30 abr 2012

Cazadores: Michelle. Parte 9.


SETH

– ¡Ella no está lista para algo así! ¡Probablemente nunca lo esté! No podés pedirle una cosa así. ¡Sería inhumano!
– Es la única oportunidad que podríamos tener de acabar con esta absurda guerra. Ya perdimos la cuenta del tiempo que lleva y nadie se acuerda por qué peleamos. Si ella reclamara lo que le corresponde, entonces sería el final. Michelle es nuestra aliada, ella acabaría la guerra.
– En este momento, ella no sería más que una marioneta. No sería una líder para los Rose. Nunca aceptarían que Michelle tomara el lugar de su hermano, aunque sea mayor. Ella es una asesina de vampiros. Y además es incapaz de recordar lo que pasó hace un mes. No hay forma razonable de que esté al mando de nada. ¡No puede controlar su propia vida!
La discusión había llegado a los límites de la violencia. En cualquier momento los hermanos iban a lanzarse uno sobre el otro. No era la primera vez que tenían aquel conflicto, pero esta vez se había vuelto peor porque, por primera vez en siglos, ambos estaban en el mismo lugar que Michelle.
Mientras uno de los hermanos siempre había sido partidario de ayudar a Michelle y mantenerla a salvo, el otro había intentado, muy desde el principio, tratar de involucrarla en las cuestiones políticas que afectaban a ambos clanes. Michelle a la cabeza del clan Rose hubiera sido de gran ventaja para ellos: la muchacha era demasiado voluble, dada su situación. También era demasiado inestable, lo que hubiera podido ser catastrófico. Era evidente que jamás llegarían a un acuerdo, especialmente porque ambos tenían sentimientos hacia la chica, un motivo más para su rivalidad. No había forma de que aquello terminara bien.

