27 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 41: Sybilla.



Reprimiendo una mueca de dolor, llamó a la puerta. Era la mitad del día. Era poco probable que estuviera en otro lado que no fuera su casa.
Después de un momento, sintió la llave en la cerradura y el picaporte giró lentamente, como si quien estuviera del otro lado no se hubiera decidido del todo a abrir la puerta que, finalmente, se corrió a un lado para dejarla pasar.
El departamento estaba completamente a oscuras, salvo por una luz que brillaba al final de un pasillo distante en lo que suponía debía ser un dormitorio.
Mientras su visión se acostumbraba a la penumbra, acrecentada una vez que hubo cerrado la puerta a su espalda para evitar la entrada de los rayos del sol, fue vislumbrando una mesa pequeña rodeada de sillas hacia su izquierda, hacia el pasillo, y detrás de estas una cocina diminuta. Al otro lado había algunos sillones y detrás una pesada cortina que ocultaba la luz de una puerta ventana. A algo más de un metro de donde estaba parada había una figura casi infantil. Tenía el cabello revuelto y estaba vestida con una remera enorme que le llegaba casi hasta las rodillas. Podía sentir sus ojos clavados en ella, expectante.
–Tom acaba de llamarme. Dijo que estabas herida – le dijo la voz de Louisa en un tono inseguro, rompiendo el silencio.
Sybilla se mantuvo en silencio sin saber que decir. No estaba allí para victimizarse. Pero tampoco sabía como llegar al tema que quería tocar.
– ¿Por qué viniste? – preguntó la otra, quizá captando la perturbación en su mente.
Silencio. Otra cosa que no sabía como responder. La tensión crecía.
– ¿¡Por qué fuiste a buscarlo?! – esta vez el tono de Louisa fue casi histérico, liberando la tensión que aparentemente llevaba un rato conteniendo.
Sybilla bajó la mirada.
– Porque no sabía que más hacer. Nunca en mi vida hice nada realmente útil. Lo único que hago es decepcionar a la gente. Irónicamente, siempre busqué la aceptación de todos, principalmente de mi familia. ¡Mirá a donde me trajo! Mis hermanos me odian… y vos también.
– Yo no te odio – susurró la muchacha con un hilo de voz.
– Las dos sabemos que deberías.
– Me rompiste el corazón – Louisa alzó un poco la voz –. Eso no quiere decir que te odie. Ya deberías saber que no puedo.
Sus miradas se encontraron en la penumbra que sus ojos ya no percibían.
– Vine a buscar un propósito – Sybilla se dispuso, por fin, a responder la pregunta que antes había ignorado –. Después de todo este tiempo, hay un vacío que ya no supe como llenar. Legué a pensar que había llegado mi hora. Después de tantos años…
Louisa ahogó un grito de horror. Su rostro dejaba en claro que no esperaba escuchar aquello.
– Después de tantos años, nunca encontré algo por lo que vivir, algo a lo que aferrarme – continuó la otra luego de juntar fuerzas, ignorado la expresión de la muchacha que la escuchaba – y me di cuenta de que a nadie le importaba si yo existía o no. Esta era mi última oportunidad. Pero, como siempre, volví a hacer todo mal.
– ¡No digas eso! – le gritó Louisa con furia, abalanzándose  sobre ella y colgándose de sus hombros en un abrazo desesperado. Podía sentir sus lágrimas rozándole la piel y notaba su miedo en el latido de su corazón.
Azorada, tardó un instante en reaccionar y devolverle el abrazo. Sabía que no merecía aquello: su cariño, su abrazo o se preocupación. La había transformado por miedo a perderla y la había abandonado por miedo a lo que dirían de su relación. Había necesitado llegar a una época en la que había empezado a aparecer una gran tolerancia para aceptar lo que sentía por ella y aún así no había sabido como demostrárselo. Estaba tan acostumbrada a fingir ser alguien más, que no sabía como ser ella misma. Y no tenía la menor idea de cómo hacer para explicar todo aquello.
– No tenés que explicar nada – le dijo la voz de Louisa dentro de su mente –. No hace falta que digas nada más.
Al percibir aquello se aferró a ella con más fuerza. ¡Ella podía escuchar cada uno de sus pensamientos! ¿Podías er posible que, después de todo aquel tiempo, después de todo lo que había pasado, aún tuvieran una oportunidad?
Respondiendo a sus pensamientos, Louisa dejó escapar una risita mientras su rostro se giraba hacia ella. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza cuando sus labios se posaron en su cuello. Sin decir una palabra, la dejó continuar, besarla hasta que sus labios se encontraran. Como la primera vez. Como otras tantas veces. Pero, ahora, sin miedo ni necesidad de ocultarlo.


24 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 40: Vicky.


