30 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 33: Zach.


La luz de la mañana lo despertó en cuanto empezó a asomar por la ventana. Se habían olvidado de cerrar el postigo. Abajo, Liz, Dylan y Sarah desayunaban en la cocina. Su primo sufría de un mal humor matutino que suponían había heredado de la familia de su padre, porque Zach siempre había sido igual. Ninguna de las dos mujeres de la casa, siempre alegres y charlatanas, podían comprenderlo. Por lo tanto, ambas hablaban de todo lo que debían hacer aquel día con entusiasmo mientras el chico se limitaba a responderles con gruñidos y las odiaba internamente. Todas las mañanas eran iguales. Liz se levantaba temprano solo para compartir el momento con su familia, ya que durante el día tenían los horarios bastante cruzados. Hacía varios meses que Zach estaba escusado de asistir al evento familiar, dado su creciente malestar y el hecho obvio de que no necesitaba la comida como sí lo hacían el resto. Últimamente, rara vez estaba despierto a esa hora y, de estarlo, no estaba de humor para ver a nadie. Apenas toleraba monitorear los movimientos de la casa desde su cama, intentando con poco éxito no escuchar lo que sus primos o su tía estaban pensando.
Las cosas en la casa eran extrañas aún. Hacía unos dos años que Vicky y Dylan le habían hecho comprender que Liz no lo veía como él pensaba. Él mismo se había dado cuenta de que la chica no era para él verdaderamente su prima como siempre se había hecho creer. Había tenido que tomar una decisión, entre Vicky y Liz. Y él solo se había dado cuenta de que a pesar de estar viendo a Liz de una forma en que nunca la había visto, ella no era lo que quería ni lo que necesitaba. Y después había muerto. Y había vuelto a la vida de la forma más inesperada. Desde entonces todo el mundo había dado por sentado que él y Vicky estarían juntos. Incluso él lo había hecho. Jamás había tenido una sola conversación con Liz al respecto. Tontamente, había asumido que sus sentimientos hacia él habían muerto aquella noche, cuando él dejó de ser humano. En el fondo, al parecer, ella misma lo había creído también. Entonces había llegado la crisis que nadie esperaba y con ella la realidad: Liz seguía sintiendo algo por él. Luego de contarle toda la verdad sobre lo que había estado sucediendo recientemente entre él y Vicky, Zach había visto en la atormentada mente de la chica como se debatía entre sus sentimientos hacia él y hacia su mejor amiga. Él había tomado la decisión por ella y le había roto el corazón, como debía haber hecho dos años atrás. Desde entonces, Liz apenas lo miraba a la cara. Cada vez que entraba a la habitación donde ella estaba sentía como el corazón de la chica daba un vuelco. Odiaba su dolor, odiaba ser la causa de ese dolor; pero era lo mejor. A pesar de todo lo que había pasado, sus sentimientos hacia Vicky no habían cambiado. No quería darle a Liz ninguna falsa esperanza. Desde entonces, había vuelto a referirse a ella como su prima. Sabía que la relación de parentesco no era real, pero era lo mejor para marcar distancia, para dejar en claro sus intenciones. Al parecer, de a poco, ella lo iba aceptando.
A su lado, Vicky se movió en sueños. Admiraba que no se hubiera despertado aún con la luz del sol dándole casi en la cara. Temiendo que sus pensamientos llegaran a su mente y la despertaran, hizo su mayor esfuerzo por poner la mente en blanco. La chica había pasado la mayor parte de la noche tranquila. Estaba agotada y se le notaba. Realmente necesitaba dormir. La cama no era lo suficientemente grande como para dos personas. Por suerte, ninguno de los dos tenía la costumbre de moverse mucho en sueños, pero había pasado la mayor parte de la noche semidormido, siempre consciente de la chica a su lado, su cuerpo rozando el de ella de forma inevitable. El contraste del cabello negro con la piel pálida le daba un aspecto irreal, casi como el de una muñeca de porcelana. Solo el latido de su corazón, lento pero constante y el vaivén de su pecho bajo las sábanas al respirar le decían que era real.
Tal era el cansancio de la muchacha que no fue hasta unas dos horas mas tarde que Zach se encontró con un par de ojos grises observándolo en silencio. Vicky posó una mano fría sobre su rostro, como intentando constatar que era real, que no estaba soñando y esbozó una sonrisa.
– Hola – le susurró. Él le sonrió y le devolvió el saludo, abrazándola. Ella se acurrucó junto a él, acomodándose en cada hueco de su cuerpo como las piezas de un rompecabezas, enredándose en él como si quisiera fundirse y volverse uno.
– ¿Descansaste? – le preguntó. Ella asintió sin hablar. Él le sonrió y no dijo más nada, temiendo arruinar el momento. La noche anterior volvió a su mente y pudo percibir que también a la de ella. Llegado cierto punto, las palabras habían estado de más, así que ambos habían optado por callar, por dejar que los besos y las caricias, la necesidad del cuerpo, hablaran por sí mismas. Ahora tendrían que averiguar que había sido de su ropa en aquel desorden.
Vicky dejó escapar una risita mientras el pensamiento cruzaba su mente. Zach lo captó al instante.
– ¿Estás haciendo eso a propósito? – le preguntó. Era la primera vez en la vida que sentía lo que pensaba otro vampiro.
– Mas o menos – respondió ella, mordiéndose el labio –. No soy muy buena en aprender a controlar estas cosas, me temo.
– Lleva tiempo, pero es posible – dijo él, sonriéndole para alentarla. Ella posó sus ojos sobre él.
– ¿Estás queriendo decir que vos podés controlarlo? – preguntó sorprendida y esperanzada a la vez.
– No exactamente. Estoy queriendo decir que estoy mejor de lo que estaba antes. Loo tenía razón con eso de que lleva un tiempo, pero se puede. Estoy aprendiendo algunas cosas. Y estoy seguro de que vos también, aunque no te hayas dado cuenta.
– Puede ser – respondió ella, sonriéndole nuevamente. Ambos quedaron en silencio otra vez.
Un momento más tarde, Zach se irguió en la cama, obligándola a apartarse. Sus miradas se encontraron de nuevo y luego él miró a su alrededor como buscando algo.
– ¿Querés desayunar algo? – le preguntó él – Ya sé que no lo necesitás, pero para no perder la costumbre.
Vicky dudó un momento.
– Liz está abajo – le dijo, tratando de convencerla – y creo que no le vendría nada mal una charla con una amiga.
Vicky bajó la vista. El recuerdo de la última vez que había visto a Liz la cruzó como una sombra, oscureciéndole el rostro.
– Ya sabe todo lo que está pasando – dijo él –. Se lo conté todo, aunque me temo que ya se había dado cuenta de la mayor parte solita.
– Yo no sé… – empezó Vicky. Zach la interrumpió:
– Ya sé lo que pasó la última vez que se vieron. Me lo contó y además lo vi como seiscientas veces ya. Está torturándose con eso desde entonces. Se siente horrible al respecto. Creo que de verdad deberías hablar con ella. A menos que estés enojada, claro.
Vicky levantó la vista y lo miró con sorpresa.
– ¿Enojada? No veo por qué debería estarlo. No puedo culparla por sentir cosas ni por pensar… Solo que no sé que decirle. Y me siento mal cuando estoy con ella; me siento culpable.
Vicky volvió a bajar la vista, avergonzada. Zach le tomó el mentón y le alzó el rostro de nuevo con suavidad.
– No te sientas culpable. Ella no te culpa por nada. Y, en todo caso, soy yo el que le rompió el corazón, no vos. Liz y yo ya hablamos sobre esto.
Vicky asintió, seria. Él le sonrió. Luego, se puso de pie y empezó a revolver su armario en busca de algo para ponerse para bajar.
Unos minutos más tarde estaban en la puerta de la cocina. Liz estaba sentada frente a la mesa, rodeada de apuntes. Últimamente no hacía más que estudiar. Ya se estaba volviendo insoportable.
– Buen día – le dijo él, observándola.
– Hola – dijo ella sin levantar la vista de la hoja que estaba leyendo sin ningún interés aparente.
– Hay alguien que quiere saludarte – le dijo con voz monótona mientras entraba en la habitación y se dirigía a la alacena para buscar el frasco de café instantáneo. Liz levantó la vista de la mesa y lo miró. Él le hizo un gesto, señalando a la puerta. Fue entonces cuando su prima vio a Vicky, que esperaba tímidamente apoyada sobre el marco. Se veía muy graciosa con el cabello revuelto atado en una cola y un buzo enorme que le llegaba casi hasta las rodillas que ni él mismo recordaba tener.
Liz se levantó de la silla y se le acercó. Vicky le sonrió sin decir nada, esperando a que la otra dijera algo. No lo hizo. Simplemente se abalanzó sobre ella y la abrazó. Un rato más tarde aún estaba llorando mientras le decía cuanto la había extrañado.