MICHELLE

Ya era suficiente. Hacía más de una semana que James había llegado a la casa. Durante todo ese tiempo, Michelle se había puesto cada día más confusa, alterada y los hermanos no hacían otra cosa más que discutir. Los gritos se escuchaban por los pasillos día y noche. Ella no hacía más que tratar de evitarlos, de esconderse. No quería enfrentar a ninguno de los dos; a aquellos ojos azules, expectantes. No quería tener que responder a sus demandas ni corresponder a sus sentimientos. Ya no sabía quien era quien en su pasado. No sabía a quien le debía lealtad. Ya no podía permanecer en aquel lugar. No podría evitar a los hermanos por mucho tiempo, e iba a enloquecer (aún más, probablemente) si no conseguía algo de paz.
Michelle rebuscó en la habitación hasta encontrar una mochila. No había demasiado espacio en ella, pero podría guardar el diario y algo de ropa. No había mucho más allí que pudiera llevar. No tenía dinero ni ningún elemento de valor. Pero no importaba: debía salir de allí, eso era lo único que le importaba. Ya encontraría la forma de sobrevivir en el mundo.
Esperó hasta cerca del amanecer para salir. Los vampiros tenían la costumbre de permanecer despiertos gran parte de la noche, especialmente aquellos que no podían exponerse a la luz del sol. Con la llegada de este, la casa dormía. No le costó demasiado escabullirse sin ser vista. Dados sus hábitos solitarios, era probable que no notaran su ausencia hasta la noche.
Después de unos días de vagar, la lluvia la encontró en las calles. Estaba cansada y hambrienta, y el invierno estaba en su peor etapa. Sin saber que hacer, sin la menor idea de donde estaba, se dejó caer bajo un pequeño alero que la protegía poco y nada del agua. Al menos había escapado de la presión, pero tal vez no había calculado el precio a pagar. Entristecida, cerró los ojos y se permitió descansar.
No supo cuanto tiempo había pasado desde entonces, pero estaba segura de que se había quedado dormida. Seguía lloviendo, y se había vuelto aún más oscuro: estaba anocheciendo. Frente a ella había un muchacho de aspecto juvenil y edad imprecisable. Tenía el cabello negro rizado y unos ojos grises que expresaban antigüedad, aunque nada en comparación con Seth, James o ella misma. Estaba arrodillado junto a ella, intentando despertarla sin asustarla, y su rostro le decía que la conocía perfectamente, aunque ella no pudiera recordarlo.
– Michelle – le dijo con voz tranquilizadora –, mi nombre es Tom. Soy amigo de Seth. Y de James, también. Me dijeron que habías desaparecido. Están preocupados.
Michelle lo observó un momento como si le hubiera hablado en chino. Estaba aturdida, agotada. Él volvió a insistir.
– ¿Sabés de que te estoy hablando? ¿Te acordás de Seth y de James?
Michelle asintió.
– No quiero volver ahí. Ellos pretenden cosas de mí. No puedo darles lo que quieren.
Tom sonrió. Se puso de pie y le tendió una mano para ayudarla a ponerse en pie.
– No tengo intención de llevarte con ellos. Ya dejaron muy claro que los únicos tiempos que entienden son los suyos. Vos necesitas otros. Pero no podés quedarte en la calle. Menos con esta lluvia. Vení conmigo. Conozco un lugar donde vas a estar tranquila. Y como está fuera de su territorio, ninguno de los dos va a poder molestarte.
Después de considerarlo un momento, aceptó la oferta. Estaba demasiado cansada y hambrienta como para decir que no.
Tom la llevó a lo que parecía ser una casa común y corriente. Tenía la puerta sobre la línea de la vereda, y una buhardilla en la parte superior en la que brillaba una luz amarillenta. Al entrar se encontraron en un living amplio de muebles claros. Al fondo había una escalera de madera que se perdía en las sombras de la planta alta. El comedor estaba separado por una arcada de ladrillos y, no muy lejos, la puerta de la cocina estaba abierta de par en par. Desde la puerta podía verse que la cocina y el comedor eran un mismo ambiente con una división sin puerta. Al fondo había una mujer joven que apenas pasaba los treinta años. Al oírlos entrar levantó la vista de la hornalla en la que hervía una olla con agua para cocinar. En un sillón del living, frente a la televisión prendida, había otra figura: una niña de no más de catorce años cuyo cabello negro rizado dejaba en claro quien era su padre.
Tom sonrió y presentó a las tres mujeres:
– Michelle, estas son mi esposa, Cassandra, y mi hija, Victoria – ambas la saludaron con una sonrisa. Al parecer, ambas habían escuchado algo sobre ella –. Ella es Michelle. Le ofrecí quedarse un tiempo con nosotros hasta que se le pase un poco la… confusión.
– Podemos compartir mi habitación – dijo la niña con un tono amigable –.Hay un colchón extra que puedo tirar en el piso para dormir.
Michelle no pudo evitar sonreírle. Cassandra se les acercó y le tendió una mano:
– Vení conmigo. Vamos a que te des una ducha de agua caliente y te pongas algo seco. La cena va a estar en un rato. Tenés cara de hambre.
Fue allí cuando se percató de que la mujer no era un vampiro. Y, por supuesto, tampoco lo era la niña. ¿Sería por eso que eran tan amables con ella?

23 abr 2012

Cazadores: Michelle. Parte 8: Michelle.



Dos voces la sacaron de sus pensamientos. ¿Qué pasaba ahí afuera? Había dos hombres discutiendo no muy lejos de su habitación. Ambas voces le resultaban familiares. Uno era Seth, de eso no tenía dudas. ¿Quién era el otro? Tratando de no hacer ruido, abrió la puerta de la habitación y se deslizó sigilosamente por el pasillo. Encontró a los dos hombres de pie en la sala de estar, uno frente al otro. Cuando sus voces se volvieron lo suficientemente claras percibió el motivo de la pelea: ella misma. Por eso decidió mantenerse oculta, observar y ver sin ser vista ni oída.
El otro vampiro, porque eso era lo que era, se parecía mucho a Seth. Igual que él, tenía el cabello castaño oscuro, pero se lo dejaba largo, casi por los hombros, y era ondeado, casi rebelde. Tenía la piel pálida propia de quien no anda mucho al sol, y no aparentaba tener mucho más de veinte años. Si bien se notaba que estaban emparentados, aquel muchacho no era un vampiro de sangre pura.
Una imagen apareció por un momento en la mente de Michelle: Seth interponiéndose entre ella y un niño, su hermano. Un muchacho mitad humano y mitad vampiro, como ella. Un niño por aquel entonces, un muchacho más tarde y, aunque su aspecto no había cambiado en siglos, un hombre ahora. Y estaba segura de que sus caminos se habían cruzado más de una vez, también. James.