Finalmente, casi la mitad del clan había accedido a seguir a Tom, a pesar de que ninguno se sentía con ganas de enfrentarse a una guerra interminable. Ya la pelea de dos años atrás contra los parias los había dejado en una situación precaria. Habían vencido, sí, pero también se había derramado mucha sangre.
No se había quedado a ver que sería de aquellos que habían decidido no seguir a su padre. Ellos tomarían una decisión y llegarían a un acuerdo. Vicky ya estaba demasiado cansada. Necesitaba descansar, dormir, dejar atrás todo lo que había sucedido. El cuerpo casi no le respondía. Zach la acompañó hasta su casa.
– Supongo que querrás dormir – le dijo él en la puerta. No sonaba molesto. Más bien parecía tan agotado como ella. Vicky meditó un momento antes de contestar.
– Si – le respondió –, pero no me quiero quedar sola. Me va a llevar mucho tiempo acostumbrarme a que ella no esté.
Zach le sonrió como intentando consolarla. Sin decir nada más, entraron a la casa y subieron las escaleras. No tardaron demasiado en quedarse completamente dormidos, acurrucados uno junto al otro.

No tenía la menor idea de cuantas horas habían pasado desde entonces hasta que escuchó el ruido: alguien llamaba a la puerta. Los golpes hubieran sido imperceptibles para un humano corriente desde allí arriba y en realidad apenas podía escucharlos ella misma. Algo más había llamado su atención y también había despertado a Zach, algo a un nivel más profundo. No podía percibir pensamientos concretos, solo una sensación de dolor, desesperación y miedo. Alguien estaba afuera y no estaba bien.
En el pasillo se encontró con su padre: no estaba dormido, por lo que había escuchado el ruido sin problema. Bajaron los tres juntos la escalera, pero solo Tom se acercó a la puerta. Zach y Vicky esperaron al pie de la escalera, atentos. Cuando la puerta se abrió, una figura cayó hacia adelante, como si no pudiera sostenerse en pie por sí misma. El aroma de la sangre invadió el ambiente en un instante. El hombre se adelantó, intentando detener la caída, intentando evitar el golpe. Un rostro quedó a la luz, pálido como la muerte, la respiración apenas perceptible: Sybilla.
Inmediatamente, Zach y Vicky corrieron hacia la mujer. Su ropa estaba cubierta de sangre y había al menos tres heridas abiertas en distintos puntos, aún sangrando. Aquello no era normal. Si bien se necesitaba consumir sangre para que una lastimadura cerrara completamente, el cuerpo del vampiro empezaba a sanar, lentamente, casi al instante. Había algo allí que no le permitía hacerlo, algo que hacía que Sybilla continuara debilitándose.
Sin demasiado esfuerzo, subieron a la mujer a la habitación de Vicky en la planta alta. Tom parecía preocupado y angustiado. Aquello no era nada bueno. Una vez su hermana estuvo acomodada en la cama, el hombre salió, buscando un teléfono. Desde arriba se lo escuchaba hablando en frases cortadas con Alejandro, un vampiro del clan que además era médico, profesión poco común para un vampiro, pero muy útil en determinadas ocasiones.
El doctor no tardó en aparecer. Mientras esperaban, Vicky había cambiado a Sybilla de ropa, quitándole la camisa negra hecha jirones que llevaba puesta y poniéndole un vestido que le permitiría al hombre trabajar con comodidad. Ya que estaba, había examinado ella misma las heridas, tratando de limpiarlas: parecían impactos de balas. ¿Qué tipo de munición podrían haber usado que le causara un daño tal a un vampiro? Tendría que esperar a que Alejandro terminara de trabajar para averiguarlo.

Unas horas más tarde, el médico vampiro bajaba las escaleras para unirse a ellos, que esperaban ansiosamente en el living, incapaces de dormir a pesar del cansancio. Tom se puso de pie al verlo bajar, incapaz de articular palabra.
– Va a estar bien – dijo el hombre, tranquilizándolo –. Ninguna de las heridas fue en una zona de riesgo. Tiene que descansar y reponerse. Está muy débil. Pero no hay nada de que preocuparse.
– ¿Qué fue…? – empezó a preguntar Vicky, no muy segura de cómo formular la pregunta.
Alejandro la miró, y luego a Tom. Sacó algo pequeño de un bolsillo y se lo alcanzó al hombre: 3 balas.
– Estas tres las tenía ella – le dijo.
Tom las examinó con curiosidad.
– Jamás había visto algo así – dijo.
El otro se tomó un momento antes de contestar, como si no estuviera muy seguro de querer hacerlo.
– Yo sí – le dijo finalmente, sacando una bolsita de plástico pequeña del bolsillo y alcanzándosela. Había un pequeño cartel blanco en la bolsa, con un nombre escrito, pero Vicky no llegaba a leer que decía y la mente de ambos hombres le resultaba impenetrable a esa altura.
– ¿Ella está consciente? – preguntó Tom, indicando hacia arriba para referirse a su hermana. Alejandro negó con la cabeza. Luego, dijo algo acerca de no tener nada más que hacer y que no dudaran en llamarlo si lo necesitaban y se fue.
– Pueden dormir en la otra habitación si quieren – les dijo Tom a Zach y Vicky –. Sybilla está en la cama de Vicky así que no hay otra opción de todos modos. Yo me quedo acá abajo.
Ambos asintieron. De todos modos, no podían hacer más hasta que la mujer se despertara.