27 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 32: Vicky.



Hacía rato que había caído la noche, cosa que pasaba relativamente temprano en aquella época del año. Ya tenía la ropa húmeda por el rocío. Aún así, no se había movido de allí en horas. Luego de vagar sin rumbo, sus pies la habían llevado, como muchas otras veces, hasta la casa de Zach. Había visto a Liz y Dylan a través de la ventana. Los hermanos hablaban en la cocina. La mesa estaba tapizada de papeles: apuntes. Era época de exámenes. Si no hubiera sido por todo lo que estaba pasando, ella también hubiera estado estudiando. Probablemente, estarían las dos juntas en aquella cocina o en la de su casa. Pero hacía rato que ella y Liz no hablaban. No había vuelto a clases desde aquel día en que había presentido aquel pensamiento. No sabía como mirarla a los ojos luego de aquello.
Una parte suya quería hablar con Zach, verlo. Otra temía que aquel odio siguiera en él, en sus palabras. No creía poder tolerarlo. Casi sin pensarlo, había trepado al techo, tal como lo había hecho una vez hacia un tiempo, para evitar que escapara de su casa y pusiera su vida en peligro. Pero no había entrado. Simplemente se había sentado a un costado, donde nadie pudiera verla desde adentro ni desde la vereda, y se había quedado allí, con la mente lo más en blanco que había sido capaz, intentando aislarse del mundo.
No se había dado cuenta de que había alguien en la habitación. Ni siquiera se había dado cuenta de que la luz estaba prendida, hasta que lo escuchó hablarle. Zach estaba en la ventana, la vista al frente. Evidentemente la había abierto para cerrar el postigo y la había visto allí sentada. O quizá solo la había percibido.
– ¿Pensás quedarte ahí toda la noche o vas a entrar? – le preguntó con voz monótona – Estuviste ahí toda la tarde.
Luego de decir eso, el muchacho volvió para adentro. La ventana quedó abierta de par en par, esperándola. Vicky dudó un momento, incapaz de decidir que hacer. Tomó aire y se puso de pie, algo asustada. Después entró, cerrando la ventana a su espalda para que no entrara el frío del exterior. Cuando dio media vuelta, se encontró con los ojos verdosos de Zach que la miraban fijamente. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. De pronto tuvo terror de lo que fuera a decirle el muchacho.
– ¿Cómo estas? – le preguntó con un hilo de voz.
El levantó los hombros como diciendo: yo que sé.
– He estado peor – le contestó con un dejo de ironía en la voz. Estaba tenso y se le notaba a la legua.
Ella esbozó una sonrisa que se desvaneció de sus labios antes de  terminar de formarse. Sin darse cuenta de cuando había empezado, descubrió que estaba llorando. El cuerpo empezó a temblarle y sintió que se caía, que las piernas no la sostenían. Zach se acercó a ella, visiblemente preocupado, y la atajó de camino al suelo. Los dos quedaron de rodillas en el piso, sus rostros frente a frente, y él la sostenía contra su cuerpo, intentando contenerla mientras la llamaba una y otra vez por su nombre.
– Vicky, tranquila. ¿Qué pasa? – le decía, acariciándola y buscando sus ojos con la mirada. Podía sentirlo en su mente, también, aterrado, preguntándole que le pasaba, intentando calmarla. Pero por más que lo intentaba, no lograba que de sus labios escaparan más que balbuceos.
– Tranquila – volvió a decirle el muchacho con dulzura, rodeándola con sus brazos y dejándola descansar sobre su pecho como si no fuera más que una niña pequeña. Su corazón latía con el ritmo propio de un vampiro, lento pero constante. Concentrada solo en aquel sonido que retumbaba en sus oídos, de a poco, logró serenarse, retomar el control. Él no dejaba de acariciarla, de susurrarle al oído que se tranquilizara, que estaba a su lado. Tomando aire como si este pudiera darle fuerza, Vicky logró erguirse, aunque prefirió no ponerse de pie por miedo a que aquel temblor incontrolable la invadiera de nuevo y volviera a caer. Sus ojos buscaron los de Zach un momento, pero descubrió que no podía sostenerle la mirada mientras hablaba, mientras le contaba lo que había sucedido aquella mañana con sus tíos y su madre, sobre lo que había pasado la noche anterior con Nicanor. Estaba demasiado avergonzada y tenía demasiado miedo de que su rostro le devolviera el terror que había sentido en su madre o el rechazo que había sentido en muchos de los otros vampiros del clan.
Zach le rodeó el rostro con las manos y la obligó a mirarlo a la cara. En sus ojos no había más que dolor y angustia. Muy pocas veces lo había visto así. Su voz se ahogó en su garganta al tratar de hablarle. Sin soltarla, el muchacho tomó aire y lucho consigo mismo para poder hablar, para lograr que las palabras salieran a la luz:
– Va a estar todo bien. De alguna forma vamos a encontrar como superar todo esto.
A pesar de su angustia, Vicky no logró disimular la sorpresa en su mirada. Si bien en el fondo de su alma deseaba escuchar aquello, no era lo que esperaba. Probablemente estuviera proyectando lo que sentía, porque Zach pareció percibir su confusión.
El muchacho bajó la mirada un momento, avergonzado. Luego volvió a alzarla, buscando sus ojos y las palabras correctas:
– No debería haberte dicho nada de todo eso. No era mi intención. Quería que habláramos, que estuviéramos bien. Pero todo este tiempo tuve miedo de que, cuando estuviéramos de nuevo cara a cara, me saliera toda esta furia de adentro de nuevo. Yo… no sé de donde sale todo esto. Pero no sos vos, no es tu culpa que esté pasando esto y yo no debería haberte dicho nada de todo eso.
Vicky ahogó un sollozo antes de contestar.
– Pero… pero sí es mi culpa. Yo te hice esto. Yo te convertí en esto, sabiendo que lo odiabas.
– Vicky, no – exclamó Zach, tomándole nuevamente el rostro entre las manos y obligándola a mirarlo –. No digas eso porque no es así. Si no fuera por vos estaría muerto.
– Pero fue mi ex novio el que te mató, en primer lugar, si no te acordás – dijo ella con amargura.
Zach reprimió una risita. Por primera vez parecía él mismo nuevamente.
– Eso es culpa mía por meterme con la ex de un vampiro. ¿No te parece? Yo creo que me lo busqué. Y, además, voy a recordarte yo a vos que yo accedí a que hicieras esto.
– Pero dijiste que no querías ser un monstruo y eso es exactamente en lo que nos convertí a los dos.
– Pero más que nada lo que no quería era morir – le retrucó él, obligándola aún a mirarlo –. Sé que esto no está siendo fácil para ninguno de los dos, pero no creo que sea el momento para darnos por vencidos.
Vicky comenzó a llorar nuevamente, escondiendo el rostro entre sus brazos, acurrucándose nuevamente sobre su pecho como una niña.
– Yo nunca quise que las cosas fueran así – susurró en un hilo de voz.
– Ya lo sé – le dijo él –. Pero así es como son y tenemos que aprender a lidiar con esto. Y tenemos que reconciliarnos con lo que somos. Ya lo hiciste una vez, vos misma me lo mostraste aquella noche. Juntos podemos lograrlo otra vez. Los dos.
Vicky recordó casi inmediatamente aquella noche. No había podido evitarlo. Las imágenes habían sido incontrolables: estaba demasiado cansada y asustada como para detenerlas. Zach había visto tantas cosas, pero principalmente había podido percibir su desolación, su miedo y su odio hacia sí misma, hacia lo que era y siempre había sido. Él había visto cuando le había costado reconciliarse con lo que había sido siempre y no podía evitar. Tal vez tuviera razón: tal vez podían superarlo, volver a reconciliarse con su nueva realidad. Volver a estar bien.
Zach le sonrió. Sin lugar a dudas estaba percibiendo todo lo que ella estaba pensando. A ella jamás le había pasado de percibir lo que pensaba un vampiro, pero ella misma debía estar proyectándolo. Estaba cansada. Llevaba mucho tiempo sin dormir y la tristeza y el miedo estaban consumiéndola.
– Va a estar todo bien – le dijo Zach, llevando su rostro hacia el de él y besándola con dulzura. Dos palabras resonaron en su mente un momento, sorprendiéndola. Cuando se separaron y sus miradas se encontraron, sus ojos buscaron en él una respuesta. ¿Había sido real? Su respiración se había acelerado. Él le sonrió.
– ¿Qué? – preguntó ella en un susurro.
– Que te amo – dijo él en voz alta, volviendo a besarla.