Estaba perdida. La noche había caído y no veía nada. Si tan solo tuviera con que prender una llama, iluminarse. Las nubes cubrían el cielo. No se veían las estrellas ni la luna. La tormenta llegaría pronto, pero ni siquiera había relámpagos suficientes como para mostrarle el camino. Estaba en el medio de la nada y estaba sola.
No tardó demasiado en largarse a llover. Su ropa se empapó en un instante, haciendo su paso más lento. No tenía a donde ir. Estaba tan desolada ante la perspectiva ante ella que no pudo escuchar el galope de los caballos hasta que estuvieron sobre ella. Los jinetes estaban cubiertos por capuchas y no podía ver sus rostros. No tardaron en rodearla. No podía hacer nada. Estaba a su merced.
Inesperadamente, uno de los hombres se inclinó sobre ella y la tomó por la cintura, alzándola. Sin decir una palabra, la llevaron al galope hasta un edificio oculto en el bosque. Jamás lo hubiera visto allí por sí sola, no sin saber que existía. ¿Por qué la llevaban a aquel lugar? Los jinetes desmontaron y se metieron en el lugar mientras una muchacha resguardaba a los caballos en un establo a un costado. Eran solo cuatro hombres, ahora lo notaba. Su fuerza era superior a la esperada aún para hombres fornidos como eran algunos de ellos. Debían ser vampiros. ¿Por qué la llevaban con ellos? ¿Acaso pensaban alimentarse de ella?
El que la había levantado no la había soltado aún, y ella estaba tan cansada que no había intentado resistirse. De todos modos, no tenía a donde ir. Con más cuidado del que ella esperaba, la apoyó sobre el suelo, dejándola caminar pero sin soltarla. Sin decir nada, la guió adentro, detrás de sus compañeros. La confusión de Michelle no hacía más que aumentar.
Una vez adentro, el hombre, aún encapuchado, le dio instrucciones a una mujer y la liberó, ordenándole que siguiera a la otra. Luego fue a unirse a sus compañeros, quienes se estaban acomodando cerca del fuego que ardía en una chimenea, intentando secarse. La mujer la guió por una escalera de madera y piedra hacia una planta alta apenas iluminada y bastante más húmeda y fría que el lugar donde los hombres descansaban. La mujer la ayudó a desvestirse y limpiarse y luego le dio ropa seca. En un par de ocasiones Michelle intentó cuestionarla, pero la otra parecía no oírla, o no entenderle. Ninguna de las preguntas recibió una respuesta. Al terminar, la mujer salió y la dejó sola. Un momento más tarde, la muchacha de la puerta apareció, cargando un plato de comida y una jarra. Apoyó ambas cosas en una mesa y le indicó que eran para ella. Luego se retiró. Michelle permaneció un momento de pie en medio de la habitación, atónita. ¿Qué estaba sucediendo? Luego se aproximó a la mesa y se sentó en una tosca banqueta que había al lado. Estaba hambrienta. Si se trataba de alguna trampa, no había nada que pudiera hacer. No tardó mucho en devorarse todo.
No fue hasta unas horas más tarde que la muchacha regresó. Tomó las cosas de la mesa y salió de nuevo sin dirigirle la palabra. Al llegar al pie de la escalera la escuchó hablar. La voz que respondió parecía ser la del hombre que la había cargado hasta allí, probablemente el líder del grupo. El hombre no tardó mucho en aparecer. Se había quitado la capucha y estaba vestido con un pantalón oscuro y una camisa tosca y manchada. Su cabello era oscuro, castaño, y le caía en ondas alrededor de un rostro aniñado. Luego de cerrar la puerta a su espalda, se giró y la observó en silencio. Sus ojos eran azul profundo, brillantes a pesar de la escasa iluminación.
– Michelle – le dijo con voz cautelosa, dando un paso hacia ella – sé que no me recuerdas, pero te juro que no estoy aquí para hacerte daño. Nos conocemos, del pasado. Soy tu amigo. Soy… soy James.
El muchacho se acerco más a ella, que permanecía inmóvil. Extendió su mano izquierda hasta su rostro y la acarició suavemente. Michelle cerró los ojos, dejando que sus demás sentidos lo percibieran. Ya lo conocía, estaba segura de que sí. Si tan solo pudiera recordar…

El silencio la hizo volver a la realidad. James y Seth habían dejado de discutir. Al parecer, alguno de los dos hermanos se había percatado de su presencia y ambos la observaban de reojo, esperando a que reaccionara. Michelle sintió que sus mejillas ardían de vergüenza.
– Michelle – susurró el menor de los hermanos, aún sin reponerse de la sorpresa. Seth estaba en silencio. Su rostro era severo: no estaba feliz de que la muchacha hubiera escuchado su conversación. James avanzó hacia ella, intentando alcanzarla. El otro no se movió. Sus ojos se clavaron en ella con enfado y luego desvió la mirada.
Michelle dio media vuelta y regresó corriendo a su habitación. Una vez adentro, cerró la puerta con llave y se dejó caer pesadamente sobre la cama. De pronto empezó a invadirla la confusión.

