1 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 3: Vicky.


  

-“Hola, Vick.” Vicky levantó la vista. Estaba bailando tranquilamente, y de la nada alguien la había agarrado del brazo y la había arrastrado hasta la pared contraria. Estaba acorralada. El rostro del chico estaba a pocos centímetros del suyo. Incluso podía oler su respiración: sangre. Al mirarlo, reconoció un rostro familiar.
 -“Hola, Leo,” respondió ella con fastidio.
 -“¿Qué hacés por acá?” preguntó él casi siseando.
 -“Me invitaron,” respondió ella, seca.
 -“Si no me equivoco,” dijo él, entonces, “la última vez que nos vimos estabas acompañada… por Marco. ¿Qué pasó con Marco? No lo volví a ver. Algunos dicen que está muerto.”
 -“No sé. Como te darás cuenta, conmigo no está…”
 -“¡No juegues conmigo, Vicky!” rugió el chico, fastidiado. Sus ojos comenzaron a flamear, rojos como la sangre. Sus colmillos se extendieron, no mucho para no llamar la atención, pero lo suficiente como para hacer daño. Al mismo tiempo, la tomó con fuerza por los brazos, presionándola más contra la pared, y exponiendo su cuello, en el cual aún brillaban dos puntos de color más oscuro donde el otro le había mordido unos días antes.
 -“Leo, te advierto, hoy no estoy de humor,” gruñó ella, intentando zafarse de las manos que la sostenían como garras.
Leo sonrió, acercándose más y dejando que sus colmillos se extendieran por completo. Vicky cerró los ojos, como quien espera un golpe, y casi al instante volvió a abrirlos. Pero la mirada que le devolvió era completamente distinta. Sus pupilas se habían contraído casi completamente, y donde antes había gris ahora había un extraño color mezcla de sangre y fuego. Incluso parecían llamear, reflejando una luz propia. La misma mirada que unos días atrás había visto en Marco, el vampiro que Zach y Dylan habían asesinado. Un rugido escapó de sus labios. Todo el mundo a su alrededor comenzó a desaparecer. Y entonces, algo la devolvió a la realidad.
 -“Vicky, nos vamos,” rugió la voz de Zach, apartando el cuerpo macizo de Leo de en medio, y arrastrándola hacia el exterior. Recién cuando llegaron a la calle logró percatarse de lo que estaba sucediendo. Liz la observaba, el terror pintado en sus ojos, pero en silencio. Zach y Dylan parecían no haberse dado cuenta de la mitad de lo que había sucedido frente a ellos.
 -“¿Estás bien?” preguntó el chico. Ella asintió sin decir nada, llevándose la mano al cuello. No, no habían llegado a morderla nuevamente. Suspiró.
 -“Tenés una habilidad especial para hacer amigos,” dijo él entonces, en tono sarcástico, mientras empezaban a caminar. “¿Qué fue lo que pasó? En un momento estabas adelante nuestro y después desapareciste… ¿Lo conocías?”
Ella asintió. Liz y Dylan caminaban más atrás, cuchicheando en voz baja. Las manos de Vicky temblaban con más fuerza que nunca. Sentía como la vena en su cuello latía con fuerza. El frío estaba totalmente olvidado. Leo casi la había mordido, y Liz… Liz había visto algo, estaba segura.
 -“Bien, y ¿quién era?” insistió el chico con la pregunta que ella no había escuchado.
 -“Mi ex novio,” respondió ella, sin pensar en lo que decía.
 -“Te diste cuenta de que tu ex es un vampiro, ¿verdad? Digo, por que casi te usa como cena,” dijo él, mirándola incrédulo.
 -“Si, me di cuenta,” dijo ella, todavía algo ausente. Había algo mal. Lo sentía. Algo iba a pasar.
Los murmullos de Liz y Dylan se fueron volviendo cada vez más altos, hasta llegar al punto de una discusión que ella venía siguiendo hace rato, pero de la que Zach recién se percataba.
 -“¡Te digo que sus ojos brillaron!” le chilló la chica a su hermano.
