La luz de la mañana lo despertó en cuanto
empezó a asomar por la ventana. Se habían olvidado de cerrar el postigo. Abajo,
Liz, Dylan y Sarah desayunaban en la cocina. Su primo sufría de un mal humor
matutino que suponían había heredado de la familia de su padre, porque Zach
siempre había sido igual. Ninguna de las dos mujeres de la casa, siempre
alegres y charlatanas, podían comprenderlo. Por lo tanto, ambas hablaban de
todo lo que debían hacer aquel día con entusiasmo mientras el chico se limitaba
a responderles con gruñidos y las odiaba internamente. Todas las mañanas eran
iguales. Liz se levantaba temprano solo para compartir el momento con su
familia, ya que durante el día tenían los horarios bastante cruzados. Hacía
varios meses que Zach estaba escusado de asistir al evento familiar, dado su
creciente malestar y el hecho obvio de que no necesitaba la comida como sí lo
hacían el resto. Últimamente, rara vez estaba despierto a esa hora y, de
estarlo, no estaba de humor para ver a nadie. Apenas toleraba monitorear los
movimientos de la casa desde su cama, intentando con poco éxito no escuchar lo
que sus primos o su tía estaban pensando.
Las cosas en la casa eran extrañas aún. Hacía
unos dos años que Vicky y Dylan le habían hecho comprender que Liz no lo veía
como él pensaba. Él mismo se había dado cuenta de que la chica no era para él
verdaderamente su prima como siempre se había hecho creer. Había tenido que
tomar una decisión, entre Vicky y Liz. Y él solo se había dado cuenta de que a
pesar de estar viendo a Liz de una forma en que nunca la había visto, ella no
era lo que quería ni lo que necesitaba. Y después había muerto. Y había vuelto
a la vida de la forma más inesperada. Desde entonces todo el mundo había dado
por sentado que él y Vicky estarían juntos. Incluso él lo había hecho. Jamás
había tenido una sola conversación con Liz al respecto. Tontamente, había
asumido que sus sentimientos hacia él habían muerto aquella noche, cuando él
dejó de ser humano. En el fondo, al parecer, ella misma lo había creído
también. Entonces había llegado la crisis que nadie esperaba y con ella la
realidad: Liz seguía sintiendo algo por él. Luego de contarle toda la verdad
sobre lo que había estado sucediendo recientemente entre él y Vicky, Zach había
visto en la atormentada mente de la chica como se debatía entre sus
sentimientos hacia él y hacia su mejor amiga. Él había tomado la decisión por
ella y le había roto el corazón, como debía haber hecho dos años atrás. Desde
entonces, Liz apenas lo miraba a la cara. Cada vez que entraba a la habitación
donde ella estaba sentía como el corazón de la chica daba un vuelco. Odiaba su
dolor, odiaba ser la causa de ese dolor; pero era lo mejor. A pesar de todo lo
que había pasado, sus sentimientos hacia Vicky no habían cambiado. No quería
darle a Liz ninguna falsa esperanza. Desde entonces, había vuelto a referirse a
ella como su prima. Sabía que la relación de parentesco no era real, pero era
lo mejor para marcar distancia, para dejar en claro sus intenciones. Al
parecer, de a poco, ella lo iba aceptando.
A su lado, Vicky se movió en sueños. Admiraba
que no se hubiera despertado aún con la luz del sol dándole casi en la cara.
Temiendo que sus pensamientos llegaran a su mente y la despertaran, hizo su
mayor esfuerzo por poner la mente en blanco. La chica había pasado la mayor
parte de la noche tranquila. Estaba agotada y se le notaba. Realmente
necesitaba dormir. La cama no era lo suficientemente grande como para dos
personas. Por suerte, ninguno de los dos tenía la costumbre de moverse mucho en
sueños, pero había pasado la mayor parte de la noche semidormido, siempre
consciente de la chica a su lado, su cuerpo rozando el de ella de forma
inevitable. El contraste del cabello negro con la piel pálida le daba un
aspecto irreal, casi como el de una muñeca de porcelana. Solo el latido de su
corazón, lento pero constante y el vaivén de su pecho bajo las sábanas al
respirar le decían que era real.
Tal era el cansancio de la muchacha que no
fue hasta unas dos horas mas tarde que Zach se encontró con un par de ojos
grises observándolo en silencio. Vicky posó una mano fría sobre su rostro, como
intentando constatar que era real, que no estaba soñando y esbozó una sonrisa.
– Hola – le susurró. Él le sonrió y le
devolvió el saludo, abrazándola. Ella se acurrucó junto a él, acomodándose en
cada hueco de su cuerpo como las piezas de un rompecabezas, enredándose en él
como si quisiera fundirse y volverse uno.