23 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 31: Michelle.




Tom se anunció en casa de Seth y un hombre los hizo pasar a esperar en una habitación oscura amoblada con una pequeña biblioteca y algunos sillones. Su acompañante se sentó en el que estaba más cerca de la puerta, desde el cual podía ver cuando alguien entrara en la habitación. Michelle estaba demasiado inquieta como para imitarlo. Se contentó con caminar a un lado y al otro de la habitación como un tigre enjaulado, incapaz de quitar la vista de sus manos que jugueteaban nuevamente con el anillo de su padre. Hacía cinco años desde la última vez que lo había visto y había estado tan devastada para ese entonces que no había tolerado siquiera la idea de que él la tocara; pero… ¿Qué le hacía pensar que estaba preparada ahora? ¿Qué pasaría cuando lo viera? ¿Y qué diría él?
La puerta se abrió de par en par. Tom se puso de pie  y Seth se acercó a él para saludarlo. Fue entonces cuando la vio: ella se había quedado petrificada, observándolo. Por un momento, incluso, dejó de respirar.
– Michelle – balbuceó él sin moverse.
– Seth – respondió ella, respirando nuevamente e incapaz de hacer o decir nada más. Por un instante la invadió la sensación de que iba a largarse a llorar. El dolor seguía presente en sus ojos como la última vez.
– Seth, venimos por un asunto importante – cortó el silencio Tom un momento más tarde, al ver que ninguno de los dos era capaz de reaccionar. Ambos dirigieron la mirada al hombre. Michelle asintió y él pareció reaccionar nuevamente. Los tres se sentaron en los sillones, quedando uno frente al otro y a una distancia prudencial. Viendo que la muchacha seguía paralizada, Tom empezó a hablar nuevamente, explicando lo que ella le había contado un rato antes en su casa.
Los ojos de Seth se agrandaron de sorpresa y de dolor: nuevamente James aparecía en su vida como el enemigo.
– Es probable que James tenga seguidores entre tu gente – le dijo Michelle luego de un momento sin mirarlo a la cara por miedo a que se le quebrara la voz –. Alguien de confianza, tal vez. No sé muy bien cual es su plan, pero sí cual es el resultado que busca.
– Ya lo sé: él me quiere muerto – la interrumpió él, mirándola por primera vez desde que Tom había empezado a hablar –. Y no puedo culparlo. No hice nada para evitar su condena, a pesar de que es mi hermano.
– En tú lugar, yo nunca le hubiera perdonado lo que hizo – dijo Tom.
– Nunca dije que lo hubiera hecho – lo interrumpió el otro con voz distante. Michelle levantó la vista y se encontró con sus ojos que aún no se habían apartado de ella. El recuerdo de lo que había pasado cinco años atrás hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
Tom se puso de pie.
– Creo que ustedes dos deberían hablar solos. Saben donde encontrarme – les dijo a modo de despedida. Antes de salir se giró hacia ella –. Si necesitás donde quedarte, sabés que mi casa está disponible, como siempre.
Luego de decir eso, salió de la habitación cerrando la puerta a su espalda. Seth se levantó de su lugar y se acercó lentamente a ella, sentándose a su lado. Michelle se puso tensa, intentando por todos los medios contener las lágrimas que inundaban sus ojos. Él permaneció allí inmóvil por un momento, solamente observándola como si temiera que no fuera real. Un rato más tarde se animó a extender su mano hacia ella y acariciarle el rostro apenas rozándola con la yema de los dedos, como ya había hecho cientos de veces antes. Ella cerró los ojos, dejando que todas las ocasiones anteriores volvieran a su mete en un instante y saboreando el contacto. Las lágrimas por fin la vencieron y rodaron por sus mejillas.
– Me pregunto si alguna vez… – empezó él, interrumpiéndose casi al instante, temeroso de completar la frase.
Ella le devolvió una sonrisa triste.
– Con el tiempo, quizás – le dijo ella con la voz quebrada –. Pero todavía no. El dolor todavía es muy fuerte.
– Ya deberías saber que tiempo es lo que nos sobra – le dijo él, acariciándola nuevamente. Luego, apartó la mano de su rostro y lo llevó hacia sus manos, al anillo que aún seguía entre ellas. Lo observó un momento con detenimiento, como memorizando su aspecto y se lo devolvió. Un momento más tarde estaba de pie, caminando hacia la puerta.
– Sabés que siempre voy a estar acá, esperándote – le dijo antes de abrirla y disponerse a salir.
– Esa es la intención: que sigas acá – dijo ella encontrando su voz nuevamente –. No pienso dejar que James vuelva a lastimarnos.
Una vez terminó de decir eso, se puso de pie también y caminó hacia la puerta, escabulléndose antes de que él pudiera responder nada. Solo esperaba tener tiempo realmente.

