26 jul 2012

Cazadores: Michelle. Parte 23: Vicky.


Algunos representantes del clan se habían reunido para discutir asuntos de menor importancia. Tom había insistido en que Vicky asistiera a la reunión y no hubiera estado allí de no haber sido por eso. Ahora se preguntaba para qué lo había hecho. La conversación era aburrida, para nada de su incumbencia, y todos los presentes, su padre incluido, se habían dedicado a ignorarla durante todo el tiempo que habían estado allí. Por suerte todos eran vampiros y sus pensamientos estaban completamente vedados a su mente. Hubiera detestado enterarse de que les pasaba por la cabeza a los miembros más antiguos de su clan durante un evento como aquel.
Cuando parecía que habían acabado, los presentes se pusieron de pie y se despidieron formalmente, al parecer recién percatándose de su presencia. Tom llamó a una mujer aparte y se puso a hablar con ella a un costado. La conversación parecía casual, pero, por no ser descortés con quienes se retiraban, Vicky no logró captar de qué se trataba. Un momento más tarde, sin embargo, la habitación estaba vacía salvo por ellos tres y entonces no necesitó escuchar para saber de que se trataba aquello. Frente a ella, junto a Tom, había una muchacha que parecía de no más de quince años. El cabello rubio se le rizaba alrededor del rostro, confiriéndole el aspecto de una muñeca de porcelana. Solo sus ojos, de un color indefinible entre gris y verde, dejaban en claro que no era ni una cosa ni la otra. Louisa y Vicky ya se conocían, aunque nunca habían tenido una relación de amistad ni nada parecido. La mujer le llevaba varios siglos. Sybilla, la hermana mayor de William y Tom, la había transformado en un vampiro por capricho, y luego la había descartado como a una muñeca vieja. Tom la había llevado consigo al nuevo mundo cuando los conflictos con su familia se habían vuelto irreconciliables. Ella lo veía como su protector y todos sabían que su lealtad era incuestionable. Si había alguien en el clan que sabía como controlar su nueva habilidad, esa era Loo.
– No necesito leerte la mente para saber cuales son tus intenciones – le dijo secamente a su padre cuando ambos se dirigieron hacia ella –. Podrías habérmelo consultado antes.
– No necesito leer mentes para saber que no hubieras aceptado – respondió él con ironía. Últimamente, aquella era su forma de comunicarse. Lo peor era que sabía que él tenía razón en todo: ella no hubiera aceptado aquello, pero necesitaba hacerlo. Si no, terminaría aislándose de todo el mundo y no podía salir nada bueno de aquello.
– Nadie tiene por qué saber de esto. Loo prometió que no va a decirle a nadie. Pero es importante que aprendan a controlar esto y ella es la única persona del clan que puede ayudarlos a entenderlo.
– No creo que Zach quiera venir – se apresuró a contestar Vicky, imaginándose todo lo que el chico iba a decirle si se enteraba e incapaz de borrar de su mente el recuerdo de las últimas veces que se habían visto.
– Hasta donde yo sé, sigo siendo líder de este clan – respondió Tom en tono irónico pero poco amigable – y mientras Zach y vos sean parte de él, eso quiere decir que no pueden elegir. Van a hacer esto –. Vicky sabía que no había posibilidad de negociarlo.
– Bien – retrucó ella, decidida a quedarse con la última palabra –. Te deseo suerte hablándolo con él. Yo no pienso darle la noticia. Tom asintió y se fue, dejándola sola con Louisa. Vicky era consciente de que aquello había sido estúpido, pero no tenía la menor idea de cómo enfrentar a Zach, menos para decirle aquello. Por una vez en la vida prefería que su padre lidiara con el problema.

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