– ¿Descansaste? – le preguntó. Ella asintió
sin hablar. Él le sonrió y no dijo más nada, temiendo arruinar el momento. La
noche anterior volvió a su mente y pudo percibir que también a la de ella.
Llegado cierto punto, las palabras habían estado de más, así que ambos habían
optado por callar, por dejar que los besos y las caricias, la necesidad del
cuerpo, hablaran por sí mismas. Ahora tendrían que averiguar que había sido de
su ropa en aquel desorden.
Vicky dejó escapar una risita mientras el
pensamiento cruzaba su mente. Zach lo captó al instante.
– ¿Estás haciendo eso a propósito? – le
preguntó. Era la primera vez en la vida que sentía lo que pensaba otro vampiro.
– Mas o menos – respondió ella, mordiéndose
el labio –. No soy muy buena en aprender a controlar estas cosas, me temo.
– Lleva tiempo, pero es posible – dijo él,
sonriéndole para alentarla. Ella posó sus ojos sobre él.
– ¿Estás queriendo decir que vos podés
controlarlo? – preguntó sorprendida y esperanzada a la vez.
– No exactamente. Estoy queriendo decir que
estoy mejor de lo que estaba antes. Loo tenía razón con eso de que lleva un
tiempo, pero se puede. Estoy aprendiendo algunas cosas. Y estoy seguro de que
vos también, aunque no te hayas dado cuenta.
– Puede ser – respondió ella, sonriéndole
nuevamente. Ambos quedaron en silencio otra vez.
Un momento más tarde, Zach se irguió en la
cama, obligándola a apartarse. Sus miradas se encontraron de nuevo y luego él
miró a su alrededor como buscando algo.
– ¿Querés desayunar algo? – le preguntó él –
Ya sé que no lo necesitás, pero para no perder la costumbre.
Vicky dudó un momento.
– Liz está abajo – le dijo, tratando de
convencerla – y creo que no le vendría nada mal una charla con una amiga.
Vicky bajó la vista. El recuerdo de la última
vez que había visto a Liz la cruzó como una sombra, oscureciéndole el rostro.
– Ya sabe todo lo que está pasando – dijo él
–. Se lo conté todo, aunque me temo que ya se había dado cuenta de la mayor
parte solita.
– Yo no sé… – empezó Vicky. Zach la
interrumpió:
– Ya sé lo que pasó la última vez que se
vieron. Me lo contó y además lo vi como seiscientas veces ya. Está torturándose
con eso desde entonces. Se siente horrible al respecto. Creo que de verdad
deberías hablar con ella. A menos que estés enojada, claro.
Vicky levantó la vista y lo miró con
sorpresa.
– ¿Enojada? No veo por qué debería estarlo.
No puedo culparla por sentir cosas ni por pensar… Solo que no sé que decirle. Y
me siento mal cuando estoy con ella; me siento culpable.
Vicky volvió a bajar la vista, avergonzada.
Zach le tomó el mentón y le alzó el rostro de nuevo con suavidad.
– No te sientas culpable. Ella no te culpa
por nada. Y, en todo caso, soy yo el que le rompió el corazón, no vos. Liz y yo
ya hablamos sobre esto.
Vicky asintió, seria. Él le sonrió. Luego, se
puso de pie y empezó a revolver su armario en busca de algo para ponerse para
bajar.
Unos minutos más tarde estaban en la puerta
de la cocina. Liz estaba sentada frente a la mesa, rodeada de apuntes.
Últimamente no hacía más que estudiar. Ya se estaba volviendo insoportable.
– Buen día – le dijo él, observándola.
– Hola – dijo ella sin levantar la vista de
la hoja que estaba leyendo sin ningún interés aparente.
– Hay alguien que quiere saludarte – le dijo
con voz monótona mientras entraba en la habitación y se dirigía a la alacena
para buscar el frasco de café instantáneo. Liz levantó la vista de la mesa y lo
miró. Él le hizo un gesto, señalando a la puerta. Fue entonces cuando su prima
vio a Vicky, que esperaba tímidamente apoyada sobre el marco. Se veía muy
graciosa con el cabello revuelto atado en una cola y un buzo enorme que le
llegaba casi hasta las rodillas que ni él mismo recordaba tener.
Liz se levantó de la silla y se le acercó.
Vicky le sonrió sin decir nada, esperando a que la otra dijera algo. No lo
hizo. Simplemente se abalanzó sobre ella y la abrazó. Un rato más tarde aún
estaba llorando mientras le decía cuanto la había extrañado.