo o seguidor fiel: alguien
que consideraba que no debía morir. Por mucho que había intentado, William
había sido incapaz de encontrarlo. Para cuando Tom había regresado, no había
nada que hacer. James había desaparecido completamente.
La noticia de que se había aliado con sus
enemigos de toda la vida no le resultó una sorpresa a Vicky y, al parecer,
tampoco a su madre. Para Tom, sin embargo, había sido claramente un golpe que
no esperaba. Tal vez porque Sybilla había intentado avisarle y él no la había
escuchado. No sabía muy bien de que había hablado la mujer con su padre, pero
cada vez era más claro que no había estado tan errada en lo que fuera que había
dicho.
– Es decir que James sigue vivo por tu
irresponsabilidad – concluyó Michelle con dureza.
– Sí – reconoció él, bajando la mirada como
avergonzado. Por primera vez desde que se conocían, Tom parecía mucho menor que
ella, casi como un niño.
Luego de eso se hizo un prolongado e incómodo
silencio. Inconscientemente, Michelle comenzó a juguetear con una cadena que le
colgaba del cuello y permanecía oculta debajo de su ropa. Notándolo, Vicky no
pudo evitar fijarse en el detalle. De la cadena colgaba un anillo de aspecto
antiguo, evidentemente hecho de oro. El diseño era tosco y demasiado grande
para una mujer. Tenía una enorme piedra roja como la sangre con un diseño que
no llegaba a distinguir entre los dedos de la mujer y, según como le daba la
luz, también podía distinguir algunos destellos de verde.
– ¿Eso es lo que yo pienso que es? – preguntó
el hombre un momento más tarde, notando también el objeto.
Michelle miró el anillo un momento. Luego, se
quitó la cadena del cuello y lo sostuvo en la mano, libre. Después se lo
alcanzó a Tom, que lo miró con asombro.
– Es el anillo de los Rose – dijo él casi sin
aliento mientras lo sostenía en la mano, anonadado –. Solo el legítimo líder
del clan Rose puede llevarlo.
– Ya lo sé – respondió Michelle. La tensión
fue desapareciendo de a poco –. Harry me lo dio. Al principio se negó a
creerme. Luego vio que yo tenía razón, que estaba en peligro, que Miles quería
desplazarlo. Pero fue tan ingenuo que pensó que si no tenía el anillo, que si
me lo legaba a mí, su hijo le perdonaría la vida, ya que el dejaría de ser un
obstáculo en su camino al poder. Pero estaba equivocado. El chico no tenía
ningún interés en perdonarle nada. Dejó que lo asesinaran sin piedad y ahora
está buscándome, buscando el anillo, porque sin él muchos de sus hombres se
niegan a seguirlo.
– ¿Y por eso viniste? ¿Pretendés que te
protejamos, que te ocultemos? ¡Eso traería la guerra a nuestro territorio! ¡No
puedo permitir algo así! – exclamó Tom con indignación.
– No – lo interrumpió ella, seria –, esa no
es la razón por la que vine. Después de que mataran a Harry, escuché algo
acerca de los planes de Miles y James. La guerra va a llegar al nuevo mundo te
guste o no: ellos van a traerla. James planea usar a los hombres del clan Rose
para asesinar a Seth. Todo esto no es más que una venganza para él. Y estoy
segura de que una vez que se haya encargado de su hermano y de conseguir el
liderazgo del clan, Jimmy va a venir por ustedes. Ya todos lo conocemos lo
suficiente como para saber que él es así, que es capaz de hacer lo que te estoy
diciendo y más. Vine porque hay que detenerlo y no conozco a nadie más que
pueda ayudarme a hacerlo. Y… – Michelle bajó la mirada, avergonzada. Respiró
profundo antes de terminar la frase – además, la sola idea de tener que ir a
decirle todo esto a Seth, de tener que verlo y hablarle, me da escalofríos.
Tom le devolvió el anillo mientras meditaba
acerca de lo que la chica le había dicho. Ella lo tomó y se lo colgó nuevamente
del cuello, escondiéndolo bajo sus prendas.
– Entonces va a ser mejor que vayamos ya
mismo a hablar con él. Yo puedo decirle todo esto, pero necesito que estés ahí
para confirmarlo. Y además tal vez ya sea hora de que ustedes dos tengan una
conversación – dijo, poniéndose de pie. Michelle le sonrió, agradecida,
siguiéndolo hacia la puerta.
– ¿Vienen? – les preguntó Tom a las otras dos
mujeres. Cassandra estaba llevando los restos del desayuno a la cocina. Vicky
permanecía en su lugar, seria. Algo más había llamado su atención: hacía varios
minutos que un grupo de personas se debatía en la puerta de su casa, decidiendo
si llamar o no. Sus mentes no eran claras como el agua, pero su indecisión y su
miedo eran demasiado notorios y superficiales como para escapársele. Ya no le
quedaba ninguna duda acerca de su identidad.
– Me temo que mamá y yo tenemos que atender
algunas visitas – dijo sin levantar la vista de la mesa. Todos la miraron,
interrogantes. Mientras Tom abría la puerta, más por reflejo que por conciencia,
dos figuras se acercaron, dispuestas, por fin, a llamar. Sus miradas se
encontraron con sorpresa, aunque no con agrado. Las miradas de Cassandra y
Vicky también se encontraron entonces, mientras la chica hablaba nuevamente:
– En la puerta están tu cuñada y tu hermano –
le dijo con voz monótona.
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