23 abr 2012

Cazadores: Michelle. Parte 8: Michelle.



Dos voces la sacaron de sus pensamientos. ¿Qué pasaba ahí afuera? Había dos hombres discutiendo no muy lejos de su habitación. Ambas voces le resultaban familiares. Uno era Seth, de eso no tenía dudas. ¿Quién era el otro? Tratando de no hacer ruido, abrió la puerta de la habitación y se deslizó sigilosamente por el pasillo. Encontró a los dos hombres de pie en la sala de estar, uno frente al otro. Cuando sus voces se volvieron lo suficientemente claras percibió el motivo de la pelea: ella misma. Por eso decidió mantenerse oculta, observar y ver sin ser vista ni oída.
El otro vampiro, porque eso era lo que era, se parecía mucho a Seth. Igual que él, tenía el cabello castaño oscuro, pero se lo dejaba largo, casi por los hombros, y era ondeado, casi rebelde. Tenía la piel pálida propia de quien no anda mucho al sol, y no aparentaba tener mucho más de veinte años. Si bien se notaba que estaban emparentados, aquel muchacho no era un vampiro de sangre pura.
Una imagen apareció por un momento en la mente de Michelle: Seth interponiéndose entre ella y un niño, su hermano. Un muchacho mitad humano y mitad vampiro, como ella. Un niño por aquel entonces, un muchacho más tarde y, aunque su aspecto no había cambiado en siglos, un hombre ahora. Y estaba segura de que sus caminos se habían cruzado más de una vez, también. James.

Estaba perdida. La noche había caído y no veía nada. Si tan solo tuviera con que prender una llama, iluminarse. Las nubes cubrían el cielo. No se veían las estrellas ni la luna. La tormenta llegaría pronto, pero ni siquiera había relámpagos suficientes como para mostrarle el camino. Estaba en el medio de la nada y estaba sola.
No tardó demasiado en largarse a llover. Su ropa se empapó en un instante, haciendo su paso más lento. No tenía a donde ir. Estaba tan desolada ante la perspectiva ante ella que no pudo escuchar el galope de los caballos hasta que estuvieron sobre ella. Los jinetes estaban cubiertos por capuchas y no podía ver sus rostros. No tardaron en rodearla. No podía hacer nada. Estaba a su merced.
Inesperadamente, uno de los hombres se inclinó sobre ella y la tomó por la cintura, alzándola. Sin decir una palabra, la llevaron al galope hasta un edificio oculto en el bosque. Jamás lo hubiera visto allí por sí sola, no sin saber que existía. ¿Por qué la llevaban a aquel lugar? Los jinetes desmontaron y se metieron en el lugar mientras una muchacha resguardaba a los caballos en un establo a un costado. Eran solo cuatro hombres, ahora lo notaba. Su fuerza era superior a la esperada aún para hombres fornidos como eran algunos de ellos. Debían ser vampiros. ¿Por qué la llevaban con ellos? ¿Acaso pensaban alimentarse de ella?
El que la había levantado no la había soltado aún, y ella estaba tan cansada que no había intentado resistirse. De todos modos, no tenía a donde ir. Con más cuidado del que ella esperaba, la apoyó sobre el suelo, dejándola caminar pero sin soltarla. Sin decir nada, la guió adentro, detrás de sus compañeros. La confusión de Michelle no hacía más que aumentar.
Una vez adentro, el hombre, aún encapuchado, le dio instrucciones a una mujer y la liberó, ordenándole que siguiera a la otra. Luego fue a unirse a sus compañeros, quienes se estaban acomodando cerca del fuego que ardía en una chimenea, intentando secarse. La mujer la guió por una escalera de madera y piedra hacia una planta alta apenas iluminada y bastante más húmeda y fría que el lugar donde los hombres descansaban. La mujer la ayudó a desvestirse y limpiarse y luego le dio ropa seca. En un par de ocasiones Michelle intentó cuestionarla, pero la otra parecía no oírla, o no entenderle. Ninguna de las preguntas recibió una respuesta. Al terminar, la mujer salió y la dejó sola. Un momento más tarde, la muchacha de la puerta apareció, cargando un plato de comida y una jarra. Apoyó ambas cosas en una mesa y le indicó que eran para ella. Luego se retiró. Michelle permaneció un momento de pie en medio de la habitación, atónita. ¿Qué estaba sucediendo? Luego se aproximó a la mesa y se sentó en una tosca banqueta que había al lado. Estaba hambrienta. Si se trataba de alguna trampa, no había nada que pudiera hacer. No tardó mucho en devorarse todo.
No fue hasta unas horas más tarde que la muchacha regresó. Tomó las cosas de la mesa y salió de nuevo sin dirigirle la palabra. Al llegar al pie de la escalera la escuchó hablar. La voz que respondió parecía ser la del hombre que la había cargado hasta allí, probablemente el líder del grupo. El hombre no tardó mucho en aparecer. Se había quitado la capucha y estaba vestido con un pantalón oscuro y una camisa tosca y manchada. Su cabello era oscuro, castaño, y le caía en ondas alrededor de un rostro aniñado. Luego de cerrar la puerta a su espalda, se giró y la observó en silencio. Sus ojos eran azul profundo, brillantes a pesar de la escasa iluminación.
– Michelle – le dijo con voz cautelosa, dando un paso hacia ella – sé que no me recuerdas, pero te juro que no estoy aquí para hacerte daño. Nos conocemos, del pasado. Soy tu amigo. Soy… soy James.
El muchacho se acerco más a ella, que permanecía inmóvil. Extendió su mano izquierda hasta su rostro y la acarició suavemente. Michelle cerró los ojos, dejando que sus demás sentidos lo percibieran. Ya lo conocía, estaba segura de que sí. Si tan solo pudiera recordar…

El silencio la hizo volver a la realidad. James y Seth habían dejado de discutir. Al parecer, alguno de los dos hermanos se había percatado de su presencia y ambos la observaban de reojo, esperando a que reaccionara. Michelle sintió que sus mejillas ardían de vergüenza.
– Michelle – susurró el menor de los hermanos, aún sin reponerse de la sorpresa. Seth estaba en silencio. Su rostro era severo: no estaba feliz de que la muchacha hubiera escuchado su conversación. James avanzó hacia ella, intentando alcanzarla. El otro no se movió. Sus ojos se clavaron en ella con enfado y luego desvió la mirada.
Michelle dio media vuelta y regresó corriendo a su habitación. Una vez adentro, cerró la puerta con llave y se dejó caer pesadamente sobre la cama. De pronto empezó a invadirla la confusión.

James le sonrió. Había pasado un tiempo desde la cabaña en el bosque. No recordaba nada de lo que le había pasado tan solo unos días antes de aquella noche, pero no le importaba. Junto a él estaba segura. Él la hacía sentir así. La rodeaba en sus brazos y permanecían juntos por horas, observando las estrellas brillar en el cielo nocturno. Él le contaba historias de lugares lejanos y le hablaba de sus viajes. Muy pocas veces mencionaba a su familia, ya que aseguraba que lo entristecía: hacía siglos que estaban en guerra y él deseaba olvidar todo aquello, alejarse de la muerte.
Michelle le devolvió la sonrisa. Hacía un rato que lo esperaba. Él se acercó a ella sin decir nada y le acarició el rostro con la mano izquierda. Ella volvió a sonreírle.
– Te extrañaba – le dijo, acercando el rostro de la muchacha al suyo suavemente. Sus labios se unieron en un beso dulce.

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