James le sonrió. Había pasado un tiempo desde la cabaña en el bosque. No recordaba nada de lo que le había pasado tan solo unos días antes de aquella noche, pero no le importaba. Junto a él estaba segura. Él la hacía sentir así. La rodeaba en sus brazos y permanecían juntos por horas, observando las estrellas brillar en el cielo nocturno. Él le contaba historias de lugares lejanos y le hablaba de sus viajes. Muy pocas veces mencionaba a su familia, ya que aseguraba que lo entristecía: hacía siglos que estaban en guerra y él deseaba olvidar todo aquello, alejarse de la muerte.
Michelle le devolvió la sonrisa. Hacía un rato que lo esperaba. Él se acercó a ella sin decir nada y le acarició el rostro con la mano izquierda. Ella volvió a sonreírle.
– Te extrañaba – le dijo, acercando el rostro de la muchacha al suyo suavemente. Sus labios se unieron en un beso dulce.

16 abr 2012

Cazadores: Michelle. Parte 7: Seth.


Seth despertó abrumado por los recuerdos. Saber que ella estaba tan cerca hacía que los hechos pasados se revivieran una y otra vez en su mente, en sus sueños: la primera vez que la había visto; su primera conversación, cuando supo quien era en realidad; cada instante de su historia que le era significativo, especialmente porque ella no los podía recordar.
Sin levantarse de la cama, repasó los detalles del sueño en silencio.

Como hijo mayor del líder de su clan, Seth era el encargado de supervisar las tierras de su padre. Él y un grupo de acompañantes se habían asentado en el pueblo por un tiempo con ese objetivo. Estaban lejos de casa y, luego de haber visto a Michelle y los cazadores, sabía que no tenían oportunidad contra ellos. Aún así no había hecho nada al respecto: la muchacha lo tenía hechizado, aún ahora que conocía su origen.
La noche indicada había llegado. Los cazadores habían tomado desprevenidos a sus compañeros. Él aún permanecía acostado, indeciso. ¿Debía esperar a que fueran por él, o debía salir a luchar? Sabía que no sería capaz de enfrentarse a la muchacha. ¿Ella sería capaz de asesinarlo, llegado el momento? Las puertas de su habitación se abrieron de par en par. No necesitaba luz para ver a su oponente: un hombre joven al que sus compañeros llamaban George. El odio ardía en su mirada. Su ira despertaba la fuerza de su sangre vampírica a pesar de la falta de sangre. Sus ojos brillaban como carbones encendidos en la penumbra.
Seth se puso de pie, dispuesto a defenderse a pesar de su indecisión. Entonces sucedió lo que menos esperaba: Michelle entró corriendo en el recinto. Su cabello se escapaba de una trenza dorada y sus ojos brillaban como fuego. George giró sobre sus pies, observando a la muchacha que blandía una espada con firmeza. En su rostro no había sorpresa, solo odio.
– Sabía que ibas a traicionarnos – le dijo.
– Lo lamento. No puedo dejarte que lo asesines – susurró la muchacha con un dejo de culpa –. Él no es como los demás. Él es diferente.
– Todos son monstruos asesinos y tú eres uno de ellos – rugió el hombre, abalanzándose sobre ella. Seth reaccionó al instante. Se lanzó sobre su oponente con furia animal, clavando sus colmillos en su cuello y desgarrando la carne. George forcejeó, pero no tardó mucho en caer a sus pies, inerte. Los ojos de Michelle se encontraron con los suyos con temor y sorpresa. Debió hacer un esfuerzo sobrehumano por recobrar la compostura.
– Debes irte – le dijo la chica.
– Los cazadores no te perdonarán esta traición. Te matarán – argumentó él.
– Sé defenderme sola, aún de los cazadores.
– Ven conmigo – rogó él, tomando sus manos y acercándola a donde estaba parado –. Ellos no van a encontrarnos. Estarás a salvo. Ambos lo estaremos.
Michelle dudó un momento antes de responder. Sus ojos volvieron a encontrarse. La sintió sonrojarse por la cercanía de sus rostros. Sus mejillas irradiaban calor. Entonces asintió, soltando la espada y dejándose llevar.
Aquel fue el principio de su aventura y, quizás, el tiempo más largo que estuvieron juntos. Casi dos años más tarde aparecía el primer episodio de amnesia de la muchacha. Le tomó casi una década volver a encontrarla y ya nada fue como había sido.

