6 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 26: Vicky.




Lo último que quería era estar allí, rodeada de gente, de pensamientos ajenos, aturdida por las voces y el ensordecedor retumbe de la música. Si el temblor de sus manos no se hubiera vuelto tan incontrolable, se hubiera quedado en su casa. Milena la había recibido con un gesto alarmado. Aquella expresión se había vuelto demasiado normal en su rostro frente a ella y sabía a la perfección por qué era: su prima temía el regreso de la vieja Vicky. Lamentablemente, no había mucho que pudiera hacer para cambiarlo. Nuevamente se sentía sola, sin nadie a quien recurrir realmente. Milena y ella cada día tenían menos cosas en común. En toda su vida, solo dos personas la habían hecho sentir mejor, sentir que no estaba sola, que no era la única… Una de esas personas la odiaba con todo sus ser y no podía culparle por ello. Había sido muy egoísta al transformar a Zach. Él no había tenido opción, no realmente y si bien había accedido, ninguna decisión tomada en el lecho de muerte es realmente válida, menos una como esa. Él siempre había odiado a los vampiros, había detestado la idea de ser uno. Era comprensible que se aborreciera a sí mismo. Era comprensible que la aborreciera a ella por convertirlo en su igual, en un monstruo.
El recuerdo de la otra persona la llenó de nostalgia un momento. ¿Qué sería de Michelle después de todos esos años? Ni siquiera tenía garantía de que la muchacha la recordara. Lo más probable era que su amnesia la hubiera dejado perdida nuevamente en algún lugar del mundo, sola. Como ella. En aquel momento, la idea de poder olvidar absolutamente toda su vida le parecía demasiado tentadora. Quizás… quizás era hora de dejar que la vieja Vicky regresara. Quizás era hora de averiguar definitivamente cuanto tiempo podía durar sin sangre luego de su transformación. Los plazos habían cambiado, aunque no mucho. ¿Cuánto tiempo le tomaría consumirse hasta que su mente perdiera noción del mundo y de su existencia? ¿Cuánto hasta no poder volver a levantarse? ¿Cuánto hasta morir?
Sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor, casi como una autómata, se encaminó hacia la puerta. Estaba a punto de alcanzarla cuando una figura se interpuso en su camino. Estaba tan ausente que le tomó un momento reconocer al muchacho que tenía frente a sus ojos.
– ¿Te vas sin saludar, primita? – le preguntó Nicanor con fingido interés. Sus ojos tenían un brillo vidrioso que daba a entender lo que su aliento confirmaba: había estado tomando y mucho. Si alguna vez su primo se podría haber inhibido por algo, cosa que consideraba poco probable, aquel no sería el momento. Vicky le lanzó una mirada fulminante. Sabía que sus ojos tenían el brillo propio de una pequeña llama, como un encendedor prendido en la penumbra. La sed le pulsaba en el fondo de la garganta y el dolor de cabeza se había vuelto un latido incesante sobre su sien.
– ¿Qué hacés acá? – le preguntó entre dientes. El hedor de su transpiración exudando alcohol le invadió las fosas nasales. Podía sentir como cada centímetro de su cuerpo se ponía tenso mientras el muchacho la observaba con su sonrisa burlona. Sus pensamientos eran una masa confusa de insultos e improperios. Nicanor despreciaba a su prima tanto o más que al resto de los vampiros por ser lo que era: la contaminación de su sangre, una vergüenza familiar. Pero más la odiaba por ser la confirmación de lo que muchos cazadores se negaban a reconocer, el hecho que el mismo Zach se había negado a aceptar en un principio: que ellos también descendían de los vampiros, que la sangre de unos corría por las venas de los otros. Pero un rencor más envenenaba la mente del muchacho, un hecho que nadie en su círculo familiar podía aceptar ni comprender y que probablemente jamás le pudieran perdonar: el hecho de que, a pesar de lo que era, a pesar de la abominación que había sido desde el momento mismo de nacer, aunque toda la familia se había opuesto desde un principio a la relación de Cassandra, por aquel entonces una adolescente, con Tomas Collin, un vampiro, en el momento de ver a la niña, Mónica y Gabriel no solo habían perdonado a su hija su traición sino que además habían aceptado al pequeño monstruo como su nieta y le habían dado su protección. Para todos ellos eso implicaba que no podían hacerle daño a la criatura, que debían contentarse con verla crecer, alimentarse de los humanos como si fueran bolsas de sangre, incapaces de cumplir con su deber de protegerlos de los monstruos chupa sangre. Desde su punto de vista, aquel monstruo de sangre mixta (porque eso era lo que era su prima para él, un monstruo) no tenía derecho alguno de vivir, igual que todos los demás vampiros que estaban en aquel lugar. No veía la hora de que alguno de ellos cometiera un error, por mínimo que fuera, que rompiera con los acuerdos y le permitiera destruirlos a todos, asesinarlos como los animales que eran.
– Solo intento fortalecer nuestros lazos familiares – le dijo Nicanor con ironía, esbozando una sonrisa. Muy tarde percibió el muchacho la mirada animal en los ojos de la chica. Vicky le contestó con un gruñido incomprensible, arrastrándolo hacia el exterior con una velocidad y una violencia tales que fue incapaz de prever. Con la mano firme en su cuello, lo acorraló contra una pared. Ninguno de los humanos en la fiesta había percibido el incidente, pero podía sentir a los vampiros agruparse en la puerta y en el exterior de la estancia, podía verlos a cada uno de ellos en su mente como si los tuviera frente a sus ojos. Milena estaba horrorizada, incapaz de reaccionar, mientras Loo trataba de mantener a todos alejados del conflicto. Al parecer ella también había percibido el odio y el rencor que inundaban la mente del cazador como un veneno ponzoñoso.
Cegada de ira, Vicky dejó que su lado animal tomara el control. Sus colmillos se extendieron hasta asomar de su boca como agujas largas y filosas, impidiéndole juntar los labios sin desgarrarlos. Sus ojos estaban rojos como la sangre que su instinto y su cuerpo le pedían agritos y brillaban como las llamas del mismísimo infierno, si es que había uno. Su mano se cerró aún más sobre el cuello de Nicanor, alzándolo del suelo unos cuantos centímetros. La ironía se había borrado del rostro del muchacho, que solo expresaba terror y luchaba en vano por no sofocarse.
– Los tiempos cambiaron, Nicanor – le dijo con una voz ronca y siseante sin quitarle los ojos de encima –. La puta mestiza está muerta y se convirtió en un vampiro hecho y derecho, que puede ver lo que pensás con tanta claridad como puede escuchar las pelotudeces que salen por tu boca.
Los ojos del muchacho se abrieron de par en par por la sorpresa. En su mente solo había pensamientos confusos y miedo.
Con un solo movimiento, Vicky lo arrojó contra el suelo y lo tomó nuevamente, deteniendo su caída antes de golpear. Antes de que ninguno de los presentes pudiera detenerse sus colmillos se habían hundido en la carne y el sabor de su sangre la había invadido, saciando la sed y calmando el dolor. 

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