20 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 30: Cassandra.


Si bien la visita de Miriam y Damián era inesperada y los ojos de se esposo expresaban curiosidad, Cassandra había sido muy persuasiva en el momento de decidir como proceder. Tom y Michelle se habían ido directo a ver a Seth. Aquella situación era urgente. Nada que su hermano o su cuñada pudieran decirle podía ser tan importante como advertirle a un aliado del inminente peligro en que estaba su vida. Además, ella siempre había logrado conservar más la cordura frente a las actitudes de su familia que él. Las características de diplomático desaparecían de él en el preciso instante en que Damián aparecía frente a sus ojos y abría la boca.
Ahora que Tom se había ido, sin embargo, la casa seguía en silencio. El matrimonio había entrado al living, seguidos de cerca por un temeroso muchacho en el que Cassandra reconoció, con sorpresa, a Nicanor, su sobrino y una niña de no más de doce años que asumió sería Romina, la hermana del muchacho. Hacía años que no veía a su hermano, desde que la madre de ambos había fallecido, y apenas había visto a la niña cuando era un bebé. No tenía la menor idea de qué podían estar haciendo allí, pero la actitud de Vicky, que no se había movido de su lugar ni había levantado la vista de la mesa, le daba una idea de que no era algo bueno.
– Bueno, supongo que no vinieron a que nos miráramos la cara – los increpó, comenzando a molestarse con el silencio –, así que los escucho. ¿Qué los trae por acá?
Damián, su hermano, meditó un momento antes de hablar, evidentemente buscando las palabras correctas. Como era costumbre, Miriam, su mujer, lo interrumpió antes de que pudiera emitir un sonido y empezó a hablar sola, indignada, explicando que Vicky había atacado a su hijo. Mientras decía esto, tomó al muchacho del brazo y lo acercó hacia ella, para que pudiera verlo. El chico casi pegó un salto del susto, y se mantuvo a una distancia prudencial, los ojos fijos en su prima como si esta fuera a saltarle encima en cualquier momento, a pesar de que esta seguía inmóvil en su lugar, a metros de distancia.
El cuello del muchacho era una procesión de marcas violetas, una junto a la otra, en ocasiones superpuestas. Podía distinguir claramente la forma de una mano rodeándole el cuello y, sobre ella, la marca inconfundible de una mordida. Las ojeras que se formaban debajo de sus ojos y su palidez extrema dejaban en claro que no solo apenas había dormido sino que además había perdido mucha sangre. Vicky no solo lo había atacado: había estado a punto de matarlo.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Debió hacer un esfuerzo para mantenerse tranquila. Sabía que su hija estaba pasando por un mal momento. Sabía que todo se le había vuelto más difícil en el último tiempo. Pero jamás había imaginado que pudiera llegar a aquello. De pronto tuvo miedo.
Una sensación espantosa la invadió de golpe, como una oleada de dolor. Por un momento pensó que no podría mantenerse en pie, que aquello la haría doblarse en el suelo. Luego descubrió que no se trataba de dolor físico y que el sentimiento ni siquiera le pertenecía. La puerta se abrió y cerró a su espalda y la sensación fue desapareciendo de a poco. Fue ahí cuando comprendió lo que había sucedido. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y fue incapaz de detenerlas. Por primera vez en mucho tiempo, estaba llorando. En ocasiones se olvidaba de que Vicky podía percibir lo que pensaba. Aquel dolor, aquella sensación había sido ella, probablemente incapaz de detenerla, inconsciente de que la estaba proyectando, del mismo modo que ella no se había percatado de estar proyectándole su miedo.
Deseó poder ir tras ella, hablarle, consolarla. La sola idea de que su hija estuviera sufriendo de ese modo y por su culpa le resultaba insoportable. Pero era incapaz de moverse, incapaz de ir tras ella. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía hacer para ayudarla? No tenía la menor idea.

16 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 29: Vicky.