Cuando despertaron, era casi mediodía. Vicky caminó por el pasillo hasta su habitación mientras Zach se lavaba la cara en el baño. Le sorprendió encontrar el lugar vacío. Siguió caminando hacia la planta baja y se encontró a su padre al teléfono, yendo y viniendo en el living.
– ¿Qué pasa? – le preguntó, confundida – ¿Dónde está Sybilla?
Su padre cortó el teléfono y suspiró.
– Tenía algo importante que hacer. Prepárense, tenemos una reunión urgente con el clan y Seth Blackeney. Les explico todo mientras vamos para allá.

20 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 39.


VICKY

La casa había estado llena de gente que iba y venía todo el día. Milena y William habían pasado con ellos la mayor parte de la tarde y Michelle se había quedado también la mayor parte del tiempo. Zach y Liz habían ofrecido quedarse durante la noche, pero Vicky les había dicho que no era necesario y luego de mucho discutirlo los había convencido. Necesitaba un tiempo sola consigo misma. Y otro tiempo sola con su padre, para poder hablar. Lo había meditado mucho. Las cosas no serían fáciles de ahora en más. Lo sabía con claridad. Necesitaba encontrar la forma de superarlo.
– ¿Podemos hablar? – le preguntó con un dejo de timidez a su padre, sacándolo del ensoñamiento en el que estaba desde hacía horas, sentado en la mesa del comedor.
– ¿Qué pasa? – preguntó el hombre esforzándose por enfocarse en ella.
Vicky se sentó frente a él, buscando las mejores palabras para expresar lo que quería decir.
– Mirá… Yo sé que los últimos años no fueron fáciles. Para ninguno de nosotros. Y sé que en muchas ocasiones me enojé con vos y tuvimos problemas, porque te fuiste y todo eso. Pero…
Vicky hizo una pausa. Sus ojos se encontraron con los de su padre, gris con gris. Quien no los conociera hubiera pensado que eran hermanos.
– ¿Pero qué?
– Pero si ahora necesitas irte, por un tiempo al menos… yo lo voy a entender. Y no me voy a enojar con vos por eso.
– ¡Vicky!
– Quería que lo supieras para que no te sintieras mal si se te cruzaba por la mente – siguió ella, cada vez más rápido, sin dejarlo hablar –. Yo voy a estar bien y no voy a estar sola. Está el tío Will y Mile, están Zach y Liz y Loo y… quién sabe, si te descuidas hasta Sybilla. Yo te entiendo si necesitas un tiempo.
Vicky extendió su mano a través de la mesa. Tom la tomó entre las suyas con fuerza, emocionado y triste a la vez. Las lágrimas se agolpaban en los ojos de ambos.
– Gracias – le dijo él con un hilo de voz –. No sé que va a pasar en un tiempo. Pero por el momento puedo asegurarte que no pienso ir a ningún lado.
Mientras hablaba, el rostro de Tom fue transformándose. De a poco, cierta seguridad fue apareciendo en él y la fuerza de una decisión.
– Hasta que esta guerra no haya terminado y pueda asegurarme de que nadie más va a salir herido por ella no pienso irme a ningún lado.
Vicky asintió. Suponía saber que era lo que sucedería. Unos minutos más tarde, como había previsto, su padre hablaba por teléfono con William. Acababa de llamar una reunión de clan, para todos los miembros sin excepción.

