24 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 40: Vicky.


Finalmente, casi la mitad del clan había accedido a seguir a Tom, a pesar de que ninguno se sentía con ganas de enfrentarse a una guerra interminable. Ya la pelea de dos años atrás contra los parias los había dejado en una situación precaria. Habían vencido, sí, pero también se había derramado mucha sangre.
No se había quedado a ver que sería de aquellos que habían decidido no seguir a su padre. Ellos tomarían una decisión y llegarían a un acuerdo. Vicky ya estaba demasiado cansada. Necesitaba descansar, dormir, dejar atrás todo lo que había sucedido. El cuerpo casi no le respondía. Zach la acompañó hasta su casa.
– Supongo que querrás dormir – le dijo él en la puerta. No sonaba molesto. Más bien parecía tan agotado como ella. Vicky meditó un momento antes de contestar.
– Si – le respondió –, pero no me quiero quedar sola. Me va a llevar mucho tiempo acostumbrarme a que ella no esté.
Zach le sonrió como intentando consolarla. Sin decir nada más, entraron a la casa y subieron las escaleras. No tardaron demasiado en quedarse completamente dormidos, acurrucados uno junto al otro.

No tenía la menor idea de cuantas horas habían pasado desde entonces hasta que escuchó el ruido: alguien llamaba a la puerta. Los golpes hubieran sido imperceptibles para un humano corriente desde allí arriba y en realidad apenas podía escucharlos ella misma. Algo más había llamado su atención y también había despertado a Zach, algo a un nivel más profundo. No podía percibir pensamientos concretos, solo una sensación de dolor, desesperación y miedo. Alguien estaba afuera y no estaba bien.
En el pasillo se encontró con su padre: no estaba dormido, por lo que había escuchado el ruido sin problema. Bajaron los tres juntos la escalera, pero solo Tom se acercó a la puerta. Zach y Vicky esperaron al pie de la escalera, atentos. Cuando la puerta se abrió, una figura cayó hacia adelante, como si no pudiera sostenerse en pie por sí misma. El aroma de la sangre invadió el ambiente en un instante. El hombre se adelantó, intentando detener la caída, intentando evitar el golpe. Un rostro quedó a la luz, pálido como la muerte, la respiración apenas perceptible: Sybilla.
Inmediatamente, Zach y Vicky corrieron hacia la mujer. Su ropa estaba cubierta de sangre y había al menos tres heridas abiertas en distintos puntos, aún sangrando. Aquello no era normal. Si bien se necesitaba consumir sangre para que una lastimadura cerrara completamente, el cuerpo del vampiro empezaba a sanar, lentamente, casi al instante. Había algo allí que no le permitía hacerlo, algo que hacía que Sybilla continuara debilitándose.
Sin demasiado esfuerzo, subieron a la mujer a la habitación de Vicky en la planta alta. Tom parecía preocupado y angustiado. Aquello no era nada bueno. Una vez su hermana estuvo acomodada en la cama, el hombre salió, buscando un teléfono. Desde arriba se lo escuchaba hablando en frases cortadas con Alejandro, un vampiro del clan que además era médico, profesión poco común para un vampiro, pero muy útil en determinadas ocasiones.
El doctor no tardó en aparecer. Mientras esperaban, Vicky había cambiado a Sybilla de ropa, quitándole la camisa negra hecha jirones que llevaba puesta y poniéndole un vestido que le permitiría al hombre trabajar con comodidad. Ya que estaba, había examinado ella misma las heridas, tratando de limpiarlas: parecían impactos de balas. ¿Qué tipo de munición podrían haber usado que le causara un daño tal a un vampiro? Tendría que esperar a que Alejandro terminara de trabajar para averiguarlo.

Unas horas más tarde, el médico vampiro bajaba las escaleras para unirse a ellos, que esperaban ansiosamente en el living, incapaces de dormir a pesar del cansancio. Tom se puso de pie al verlo bajar, incapaz de articular palabra.
– Va a estar bien – dijo el hombre, tranquilizándolo –. Ninguna de las heridas fue en una zona de riesgo. Tiene que descansar y reponerse. Está muy débil. Pero no hay nada de que preocuparse.
– ¿Qué fue…? – empezó a preguntar Vicky, no muy segura de cómo formular la pregunta.
Alejandro la miró, y luego a Tom. Sacó algo pequeño de un bolsillo y se lo alcanzó al hombre: 3 balas.
– Estas tres las tenía ella – le dijo.
Tom las examinó con curiosidad.
– Jamás había visto algo así – dijo.
El otro se tomó un momento antes de contestar, como si no estuviera muy seguro de querer hacerlo.
– Yo sí – le dijo finalmente, sacando una bolsita de plástico pequeña del bolsillo y alcanzándosela. Había un pequeño cartel blanco en la bolsa, con un nombre escrito, pero Vicky no llegaba a leer que decía y la mente de ambos hombres le resultaba impenetrable a esa altura.
– ¿Ella está consciente? – preguntó Tom, indicando hacia arriba para referirse a su hermana. Alejandro negó con la cabeza. Luego, dijo algo acerca de no tener nada más que hacer y que no dudaran en llamarlo si lo necesitaban y se fue.
– Pueden dormir en la otra habitación si quieren – les dijo Tom a Zach y Vicky –. Sybilla está en la cama de Vicky así que no hay otra opción de todos modos. Yo me quedo acá abajo.
Ambos asintieron. De todos modos, no podían hacer más hasta que la mujer se despertara.

Cuando despertaron, era casi mediodía. Vicky caminó por el pasillo hasta su habitación mientras Zach se lavaba la cara en el baño. Le sorprendió encontrar el lugar vacío. Siguió caminando hacia la planta baja y se encontró a su padre al teléfono, yendo y viniendo en el living.
– ¿Qué pasa? – le preguntó, confundida – ¿Dónde está Sybilla?
Su padre cortó el teléfono y suspiró.
– Tenía algo importante que hacer. Prepárense, tenemos una reunión urgente con el clan y Seth Blackeney. Les explico todo mientras vamos para allá.

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