Bufando, Vicky se levantó de la
silla en la que había estado sentada casi media hora esperando una respuesta
que nunca había llegado y se dirigió a la puerta de la habitación. Había
acompañado a Liz a su casa con la intención de encontrarse con Zach. Él había
llegado de clase apenas un rato antes y estaba frente a la televisión. Al
verlas llegar, había saludado de manera efusiva y había subido a su habitación.
Ella lo había seguido un momento más tarde y lo había encontrado tirado en la
cama, la vista fija en el techo.
– ¿Querés hacer algo? – le había
preguntado. Ante su silencio, se había sentado en la única silla libre de la
habitación, esperando. Nada. El muchacho había permanecido en silencio,
ignorándola.
– ¿A dónde vas? – le preguntó sin
mirarla antes de que pudiera cruzar el umbral de la puerta.
– A mi casa. No veo que sentido
tiene quedarme si vas a ignorarme – su tono era agresivo. Se estaba poniendo de
mal humor.
– No te estoy ignorando –
contestó él a la defensiva.
Vicky dio media vuelta y lo miró,
incrédula.
– ¿Y cómo llamás a estar ahí
tirado por media hora sin mirarme ni dirigirme la palabra entonces?
Zach se irguió sobre la cama,
sosteniéndose con los brazos a la espalda. Su rostro dejaba en claro que se
sentía fatal, pero no le importó. Estaba furiosa.
– Me duele la cabeza – se
defendió él.
– A mí también me duele la
cabeza. No podés poner toda tu vida en stand
by porque te duele la cabeza. ¡No es mi culpa que te duela la cabeza!
El rostro del muchacho se
ensombreció. Sus ojos brillaron mientras se ponía de pie de un salto. No le
tomó demasiado quedar a tan solo unos centímetros de ella. Incluso podía sentir
su aliento en el rostro mientras le respondía:
– En realidad, sí es tu culpa que
me duela la cabeza, así que calláte.
Vicky palideció. Zach no pareció
darle importancia.
– Yo no sabía que iba a pasar
esto – dijo ella en un susurro, haciendo un esfuerzo para contener las
lágrimas. Después de dos años sin haberlo hecho ni una vez, no esperaba que
Zach fuera a reprocharle lo que había hecho para salvarle la vida.
– No busques excusas – fue lo único
que respondió él en una frase monótona. Las palabras fueron como veneno. Vicky
salió de la habitación casi corriendo, deseando para sus adentros no cruzarse
con nadie en el camino hacia la puerta. Zach era la única persona que sabía por
lo que estaba pasando. Sin él, estaba más sola de lo que había estado en toda
su vida. No quería ni pensar en la posibilidad, pero el odio en la voz del
muchacho, el resentimiento, habían sido suficientemente perceptibles. No podía
ignorarlos.
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