8 oct 2012

Cazadores: Michelle. Parte 44: Seth.


El ataque había venido de la nada. El último lugar en el que esperaba encontrar a su enemigo era entre los Vega. Pero entonces la expresión de sorpresa de Ángel le había dejado claro que él no era parte de aquello.
Más sorpresivo le había resultado ver como la puerta se abría de par en par, dando paso a varios miembros del clan Collin dispuestos a defenderlo. Más tarde averiguaría como habían sabido que aquello iba a suceder. Ahora era tiempo de actuar, de asegurarse de que hubiera un más tarde.
Había reaccionado de forma automática, dejando que su instinto lo defendiera. No se había dado cuenta de que Tom y Michelle habían llegado al lugar hasta que había sonado el disparo. El hombro de la muchacha comenzó a teñirse de rojo. No tardó demasiado en reaccionar después de eso. Casi al instante la vio perderse detrás del tirador, cuyo aspecto le resultaba inquietantemente familiar. Hubiera ido tras ella, pero alguien más atrajo su atención y despertó su furia animal: en un rincón, observando la batalla como si fuera un espectáculo, estaba su hermano, James.
Esquivando vampiros que peleaban, Seth se las ingenió para llegar a su lado. El muchacho lo miró con desprecio y un dejo de sorpresa: evidentemente no esperaba cruzarse cara a cara con él, sino que pensaba que alguien más haría el trabajo sucio.
– Así que tenían razón: vos estabas detrás de todo esto.
James sonrió con desdén. Seth se lanzó encima de él como un animal, dispuesto a hacer lo que nunca había pensado: asesinarlo. Su moral le decía que no podía matar a su propio hermano. Su furia hacía todo lo posible por contradecirlo. El otro le había arrebatado demasiado y sus métodos eran totalmente despreciables.
– No veo por qué te sorprendes – le dijo el otro a modo de respuesta mientras intentaba esquivarlo –. Después de todo, vos autorizaste a Tom Collin a ejecutarme.
– ¡Después de que vos apuñalaste a Michelle! ¡Y asesinaste a mi hijo! – Era la primera vez desde que se había enterado de aquel episodio que Seth asumía realmente lo que había sucedido: que Michelle había estado embarazada, que podrían haber tenido un bebé, un hijo o una hija. Eso nunca volvería a pasar: el daño físico había sido permanente. Su furia no hizo más que intensificarse.
– ¡Ella nunca debió ser tuya! – rugió James, atacando por fin, colmillos extendidos, buscando el cuello de su hermano, olvidando que este alguna vez lo había defendido con su vida.
Seth sintió la puntada de dolor y se apartó casi al instante, forcejeando y gruñendo como una fiera. La sangre le corrió por el cuello desde la herida abierta. Su hermano volvió a lanzarse sobre él sin piedad. Ni su furia animal fue capaz de frenarlo. Debilitado, cayó hacia atrás, arrastrando al otro con él. Por más que lo intentaba, no lograba quitarselo de encima. Estaba perdido…
Con la mirada borrosa vio como una mano tomaba a James por la espalda y lo apartaba de su cuello. Dos vampiros se abalanzaron sobre su hermano con rapidez, atacándolo. La voz de Tom pronunció la sentencia final antes de darle el golpe de gracia. El muchacho se desplomó entonces sobre el suelo, inerte. Su corazón había dejado de latir.
Alguien se acercó a Seth, que aún seguía en el suelo. Se sentía demasiado débil como para ponerse de pie. El aroma de sangre humana lo invadió.
– Todo va a estar bien – le dijo Michelle mientras ponía su brazo frente a él, ofreciéndole la sangre de una herida recién abierta. Tan solo tomó un trago, pero fue suficiente como para estabilizarlo.
