Reprimiendo una mueca de dolor, llamó a la
puerta. Era la mitad del día. Era poco probable que estuviera en otro lado que
no fuera su casa.
Después de un momento, sintió la llave en la
cerradura y el picaporte giró lentamente, como si quien estuviera del otro lado
no se hubiera decidido del todo a abrir la puerta que, finalmente, se corrió a
un lado para dejarla pasar.
El departamento estaba completamente a
oscuras, salvo por una luz que brillaba al final de un pasillo distante en lo
que suponía debía ser un dormitorio.
Mientras su visión se acostumbraba a la
penumbra, acrecentada una vez que hubo cerrado la puerta a su espalda para
evitar la entrada de los rayos del sol, fue vislumbrando una mesa pequeña
rodeada de sillas hacia su izquierda, hacia el pasillo, y detrás de estas una
cocina diminuta. Al otro lado había algunos sillones y detrás una pesada
cortina que ocultaba la luz de una puerta ventana. A algo más de un metro de
donde estaba parada había una figura casi infantil. Tenía el cabello revuelto y
estaba vestida con una remera enorme que le llegaba casi hasta las rodillas.
Podía sentir sus ojos clavados en ella, expectante.
–Tom acaba de llamarme. Dijo que estabas
herida – le dijo la voz de Louisa en un tono inseguro, rompiendo el silencio.
Sybilla se mantuvo en silencio sin saber que
decir. No estaba allí para victimizarse. Pero tampoco sabía como llegar al tema
que quería tocar.
– ¿Por qué viniste? – preguntó la otra, quizá
captando la perturbación en su mente.
Silencio. Otra cosa que no sabía como
responder. La tensión crecía.
– ¿¡Por qué fuiste a buscarlo?! – esta vez el
tono de Louisa fue casi histérico, liberando la tensión que aparentemente
llevaba un rato conteniendo.
Sybilla bajó la mirada.
– Porque no sabía que más hacer. Nunca en mi
vida hice nada realmente útil. Lo único que hago es decepcionar a la gente.
Irónicamente, siempre busqué la aceptación de todos, principalmente de mi
familia. ¡Mirá a donde me trajo! Mis hermanos me odian… y vos también.
– Yo no te odio – susurró la muchacha con un
hilo de voz.
– Las dos sabemos que deberías.
– Me rompiste el corazón – Louisa alzó un
poco la voz –. Eso no quiere decir que te odie. Ya deberías saber que no puedo.
Sus miradas se encontraron en la penumbra que
sus ojos ya no percibían.
– Vine a buscar un propósito – Sybilla se
dispuso, por fin, a responder la pregunta que antes había ignorado –. Después
de todo este tiempo, hay un vacío que ya no supe como llenar. Legué a pensar
que había llegado mi hora. Después de tantos años…
Louisa ahogó un grito de horror. Su rostro
dejaba en claro que no esperaba escuchar aquello.
– Después de tantos años, nunca encontré algo
por lo que vivir, algo a lo que aferrarme – continuó la otra luego de juntar
fuerzas, ignorado la expresión de la muchacha que la escuchaba – y me di cuenta
de que a nadie le importaba si yo existía o no. Esta era mi última oportunidad.
Pero, como siempre, volví a hacer todo mal.
– ¡No digas eso! – le gritó Louisa con furia,
abalanzándose sobre ella y colgándose de
sus hombros en un abrazo desesperado. Podía sentir sus lágrimas rozándole la
piel y notaba su miedo en el latido de su corazón.
Azorada, tardó un instante en reaccionar y
devolverle el abrazo. Sabía que no merecía aquello: su cariño, su abrazo o se
preocupación. La había transformado por miedo a perderla y la había abandonado
por miedo a lo que dirían de su relación. Había necesitado llegar a una época
en la que había empezado a aparecer una gran tolerancia para aceptar lo que
sentía por ella y aún así no había sabido como demostrárselo. Estaba tan
acostumbrada a fingir ser alguien más, que no sabía como ser ella misma. Y no
tenía la menor idea de cómo hacer para explicar todo aquello.
– No tenés que explicar nada – le dijo la voz
de Louisa dentro de su mente –. No hace falta que digas nada más.
Al percibir aquello se aferró a ella con más
fuerza. ¡Ella podía escuchar cada uno de sus pensamientos! ¿Podías er posible
que, después de todo aquel tiempo, después de todo lo que había pasado, aún
tuvieran una oportunidad?
Respondiendo a sus pensamientos, Louisa dejó
escapar una risita mientras su rostro se giraba hacia ella. Un escalofrío la
recorrió de pies a cabeza cuando sus labios se posaron en su cuello. Sin decir
una palabra, la dejó continuar, besarla hasta que sus labios se encontraran.
Como la primera vez. Como otras tantas veces. Pero, ahora, sin miedo ni
necesidad de ocultarlo.
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