TOM

El clan casi al completo estaba frente a él, sentados o de pié, en un semicírculo, la mirada fija en él. Los rostros eran lúgubres y era evidente que ninguno sabía que esperar de aquella reunión. Tom llevaba todo el día meditándolo y por fin había arribado a una decisión. El único problema era que no estaba seguro de que su gente estuviera dispuesta a seguirlo. Sus ojos recorrieron los rostros de todos. Vicky parecía impaciente y desconcertada. Will y Milena no parecían muy diferentes. La única que parecía tranquila y firme era Louisa. Probablemente ya sabía que era lo que se venía, pensó incapaz de reprimir el esbozo de una sonrisa.
– Los reuní porque hay un asunto muy importante que discutir – empezó a hablar, juntando coraje.
La sala permaneció un momento en silencio. El ambiente empezó a ponerse tenso.
– Yo sé que muchos vinimos al nuevo mundo en busca de paz, tratando de escapar de las guerras que asolaban a nuestros clanes. La guerra entre los Blackeney y los Rose, principalmente. Pero esta guerra ya nos arrebató demasiado a muchos de nosotros y creo que no podemos seguir manteniéndonos a un lado. Yo, al menos, no puedo – Tom hizo una pausa, buscando la mejor forma de decir lo que tenía en la cabeza. Un leve murmullo empezó a escucharse en la sala –. Por lo tanto, creo que llegó la hora de intervenir…
El murmullo se convirtió en bullicio. Louisa, Will y Vicky eran los únicos que se mantenían en silencio; eran los únicos que comprendían el porque de su decisión y no la cuestionaban, al parecer. Mientras su mirada recorría nuevamente los rostros de los presentes, notó una ausencia que antes había pasado por alto. No lo sorprendía, pero una parte suya esperaba que las cosas hubieran cambiado.
Sabiendo que era hora de volver a intervenir, de explicarse un poco más, hizo un gesto indicando que volvería a hablar. Todos fueron haciendo silencio de a poco.
– Es cierto que vinimos para evitar la guerra, para protegernos; para asegurarnos de que no volvería a pasarnos lo que ya nos había pasado antes. ¿Pero cuántos de nosotros perdimos a alguien por culpa de esta guerra? Una guerra que no es nuestra y en la que nunca quisimos intervenir. Esto no es solo porque quien falleció es Cassandra. No es porque ella fuera mi esposa. Sería igual si fuera cualquier otro miembro de este clan. Esto es porque los Rose y James Blackeney, movidos por su codicia, van a arrasar con todo aquel que se ponga en su camino. Es porque ya somos parte de su lista de blancos, solo por ser aliados de su enemigo. Si permanecemos como hasta ahora lo único que vamos a lograr es que maten a más inocentes. Es hora de intervenir. Es hora de que esta guerra sin sentido llegue a su fin. No les pido que me acompañen si no quieren. Aquellos que no quieran ser parte de esto son libres de hacerlo. Pueden elegir un nuevo líder; pueden irse. Son libres de hacer lo que quieran. Esta es mí decisión y de nadie más. No voy a arrastrar a nadie a una guerra que no quieren. Pero sean conscientes de que tarde o temprano podría llegar a alcanzarlos.
El murmullo volvió a formarse. Tom suspiró.
– Solo les pido que cuando lo hayan decidido me lo hagan saber – dijo, finalmente. Luego dio media vuelta y salió de la habitación, dejando que los miembros del clan debatieran.
Un momento más tarde, Louisa estaba junto a él.
– ¿No vas a intervenir? – le preguntó.
– Ya dije todo lo que tenía que decir – respondió ella –. Todos saben que voy a seguirte sin importar a donde sea. Mi lealtad no se negocia.
– No estás obligada…
– No es una cuestión de obligaciones – interrumpió ella –. Es lo que creo correcto.
Él asintió en agradecimiento. Ella esbozó una sonrisa.
– Así que Sybilla desapareció de nuevo – dijo él con voz monótona.
Un dejo de dolor apareció en el rostro de la otra. Desvió la mirada al contestar, los ojos fijos en un punto distante.
– Así parece. Se pasó todo el día acá, haciendo vaya a saber qué. Supuse que iba a seguir acá… No sé a donde se fue.
Ninguno de los dos dijo más nada. Zach y Vicky cruzaron la puerta y, un momento más tarde, también lo hicieron Will y Milena. Tom los observó en silencio, la mirada sombría. Lo último que quería era arrastrarlos a aquella guerra. Si perdía a uno más, no estaba seguro de poder tolerarlo. Especialmente a Vicky… pero no tenía otra opción: James los había elegido como blancos y si no lo detenían aquello no acabaría jamás. Y, después de todo, que James siguiera con vida era su responsabilidad.

17 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 38: Sybilla.




Sabía que debía estar junto a su hermano. Sabía que nuevamente le estaba fallando, como tantas otras veces. Pero por algún motivo no lograba hacerlo, no lograba hacer todas las cosas que sabía que tenía que hacer. Nunca había sido como Tom o como Will. Siempre había estado en paz con sus padres a costa de complacerlos. Sus hermanos siempre habían seguido sus corazones, sus ideales. Habían dado todo por amor. Y siempre se tendrían el uno al otro. Siempre tendrían a sus hijas. Ella no tenía nada. Nunca había sabido conservar nada, más que odio. Y quizás por eso no estaba junto a Tom ahora: porque sabía que él la odiaba, que incluso Vicky la odiaba aunque no la había visto más de un par de veces. Nadie quería verla en aquel lugar. No tenía nada que ofrecer. Por eso, en lugar de intentar consolar a su hermano por su pérdida, estaba sola en aquel lugar, donde de otro modo hubiera habido una gran fiesta de sangre. Por supuesto, el lugar estaba desierto, lo cual para ella era ideal para pasar un rato con su soledad. Parecer fuerte se le estaba volviendo agotador. Después de tanto tiempo sola, la vida se le había vuelto una carga demasiado abrumadora y solitaria. Tal vez estuviera llegando su hora.
Un ruido la sacó de sus cavilaciones. En la penumbra, una figura pequeña, casi infantil, se le acercó sin emitir casi ningún sonido. Cuando la tuvo a menos de un metro de distancia la reconoció: Louisa. Desde que había llegado la muchacha estaba evitándola y no podía culparla por ello.
– Deberías haber ido a casa de Tom – le dijo con voz severa, como si fuera mucho mayor que ella. Loo había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, si bien su aspecto físico era casi el mismo. Que la abandonara le había roto el corazón. Lo sabía.
– Tom me odia. Lo último que quiere es verme ahí.
– Si buscás reconciliarte con tus hermanos deberías empezar a hacer algo para mejorar la relación.
– ¿Quién dice que quiero reconciliarme con mis hermanos?
– Sé que no estás acá por mí – dijo Loo con rencor – así que asumo que tiene que ser por ellos. Te conozco: no viniste hasta acá por nada.
Sybilla sintió las palabras como un cachetazo. Desvió la mirada de la muchacha un momento para evitar que viera el brillo en sus ojos.
– Estás dispuesta a seguir a mi hermano a donde sea. ¿Verdad? Incluso si decide pelear esta guerra – preguntó, cambiando el tema (o, al menos, intentando).
– Y mucho más – respondió la otra con convicción –. Cuando no tuve más nada, ni a nadie, Tom me recibió. Confío en él y él confía en mí. Y él sabe elegir cuales son las cosas por las que vale la pena pelear. No puedo decir lo mismo de todo el mundo.
– Decilo: no podés decir lo mismo de mí. ¿No es así?
– Es verdad. Vos nunca te jugaste por nada ni por nadie más que vos misma.
– ¡Es muy fácil para vos juzgarme desde afuera! – exclamó Sybilla con indignación.
Loo clavó sus ojos en ella con furia. Una llama rojiza brilló en ellos un instante antes de volver a serenarse. Había una tristeza en ellos que no había estado un momento atrás.
– Yo lo dejé todo por vos – le reclamó –: mi vida, mi familia. Incluso la luz del sol. No me quedó ni una pizca de humanidad. Nunca te pedí tanto a cambio. Pero nunca estuviste dispuesta a jugarte.
– ¿Nunca se te ocurrió pensar en lo que podrían decir? Dudo que siquiera Tom lo aprobara si supiera.
– Tom piensa que fuiste una estúpida por no jugarte por lo que sentías. Y sigue pensándolo – respondió Louisa con rencor –. Y yo también.
Dicho esto, se dio media vuelta y desapareció, dejándola sola otra vez.
No fue hasta que escuchó la puerta cerrarse a lo lejos que dejó que las lágrimas la vencieran. Entonces se entregó al llanto más desesperado de su vida. Jamás había sentido tanta desolación junta, o jamás había estado dispuesta a reconocérselo a sí misma.
Louisa tenía razón. Y ya era hora de cambiarlo; había llegado la hora de enmendar alguno de los errores que había cometido.