– Hay una explicación para eso – dijo Tom, intentando recobrar la compostura. Ni bien Michelle había mencionado a James, el hombre había dejado escapar un improperio atrás de otro. Todas lo habían mirado con sorpresa. Rara vez reaccionaba de ese modo.
– La espero ansiosamente – respondió Michelle, evidentemente molesta.
Vicky no necesitaba oír esa historia, aunque no se suponía que debiera saberla tampoco. Pero había cosas que era imposible ocultarle desde hacía mucho tiempo y muy poco tenía que ver su recientemente adquirida habilidad con ello.
Poco después de que Michelle se fuera, cuando la relación entre William y Tom había vuelto a ser la de toda la vida, su padre había desaparecido. No habían sido más que unos meses, pero había sido tiempo suficiente para dejar al clan en estado de caos. Era la primera vez que Will se hacía cargo del clan y su falta de experiencia era notoria. No era la primera vez que Tom desaparecía por un corto período de tiempo. Hacía rato que Vicky y Cassandra habían asumido que sería así toda la vida; o, al menos, mientras esta última siguiera siendo mortal. Todos sabían lo difícil que era para un inmortal ver a la persona que amaba envejecer lentamente para algún día morir y no poder hacer nada al respecto, principalmente porque así lo había decidido ella.
No había pasado demasiado de eso cuando, de algún modo que nunca había terminado de quedar demasiado claro, James, quien esperaba que se cumpliera su condena, había escapado. Lo que sí era claro es que había tenido ayuda, probablemente de algún amigo o seguidor fiel: alguien que consideraba que no debía morir. Por mucho que había intentado, William había sido incapaz de encontrarlo. Para cuando Tom había regresado, no había nada que hacer. James había desaparecido completamente.
La noticia de que se había aliado con sus enemigos de toda la vida no le resultó una sorpresa a Vicky y, al parecer, tampoco a su madre. Para Tom, sin embargo, había sido claramente un golpe que no esperaba. Tal vez porque Sybilla había intentado avisarle y él no la había escuchado. No sabía muy bien de que había hablado la mujer con su padre, pero cada vez era más claro que no había estado tan errada en lo que fuera que había dicho.
– Es decir que James sigue vivo por tu irresponsabilidad – concluyó Michelle con dureza.
– Sí – reconoció él, bajando la mirada como avergonzado. Por primera vez desde que se conocían, Tom parecía mucho menor que ella, casi como un niño.
Luego de eso se hizo un prolongado e incómodo silencio. Inconscientemente, Michelle comenzó a juguetear con una cadena que le colgaba del cuello y permanecía oculta debajo de su ropa. Notándolo, Vicky no pudo evitar fijarse en el detalle. De la cadena colgaba un anillo de aspecto antiguo, evidentemente hecho de oro. El diseño era tosco y demasiado grande para una mujer. Tenía una enorme piedra roja como la sangre con un diseño que no llegaba a distinguir entre los dedos de la mujer y, según como le daba la luz, también podía distinguir algunos destellos de verde.
– ¿Eso es lo que yo pienso que es? – preguntó el hombre un momento más tarde, notando también el objeto.
Michelle miró el anillo un momento. Luego, se quitó la cadena del cuello y lo sostuvo en la mano, libre. Después se lo alcanzó a Tom, que lo miró con asombro.
– Es el anillo de los Rose – dijo él casi sin aliento mientras lo sostenía en la mano, anonadado –. Solo el legítimo líder del clan Rose puede llevarlo.
– Ya lo sé – respondió Michelle. La tensión fue desapareciendo de a poco –. Harry me lo dio. Al principio se negó a creerme. Luego vio que yo tenía razón, que estaba en peligro, que Miles quería desplazarlo. Pero fue tan ingenuo que pensó que si no tenía el anillo, que si me lo legaba a mí, su hijo le perdonaría la vida, ya que el dejaría de ser un obstáculo en su camino al poder. Pero estaba equivocado. El chico no tenía ningún interés en perdonarle nada. Dejó que lo asesinaran sin piedad y ahora está buscándome, buscando el anillo, porque sin él muchos de sus hombres se niegan a seguirlo.
– ¿Y por eso viniste? ¿Pretendés que te protejamos, que te ocultemos? ¡Eso traería la guerra a nuestro territorio! ¡No puedo permitir algo así! – exclamó Tom con indignación.
– No – lo interrumpió ella, seria –, esa no es la razón por la que vine. Después de que mataran a Harry, escuché algo acerca de los planes de Miles y James. La guerra va a llegar al nuevo mundo te guste o no: ellos van a traerla. James planea usar a los hombres del clan Rose para asesinar a Seth. Todo esto no es más que una venganza para él. Y estoy segura de que una vez que se haya encargado de su hermano y de conseguir el liderazgo del clan, Jimmy va a venir por ustedes. Ya todos lo conocemos lo suficiente como para saber que él es así, que es capaz de hacer lo que te estoy diciendo y más. Vine porque hay que detenerlo y no conozco a nadie más que pueda ayudarme a hacerlo. Y… – Michelle bajó la mirada, avergonzada. Respiró profundo antes de terminar la frase – además, la sola idea de tener que ir a decirle todo esto a Seth, de tener que verlo y hablarle, me da escalofríos. 
Tom le devolvió el anillo mientras meditaba acerca de lo que la chica le había dicho. Ella lo tomó y se lo colgó nuevamente del cuello, escondiéndolo bajo sus prendas.
– Entonces va a ser mejor que vayamos ya mismo a hablar con él. Yo puedo decirle todo esto, pero necesito que estés ahí para confirmarlo. Y además tal vez ya sea hora de que ustedes dos tengan una conversación – dijo, poniéndose de pie. Michelle le sonrió, agradecida, siguiéndolo hacia la puerta.
– ¿Vienen? – les preguntó Tom a las otras dos mujeres. Cassandra estaba llevando los restos del desayuno a la cocina. Vicky permanecía en su lugar, seria. Algo más había llamado su atención: hacía varios minutos que un grupo de personas se debatía en la puerta de su casa, decidiendo si llamar o no. Sus mentes no eran claras como el agua, pero su indecisión y su miedo eran demasiado notorios y superficiales como para escapársele. Ya no le quedaba ninguna duda acerca de su identidad.
– Me temo que mamá y yo tenemos que atender algunas visitas – dijo sin levantar la vista de la mesa. Todos la miraron, interrogantes. Mientras Tom abría la puerta, más por reflejo que por conciencia, dos figuras se acercaron, dispuestas, por fin, a llamar. Sus miradas se encontraron con sorpresa, aunque no con agrado. Las miradas de Cassandra y Vicky también se encontraron entonces, mientras la chica hablaba nuevamente:
– En la puerta están tu cuñada y tu hermano – le dijo con voz monótona.

13 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 28: Michelle.


De vuelta al tiempo actual

– Bueno, esto explica lo de las visitas inesperadas – respondió Michelle en tono de broma luego de procesar todo lo que Vicky acababa de contarle. Los hechos de dos años atrás la habían sorprendido: la lucha, la transformación de Zach para evitar su muerte y las consecuencias en la chica. Pero más aún la habían sorprendido los cambios que dicha transformación estaba produciendo ahora, tanto tiempo después. Nadie esperaba ninguna sorpresa pasado el primer año. Aquello era poco usual. Pero después de todo Vicky siempre había sido algo fuera de lo común. Al igual que ella misma.
– Me sorprende que no hayas preguntado como es que recuerdo todo – le dijo después de un rato.
Vicky le sonrió.
– Solo asumí que tal vez mi suposición había sido correcta – respondió.
La risa de Michelle se vio interrumpida por el ruido de pasos en las escaleras. Con sorpresa, dirigió la mirada hacia la ventana: desde afuera, la luz del sol entraba a raudales, indicando que la mañana ya estaba bastante avanzada. Tom y Cassandra no tardaron en aparecer por la puerta de la cocina, atraídos por la voz que conversaba con su hija. Ella exclamó su nombre con sorpresa, acercándosele y abrazándola tal como lo había hecho Vicky, evidentemente feliz de verla. Tom se mantuvo distante y serio. Como buen diplomático, sabía que su presencia no era una simple visita.
– Les prepararía café – dijo Vicky, captando la atención por un momento – pero no alcanza para cuatro. Apenas hay para uno – mientras decía esto, les mostró el frasco de vidrio casi vacío.
– Como si eso fuera café de verdad – masculló Tom.
– Por algún lado hay café en saquitos – dijo Cassandra mientras rebuscaba en una alacena.
– Eso es menos café que el instantáneo – se quejó su marido, agarrándose la cabeza con exagerada desesperación.
– Hay té – dijo Vicky, después de un momento –. Y es de verdad. Compramos té en hebras la semana pasada.
– Bueno, Michelle y yo vamos a tomar té. Discutí con tu madre quien se toma la última taza de café – instruyó Tom con autoridad –. Dudo mucho que Michelle haya venido a discutir cuestiones domésticas. ¿O me equivoco?
– Para nada – respondió ella.

