Algunos representantes del clan
se habían reunido para discutir asuntos de menor importancia. Tom había
insistido en que Vicky asistiera a la reunión y no hubiera estado allí de no
haber sido por eso. Ahora se preguntaba para qué lo había hecho. La
conversación era aburrida, para nada de su incumbencia, y todos los presentes,
su padre incluido, se habían dedicado a ignorarla durante todo el tiempo que
habían estado allí. Por suerte todos eran vampiros y sus pensamientos estaban
completamente vedados a su mente. Hubiera detestado enterarse de que les pasaba
por la cabeza a los miembros más antiguos de su clan durante un evento como
aquel.
Cuando parecía que habían
acabado, los presentes se pusieron de pie y se despidieron formalmente, al
parecer recién percatándose de su presencia. Tom llamó a una mujer aparte y se
puso a hablar con ella a un costado. La conversación parecía casual, pero, por
no ser descortés con quienes se retiraban, Vicky no logró captar de qué se
trataba. Un momento más tarde, sin embargo, la habitación estaba vacía salvo
por ellos tres y entonces no necesitó escuchar para saber de que se trataba
aquello. Frente a ella, junto a Tom, había una muchacha que parecía de no más
de quince años. El cabello rubio se le rizaba alrededor del rostro,
confiriéndole el aspecto de una muñeca de porcelana. Solo sus ojos, de un color
indefinible entre gris y verde, dejaban en claro que no era ni una cosa ni la
otra. Louisa y Vicky ya se conocían, aunque nunca habían tenido una relación de
amistad ni nada parecido. La mujer le llevaba varios siglos. Sybilla, la
hermana mayor de William y Tom, la había transformado en un vampiro por
capricho, y luego la había descartado como a una muñeca vieja. Tom la había
llevado consigo al nuevo mundo cuando los conflictos con su familia se habían
vuelto irreconciliables. Ella lo veía como su protector y todos sabían que su
lealtad era incuestionable. Si había alguien en el clan que sabía como
controlar su nueva habilidad, esa era Loo.
– No necesito leerte la mente
para saber cuales son tus intenciones – le dijo secamente a su padre cuando
ambos se dirigieron hacia ella –. Podrías habérmelo consultado antes.
– No necesito leer mentes para
saber que no hubieras aceptado – respondió él con ironía. Últimamente, aquella
era su forma de comunicarse. Lo peor era que sabía que él tenía razón en todo:
ella no hubiera aceptado aquello, pero necesitaba hacerlo. Si no, terminaría
aislándose de todo el mundo y no podía salir nada bueno de aquello.
– Nadie tiene por qué saber de
esto. Loo prometió que no va a decirle a nadie. Pero es importante que aprendan
a controlar esto y ella es la única persona del clan que puede ayudarlos a
entenderlo.
– No creo que Zach quiera venir –
se apresuró a contestar Vicky, imaginándose todo lo que el chico iba a decirle
si se enteraba e incapaz de borrar de su mente el recuerdo de las últimas veces
que se habían visto.
– Hasta donde yo sé, sigo siendo
líder de este clan – respondió Tom en tono irónico pero poco amigable – y
mientras Zach y vos sean parte de él, eso quiere decir que no pueden elegir.
Van a hacer esto –. Vicky sabía que no había posibilidad de negociarlo.
– Bien – retrucó ella, decidida a
quedarse con la última palabra –. Te deseo suerte hablándolo con él. Yo no
pienso darle la noticia. Tom asintió y se fue, dejándola sola con Louisa. Vicky
era consciente de que aquello había sido estúpido, pero no tenía la menor idea
de cómo enfrentar a Zach, menos para decirle aquello. Por una vez en la vida
prefería que su padre lidiara con el problema.
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