13 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 37: Seth.


La habitación estaba totalmente asegurada. Sus hombres de mayor confianza estaban apostados en lugares estratégicos. Quizás el lugar fuera predecible, pero no dejaba de ser el lugar más seguro de la casa (y una de las pocas habitaciones que James conocía poco y estaba siempre lista para ser usada). Ahora, solo, luego de haber hecho todo lo posible para hacer llegar a Tom y Vicky sus condolencias, no podía dejar de dar vueltas en su cabeza al sentido de todo aquello. Tal vez lo mejor fuera que saliera de aquel lugar, que buscara a su hermano y lo enfrentara. Había escapado al nuevo mundo escapando de la guerra. En todos sus años de vida, aquel absurdo enfrentamiento solo había servido para traer miseria a él y a todos aquellos que lo rodeaban. La guerra se había cobrado demasiados inocentes. ¿Cuántos más debían morir por ella? No le extrañaría que pronto incluso sus amigos estuvieran pidiendo su sangre y no los culparía por hecho. Ya les había traído demasiadas desdichas. Era hora de pagar.
No había terminado de darle vueltas a aquello cuando la puerta se abrió lentamente. No había sentido a nadie acercarse y ninguno de sus hombres hubiera entrado sin llamar. ¿Quién podía ser? Cauteloso, se escondió entre las sombras, listo para atacar. Entonces, frente a sus ojos apareció la última persona que esperaba encontrar: Michelle. Tenía los ojos rojos de llanto y la mirada triste. Relajándose, Seth se le acercó. La muchacha cerró la puerta a su espalda y esbozó lo más cercano que pudo a una sonrisa.
– ¿Alguna vez te dije cuán predecible sos? – le preguntó ella con un dejo de ironía que intentaba ocultar la tristeza de su voz.
Él asintió al tiempo que respondía:
– Creo que unas doscientas veces, sí. Pero dudo que James vaya a venir a buscarme a esta habitación.
– Puede ser – dudó ella, acercándosele un poco más.
– ¿Por qué estás acá? – le preguntó él después de un momento, yendo al grano.
Michelle dudó.  Sus ojos se llenaron de lágrimas.
– Cassandra está muerta – dijo con voz monótona. Seth lo sabía, había estado allí. Sabía que aquel no era el punto, así que esperó.
– Siendo humana, hubiera pasado tarde o temprano – dijo un rato después, distante –, pero no dejo de preguntarme: ¿Qué hubiera pasado si no hubiera sido humana?
– No podemos saberlo. Pero tampoco tiene sentido darle vueltas al asunto: ella había decidido ser humana.
Dos lágrimas rodaron por las mejillas de la muchacha. Su mirada estaba ida, como si no estuviera viéndolo.
– Cassandra estaba considerando la posibilidad – empezó a decirle, aparentemente perdida en un recuerdo –. Si lo hubiera hecho… tal vez…
– O tal vez no – dijo él, comprendiendo. Tal vez la mujer podría haberse salvado –. La bala era para mí, y estaba preparada para matarme. Tal vez el resultado hubiera sido el mismo.
– Puede ser – los ojos de Michelle se clavaron en él –. Pero Tom y Vicky no pueden saber esto. Los destruiría.
Seth asintió. No sería un secreto placentero, pero tal vez ella tuviera razón.
La expresión de Michelle cambió, como si saliera de un trance. El llanto se había apoderado de ella. Nunca en su vida la había visto llorar de ese modo.
– Todo esto me hizo pensar – comenzó a hablar ella nuevamente, su mirada fija en él – y me di cuenta de que no podría tolerarlo. Si hubieras sido vos, si supiera que no podría volver a verte… sería peor que la muerte.
Seth sintió que se quedaba sin aire. Tantos siglos esperándola. Aquel era el momento en el que menos la esperaba. Y entonces, quizás… Tal vez así debía ser, para darle una nueva razón para pelear, para no bajar los brazos.
Michelle dio un paso más hacia él. Ambos se encontraron a mitad de camino. Sus labios se unieron en un beso triste pero apasionado, que dejaba en claro que no había nada más que decir. Los sentimientos no habían cambiado a pesar de todo lo que les había pasado y nada ni nadie podría cambiarlos. Él siempre lo había sabido, desde la primera vez que la había visto. Ahora ya no tendría que esperar más.