9 abr 2012

Cazadores: Michelle. Parte 6: Michelle


George la observaba con desconfianza. No hacía demasiado que se había unido al grupo de cazadores y varios seguían sin confiar en ella. No los culpaba. Muy pocos habían probado la sangre alguna vez, si bien la mayoría eran como ella. En sus ojos y en sus reflejos aún se vislumbraban los efectos de la sangre de su último oponente, a pesar de que de ello hacía casi dos semanas. ¿Qué las diferenciaba de los demás vampiros? A los ojos de algunos de sus nuevos compañeros, el haber sido una esclava no era suficiente. Tampoco su odio hacia aquellos cuya guerra se había cobrado la vida de su madre.
Susan se estremeció a su lado. Era una muchacha de casi su edad. Tenía un rostro infantil que, acompañado de su cuerpo pequeño y desgarbado, le daban el aspecto propio de una niña. Michelle la tomó por el brazo de forma cariñosa, reconfortándola. A pocos metros de ellos había dos vampiros de aspecto juvenil. Ambos tenían el porte de nobles y hablaban de forma afable con un comerciante del pueblo. Se habían acercado para hacer un reconocimiento y ya no había ninguna duda: el lugar estaba infestado. Solo les restaba actuar.
Fue entonces cuando lo vio: uno de los vampiros se giró, su rostro quedando de frente hacia donde ella estaba. Sus miradas se encontraron y fue como si el mundo se paralizara. Ya había visto aquellos ojos azules. Sus miradas se habían encontrado del mismo modo hacía casi dos años, aunque el tiempo no parecía haber pasado para él y ella estaba apenas cambiada. Pensó que jamás volvería a verlo, que sus caminos no volverían a cruzarse. Se le hizo un nudo en el estómago al caer en la cuenta de que estaba allí para asesinarlo. Sus compañeros no le perdonarían la vida aunque ella quisiera hacerlo; pero una parte de ella se negaba a dañarlo. Entre ellos había una conexión que no podía explicar, como si el universo intentara decirle algo. No podía dañarlo.
Él no apartaba los ojos de ella. También la había reconocido y parecía como hipnotizado. Su compañero no tardó en notarlo. Temiendo ser vista, Michelle se ocultó detrás de la pequeña Susan. Seguramente él ya sabía quien era ella. Si era así, entonces ya estaba advertido sobre el peligro.

Unos días más tarde regresó al pueblo. Eran un grupo más pequeño y no tardó demasiado en quedar sola. El otoño estaba dando paso al invierno y el frío comenzaba a hacerse sentir. Una ráfaga de viento le pegó en la espalda, haciéndola estremecerse. La misma ráfaga trajo consigo un aroma aterrador: vampiro. Sin pensarlo dos veces, Michelle tomó la daga que llevaba escondida entre sus ropas: una hoja compuesta por maderas unidas por finas bandas de metal: roble, cedro, algarrobo, oro, plata y bronce y un corazón de hierro; un invento de George con un inesperado resultado: envenenar y quemar la sangre del vampiro, reduciéndolo a cenizas.
Él fue má veloz. La hoja se detuvo a pocos centímetros de su pecho y cayó al suelo mientras él presionaba su muñeca. Sus ojos azules se clavaron en los de ella. No había miedo ni sorpresa en ellos. Michelle se paralizó: era él otra vez.
– No voy a hacerte daño – le dijo él en un susurro.
– Lo sé – dijo ella con un hilo de voz, aún tensa.
– Me recuerdas. ¿Verdad? – Le preguntó el muchacho. Sus ojos no se habían apartado de los de ella ni un instante.
– Hace dos años, junto al río – susurró ella, asintiendo levemente.
– ¿Por qué no me atacaste? ¿Por qué me perdonaste la vida?
Michelle lo miró con curiosidad. El vampiro se estaba arriesgando demasiado para hacer una pregunta tan trivial.
– El niño, le respondió después de un momento con voz más firme –. Él era como yo; pero lo defendiste con tu vida.
– James es mi hermano – dijo él con sorpresa –. ¿Cómo no iba a defenderlo?
– Los vampiros que conozco desprecian a aquellos que son como yo. Somos sus esclavos, no sus iguales. ¿Acaso no sabes quién soy?
El vampiro esbozó una sonrisa. Su mano liberó la muñeca que aún sostenía con firmeza. Michelle se paró erguida frente a él, atenta a cada uno de sus movimientos. Él le acarició el rostro con la yema de los dedos. Sus ojos la estudiaron con detenimiento antes de responder.
– El vampiro que asesinaste, el que te mantenía prisionera, era Arthur Rose, el enemigo de mi padre. Mi nombre es Seth Blackeney.
– Él era mi padre – respondió Michelle, sus ojos fijos en los de él, esperando ver su reacción.
Los ojos del muchacho se agrandaron como platos de la sorpresa. Una risa se ahogó en su garganta.
– Eso podría convertirte en líder del clan Rose – le dijo el muchacho en tono de broma –. Pero veo que has optado por otro camino…
– Los cazadores me ven como a una igual. Ellos no son monstruos como los vampiros.
– Los cazadores son asesinos. Y no confían en ti. ¡Tú también eres un vampiro…!
– Michelle – dijo ella, apartándose del muchacho y alejándose lentamente –; mi nombre es Michelle.

