Liz no necesitaba que se lo
dijeran para darse cuenta de que algo no estaba bien. Hacía rato que Zach y
Vicky estaban raros. De a poco y casi sin querer, las piezas había empezado a
encajar en sus respectivos lugares y ahora creía tener una respuesta. Solo
necesitaba confirmarlo. Pero la sola idea la aterrorizaba. Si era cierto… ¡Oh,
por Dios! ¿Qué haría si tenía razón?
Hacía casi dos meses y medio, tal
vez más, que ambos habían empezado a actuar raro: estaban distraídos,
malhumorados, distantes. Había algo que no estaban diciendo. En un principio
todos (eso es ella, Dylan y su madre) habían pensado que tal vez estuvieran pasando
por alguna crisis de pareja. Nada demasiado raro luego de dos años de salir
juntos. Suponían que todo se iba a pasar en unos días. Luego las cosas habían
ido empeorando. Zach pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su
habitación. En el último mes y medio había ido a clase apenas un par de veces,
luego de que su madre le llamara repetidas veces la atención. Estaba segura de
que a esta altura debía haber perdido completamente el cuatrimestre. En las
pocas ocasiones que se lo veía por la planta baja era evasivo y respondía con
fastidio, como si hubiera escuchado lo mismo un millón de veces. Estaba ojeroso
y pálido y en ocasiones temía que no estuviera bien alimentado (o como se
dijera cuando un vampiro no consumía toda la sangre que necesitaba con la
frecuencia adecuada). Pero no había sido hasta casi una semana atrás que se
había percatado de que él y Vicky no solo llevaban el último mes y medio sin
verse sino que además, estaba evitándose el uno al otro constantemente.
Era tarde. Su madre estaba por
empezar a preparar la cena cuando Liz entró en la cocina para avisarle que
pasaría la noche en casa de Vicky para estudiar. Zach justo salía de la
habitación y se detuvo un momento en su marcha hacia la escalera para
escucharla. No dijo absolutamente nada al respecto, pero ya estaba tan
habituada a su hostilidad que no le resultó para nada extraño. Vicky había
estado toda la noche distante, únicamente deseosa de centrar su atención en la
materia a estudiar y esquivando, como hacia siempre, el tema de que ella y Zach
estaban extraños, cosa que Liz tocaba cada vez menos. Ya había asumido que
ninguno de los dos hablaría al respecto hasta que todo hubiera pasado.
A la tarde siguiente, cuando
había regresado a su casa, Dylan le había comentado, casi al paso, que Zach
había salido la noche anterior a una de las fiestas que el clan organizaba
todos los fines de semana: una fiesta de sangre, como muchos las llamaban: el
lugar perfecto y controlado para que los vampiros de cierta edad pudieran
conseguir sin demasiados problemas la sangre necesaria para subsistir. Por lo
general, Zach y Vicky asistían juntos a aquellos eventos, los cuales no eran
cien por ciento del agrado del muchacho, aunque no tenía muchas más opciones.
Aquello le había dejado muy claro que las cosas no estaban para nada bien en la
pareja y también la había decidido a hablar seriamente con Vicky acerca del
asunto, a obligarla a decirle que pasaba.
Un par de días más tarde,
esperando en la cafetería de la facultad a que se hiciera la hora de su clase,
se lo planteó. Vicky evitó mirarla a los ojos por un buen rato. Ante su
insistencia, se dignó a contestar:
– No pasa nada – dijo con un hilo
de voz.
– Dejá de decirme que no pasa
nada. ¡Es obvio que hay algún problema! – exclamó con indignación.
– No me entendés – respondió la
otra nuevamente con un hilo casi imperceptible de voz –. Entre Zach y yo no
pasa nada. Él no tiene ningún interés en estar cerca mío y yo no quiero saber
más nada con él. Se acabó.
Liz la miró incrédula por un
momento, muda.
– ¿Co… Cómo que se acabo? –
Farfulló después de un instante, aún atónita – ¿Eso quiere decir que tengo una
oportunidad con él? – pensó.
Los ojos de Vicky se agrandaron
como platos y aún desde el otro lado de la mesa podía ver las lagrimas que se
formaban en ellos y que ella luchaba por ocultar. Liz se sintió sonrojarse:
– No dije eso en voz alta.
¿Verdad? – pensó para sí misma mientras intentaba desaparecer el calor de sus
mejillas.
Vicky se levantó abruptamente de
su silla y salió del lugar casi corriendo sin decir nada. Para cuando reaccionó
y la llamó, consternada, ya era tarde. Había desaparecido entre la marea de
alumnos que iban y volvían. Cuando entró a clases no la encontró. Por supuesto
que no esperaba encontrarla allí, pero había tenido un dejo de esperanza; había
deseado estar equivocada en sus suposiciones. Quizás Vicky solo se hubiera
puesto mal por tener que hablar del tema; decir en voz alta que se había
acabado: reconocer que su relación con Zach ya no existía. Con todo su ser
deseaba que fuera eso. Pero una vocecita en su interior no cesaba de decirle
que no, que esa no era la respuesta correcta al acertijo. Que dos días más
tarde su amiga no le hubiera respondido ni sus mensajes ni sus llamados, que
nunca pudiera atenderla cuando pasaba por su casa, no hacían más que
confirmarle lo que más temía: Vicky sabía que era lo que ella había pensado en
aquel momento.
Llevaba media hora paseándose
como un tigre enjaulado frente a la puerta de la habitación de Zach, intentando
tomar coraje para entrar y cuestionarlo. El miedo a que fuera cierto era lo
único que no le permitía entrar. Si era verdad, si su suposición era correcta,
entonces acababa de arruinar, posiblemente para siempre, la única amistad
verdadera que había tenido en toda su vida. ¡Y todo por un pensamiento
estúpido; por una esperanza que hacía rato había descartado! ¿Cómo podía haber
sido tan egoísta como para pensar, siquiera, aquello cuando su amiga estaba
diciéndole algo así? ¿Cómo podría arreglar lo que había hecho? Las lágrimas
llenaron sus ojos en un instante. Antes de que pudiera hacer algo para
detenerlas, la puerta de Zach se abrió de par en par. Dos ojos marrones se
clavaron sobre ella y mientas se acostumbraba a la luz pudo distinguir unas
familiares manchas verdosas en ellos, como si estuvieran salpicados o apenas
sucios. El muchacho le dedicó una sonrisa triste y resignada mientras la invitó
a pasar con un gesto:
– Hace más de media hora que
estás dando vueltas ahí. Creo que es hora de que te de una explicación. Te la
merecés – le dijo con voz triste. Ella asintió y entró sin decir más nada.
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