10 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 36.


TOM

Sybilla le estaba dando dolor de cabeza. Jamás había tenido una buena relación con su hermana. No la culpaba demasiado: novecientos años era mucha diferencia. Pero de todos modos… en el fondo, sentía que ella nunca se había esforzado demasiado por que las cosas entre ellos funcionaran. Por mucho tiempo no le había afectado: pronto fue claro que sus valores eran totalmente incompatibles. Ahora, ella estaba en su territorio, no podía desentenderse del asunto. Pero no tenía la menor idea de cómo lidiar con ella. Especialmente, porque no tenía la menor idea de que era lo que buscaba en el nuevo mundo.
– ¿Qué pasa? – le preguntó Seth, que se había detenido frente a la puerta para salir cuando había sonado el teléfono.
Tom suspiró antes de pronunciar el nombre de su hermana. El otro palideció, lo que le provocó un ataque de risa. La historia de aquellos dos era muy anterior a su nacimiento, antes de que los caminos de Seth y Michelle se cruzaran. Sybilla jamás había podido perdonarle aquello, aunque estaba seguro de que su hermana estaba exagerando.
– ¿Qué hace Sybilla acá? – le preguntó su amigo mientras salían, recobrándose de la impresión.
– Eso es exactamente lo que nos preguntamos todos – respondió él. Le comentó como había aparecido hacía aproximadamente un mes y medio, la escena con Vicky y Milena. Después de eso había aparecido un par de veces. La situación más incómoda había sido cuando Louisa se había enterado. Estaba indignada. Lo único que había podido hacer era mantener a las dos mujeres alejadas.
Pero ahora tenía problemas serios. No tenía tiempo para lidiar con su hermana.
Mientras hablaba de todo aquello, habían llegado a la puerta de su casa. Como si lo supieran, la puerta se abrió justo frente a ellos: Vicky les dio la bienvenida con una expresión de fastidio. Se sintió aliviado al verla. Cassandra le había contado lo que había sucedido el día anterior y se había quedado algo preocupado.
Su mujer le dedicó una sonrisa desde unos metros más atrás. No había puesto un paso en el interior de la casa, sin embargo, cuando su hermana se le abalanzó, hablando con autoritarismo y sin siquiera saludarlo.
– Recibí una llamada de nuestros padres con noticias alarmantes – dijo –. Y más te vale que me escuches con atención y hagas exactamente lo que yo te diga.
– Este es mi territorio, y yo hago lo que quiero, no lo que vos digas – rugió él. Aquello le estaba desbordando la paciencia.
– Se acerca una guerra – siguió hablando la mujer como si no lo hubiera escuchado – y no estás eligiendo precisamente las mejores amistades.
Al decir aquello, paseó la mirada por Michelle a un lado y por Seth al otro, quien aún permanecía junto a la puerta abierta, sorprendido por como actuaba la mujer.
Tom estaba por contestar cuando comenzó el caos. Escuchó un ruido ensordecedor que provenía desde afuera. Inmediatamente, Sybilla salió corriendo por la puerta a toda velocidad, más rápida de lo que cualquier ojo humano podría haber percibido. Tom la hubiera seguido, pero estaba demasiado aturdido. No podía creer lo que le mostraban sus ojos.

VICKY

Algo voló frente a sus ojos. Vicky lo siguió con la mirada, intentando descifrar de qué se trataba. El disparo había sonado distante, casi irreal. Por eso, al verla caer, todo tomo un aire casi surreal, imaginario. Nada de aquello podía estar sucediendo. Cassandra se desplomó sobre el suelo mientras su pecho se teñía de rojo. Sus ojos solo expresaban la sorpresa del impacto.
Tom se abalanzó sobre ella intentando sostenerla, frenar su caída, como si con ello pudiera evitar lo inevitable. Comprendió que Sybilla había ido tras el agresor, lo percibió en sus pensamientos, como si la mujer lo hubiera proyectado. Pero el daño ya estaba hecho. La mente de su madre se desvaneció sin que pudiera hacer nada. La vida se le escurrió como agua entre las manos. Su padre intentaba en vano hacerla reaccionar, hacerla beber de su sangre con la esperanza de que esta reparara el daño. Pero ella lo sabía, su madre se había ido. A su lado, Zach la abrazaba, intentando sostenerla. Las piernas se le habían vuelto de gelatina y todo era confuso. Ni siquiera fue realmente consciente de cuando fue el momento en que había empezado a gritar.

