Lo último que quería era estar
allí, rodeada de gente, de pensamientos ajenos, aturdida por las voces y el
ensordecedor retumbe de la música. Si el temblor de sus manos no se hubiera
vuelto tan incontrolable, se hubiera quedado en su casa. Milena la había
recibido con un gesto alarmado. Aquella expresión se había vuelto demasiado
normal en su rostro frente a ella y sabía a la perfección por qué era: su prima
temía el regreso de la vieja Vicky. Lamentablemente, no había mucho que pudiera
hacer para cambiarlo. Nuevamente se sentía sola, sin nadie a quien recurrir
realmente. Milena y ella cada día tenían menos cosas en común. En toda su vida,
solo dos personas la habían hecho sentir mejor, sentir que no estaba sola, que
no era la única… Una de esas personas la odiaba con todo sus ser y no podía
culparle por ello. Había sido muy egoísta al transformar a Zach. Él no había
tenido opción, no realmente y si bien había accedido, ninguna decisión tomada
en el lecho de muerte es realmente válida, menos una como esa. Él siempre había
odiado a los vampiros, había detestado la idea de ser uno. Era comprensible que
se aborreciera a sí mismo. Era comprensible que la aborreciera a ella por
convertirlo en su igual, en un monstruo.
El recuerdo de la otra persona la
llenó de nostalgia un momento. ¿Qué sería de Michelle después de todos esos
años? Ni siquiera tenía garantía de que la muchacha la recordara. Lo más
probable era que su amnesia la hubiera dejado perdida nuevamente en algún lugar
del mundo, sola. Como ella. En aquel momento, la idea de poder olvidar
absolutamente toda su vida le parecía demasiado tentadora. Quizás… quizás era
hora de dejar que la vieja Vicky regresara. Quizás era hora de averiguar
definitivamente cuanto tiempo podía durar sin sangre luego de su
transformación. Los plazos habían cambiado, aunque no mucho. ¿Cuánto tiempo le
tomaría consumirse hasta que su mente perdiera noción del mundo y de su
existencia? ¿Cuánto hasta no poder volver a levantarse? ¿Cuánto hasta morir?
Sin prestar atención a lo que
ocurría a su alrededor, casi como una autómata, se encaminó hacia la puerta.
Estaba a punto de alcanzarla cuando una figura se interpuso en su camino.
Estaba tan ausente que le tomó un momento reconocer al muchacho que tenía
frente a sus ojos.
– ¿Te vas sin saludar, primita? –
le preguntó Nicanor con fingido interés. Sus ojos tenían un brillo vidrioso que
daba a entender lo que su aliento confirmaba: había estado tomando y mucho. Si
alguna vez su primo se podría haber inhibido por algo, cosa que consideraba
poco probable, aquel no sería el momento. Vicky le lanzó una mirada fulminante.
Sabía que sus ojos tenían el brillo propio de una pequeña llama, como un
encendedor prendido en la penumbra. La sed le pulsaba en el fondo de la
garganta y el dolor de cabeza se había vuelto un latido incesante sobre su
sien.
– ¿Qué hacés acá? – le preguntó
entre dientes. El hedor de su transpiración exudando alcohol le invadió las
fosas nasales. Podía sentir como cada centímetro de su cuerpo se ponía tenso
mientras el muchacho la observaba con su sonrisa burlona. Sus pensamientos eran
una masa confusa de insultos e improperios. Nicanor despreciaba a su prima
tanto o más que al resto de los vampiros por ser lo que era: la contaminación
de su sangre, una vergüenza familiar. Pero más la odiaba por ser la
confirmación de lo que muchos cazadores se negaban a reconocer, el hecho que el
mismo Zach se había negado a aceptar en un principio: que ellos también
descendían de los vampiros, que la sangre de unos corría por las venas de los
otros. Pero un rencor más envenenaba la mente del muchacho, un hecho que nadie
en su círculo familiar podía aceptar ni comprender y que probablemente jamás le
pudieran perdonar: el hecho de que, a pesar de lo que era, a pesar de la
abominación que había sido desde el momento mismo de nacer, aunque toda la
familia se había opuesto desde un principio a la relación de Cassandra, por
aquel entonces una adolescente, con Tomas Collin, un vampiro, en el momento de
ver a la niña, Mónica y Gabriel no solo habían perdonado a su hija su traición
sino que además habían aceptado al pequeño monstruo como su nieta y le habían
dado su protección. Para todos ellos eso implicaba que no podían hacerle daño a
la criatura, que debían contentarse con verla crecer, alimentarse de los
humanos como si fueran bolsas de sangre, incapaces de cumplir con su deber de
protegerlos de los monstruos chupa sangre. Desde su punto de vista, aquel
monstruo de sangre mixta (porque eso era lo que era su prima para él, un
monstruo) no tenía derecho alguno de vivir, igual que todos los demás vampiros
que estaban en aquel lugar. No veía la hora de que alguno de ellos cometiera un
error, por mínimo que fuera, que rompiera con los acuerdos y le permitiera
destruirlos a todos, asesinarlos como los animales que eran.
– Solo intento fortalecer
nuestros lazos familiares – le dijo Nicanor con ironía, esbozando una sonrisa.
Muy tarde percibió el muchacho la mirada animal en los ojos de la chica. Vicky
le contestó con un gruñido incomprensible, arrastrándolo hacia el exterior con
una velocidad y una violencia tales que fue incapaz de prever. Con la mano
firme en su cuello, lo acorraló contra una pared. Ninguno de los humanos en la
fiesta había percibido el incidente, pero podía sentir a los vampiros agruparse
en la puerta y en el exterior de la estancia, podía verlos a cada uno de ellos
en su mente como si los tuviera frente a sus ojos. Milena estaba horrorizada,
incapaz de reaccionar, mientras Loo trataba de mantener a todos alejados del
conflicto. Al parecer ella también había percibido el odio y el rencor que
inundaban la mente del cazador como un veneno ponzoñoso.
Cegada de ira, Vicky dejó que su
lado animal tomara el control. Sus colmillos se extendieron hasta asomar de su
boca como agujas largas y filosas, impidiéndole juntar los labios sin
desgarrarlos. Sus ojos estaban rojos como la sangre que su instinto y su cuerpo
le pedían agritos y brillaban como las llamas del mismísimo infierno, si es que
había uno. Su mano se cerró aún más sobre el cuello de Nicanor, alzándolo del
suelo unos cuantos centímetros. La ironía se había borrado del rostro del
muchacho, que solo expresaba terror y luchaba en vano por no sofocarse.
– Los tiempos cambiaron, Nicanor
– le dijo con una voz ronca y siseante sin quitarle los ojos de encima –. La
puta mestiza está muerta y se convirtió en un vampiro hecho y derecho, que
puede ver lo que pensás con tanta claridad como puede escuchar las pelotudeces
que salen por tu boca.
Los ojos del muchacho se abrieron
de par en par por la sorpresa. En su mente solo había pensamientos confusos y
miedo.
Con un solo movimiento, Vicky lo
arrojó contra el suelo y lo tomó nuevamente, deteniendo su caída antes de
golpear. Antes de que ninguno de los presentes pudiera detenerse sus colmillos
se habían hundido en la carne y el sabor de su sangre la había invadido,
saciando la sed y calmando el dolor.
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