– ¿Qué noticias tenés del viejo mundo? – preguntó Michelle una vez que todos estuvieron sentados en la mesa del comedor con una taza en la mano y algunas galletitas. Los vampiros no necesitaban la comida, pero por algún motivo se negaban a abandonar la costumbre de consumirla, de compartirla con otros. Para Vicky, era conservar parte de su humanidad perdida. Para Tom, la oportunidad de compartir algo con su familia. Solo para Cassandra y Michelle era una necesidad real. Aún así, ninguno se había dispuesto a hablar realmente hasta que el desayuno no había sido servido completamente.
– Algunas… No muchas – respondió Tom, inseguro e incómodo –. Solo rumores traídos por gente de poca confianza.
– Y por gente de poca confianza te referís a Sybilla. ¿Verdad?
Tom asintió en silencio, tomando un sorbo de su taza.
– ¿Y por casualidad entre los rumores que trajo tu hermana había algo sobre mi familia? – preguntó Michelle con aire enigmático. Tom no pudo evitar su sorpresa ante la expresión. La muchacha jamás se había referido a los Rose como su familia, hasta ahora.
– Más o menos. Dijo que… que había algunos conflictos internos. Pero todos eran rumores.
– Entonces tal vez te interese saber que mi hermano está muerto – largó la chica con total naturalidad. Tom casi se atraganta al escucharla.
– ¿Có… cómo? ¿Cuándo?
– Me reuní con él hace poco más de una semana. Dos días más tarde, estaba muerto.
– No habrás tenido algo que ver en eso. ¿Verdad? – preguntó el hombre con aparente miedo a oír la respuesta.
– Yo no lo maté, si eso es lo que estás preguntando. Intenté advertirle. Pero debo admitir que mi hermano tenía muy poca visión.
Se hizo una pausa. Todos la miraban, expectantes.
– Llevaba bastante tiempo observándolos y no me costó demasiado darme cuenta de que Miles, el hijo de mi hermano Harry, estaba planeando algo. El chico tiene casi quinientos años, y su padre no parecía tener intenciones de compartir el poder. Nada demasiado diferente a como se manejaba Arthur, salvo por una leve diferencia: cuando yo lo asesiné, Harry tenía quince años. Nunca tuvo que esperar, nunca tuvo que desear el poder. Le cayó en las manos siendo un niño. Miles solo necesitaba una lengua afilada que le envenenara la mente para levantarse en su contra.
– ¿Estás diciéndome que Miles Rose asesinó a su propio padre para obtener el poder?
– Básicamente. Aunque no fue el quien jaló del gatillo, por decirlo de algún modo.
– No entiendo que tiene que ver esto con nosotros – murmuró Vicky por lo bajo de forma casi inconsciente.
Michelle la miró con una sonrisa amarga. Luego clavó los ojos en Tom, indignada y furiosa.
– Quien asesinó a Harry Rose, quien es realmente la mente detrás de todo esto, es nada más y nada menos que James Blackeney.

9 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 27: Vicky.


No estaba muy segura de cómo es que había soltado a su primo. Solo recordaba con claridad haber perdido el control y luego recobrar la calma, saciada con la sangre dulce del cazador. Al recobrar la conciencia, Loo y Milena estaban a su lado, y el muchacho estaba en el suelo hecho un ovillo. Sabía que estaba vivo: podía percibir sus pensamientos confusos y desordenados, el latido de su corazón acelerado por el miedo y su respiración agitada. Sentía el aroma de su transpiración y de sus lágrimas y podía percibir en él el terror a la muerte y a lo desconocido.
Al ver que la muchacha había vuelto en sí, Milena había empezado a dar instrucciones. Dos vampiros levantaron a Nicanor del suelo y se lo llevaron en silencio. Luego la chica volvió al interior sin dirigirle siquiera una mirada. Había sido solo un instante, pero Vicky había podido ver el miedo presente en sus ojos y sabía que la mayor parte de quienes habían presenciado la escena sentían lo mismo. No fue hasta que todos hubieron desaparecido que Louisa habló:
– ¿Estás bien? – le preguntó. Curiosamente, ni sus ojos ni su voz expresaban miedo.
– No lo sé – respondió Vicky, luego de meditarlo un momento –. Ni siquiera estoy muy segura de que fue lo que pasó. Fue como si… como si alguien más hubiera estado controlando mi cuerpo. Sentí que yo era un simple testigo, que veía lo que pasaba desde adentro, pero no tomaba ninguna decisión. Nunca en mi vida me había pasado algo así.
Loo sonrió.
– Yo sé lo que viste en su mente – le dijo, después –. En cuanto lo vi entrar supe que era para problemas. Pero nunca pensé que pudiera ser tan… Que pudiera tener tanto odio y tanto rencor adentro. Hay cazadores que nos tienen desconfianza, pero esto… esto es un odio visceral, enfermo. Y está tan descontrolado que no puede evitar proyectarlo como un misil. Cualquier mente capaz de percibir un pensamiento puede sentirlo. Y sin importar cuanto lo intentes, es casi imposible desviarlo.
– ¿Pero qué fue lo que me pasó? Yo… perdí el control.
Louisa asintió con un dejo de sonrisa en el rostro, una muestra de empatía.
– Lo que Zach y vos están pasando es muy parecido a lo que pasamos los hijos de la noche al transformarnos. El proceso lleva un tiempo, aunque no tanto. Y, por algún motivo, algunos de los síntomas parecen magnificarse en ustedes. Es necesario que aprendan a controlarlo, o sus instintos van a terminar controlándolos a ustedes y esto es solo una muestra de lo que podría llegar a pasar.
– ¿Zach? ¿A él le pasó esto también?
Vicky tuvo que hacer un gran esfuerzo para que pronunciar su nombre no le diera una puntada de dolor, pero necesitaba saber.
– No exactamente así – respondió la mujer con un dejo de una sonrisa –. Lo que él me contó no fue tan terrible. Pero vos deberías saberlo: estaban juntos cuando pasó.
Por un momento pensó que no podría contener las ganas de largarse a llorar. Lousia posó su mano sobre su hombro intentando confortarla.
– Va a ser mejor que vayas para tu casa. Tratá de descansar, de despejarte. Hacé lo que te enseñé. Cuando te sientas mejor, llamame.
Vicky asintió en silencio. Loo la miró fijamente un momento y luego se dirigió a la puerta, nuevamente al interior.
– Si en unos días no sé nada de vos, sabés que voy a pasar a buscarte – le dijo antes de entrar con total seriedad. Vicky volvió a asentir, aunque sabía que no la veía. Luego, lentamente, fue caminando hacia su casa. Una vez que entró en su habitación, descubrió que estaba demasiado inquieta como para dormir así que, haciendo uso de todo el autocontrol del que fue capaz, se dispuso a practicar los ejercicios de meditación que Louisa le había enseñado. No llevaba demasiado en ello cuando sintió que alguien llamaba a la puerta. Al bajar y abrirla, curiosa por saber quien era ya que no podía percibir nada en la mente del visitante, se encontró cara a cara con la persona que menos esperaba encontrarse, pero a la que más deseaba ver (después de Zach): Michelle.

