SYBILLA
El lugar estaba desierto. Louisa se quitó el
casco al pie de la escalera, donde estaba protegida del sol, e indicó hacia
arriba. Zach y Vicky asintieron: evidentemente los tres sentían algo. Ella se
limitó a seguirlos, consciente de que aún no se había recuperado lo suficiente
de sus heridas.
Arriba, la escalera terminaba en una puerta
cerrada. Al otro lado se escuchaban voces. Seth y Ángel hablaban. De pronto, la
confusión fue notoria en ambos: había alguien más en la habitación.
No esperaron un segundo: Zach se abalanzó
sobre la puerta, que cedió casi al instante, destrozando la cerradura. Seth y
Ángel, un vampiro de tez morena y cabello oscuro y ondulado, estaban rodeados
por al menos una docena de vampiros de aspecto aterrador. En un instante,
aquello se convirtió en un campo de batalla.
MICHELLE
Korn - Thoughtless
Ni bien cruzó la puerta se encontró cara a
cara con el caos. El aroma de la sangre la invadió por completo, aturdiéndola.
Por un instante se quedó allí, paralizada., incapaz de moverse. ¿Acaso aquello
no iba a terminar jamás? ¿Pasaría toda la eternidad rodeada de aquella absurda
guerra que habían comenzado sus padres?
Escuchó el disparo, pero no comprendió de que
se trataba hasta que sintió el golpe, el dolor, el fuego que ya conocía pero
que, por ser mitad humana, no la consumía ni la debilitaba como a otros. Le
había dado en el hombro izquierdo.
Saliendo de su estupor, divisó al tirador y
dejó que su instinto animal se apoderara de ella. Antes de que pudiera disparar
nuevamente, lo había acorralado contra la pared. A su alrededor se llevaba a
cabo una batalla campal, pero toda su atención estaba puesta en el rostro
frente a ella, en los ojos rojos como sangre que la observaban como dos
carbones encendidos.
Entonces un nombre resonó en el fondo de su
mente y supo que ya había visto aquel rostro antes junto a aquel odio. ¡Pero no
podía ser! ¡Él debía estar muerto! ¡Lo había visto morir! ¿Cómo?
– George – siseó entre dientes.
Él sonrió ante la mención de su nombre,
dejando asomar unos filosos colmillos blancos.
Michelle retrocedió un paso, su mano derecha
aún firme en el cuello de su oponente.
– No puede ser… ¡Estás muerto! ¡Yo te vi!
– No – rugió el otro –. Vos me diste por
muerto. Me dejaste ahí como un animal. Nos traicionaste. ¡A todos! ¡Por tu
culpa me convertí en este monstruo! Los Rose, tú sangre, me hicieron prisionero. Me ahogaron en sangre hasta que
no pude vivir sin ella. Ahora soy uno de ellos…
Su voz era siseante, casi animal, y podía
sentirse el odio en ella como un veneno.
– Vos creaste las balas… – dijo ella casi
como una autómata.
– ¡Qué inteligente! – la voz de él rezumaba
sarcasmo – ¿Para qué pensabas que me querían de su lado?
– ¿Ellos saben como crear más? – Michelle
aumentó la presión sobre el cuello, acercándose nuevamente a él.
– No estaría vivo si lo supieran – respondió
él entre dientes –. Si no me necesitaran, ya no existiría.
La voz de James llamó la atención de
Michelle. Miró hacia atrás sin soltar a George: Los hermanos Blackeney se
habían encontrado y estaban trenzados en una batalla mortal. No podía seguir
perdiendo el tiempo allí.
– Deberías estar muerto – le dijo al hombre
que tenía acorralado con odio –. Si hubiera sido así, Cassandra seguiría con
vida… Y también mi bebé.
Aumentó la presión que ejercía sobre él. Sus
colmillos comenzaron a extenderse.
– Yo no te convertí en un monstruo, eso lo
hiciste vos solo. Fue tu elección seguir con vida. Pudiste morir como un
humando, pero elegiste la sangre. Vos mismo te convertiste en un monstruo… Y
llegó la hora de terminarlo.
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