 -“¿Qué pasa?” preguntó Zach, deteniéndose y dándose vuelta para quedar cara a cara con sus amigos.
 -“Ella,” dijo Liz, señalando a Vicky. “Ella es un vampiro. Vi sus ojos. Brillaban como los de los vampiros. Lo juro.”
Las tres miradas se posaron en la morocha, los varones incrédulos. Ella permaneció impasible frente a ellos, la mirada fija en su acusadora. Un insulto brotó de sus labios. Sus ojos volvieron a flamear, brillantes como dos piedras preciosas y, antes de que ninguno pudiera reaccionar, se abalanzó sobre esta, arrojándola al piso.
Zach reaccionó, intentando detenerla. Y algo más llamó su atención: donde antes estuviera parada su prima, una hoja plateada brilló un momento y se clavó contra el suelo. Reconoció el arma de inmediato. Era una estrella metálica con el símbolo de un vampiro grabado, cada una de las puntas terriblemente filosas. Se trataba de un arma mortal, si se la sabía usar, del estilo de las que usaban los ninjas, al menos en las películas.
Mientras Vicky se ponía de pie, cinco sombras se acercaron a ellos desde los alrededores. Cinco figuras altas e imponentes, los ojos brillantes como el fuego: vampiros. Y uno de ellos era un rostro conocido: Leo.
 -“Vick,” empezó el chico, “a esta altura deberías saber que conmigo no se juega.” Una sonrisa sarcástica iluminó sus labios. La chica no pareció prestarle atención, de todos modos. Simplemente se limitó a mirar como, lentamente, los otros cuatro se iban acercando cada vez más a ellos, rodeándolos. Liz se puso en pie, y los cuatro se acercaron, formando un círculo, y observando a sus rivales, como decidiendo con cual pelearía cada uno.
Luego de mirarse unos a otros por unos minutos que parecieron ser eternos, comenzó la anunciada pelea. Los vampiros se movían a tal velocidad que un ojo humano hubiera sido incapaz de seguirlos. Pero los cazadores de vampiros estaban perfectamente entrenados para ello. Y en cuanto a Vicky, sus reflejos eran tan veloces como los de su contrincante, y su velocidad apenas menor; aunque su habilidad era mucho mayor, sin lugar a dudas.
A poco, Zach y Dylan habían logrado casi reducir a sus oponentes, aunque era difícil ya que no estaban armados como para acabarlos. Solo llevaban armas pequeñas, fáciles de esconder. Ambos hubieran dado cualquier cosa por tener sus espadas encima en aquel momento. Liz, por su parte, estaba teniendo más dificultades. Como había asegurado antes de que Vicky se les apareciera, su entrenamiento no era tan bueno ni completo, y le estaba costando mucho más mantener a raya a su contrincante. La otra, por su parte, se movía con total naturalidad, burlando y atacando a su enemigo sin ninguna dificultad, aunque visiblemente menos armada, por lo que parecía que solo se limitaban a “bailar” entre ellos a través de la calle.
Un grito ahogado de Liz llamó la atención de todos. El vampiro la había acorralado contra la pared, y la había desarmado, y sus colmillos extendidos se dirigían directamente a su cuello en busca de sangre.
 -“¡Liz!” Gritó Dylan, incapaz de zafarse de su propio contrincante para defenderla. Vicky también la miró. Con un movimiento rápido, golpeó a su enemigo directo en el pecho, haciéndolo perder el balance a pesar de la diferencia de fuerza. Mientras este caía, incapaz de sostenerse, llevó sus manos a su cabello, sosteniendo las puntas de los palillos que lo sujetaban con una mano, y tirando para sacarlos con la otra. Cuando el otro se incorporaba nuevamente para atacarla, el puño de la chica se hundió nuevamente en su pecho, pero esta vez con uno de los palillos agarrado firmemente en él, clavándoselo directo en el corazón. El rostro del vampiro se contrajo en una mueca, mezcla de horror e incredulidad. Mientras caía nuevamente, su cuerpo empezó a consumirse, hasta desaparecer en un montón de cenizas que voló el viento. Con un movimiento violento, Vicky se apartó, acercándose al lugar donde Liz seguía acorralada, su oponente ahora intimidado por lo que acababa de presenciar. Con un movimiento, la chica lo apartó violentamente de su víctima, empujándolo hacia la calle, y mostrándole la punta aguda y filosa del otro palito que antes llevaba en la cabeza. Los tres vampiros que estaban peleando se apartaron, mirando a su líder, el cual también empezaba a dudar. Luego de un instante, se dieron media vuelta y salieron corriendo, mientras Leo aseguraba que iban a volverse a ver.