6 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 26: Vicky.




Lo último que quería era estar allí, rodeada de gente, de pensamientos ajenos, aturdida por las voces y el ensordecedor retumbe de la música. Si el temblor de sus manos no se hubiera vuelto tan incontrolable, se hubiera quedado en su casa. Milena la había recibido con un gesto alarmado. Aquella expresión se había vuelto demasiado normal en su rostro frente a ella y sabía a la perfección por qué era: su prima temía el regreso de la vieja Vicky. Lamentablemente, no había mucho que pudiera hacer para cambiarlo. Nuevamente se sentía sola, sin nadie a quien recurrir realmente. Milena y ella cada día tenían menos cosas en común. En toda su vida, solo dos personas la habían hecho sentir mejor, sentir que no estaba sola, que no era la única… Una de esas personas la odiaba con todo sus ser y no podía culparle por ello. Había sido muy egoísta al transformar a Zach. Él no había tenido opción, no realmente y si bien había accedido, ninguna decisión tomada en el lecho de muerte es realmente válida, menos una como esa. Él siempre había odiado a los vampiros, había detestado la idea de ser uno. Era comprensible que se aborreciera a sí mismo. Era comprensible que la aborreciera a ella por convertirlo en su igual, en un monstruo.
El recuerdo de la otra persona la llenó de nostalgia un momento. ¿Qué sería de Michelle después de todos esos años? Ni siquiera tenía garantía de que la muchacha la recordara. Lo más probable era que su amnesia la hubiera dejado perdida nuevamente en algún lugar del mundo, sola. Como ella. En aquel momento, la idea de poder olvidar absolutamente toda su vida le parecía demasiado tentadora. Quizás… quizás era hora de dejar que la vieja Vicky regresara. Quizás era hora de averiguar definitivamente cuanto tiempo podía durar sin sangre luego de su transformación. Los plazos habían cambiado, aunque no mucho. ¿Cuánto tiempo le tomaría consumirse hasta que su mente perdiera noción del mundo y de su existencia? ¿Cuánto hasta no poder volver a levantarse? ¿Cuánto hasta morir?
Sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor, casi como una autómata, se encaminó hacia la puerta. Estaba a punto de alcanzarla cuando una figura se interpuso en su camino. Estaba tan ausente que le tomó un momento reconocer al muchacho que tenía frente a sus ojos.
– ¿Te vas sin saludar, primita? – le preguntó Nicanor con fingido interés. Sus ojos tenían un brillo vidrioso que daba a entender lo que su aliento confirmaba: había estado tomando y mucho. Si alguna vez su primo se podría haber inhibido por algo, cosa que consideraba poco probable, aquel no sería el momento. Vicky le lanzó una mirada fulminante. Sabía que sus ojos tenían el brillo propio de una pequeña llama, como un encendedor prendido en la penumbra. La sed le pulsaba en el fondo de la garganta y el dolor de cabeza se había vuelto un latido incesante sobre su sien.
– ¿Qué hacés acá? – le preguntó entre dientes. El hedor de su transpiración exudando alcohol le invadió las fosas nasales. Podía sentir como cada centímetro de su cuerpo se ponía tenso mientras el muchacho la observaba con su sonrisa burlona. Sus pensamientos eran una masa confusa de insultos e improperios. Nicanor despreciaba a su prima tanto o más que al resto de los vampiros por ser lo que era: la contaminación de su sangre, una vergüenza familiar. Pero más la odiaba por ser la confirmación de lo que muchos cazadores se negaban a reconocer, el hecho que el mismo Zach se había negado a aceptar en un principio: que ellos también descendían de los vampiros, que la sangre de unos corría por las venas de los otros. Pero un rencor más envenenaba la mente del muchacho, un hecho que nadie en su círculo familiar podía aceptar ni comprender y que probablemente jamás le pudieran perdonar: el hecho de que, a pesar de lo que era, a pesar de la abominación que había sido desde el momento mismo de nacer, aunque toda la familia se había opuesto desde un principio a la relación de Cassandra, por aquel entonces una adolescente, con Tomas Collin, un vampiro, en el momento de ver a la niña, Mónica y Gabriel no solo habían perdonado a su hija su traición sino que además habían aceptado al pequeño monstruo como su nieta y le habían dado su protección. Para todos ellos eso implicaba que no podían hacerle daño a la criatura, que debían contentarse con verla crecer, alimentarse de los humanos como si fueran bolsas de sangre, incapaces de cumplir con su deber de protegerlos de los monstruos chupa sangre. Desde su punto de vista, aquel monstruo de sangre mixta (porque eso era lo que era su prima para él, un monstruo) no tenía derecho alguno de vivir, igual que todos los demás vampiros que estaban en aquel lugar. No veía la hora de que alguno de ellos cometiera un error, por mínimo que fuera, que rompiera con los acuerdos y le permitiera destruirlos a todos, asesinarlos como los animales que eran.
– Solo intento fortalecer nuestros lazos familiares – le dijo Nicanor con ironía, esbozando una sonrisa. Muy tarde percibió el muchacho la mirada animal en los ojos de la chica. Vicky le contestó con un gruñido incomprensible, arrastrándolo hacia el exterior con una velocidad y una violencia tales que fue incapaz de prever. Con la mano firme en su cuello, lo acorraló contra una pared. Ninguno de los humanos en la fiesta había percibido el incidente, pero podía sentir a los vampiros agruparse en la puerta y en el exterior de la estancia, podía verlos a cada uno de ellos en su mente como si los tuviera frente a sus ojos. Milena estaba horrorizada, incapaz de reaccionar, mientras Loo trataba de mantener a todos alejados del conflicto. Al parecer ella también había percibido el odio y el rencor que inundaban la mente del cazador como un veneno ponzoñoso.
Cegada de ira, Vicky dejó que su lado animal tomara el control. Sus colmillos se extendieron hasta asomar de su boca como agujas largas y filosas, impidiéndole juntar los labios sin desgarrarlos. Sus ojos estaban rojos como la sangre que su instinto y su cuerpo le pedían agritos y brillaban como las llamas del mismísimo infierno, si es que había uno. Su mano se cerró aún más sobre el cuello de Nicanor, alzándolo del suelo unos cuantos centímetros. La ironía se había borrado del rostro del muchacho, que solo expresaba terror y luchaba en vano por no sofocarse.
– Los tiempos cambiaron, Nicanor – le dijo con una voz ronca y siseante sin quitarle los ojos de encima –. La puta mestiza está muerta y se convirtió en un vampiro hecho y derecho, que puede ver lo que pensás con tanta claridad como puede escuchar las pelotudeces que salen por tu boca.
Los ojos del muchacho se abrieron de par en par por la sorpresa. En su mente solo había pensamientos confusos y miedo.
Con un solo movimiento, Vicky lo arrojó contra el suelo y lo tomó nuevamente, deteniendo su caída antes de golpear. Antes de que ninguno de los presentes pudiera detenerse sus colmillos se habían hundido en la carne y el sabor de su sangre la había invadido, saciando la sed y calmando el dolor. 

