2 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 25: Liz.


Liz no necesitaba que se lo dijeran para darse cuenta de que algo no estaba bien. Hacía rato que Zach y Vicky estaban raros. De a poco y casi sin querer, las piezas había empezado a encajar en sus respectivos lugares y ahora creía tener una respuesta. Solo necesitaba confirmarlo. Pero la sola idea la aterrorizaba. Si era cierto… ¡Oh, por Dios! ¿Qué haría si tenía razón?
Hacía casi dos meses y medio, tal vez más, que ambos habían empezado a actuar raro: estaban distraídos, malhumorados, distantes. Había algo que no estaban diciendo. En un principio todos (eso es ella, Dylan y su madre) habían pensado que tal vez estuvieran pasando por alguna crisis de pareja. Nada demasiado raro luego de dos años de salir juntos. Suponían que todo se iba a pasar en unos días. Luego las cosas habían ido empeorando. Zach pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su habitación. En el último mes y medio había ido a clase apenas un par de veces, luego de que su madre le llamara repetidas veces la atención. Estaba segura de que a esta altura debía haber perdido completamente el cuatrimestre. En las pocas ocasiones que se lo veía por la planta baja era evasivo y respondía con fastidio, como si hubiera escuchado lo mismo un millón de veces. Estaba ojeroso y pálido y en ocasiones temía que no estuviera bien alimentado (o como se dijera cuando un vampiro no consumía toda la sangre que necesitaba con la frecuencia adecuada). Pero no había sido hasta casi una semana atrás que se había percatado de que él y Vicky no solo llevaban el último mes y medio sin verse sino que además, estaba evitándose el uno al otro constantemente.
Era tarde. Su madre estaba por empezar a preparar la cena cuando Liz entró en la cocina para avisarle que pasaría la noche en casa de Vicky para estudiar. Zach justo salía de la habitación y se detuvo un momento en su marcha hacia la escalera para escucharla. No dijo absolutamente nada al respecto, pero ya estaba tan habituada a su hostilidad que no le resultó para nada extraño. Vicky había estado toda la noche distante, únicamente deseosa de centrar su atención en la materia a estudiar y esquivando, como hacia siempre, el tema de que ella y Zach estaban extraños, cosa que Liz tocaba cada vez menos. Ya había asumido que ninguno de los dos hablaría al respecto hasta que todo hubiera pasado.
A la tarde siguiente, cuando había regresado a su casa, Dylan le había comentado, casi al paso, que Zach había salido la noche anterior a una de las fiestas que el clan organizaba todos los fines de semana: una fiesta de sangre, como muchos las llamaban: el lugar perfecto y controlado para que los vampiros de cierta edad pudieran conseguir sin demasiados problemas la sangre necesaria para subsistir. Por lo general, Zach y Vicky asistían juntos a aquellos eventos, los cuales no eran cien por ciento del agrado del muchacho, aunque no tenía muchas más opciones. Aquello le había dejado muy claro que las cosas no estaban para nada bien en la pareja y también la había decidido a hablar seriamente con Vicky acerca del asunto, a obligarla a decirle que pasaba.
Un par de días más tarde, esperando en la cafetería de la facultad a que se hiciera la hora de su clase, se lo planteó. Vicky evitó mirarla a los ojos por un buen rato. Ante su insistencia, se dignó a contestar:
– No pasa nada – dijo con un hilo de voz.
– Dejá de decirme que no pasa nada. ¡Es obvio que hay algún problema! – exclamó con indignación.
– No me entendés – respondió la otra nuevamente con un hilo casi imperceptible de voz –. Entre Zach y yo no pasa nada. Él no tiene ningún interés en estar cerca mío y yo no quiero saber más nada con él. Se acabó.
Liz la miró incrédula por un momento, muda.
– ¿Co… Cómo que se acabo? – Farfulló después de un instante, aún atónita – ¿Eso quiere decir que tengo una oportunidad con él? – pensó.
Los ojos de Vicky se agrandaron como platos y aún desde el otro lado de la mesa podía ver las lagrimas que se formaban en ellos y que ella luchaba por ocultar. Liz se sintió sonrojarse:
– No dije eso en voz alta. ¿Verdad? – pensó para sí misma mientras intentaba desaparecer el calor de sus mejillas.
Vicky se levantó abruptamente de su silla y salió del lugar casi corriendo sin decir nada. Para cuando reaccionó y la llamó, consternada, ya era tarde. Había desaparecido entre la marea de alumnos que iban y volvían. Cuando entró a clases no la encontró. Por supuesto que no esperaba encontrarla allí, pero había tenido un dejo de esperanza; había deseado estar equivocada en sus suposiciones. Quizás Vicky solo se hubiera puesto mal por tener que hablar del tema; decir en voz alta que se había acabado: reconocer que su relación con Zach ya no existía. Con todo su ser deseaba que fuera eso. Pero una vocecita en su interior no cesaba de decirle que no, que esa no era la respuesta correcta al acertijo. Que dos días más tarde su amiga no le hubiera respondido ni sus mensajes ni sus llamados, que nunca pudiera atenderla cuando pasaba por su casa, no hacían más que confirmarle lo que más temía: Vicky sabía que era lo que ella había pensado en aquel momento.
Llevaba media hora paseándose como un tigre enjaulado frente a la puerta de la habitación de Zach, intentando tomar coraje para entrar y cuestionarlo. El miedo a que fuera cierto era lo único que no le permitía entrar. Si era verdad, si su suposición era correcta, entonces acababa de arruinar, posiblemente para siempre, la única amistad verdadera que había tenido en toda su vida. ¡Y todo por un pensamiento estúpido; por una esperanza que hacía rato había descartado! ¿Cómo podía haber sido tan egoísta como para pensar, siquiera, aquello cuando su amiga estaba diciéndole algo así? ¿Cómo podría arreglar lo que había hecho? Las lágrimas llenaron sus ojos en un instante. Antes de que pudiera hacer algo para detenerlas, la puerta de Zach se abrió de par en par. Dos ojos marrones se clavaron sobre ella y mientas se acostumbraba a la luz pudo distinguir unas familiares manchas verdosas en ellos, como si estuvieran salpicados o apenas sucios. El muchacho le dedicó una sonrisa triste y resignada mientras la invitó a pasar con un gesto:
– Hace más de media hora que estás dando vueltas ahí. Creo que es hora de que te de una explicación. Te la merecés – le dijo con voz triste. Ella asintió y entró sin decir más nada.

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