Vicky volvió al lugar donde había estado su oponente y, agachándose en el suelo, recogió el arma que ahora yacía sobre la vereda. Sin decir una sola palabra, se volvió a recoger el pelo, asegurándolo nuevamente tal cual estaba antes, y entonces se giró a ver a los demás.
Dylan se sostenía un brazo herido, su ropa manchada de sangre. Liz tenía la campera desgarrada, y se la sostenía para mantenerla cerrada. Zach parecía el más entero de los tres, aunque tenía un golpe en la cara que probablemente se pusiera morado si no le aplicaba hielo pronto, y tenía un corte en el labio inferior. Fue él, justamente, el que se acercó a encararla:
 -“¿Qué… qué es exactamente lo que sos? Desde el principio supe que había algo raro en vos. Tenés sus ojos, tenés sus reflejos, y también su velocidad. Pero si bien sos más fuerte de lo que deberías ser para tu tamaño, no tenés su fuerza… Y no me parece que seas una de ellos.”
 -“Me temía que tarde o temprano iba a llegar este momento,” murmuró ella, para nadie en especial, mientras ordenaba sus pensamientos e intentaba decidir por donde empezar.
 -“Si empezás por el principio estaría muy bien,” dijo Dylan, en un tono que intentaba, sin éxito, ser sarcástico.
 -“¿Por el principio? Bien,” dijo ella, entonces. “Entonces dejáme decirte una cosa,” y al decir esto, miró fijamente a Zach, su tono volviéndose casi una amenaza, “si llegás a ponerle un solo dedo encima a Milena Collin te aseguro que va a ser lo último que hagas en toda tu vida, ¿entendido?”
 -“Ahora encima me amenazas,” estalló él, furioso.
 -“¡Ella no le hizo nada malo a nadie!”
 -“¡Es un vampiro! ¡Se alimentan de la sangre de la gente! ¿Te parece poco?”
 -“En las fiestas de vampiros nadie sale lastimado. Ni siquiera se acuerdan de que pasó.”
 -“¿Y por eso vamos a dejarlos que los sigan usando como si fueran solo bolsas de sangre?”
 -“¡Es su única forma de sobrevivir! Tienen derecho…” defendió ella, sus ojos brillantes como dos llamas.
 -“¡No, no lo tienen! La gente tiene derechos. Ellos no son gente,” estalló él, furioso, su rostro rojo de ira.
 -“¡Ah, bueno! ¡Gracias por lo que me toca!” Sus ojos flamearon nuevamente, tornándose de un color rojizo. Liz y Dylan los observaban discutir en silencio, incapaces de reaccionar. “Supongo que eso me hace… mitad gente, si es que eso existe…”
 -“Zach, ya basta,” dijo Liz en un susurro temeroso, abrazándose con fuerza para no sentir tanto el frío.
 -“No importa,” respondió Vicky, mirándola. “Si no te molesta, voy a pasar en la semana a buscar mi ropa y dejarte tus cosas. No quiero seguir incomodando a la gente,” y recalcó especialmente esta palabra, “con mi semi-humana presencia.” Y sin siquiera dirigirles nuevamente la mirada, dio media vuelta y se fue caminando antes de que ninguno de los tres pudiera reaccionar.
 -“¡Bien, Zach!” le murmuró Liz, en un tono para nada amistoso, mientras empezaba a caminar también.
 -“¿Y desde cuándo la defendés? Hasta hace unos minutos estabas acusándola…”
 -“Eso fue antes de que me salvara la vida, supongo. No sé si te diste cuenta de lo que pasó acá…”

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