2 ago 2012

Cazadores: Michelle. Parte 25: Liz.


Liz no necesitaba que se lo dijeran para darse cuenta de que algo no estaba bien. Hacía rato que Zach y Vicky estaban raros. De a poco y casi sin querer, las piezas había empezado a encajar en sus respectivos lugares y ahora creía tener una respuesta. Solo necesitaba confirmarlo. Pero la sola idea la aterrorizaba. Si era cierto… ¡Oh, por Dios! ¿Qué haría si tenía razón?
Hacía casi dos meses y medio, tal vez más, que ambos habían empezado a actuar raro: estaban distraídos, malhumorados, distantes. Había algo que no estaban diciendo. En un principio todos (eso es ella, Dylan y su madre) habían pensado que tal vez estuvieran pasando por alguna crisis de pareja. Nada demasiado raro luego de dos años de salir juntos. Suponían que todo se iba a pasar en unos días. Luego las cosas habían ido empeorando. Zach pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en su habitación. En el último mes y medio había ido a clase apenas un par de veces, luego de que su madre le llamara repetidas veces la atención. Estaba segura de que a esta altura debía haber perdido completamente el cuatrimestre. En las pocas ocasiones que se lo veía por la planta baja era evasivo y respondía con fastidio, como si hubiera escuchado lo mismo un millón de veces. Estaba ojeroso y pálido y en ocasiones temía que no estuviera bien alimentado (o como se dijera cuando un vampiro no consumía toda la sangre que necesitaba con la frecuencia adecuada). Pero no había sido hasta casi una semana atrás que se había percatado de que él y Vicky no solo llevaban el último mes y medio sin verse sino que además, estaba evitándose el uno al otro constantemente.
Era tarde. Su madre estaba por empezar a preparar la cena cuando Liz entró en la cocina para avisarle que pasaría la noche en casa de Vicky para estudiar. Zach justo salía de la habitación y se detuvo un momento en su marcha hacia la escalera para escucharla. No dijo absolutamente nada al respecto, pero ya estaba tan habituada a su hostilidad que no le resultó para nada extraño. Vicky había estado toda la noche distante, únicamente deseosa de centrar su atención en la materia a estudiar y esquivando, como hacia siempre, el tema de que ella y Zach estaban extraños, cosa que Liz tocaba cada vez menos. Ya había asumido que ninguno de los dos hablaría al respecto hasta que todo hubiera pasado.
A la tarde siguiente, cuando había regresado a su casa, Dylan le había comentado, casi al paso, que Zach había salido la noche anterior a una de las fiestas que el clan organizaba todos los fines de semana: una fiesta de sangre, como muchos las llamaban: el lugar perfecto y controlado para que los vampiros de cierta edad pudieran conseguir sin demasiados problemas la sangre necesaria para subsistir. Por lo general, Zach y Vicky asistían juntos a aquellos eventos, los cuales no eran cien por ciento del agrado del muchacho, aunque no tenía muchas más opciones. Aquello le había dejado muy claro que las cosas no estaban para nada bien en la pareja y también la había decidido a hablar seriamente con Vicky acerca del asunto, a obligarla a decirle que pasaba.
Un par de días más tarde, esperando en la cafetería de la facultad a que se hiciera la hora de su clase, se lo planteó. Vicky evitó mirarla a los ojos por un buen rato. Ante su insistencia, se dignó a contestar:
– No pasa nada – dijo con un hilo de voz.
– Dejá de decirme que no pasa nada. ¡Es obvio que hay algún problema! – exclamó con indignación.
– No me entendés – respondió la otra nuevamente con un hilo casi imperceptible de voz –. Entre Zach y yo no pasa nada. Él no tiene ningún interés en estar cerca mío y yo no quiero saber más nada con él. Se acabó.
Liz la miró incrédula por un momento, muda.
– ¿Co… Cómo que se acabo? – Farfulló después de un instante, aún atónita – ¿Eso quiere decir que tengo una oportunidad con él? – pensó.
Los ojos de Vicky se agrandaron como platos y aún desde el otro lado de la mesa podía ver las lagrimas que se formaban en ellos y que ella luchaba por ocultar. Liz se sintió sonrojarse:
– No dije eso en voz alta. ¿Verdad? – pensó para sí misma mientras intentaba desaparecer el calor de sus mejillas.
Vicky se levantó abruptamente de su silla y salió del lugar casi corriendo sin decir nada. Para cuando reaccionó y la llamó, consternada, ya era tarde. Había desaparecido entre la marea de alumnos que iban y volvían. Cuando entró a clases no la encontró. Por supuesto que no esperaba encontrarla allí, pero había tenido un dejo de esperanza; había deseado estar equivocada en sus suposiciones. Quizás Vicky solo se hubiera puesto mal por tener que hablar del tema; decir en voz alta que se había acabado: reconocer que su relación con Zach ya no existía. Con todo su ser deseaba que fuera eso. Pero una vocecita en su interior no cesaba de decirle que no, que esa no era la respuesta correcta al acertijo. Que dos días más tarde su amiga no le hubiera respondido ni sus mensajes ni sus llamados, que nunca pudiera atenderla cuando pasaba por su casa, no hacían más que confirmarle lo que más temía: Vicky sabía que era lo que ella había pensado en aquel momento.
Llevaba media hora paseándose como un tigre enjaulado frente a la puerta de la habitación de Zach, intentando tomar coraje para entrar y cuestionarlo. El miedo a que fuera cierto era lo único que no le permitía entrar. Si era verdad, si su suposición era correcta, entonces acababa de arruinar, posiblemente para siempre, la única amistad verdadera que había tenido en toda su vida. ¡Y todo por un pensamiento estúpido; por una esperanza que hacía rato había descartado! ¿Cómo podía haber sido tan egoísta como para pensar, siquiera, aquello cuando su amiga estaba diciéndole algo así? ¿Cómo podría arreglar lo que había hecho? Las lágrimas llenaron sus ojos en un instante. Antes de que pudiera hacer algo para detenerlas, la puerta de Zach se abrió de par en par. Dos ojos marrones se clavaron sobre ella y mientas se acostumbraba a la luz pudo distinguir unas familiares manchas verdosas en ellos, como si estuvieran salpicados o apenas sucios. El muchacho le dedicó una sonrisa triste y resignada mientras la invitó a pasar con un gesto:
– Hace más de media hora que estás dando vueltas ahí. Creo que es hora de que te de una explicación. Te la merecés – le dijo con voz triste. Ella asintió y entró sin decir más nada.