Vicky no había vuelto en toda la noche y, si
bien para Cassandra parecía haber sido una tortura, para ella había sido un
alivio. Le había venido bien la noche sola y tranquila sin tener que compartir
la habitación, libre para dar vueltas en la cama y pensar. Apenas había
dormido, pero al menos se sentía un poco mejor.
Cuando bajó era cerca del mediodía. Cassandra
estaba cocinando, al parecer feliz de no ser la única que comería aquel día.
Ciertos momentos se le debían haber vuelto solitarios desde la transformación
de Vicky. Le sorprendía que aún siguiera siendo humana (o, mejor dicho mortal).
Entendía que hubiera querido seguir siéndolo mientras su hija era una niña que
crecía como cualquier otra, una muchacha relativamente normal (salvo por la
sed). Pero ahora ella sería la única de la familia que envejecería e,
inevitablemente, moriría. ¿Por qué no aceptaba la transformación? Aún era
joven, sí, pero su aspecto ya se veía demasiado mayor para Tom, quien por algún
motivo siempre había tenido un aspecto casi adolescente sin importar que
hiciera al respecto. Él y Vicky podían pasar tranquilamente por hermanos.
– Buenos días – la saludó la mujer con una
sonrisa algo forzada –. La comida va a estar en un rato. Si querés desayunar
algo antes…
– No hay problema – le respondió Michelle
sentándose en una de las banquetas y observándola moverse en la cocina.
– Me temo que somos solo vos y yo – le dijo
la mujer en un suspiro –. Tom tenía que atender algunos asuntos.
– ¿Vicky? – preguntó Michelle no muy segura
de si era adecuado hacerlo.
Cassandra ahogó un sollozo antes de contestar
casi sin voz:
– No llamó y se dejó el celular acá. Supongo
que debe estar bien pero… no sé nada de ella desde ayer a la mañana.
Impulsivamente, Michelle se levantó y se
acercó a la mujer, abrazándola por la espalda. Ella se dejó consolar en
silencio. Sin que ella lo pidiera, de a poco, la mujer se fue tranquilizando y
le contó lo que había sucedido luego de que ella y Tom se habían ido al día
anterior. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza mientras rememoraba la
sensación que la había invadido antes de que su hija saliera por la puerta: su
propio dolor ante la reacción de su madre.
– Al principio, cuando mi familia y la
familia de Tom nos dieron la espalda, prometí que siempre iba a estar para
ella, que nunca le iba a dar la espalda; que nunca jamás iba a hacer lo que
ellos nos habían hecho a nosotros. Y le fallé. ¿Cómo puedo acompañarla y
ayudarla si ella ve que le tengo miedo? ¿Cómo llegamos al punto en que mi hija
me asusta? Es… es mi bebé. ¡Esto no está bien!
Michelle hizo un esfuerzo para que aquellas
palabras no le causaran un retortijón en el estómago. Inconscientemente se
llevó la mano al vientre, a la cicatriz que nunca se iría.
No muy segura de que fuera lo adecuado,
formuló la pregunta que se había hecho al bajar las escaleras: ¿por qué no
había accedido a la transformación? Cassandra lo meditó un momento antes de contestar:
– Llevo un tiempo pensándolo. Sé que le haría
bien a Tom. Se pasó los últimos años yendo y viniendo porque no tolera la idea
de que sigo envejeciendo. La única razón por la que no desapareció durante los
últimos dos años es Vicky. Ella lo necesita. Y, tal vez, yo sería de más ayuda
si estuviera en una situación similar, pero… no estoy muy segura de estar lista
para renunciar al sol, a una vida relativamente normal, a quien soy. La
transformación implicaría dejar todo atrás…
– Salvo a tu familia – la interrumpió
Michelle dejando escapar un suspiro luego de pronunciar la última palabra.
– Salvo a mi familia – repitió Cassandra
secándose las lágrimas del rostro.
– Tal vez tengas que pensarlo bien, poner
cada cosa sobre la balanza y ver qué pesa más. No es bueno tomar una decisión
así a la ligera, pero tal vez…
– Tal vez sea la decisión correcta – terminó
la frase la mujer. Luego, volvió a centrar su atención en la comida y la
conversación se dio por terminada. No tenía sentido seguir atormentándola.
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