6 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 35: Vicky.


– Mi mamá debe estar histérica – comentó Vicky monótonamente mientras jugueteaba con el juego de llaves que tenía en el bolsillo. Zach y Liz esbozaron una sonrisa, tratando de consolarla. Estaban a una cuadra de la casa. Hacía un rato que había empezado a ponerse nerviosa, temerosa de lo que pudiera pasar al llegar. No se había ido de la mejor manera, y hacía más de un día de eso.
Al llegar a la puerta, sin embargo, sus preocupaciones quedaron a un lado, reemplazadas por otras. Zach se puso tenso al ver lo que ella: a pocos metros, caminando en silencio, se acercaba Sybilla.
Su rostro era serio, pálido como el mármol, y contrastaba notablemente con su cabello y su ropa, nuevamente toda de color negro. Había una nota de formalidad en su forma de vestir que hacía imposible determinar su edad, pero que daba la sensación de estar viendo a una anciana o una viuda. Tal vez fuera la falta de colores. Tal vez fuera otra cosa. Sus ojos grises estaban vacíos, carentes de toda emoción. La mujer le parecía una estatua de piedra viviente y esto le provocaba un gran rechazo.
– ¿Tom está? – preguntó sin siquiera saludar.
Vicky sintió como si un interruptor se activara dentro suyo, haciendo surgir toda su hostilidad.
– Como verás, no tengo forma de saberlo – respondió –, ya que yo también acabo de llegar.
Zach apoyó la mano en su hombro, intentando calmarla. Vicky giró la llave en la cerradura y abrió la puerta, invitando a la mujer y luego a sus amigos a pasar.
– ¡Hola! – llamó en voz alta mientras cerraba. Cassandra se asomó desde la cocina. Al verla, Vicky volvió a sentir la tensión de un momento atrás. Sin mirar a su cuñada, la mujer se le acercó y la abrazó, pronunciando su nombre con alivio. No lo esperaba, por lo que tardó un momento en reaccionar, en devolverle el gesto. Ahora podía respirar con tranquilidad nuevamente. Tal vez…
– What the Hell!? – la voz de Sybilla devolvió a madre e hija a la realidad. La mirada de la mujer estaba en la escalera, por la cual bajaba una impasible Michelle.
– Sybilla – dijo la otra mientras quedaban cara a cara. La forma en que pronunció el nombre daba a entender que se habían conocido hacía mucho tiempo. Y, al parecer, su relación no era amistosa.
– ¿Qué hace ella acá? – preguntó la morocha, evidentemente molesta.
– Creo que la pregunta es que haces vos acá – retrucó la rubia antes de que Vicky pudiera contestar.
– Busco a mi hermano – fue la respuesta obvia.
– Tom no está – le dijo Cassandra entonces, tratando de cortar la tensión que había en el ambiente –. Fue a ver a Seth Blackeney.
Los ojos impasibles de Sybilla se iluminaron por un momento casi imperceptible al escuchar el nombre. A Michelle la recorrió un escalofrío. Era claro que aquel hombre era parte del pasado de ambas. Allí fue cuando Vicky comprendió que la diferencia de edad entre su padre y su tía era realmente abismal: para Seth nunca había habido ninguna mujer más que Michelle desde que la había conocido, y de eso hacía casi un milenio. La relación con su tía debía ser anterior. Sabía que él tenía casi cincuenta años al conocer a la muchacha… La otra debía tener, al menos, la misma edad. Eso explicaba su aspecto indescifrable, suponía.
Sin quererlo, Cassandra había vuelto el ambiente aún más tenso. Zach y Liz miraban a todas las mujeres sin saber que hacer o decir. Vicky meditó un momento. Le pidió el celular a su novio y marcó de memoria el número de su padre:
– Sybilla está buscándote – le dijo en cuanto el hombre atendió. Siguiendo su indicación, le pasó el teléfono a la mujer, que se alejó del grupo para hablar tranquila.
Michelle la siguió con la mirada hasta que desapareció detrás del arco del comedor. Luego posó sus ojos en ella y forzó una sonrisa:
– Me alegra que hayas vuelto – le dijo con sinceridad.
Vicky le sonrió.
– Ellos son Zach y Liz – presentó luego. Zach le extendió la mano, que ella estrechó con fuerza mientras lo estudiaba de pies a cabeza. Su mente, demasiado humana a pesar de los siglos, dejaba escapar algunos pensamientos que Vicky no pudo evitar captar (y que él también pudo percibir, seguramente). Michelle estaba azorada con la transformación que ambos habían sufrido.
Cuando se acercó a Liz, la expresión en el rostro de la mujer cambió notablemente. Hacía mucho que no tenía relación con cazadores. Sus ojos buscaron en la chica cada rasgo característico de los suyos y se sorprendió al encontrar tan poco en ella.
– Liz es una cazadora solo por parte de su madre – explicó Vicky, percibiendo su confusión. Zach sonrió: él también la había captado. La muchacha se ruborizó con solo escuchar su nombre y se escondió detrás de su cabello, que le cayó sobre el rostro como una cortina de oro pálido.
– Vicky me habló mucho de ustedes – les dijo Michelle entonces con una sonrisa –. Yo soy Michelle Rose.
Zach asintió, como quien conoce el nombre. La realidad era que Vicky apenas había tenido tiempo de hablarles de la mujer antes de ir hacia su casa, pero era probable que él hubiera escuchado el nombre en alguna reunión del clan. O en la mente de alguien. No tuvo oportunidad de aclararlo, de todos modos, porque Sybilla regresó al living con el teléfono en la mano.
– Tom y Seth están viniendo para acá – dijo, devolviéndole el aparato a su dueño.