De a poco, el caos se había calmado a su alrededor. James estaba muerto. También otros de los enemigos. Los demás habían sido reducidos. Seth se puso de pie, apoyándose en Michelle por miedo a que la debilidad lo invadiera nuevamente. Vicky se acercó a ellos con cautela, posando una mano sobre el hombro de su padre, el cual aún parecía estar buscando a alguien para atacar. Los ojos del hombre se oscurecieron, perdiendo el brillo demoníaco que los había invadido, y se posaron sobre su hija. Vicky lo abrazó. Zach estaba un poco más atrás, ayudando a Sybilla a ponerse de pie. La mujer no se veía nada bien. Louisa corrió hacia ellos realmente alarmada. Mientras tanto, Laura y Ángel Vega observaban a sus enemigos. El hombre se acercó a uno de ellos, cuya mirada estaba fija en el suelo, aparentemente avergonzado: el traidor dentro del clan, el segundo al mando. A los pocos segundos, cayó al suelo, muerto. Los Vega no perdonaban una cosa así, jamás. Todos lo sabían.
– No tengo la menor idea de qué decirles – les dijo entonces el moreno a Tom y Seth, sus iguales en los clanes vecinos.
– No hace falta que digas nada – respondió Seth –. Esta guerra no es tuya, nunca debió llegar a tu territorio. Al parecer mi hermano envenenó muchas mentes en su intento por destruirme.
– Estamos en paz, entonces – dijo el hombre – ¿Qué hacemos con ellos? – preguntó, señalando a los vampiros que quedaban, todos identificables como miembros del clan Rose.
– Yo me encargo de ellos – dijo Michelle –. Mi clan es mi responsabilidad.
Ángel la miró con sorpresa, pero no la contradijo. Uno de los hombres que había permanecido en silencio hasta entonces clavó su mirada en ella con desdén.
– ¿Qué te hace pensar que este es tú clan? – le dijo. Todos los ojos se posaron en él. Tenía el cabello rubio, ensangrentado por la pelea. Sus ojos eran verdes y su mirada cínica. Seth tenía un vago recuerdo de Arthur Rose y este muchacho se le parecía demasiado. Sin lugar a dudas tenían frente a sus ojos a Miles, el nieto del hombre en cuestión; el sobrino de Michelle, quien había asesinado a su propio padre para acceder al poder.
La rubia se rió por lo bajo antes de contestarle. Sabía a la perfección quien era el muchacho, aunque evidentemente él jamás la había visto. Apartándose de Seth y sacando la cadena que llevaba colgando del cuello de debajo de su ropa, Michelle le extendió a su sobrino el anillo dorado que pertenecía al legítimo líder del clan Rose. El rubí que lo adornaba brilló con fuerza al recibir el impacto de la luz del techo. Todos los hombres de Miles tenían la mirada fija en el objeto, los ojos grandes de la sorpresa. Él parecía a punto de estallar de la ira.
– No puede ser – dijo, simplemente.
– ¿Cómo obtuvo ese anillo? – le preguntó a Michelle uno de los hombres, apenas animándose a acercársele.
– Mi hermano, Harry, me lo dio. Cuando supo que su propio hijo conspiraba en su contra.
–  ¿Qué? – el hombre dirigió una mirada acusadora a su supuesto líder. Miles no respondió.
Los miembros restantes del clan Rose se acercaron al hombre que había hablado, observando con cuidado el anillo que Michelle aún sostenía, como intentando identificar si era el verdadero o no.
– Si Harry le dio el anillo – empezó a decir uno – entonces ella es nuestra legítima líder.
Todos empezaron a murmurar y a asentir.
Tan distraídos estaban con aquello, que nadie se percató de que Miles se había escabullido de la habitación hasta que escucharon el ruido de la puerta exterior al cerrarse con violencia, quebrando en mil pedazos el panel de vidrio contiguo. Los hombres dejaron de deliberar, dispuestos a ir en su búsqueda.
– No – dijo Michelle con calma –. Todos estamos exhaustos y heridos. Es hora de descansar y recomponernos. Pasen el aviso de que Miles Rose es ahora un paria, que nadie le de refugio si se considera nuestro aliado. Ya se derramó suficiente sangre por hoy.
Todos asintieron, aunque con sorpresa. El hombre que había hablado primero se arrodilló frente a la mujer con solemnidad:
– Mi nombre es Julio, señora, y estoy a tu servicio. De ahora en adelante, tienes mi lealtad.
Todos los demás lo imitaron casi al instante. Michelle parecía descolocada, incapaz de articular palabra. Seth se le acercó nuevamente y la tomó de la mano, intentando darle fuerza. Ella lo miró y le sonrió, aparentemente aliviada. Tenían un largo camino por delante.

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