– Mi mamá debe estar histérica – comentó
Vicky monótonamente mientras jugueteaba con el juego de llaves que tenía en el
bolsillo. Zach y Liz esbozaron una sonrisa, tratando de consolarla. Estaban a
una cuadra de la casa. Hacía un rato que había empezado a ponerse nerviosa,
temerosa de lo que pudiera pasar al llegar. No se había ido de la mejor manera,
y hacía más de un día de eso.
Al llegar a la puerta, sin embargo, sus
preocupaciones quedaron a un lado, reemplazadas por otras. Zach se puso tenso
al ver lo que ella: a pocos metros, caminando en silencio, se acercaba Sybilla.
Su rostro era serio, pálido como el mármol, y
contrastaba notablemente con su cabello y su ropa, nuevamente toda de color
negro. Había una nota de formalidad en su forma de vestir que hacía imposible
determinar su edad, pero que daba la sensación de estar viendo a una anciana o
una viuda. Tal vez fuera la falta de colores. Tal vez fuera otra cosa. Sus ojos
grises estaban vacíos, carentes de toda emoción. La mujer le parecía una estatua
de piedra viviente y esto le provocaba un gran rechazo.
– ¿Tom está? – preguntó sin siquiera saludar.
Vicky sintió como si un interruptor se
activara dentro suyo, haciendo surgir toda su hostilidad.
– Como verás, no tengo forma de saberlo –
respondió –, ya que yo también acabo de llegar.
Zach apoyó la mano en su hombro, intentando
calmarla. Vicky giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, invitando a la
mujer y luego a sus amigos a pasar.
– ¡Hola! – llamó en voz alta mientras
cerraba. Cassandra se asomó desde la cocina. Al verla, Vicky volvió a sentir la
tensión de un momento atrás. Sin mirar a su cuñada, la mujer se le acercó y la
abrazó, pronunciando su nombre con alivio. No lo esperaba, por lo que tardó un
momento en reaccionar, en devolverle el gesto. Ahora podía respirar con
tranquilidad nuevamente. Tal vez…
– What the Hell!? – la voz de Sybilla
devolvió a madre e hija a la realidad. La mirada de la mujer estaba en la
escalera, por la cual bajaba una impasible Michelle.
– Sybilla – dijo la otra mientras quedaban
cara a cara. La forma en que pronunció el nombre daba a entender que se habían
conocido hacía mucho tiempo. Y, al parecer, su relación no era amistosa.
– ¿Qué hace ella acá? – preguntó la morocha,
evidentemente molesta.
– Creo que la pregunta es que haces vos acá – retrucó la rubia antes de que
Vicky pudiera contestar.
– Busco a mi hermano – fue la respuesta
obvia.
– Tom no está – le dijo Cassandra entonces,
tratando de cortar la tensión que había en el ambiente –. Fue a ver a Seth Blackeney.
Los ojos impasibles de Sybilla se iluminaron
por un momento casi imperceptible al escuchar el nombre. A Michelle la recorrió
un escalofrío. Era claro que aquel hombre era parte del pasado de ambas. Allí
fue cuando Vicky comprendió que la diferencia de edad entre su padre y su tía
era realmente abismal: para Seth nunca había habido ninguna mujer más que
Michelle desde que la había conocido, y de eso hacía casi un milenio. La
relación con su tía debía ser anterior. Sabía que él tenía casi cincuenta años
al conocer a la muchacha… La otra debía tener, al menos, la misma edad. Eso
explicaba su aspecto indescifrable, suponía.
Sin quererlo, Cassandra había vuelto el
ambiente aún más tenso. Zach y Liz miraban a todas las mujeres sin saber que
hacer o decir. Vicky meditó un momento. Le pidió el celular a su novio y marcó
de memoria el número de su padre:
– Sybilla está buscándote – le dijo en cuanto
el hombre atendió. Siguiendo su indicación, le pasó el teléfono a la mujer, que
se alejó del grupo para hablar tranquila.
Michelle la siguió con la mirada hasta que
desapareció detrás del arco del comedor. Luego posó sus ojos en ella y forzó
una sonrisa:
– Me alegra que hayas vuelto – le dijo con
sinceridad.
Vicky le sonrió.
– Ellos son Zach y Liz – presentó luego. Zach
le extendió la mano, que ella estrechó con fuerza mientras lo estudiaba de pies
a cabeza. Su mente, demasiado humana a pesar de los siglos, dejaba escapar
algunos pensamientos que Vicky no pudo evitar captar (y que él también pudo
percibir, seguramente). Michelle estaba azorada con la transformación que ambos
habían sufrido.
Cuando se acercó a Liz, la expresión en el
rostro de la mujer cambió notablemente. Hacía mucho que no tenía relación con
cazadores. Sus ojos buscaron en la chica cada rasgo característico de los suyos
y se sorprendió al encontrar tan poco en ella.
– Liz es una cazadora solo por parte de su
madre – explicó Vicky, percibiendo su confusión. Zach sonrió: él también la
había captado. La muchacha se ruborizó con solo escuchar su nombre y se
escondió detrás de su cabello, que le cayó sobre el rostro como una cortina de
oro pálido.
– Vicky me habló mucho de ustedes – les dijo
Michelle entonces con una sonrisa –. Yo soy Michelle Rose.
Zach asintió, como quien conoce el nombre. La
realidad era que Vicky apenas había tenido tiempo de hablarles de la mujer
antes de ir hacia su casa, pero era probable que él hubiera escuchado el nombre
en alguna reunión del clan. O en la mente de alguien. No tuvo oportunidad de
aclararlo, de todos modos, porque Sybilla regresó al living con el teléfono en
la mano.
– Tom y Seth están viniendo para acá – dijo,
devolviéndole el aparato a su dueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario