Zach se agarró la cabeza. Había
tenido la esperanza de que la música apagara las voces, que aliviara al menos
por un instante el barullo constante que le daba dolor de cabeza; pero era
inútil. Las voces resonaban dentro
de su cabeza y el sonido externo no podía aplacarlas. ¡Estaba enloqueciendo!
Vicky estaba sentada a menos de
medio metro, seria. Al parecer no estaba de mejor humor. Había ido a la fiesta
para tratar de hablar con ella, de arreglar las cosas, pero apenas habían
intercambiado palabras en toda la noche y siempre de manera cortante y
agresiva. Los cambios se les estaban haciendo difíciles a ambos. Ya no sabía
como tener una conversación civilizada con nadie, menos con ella. Era incapaz
de concentrarse en nada, lo cual lo ponía de un humor todavía peor.
Tan aturdido estaba, que no se
percató de los incidentes hasta que Milena apareció frente a ellos con
expresión alarmada. Ella y Vicky intercambiaron unas palabras antes de que la
segunda se levantara y se alejara del lugar, dejando a su silla hacer
equilibrio por la velocidad y violencia del movimiento. Milena la siguió sin
darle una explicación. Resignado y molesto, se levantó de su asiento y fue tras
ellas. Cuando llegaron abajo se encontraron con un par de vampiros, los
“porteros”, discutiendo acaloradamente con un muchacho de unos dieciocho años.
En su rostro había una expresión desafiante y sus ojos brillaban con una fuerza
sobrenatural. Sus pensamientos se percibían de forma algo confusa: era un
cazador.
Una leve sensación de deja vu lo invadió momentáneamente: él
también había estado parado frente a
aquellos dos vampiros. Si Vicky no hubiera estado siempre acompañándolo,
probablemente él también hubiera reaccionado de aquella forma ante la negativa
de entrar. Claro que por aquel entonces los acuerdos no existían; aquello
hubiera resultado en una masacre. Ahora, los cazadores y los vampiros estaban
obligados a convivir. Para muchos aquello era intolerable. Al parecer, este
cazador era una de esas personas.
Vicky suspiró, exasperada. Dio un
paso al frente y apoyó una mano sobre el hombro de uno de los vampiros. El
hombre la miró y asintió sin decir nada. Ambos se apartaron del muchacho y la
dejaron frente a frente con él.
– Tenías que ser vos – le dijo
ella con fastidio.
– ¡Vicky! – exclamó él con
fingida alegría, sonriéndole. Ella no le devolvió el gesto. Él se le acercó
como intentando abrazarla y se detuvo antes de poder tocarla. Entonces volvió a
hablar: – No me dejan entrar.
– ¿Tenés invitación?
– No creo que haga falta, siendo quien
soy – respondió él con superioridad. Zach avanzó hacia ellos.
– A menos que seas parte del clan
y puedas demostrarlo, podés ser la reina de Inglaterra que no va a hacer mucha
diferencia – le dijo con sarcasmo. El muchacho posó los ojos en él por primera
vez.
– No sé quien sos, pero estoy
hablando con mi prima, no con vos – le respondió, visiblemente enojado.
– Creo que es la primera vez en
la vida que te escucho reconocer en voz alta que somos parientes – dijo ella
sin mirar a Zach ni un momento. El muchacho le sonrió de nuevo. Su sonrisa era
desagradable y sobradora. Debió hacer un gran esfuerzo para no golpearlo allí
mismo.
– Como sea – siguió hablando ella
–, ser vos no significa que puedas pasar. Necesitas una invitación. Si no la
tenés, andate a tú casa. Si seguís molestando no voy a tener ningún problema en
dejar que ellos – mientras decía esto señaló a los porteros – rompan los
acuerdos. No habría testigos. Nadie sabría lo que te pasó jamás.
El otro le devolvió una mirada
desagradable.
– Veo que el rol de princesita se
te subió a la cabeza – le dijo –. ¡La puta mestiza dando órdenes!
Los ojos de Vicky llamearon. Su
mano se aferró al brazo de Zach con fuerza, frenándolo. Sabía que iba a
reaccionar violentamente ante aquel comentario.
– Nicanor creeme. Si querés
volver en una pieza andate a tu casa ahora
– le dijo casi en un siseo. El muchacho estuvo a punto de replicar algo, pero
pareció cambiar de opinión. Sin decir más nada, dio media vuelta y se fue.
La tensión que había ido
creciendo progresivamente aminoró en los hombros de Vicky. Zach sintió como lo
liberaba y la observó caminar en círculos un momento antes de volver a entrar.
Entonces la siguió.
– ¿Así que tu primo?
La respuesta fueron dos ojos
rojos de furia y un gruñido. No hacía falta preguntar de que lado de la familia
venía el parentesco.
Al llegar al lugar donde habían
estado sentados, Vicky tomó sus cosas y volvió a caminar hacia la puerta sin
dar mayores explicaciones.
Zach golpeó la mesa con furia,
dejando una marca sobre la superficie. La hubiera seguido, pero la sed aún le
pulsaba en la garganta, quemándolo por dentro como fuego. Si no hacía algo para
apagarla iba a enloquecer. O, pero aún, herir seriamente a alguien.
No le costó demasiado encontrar un
“donante” que no le exigiera demasiado esfuerzo: muy cerca de la barra había
una chica sentada en una silla, sola. Sus pensamientos eran confusos, propios
de alguien ahogado en alcohol. Su aliento lo confirmaba. Agradeció no tener que
besarla. Acercó una silla y se sentó a su lado. Hablaron un momento de nada en
particular. Al estar tan cerca, la confusa mente de la chica estaba por encima
de los demás presentes, pero el barullo no cesaba en su cabeza. Conocía una
sola forma de callarlo, pero solo duraría un instante y luego todo se volvería
aún más ruidoso. Cuanta más sangre consumía, más agudos se volvían sus
sentidos. Nunca había imaginado nada de todo esto. Si se lo hubieran advertido
de antemano, hubiera tenido otro argumento para sumar a su lista de razones por
las que no deseaba convertirse en un vampiro. Si hubiera tenido oportunidad de
elegir, jamás hubiera dejado que lo transformaran. Pero no había tenido opción.
Su vida le había sido arrebatada en un instante, y esto era lo único que le
habían dejado: un calvario interminable, una pesadilla que cada día se volvía
peor.
Esforzándose por que todo aquello
no se vislumbrara en la expresión de su rostro, llevó la conversación a lo que
muchos llamaban chamullo: un montón de palabrerio para lograr seducir a la
chica. Un momento más tarde, ella estaba recostada sobre su hombro riendo
tontamente. No le costó mucho ubicarse junto a su cuello, sentirlo. Sus labios
lo rozaron. Ella se estremeció, pero no se movió. Con cuidado, Zach dejó que
sus colmillos se extendieran por completo. La piel cedió ante el filo sin
inconvenientes. Unos segundos más tarde el calor de la sangre invadía su boca.
El mundo permaneció en silencio. Una serie de recuerdos aparecieron frente a
sus ojos: aquella chica tenía la vida más normal que pudiera existir. Escuela,
amigas, un ex novio bastante tonto y un amor platónico que apenas la conocía.
Luego, nada. Solo el latido de dos corazones al mismo ritmo.
Se separó de la muchacha y esta
suspiró, apoyándose nuevamente sobre su hombro. No tardó demasiado en volver a
sentir todo el ruido a su alrededor, todas las voces gritando en su cabeza. Por
un momento, pensó que iba a largarse a llorar. Sí, él, Zach, que siempre había
sido impasible, que consideraba que llorar era cosa de mujeres. Su vida se le
estaba volviendo cada día más intolerable.
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