23 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 31: Michelle.




Tom se anunció en casa de Seth y un hombre los hizo pasar a esperar en una habitación oscura amoblada con una pequeña biblioteca y algunos sillones. Su acompañante se sentó en el que estaba más cerca de la puerta, desde el cual podía ver cuando alguien entrara en la habitación. Michelle estaba demasiado inquieta como para imitarlo. Se contentó con caminar a un lado y al otro de la habitación como un tigre enjaulado, incapaz de quitar la vista de sus manos que jugueteaban nuevamente con el anillo de su padre. Hacía cinco años desde la última vez que lo había visto y había estado tan devastada para ese entonces que no había tolerado siquiera la idea de que él la tocara; pero… ¿Qué le hacía pensar que estaba preparada ahora? ¿Qué pasaría cuando lo viera? ¿Y qué diría él?
La puerta se abrió de par en par. Tom se puso de pie  y Seth se acercó a él para saludarlo. Fue entonces cuando la vio: ella se había quedado petrificada, observándolo. Por un momento, incluso, dejó de respirar.
– Michelle – balbuceó él sin moverse.
– Seth – respondió ella, respirando nuevamente e incapaz de hacer o decir nada más. Por un instante la invadió la sensación de que iba a largarse a llorar. El dolor seguía presente en sus ojos como la última vez.
– Seth, venimos por un asunto importante – cortó el silencio Tom un momento más tarde, al ver que ninguno de los dos era capaz de reaccionar. Ambos dirigieron la mirada al hombre. Michelle asintió y él pareció reaccionar nuevamente. Los tres se sentaron en los sillones, quedando uno frente al otro y a una distancia prudencial. Viendo que la muchacha seguía paralizada, Tom empezó a hablar nuevamente, explicando lo que ella le había contado un rato antes en su casa.
Los ojos de Seth se agrandaron de sorpresa y de dolor: nuevamente James aparecía en su vida como el enemigo.
– Es probable que James tenga seguidores entre tu gente – le dijo Michelle luego de un momento sin mirarlo a la cara por miedo a que se le quebrara la voz –. Alguien de confianza, tal vez. No sé muy bien cual es su plan, pero sí cual es el resultado que busca.
– Ya lo sé: él me quiere muerto – la interrumpió él, mirándola por primera vez desde que Tom había empezado a hablar –. Y no puedo culparlo. No hice nada para evitar su condena, a pesar de que es mi hermano.
– En tú lugar, yo nunca le hubiera perdonado lo que hizo – dijo Tom.
– Nunca dije que lo hubiera hecho – lo interrumpió el otro con voz distante. Michelle levantó la vista y se encontró con sus ojos que aún no se habían apartado de ella. El recuerdo de lo que había pasado cinco años atrás hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
Tom se puso de pie.
– Creo que ustedes dos deberían hablar solos. Saben donde encontrarme – les dijo a modo de despedida. Antes de salir se giró hacia ella –. Si necesitás donde quedarte, sabés que mi casa está disponible, como siempre.
Luego de decir eso, salió de la habitación cerrando la puerta a su espalda. Seth se levantó de su lugar y se acercó lentamente a ella, sentándose a su lado. Michelle se puso tensa, intentando por todos los medios contener las lágrimas que inundaban sus ojos. Él permaneció allí inmóvil por un momento, solamente observándola como si temiera que no fuera real. Un rato más tarde se animó a extender su mano hacia ella y acariciarle el rostro apenas rozándola con la yema de los dedos, como ya había hecho cientos de veces antes. Ella cerró los ojos, dejando que todas las ocasiones anteriores volvieran a su mete en un instante y saboreando el contacto. Las lágrimas por fin la vencieron y rodaron por sus mejillas.
– Me pregunto si alguna vez… – empezó él, interrumpiéndose casi al instante, temeroso de completar la frase.
Ella le devolvió una sonrisa triste.
– Con el tiempo, quizás – le dijo ella con la voz quebrada –. Pero todavía no. El dolor todavía es muy fuerte.
– Ya deberías saber que tiempo es lo que nos sobra – le dijo él, acariciándola nuevamente. Luego, apartó la mano de su rostro y lo llevó hacia sus manos, al anillo que aún seguía entre ellas. Lo observó un momento con detenimiento, como memorizando su aspecto y se lo devolvió. Un momento más tarde estaba de pie, caminando hacia la puerta.
– Sabés que siempre voy a estar acá, esperándote – le dijo antes de abrirla y disponerse a salir.
– Esa es la intención: que sigas acá – dijo ella encontrando su voz nuevamente –. No pienso dejar que James vuelva a lastimarnos.
Una vez terminó de decir eso, se puso de pie también y caminó hacia la puerta, escabulléndose antes de que él pudiera responder nada. Solo esperaba tener tiempo realmente.

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