2 abr 2012

Cazadores: Michelle. Parte 5.


SETH

Hacía casi dos décadas que las andanzas de Michelle y la necesidad de alejarse de sus padres lo habían llevado al nuevo mundo. Al principio había pensado que sería una estancia pasajera. El tiempo demostró lo contrario. A pesar de la abismal diferencia entre su tierra natal y su nuevo hogar, de lo que le había costado adaptarse al idioma y las costumbres, sabía que muy pocas cosas lo harían irse de allí. En primer lugar, porque aquel lugar era su oportunidad de ser libre e independiente. En el viejo mundo, donde el tiempo se contaba en milenios, su acumulación de siglos no significaba nada: no era más que un muchacho. Aquí, en el nuevo mundo, muchos lo consideraban un anciano. Lo irónico era que de no ser por Tom, tantos siglos más joven que él, nunca se hubiera adaptado a su nueva vida.
Desde aquel fatídico día en que Michelle se había cruzado en su camino por primera vez, toda su vida había girado en torno a ella. La muchacha lo obsesionaba, no podía negarlo. Pero además, en sus momentos de lucidez, realmente habían llegado a conocerse. Él había conocido a la verdadera Michelle, antes de que el tiempo y la amnesia comenzaran a afectarla. Lo que sentía por ella era lo que lo había llevado innumerables veces a tratar de ayudarla. Por eso conservaba aquel diario que nunca había leído. Sus recuerdos le pertenecían a ella, y él no era quien para hurgar en ellos. La tarea de ayudar a Michelle hubiera sido mucho más simple de no ser por Jimmy… Pero para eso eran los hermanos menores: para complicar las cosas. Al principio, James no era más que un niño. Pero, con el paso del tiempo, dejó de serlo y las diferencias de edad pronto se desdibujan entre inmortales. Sus propios sentimientos hacia la muchacha no tardaron en manifestarse y, con ellos, los conflictos entre hermanos y con su padre.
Con Michelle bajo su techo, la anunciada visita de su hermano menor presagiaba problemas.

MICHELLE

El diario lo dejaba muy claro. Había nacido en algún lugar de las islas británicas en algún momento cercano a la invasión normanda. Había sido prisionera en el castillo de su propio padre durante años y había ganado su libertad asesinándolo. Por siglos había vivido eternamente joven gracias a la sangre de otros vampiros. ¡Ella era un vampiro!
Todo lo demás que había llegado a leer era confuso. Había narraciones de hechos, anécdotas sin orden lógico, carentes de contexto en el que enmarcarlas y periódicamente unas páginas en tiempo presente, hablando de lo que sucedía durante el tiempo en que el diario estaba en sus manos, siempre junto a Seth. Él había estado desde el principio, desde aquel día en que se habían cruzado por primera vez. Se habían encontrado innumerables veces y en su interior sabía que entre ellos había algo más.
Pero las notas y los incipientes recuerdos que empezaban a aflorar le decían que había algo más: alguien que la había acompañado y por quien sentía algo. Solo le restaba saber quien era y cuan importante era realmente.