VICKY
Vicky y Milena entraron en el galpón abandonado con paso firme. A pocos metros de la puerta la música podía sentirse con toda claridad. Y el sonido indicaba algo oscuro, lúgubre. La canción les pintó a ambas una sonrisa en los labios. Una vez adentro, se acomodaron a un costado junto a otro grupo de vampiros de su clan. Un rato más tarde vio entrar a Zach, acompañado de Liz y Dylan. Sus ojos se posaron en el muchacho hasta que lo perdió de vista con una punzada de dolor. Luego volvió a la realidad. A medida que iba pasando el tiempo, su mente iba cediendo, volviéndose puro instinto. Aquel lugar estaba abarrotado de vampiros parias.
La música variaba, pero ya casi no la escuchaba. Se había perdido entre los murmullos de la gente. Y de pronto un grito la sacó de su trance. Sus ojos se encontraron con los de su prima un momento, y todo el grupo se puso en movimiento a toda velocidad.
Podía ver como los rostros se giraban a observarlos, muchos sorprendidos por la rapidez de sus movimientos. Otros, percibiendo que había algo que no estaba bien.
Por fin, el grito se oyó por sus verdaderos oídos. Había una chica de no más de quince años rodeada de tres vampiros que la habían acorralado contra una pared en un lugar apartado. El aroma de la sangre invadía la zona. No necesitaba mirar a sus compañeros para saber que aquello los había desconcertado. Todo dependía de ella ahora.
Se abalanzó sobre el que estaba más cerca de ella: un vampiro rubio de aspecto feroz, y lo arrojó a un costado. No tenía su fuerza, pero sí tenía a su favor el factor sorpresa.
Automáticamente, los tres rostros se giraron hacia ella. Los filosos colmillos brillaban en la luz mortecina, y los ojos parecían llamas. Vicky sintió como sus compañeros cambiaban de postura, olvidando completamente la sensación anterior. El vampiro rubio se abalanzó sobre ella con furia, derribándola. A una velocidad casi imperceptible, una sombra se posó sobre ellos, separándolos con fuerza y arrojándolo contra la pared: Milena. Las primas se miraron con una sonrisa. Los ojos de ambas brillaban como bolas de fuego. A su alrededor, todo se iba volviendo un caos.
-“¡Loo, es hora de dar la señal!” gritó Milena a una de sus compañeras.
La aludida, una muchacha de, en apariencia, no más de quince años, asintió y se acurrucó a un costado, lejos de lo que de a poco se volvía una batalla campal. Un momento más tarde, la señal había sido enviada. Un hijo de la noche podía tener la habilidad de la telepatía. Tal era el caso de Louisa, también conocida como Loo.
Aquellos que esperaban afuera fueron entrando en bandadas, ayudando a salir a todos aquellos ajenos al conflicto; a todas las potenciales víctimas.
Mientras el vampiro rubio se abalanzaba nuevamente sobre ella cegado de ira, Vicky sonrió, llevándose las manos a la cabeza y dejando que el cabello le cayera por la espalda.
LIZ
Después de que Vicky y su grupo cruzaron el lugar a toda velocidad, todo se volvió un caos. Los paria, sorprendidos, se pusieron a la defensiva de inmediato.
Automáticamente, los tres chicos se pusieron en guardia. No traían grandes armas para defenderse, así que tenían que esperar a que los que estaban afuera pudieran entrar, y a diferencia de los vampiros, estaban en desventaja frente a sus oponentes. Sabían perfectamente lo que tenían que hacer: asegurarse de que todos los que no tenían nada que ver con el conflicto salieran a salvo… y sobrevivir.
Una sombra de cabello rojizo se abalanzó sobre Liz antes de que ninguno pudiera reaccionar y detenerla. De pronto, estaba acorralada. La vampiresa la miraba con ojos furiosos, dispuesta a saltarle encima en cualquier momento. Zach y Dylan la miraron a unos metros, incapaces de hacer nada, enfrascados en sus propias peleas. La muchacha volvió a saltar sobre ella. Logró esquivarla por poco, pero seguía en problemas. Entonces, cuando la chica iba a atacarla de nuevo, algo brillante cruzó por su rostro, y la cabellera rojiza se desparramó sobre el suelo junto a un charco de sangre. Tom Collin le sonrió, alcanzándole la espada que acababa de usar para salvarle la vida.
-“Gracias,” susurró ella, casi tímida.
Él asintió en silencio, mirando a su alrededor.
-“Va a ser mejor que no te separes mucho de mí,” le dijo el hombre con tono serio. “Algo me dice que vas a volver a necesitar ayuda.”
Liz lo observó, intentando encontrar algún rastro de burla o ironía en su rostro, pero no fue así. El hombre era totalmente sincero. Con algo de alivio, tomó con firmeza su nueva arma y se encaminó a lo que sabía sería una sangrienta batalla.
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