3 sept 2012

Cazadores: Michelle. Parte 34: Michelle.


Vicky no había vuelto en toda la noche y, si bien para Cassandra parecía haber sido una tortura, para ella había sido un alivio. Le había venido bien la noche sola y tranquila sin tener que compartir la habitación, libre para dar vueltas en la cama y pensar. Apenas había dormido, pero al menos se sentía un poco mejor.
Cuando bajó era cerca del mediodía. Cassandra estaba cocinando, al parecer feliz de no ser la única que comería aquel día. Ciertos momentos se le debían haber vuelto solitarios desde la transformación de Vicky. Le sorprendía que aún siguiera siendo humana (o, mejor dicho mortal). Entendía que hubiera querido seguir siéndolo mientras su hija era una niña que crecía como cualquier otra, una muchacha relativamente normal (salvo por la sed). Pero ahora ella sería la única de la familia que envejecería e, inevitablemente, moriría. ¿Por qué no aceptaba la transformación? Aún era joven, sí, pero su aspecto ya se veía demasiado mayor para Tom, quien por algún motivo siempre había tenido un aspecto casi adolescente sin importar que hiciera al respecto. Él y Vicky podían pasar tranquilamente por hermanos.
– Buenos días – la saludó la mujer con una sonrisa algo forzada –. La comida va a estar en un rato. Si querés desayunar algo antes…
– No hay problema – le respondió Michelle sentándose en una de las banquetas y observándola moverse en la cocina.
– Me temo que somos solo vos y yo – le dijo la mujer en un suspiro –. Tom tenía que atender algunos asuntos.
– ¿Vicky? – preguntó Michelle no muy segura de si era adecuado hacerlo.
Cassandra ahogó un sollozo antes de contestar casi sin voz:
– No llamó y se dejó el celular acá. Supongo que debe estar bien pero… no sé nada de ella desde ayer a la mañana.
Impulsivamente, Michelle se levantó y se acercó a la mujer, abrazándola por la espalda. Ella se dejó consolar en silencio. Sin que ella lo pidiera, de a poco, la mujer se fue tranquilizando y le contó lo que había sucedido luego de que ella y Tom se habían ido al día anterior. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza mientras rememoraba la sensación que la había invadido antes de que su hija saliera por la puerta: su propio dolor ante la reacción de su madre.
– Al principio, cuando mi familia y la familia de Tom nos dieron la espalda, prometí que siempre iba a estar para ella, que nunca le iba a dar la espalda; que nunca jamás iba a hacer lo que ellos nos habían hecho a nosotros. Y le fallé. ¿Cómo puedo acompañarla y ayudarla si ella ve que le tengo miedo? ¿Cómo llegamos al punto en que mi hija me asusta? Es… es mi bebé. ¡Esto no está bien!
Michelle hizo un esfuerzo para que aquellas palabras no le causaran un retortijón en el estómago. Inconscientemente se llevó la mano al vientre, a la cicatriz que nunca se iría.
No muy segura de que fuera lo adecuado, formuló la pregunta que se había hecho al bajar las escaleras: ¿por qué no había accedido a la transformación? Cassandra lo meditó un momento antes de contestar:
– Llevo un tiempo pensándolo. Sé que le haría bien a Tom. Se pasó los últimos años yendo y viniendo porque no tolera la idea de que sigo envejeciendo. La única razón por la que no desapareció durante los últimos dos años es Vicky. Ella lo necesita. Y, tal vez, yo sería de más ayuda si estuviera en una situación similar, pero… no estoy muy segura de estar lista para renunciar al sol, a una vida relativamente normal, a quien soy. La transformación implicaría dejar todo atrás…
– Salvo a tu familia – la interrumpió Michelle dejando escapar un suspiro luego de pronunciar la última palabra.
– Salvo a mi familia – repitió Cassandra secándose las lágrimas del rostro.
– Tal vez tengas que pensarlo bien, poner cada cosa sobre la balanza y ver qué pesa más. No es bueno tomar una decisión así a la ligera, pero tal vez…
– Tal vez sea la decisión correcta – terminó la frase la mujer. Luego, volvió a centrar su atención en la comida y la conversación se dio por terminada. No tenía sentido seguir atormentándola.