15 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 5: Vicky.




Viernes a la noche. Como siempre, una vez llegadas las vacaciones de invierno, los días más fríos habían pasado. Y esta vez no era una excepción. Era el primer fin de semana de vacaciones, y la temperatura había subido lo suficiente como para que el calor se volviera sofocante dentro de aquel lugar.
Ni siquiera estaba segura de por que había ido. Milena estaba, como siempre, arriba, con los demás. Pero ella no pertenecía a aquel lugar. No porque no la aceptaran; ella era tan parte del clan como cualquier otro, sino porque ella no se sentía parte de aquello. Aún ahora, cuando una nueva energía corría por todo su cuerpo, junto con la sangre de aquel chico cuyo nombre no podía recordar y que la miraba con fascinación desde el otro lado de la mesa, no se sentía parte de ellos.
Una imagen inundó su mente en ese momento, haciéndola olvidar por un momento de donde se encontraba. El rostro de Lara Miguel la observaba desde el televisor con una sonrisa. Su cabello estaba peinado hacia un costado y sus ojos fijos en la cámara. Había visto el informe poco después de que Liz se fuera de su casa aquel día, cuando Zach había ido a cuestionarla, y había sentido una punzada en el estómago. Muerta.
En ese momento no lo había dicho, pero conocía a Lara. No eran amigas, pero se llevaban bien. Y habían sido compañeras de colegio. Recordaba que la chica le había hablado de una fiesta a la que la habían invitado. Era algo más acorde a su estilo que las que organizaban Milena y sus amigos, le había dicho. Pero no le había dicho quien la había invitado ni donde era. De haberlo sabido… al menos no la hubiera dejado ir sola, pensó con un dejo de culpa. Pero incluso si la hubiera acompañado, tal vez hubiera sido inevitable. ¿Cómo podía saberlo? De todos modos ya era tarde. Lara estaba muerta, y no había nada que pudiera hacer al respecto, más que intentar aclarar las circunstancias de su muerte, y asegurarse de que no se repitiera.
Sin decir nada, Vicky se levantó de su lugar y, poniéndose el saco negro que descansaba sobre la silla junto a ella, se despidió del chico y salió a la calle. Aliviada por el aire fresco, empezó a caminar. Hacía mucho que no se sentía tan bien, físicamente hablando, pero su ánimo no parecía poder acompañarla. Estaba decidido: había sido suficiente por una noche. Anduvo durante un buen rato sin rumbo fijo, y luego, sin siquiera pensarlo, sus pies la llevaron nuevamente a su casa. Una vez adentro, subió con cuidado la escalera, para que los chirridos de los escalones no despertaran a su madre, y se dirigió a su habitación.
 -“¡Victoria! ¿Estas son horas de llegar?” le preguntó una voz masculina desde las sombras.
Sorprendida, se dio media vuelta. En la oscuridad del pasillo se distinguía una figura negra. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, y preparados para ver de noche gracias a la sangre recientemente consumida, distinguieron la figura de su padre, su aspecto igual a como lo recordaba de la última vez que lo había visto, dos años atrás; tal vez con el cabello algo más largo.
 -“Es viernes a la noche y son vacaciones,” respondió ella, cortante, girando nuevamente hacia su puerta. El hombre la miró un momento, algo perplejo, sin encontrar las palabras apropiadas para responderle.
 -“¿Qué pasa?” preguntó la voz adormilada de su madre desde su habitación, prendiendo la luz, que inundó el pasillo, permitiendo ver con mayor claridad.
 -“Vicky acaba de llegar,” respondió él, mirándola.
 -“¿Qué hora es?”
 -“Las tres de la mañana…”
La figura de su madre apareció a la vista vestida con su pijama y con el cabello revuelto.
 -“Es temprano,” murmuró la mujer, mirando a la chica que seguía parada en la puerta de su habitación. “¿Está todo bien, Vi?”
 -“Si,” respondió la chica casi en un susurro, entrando y dando un portazo. Una vez hubo cerrado con llave, se sacó el abrigo y se tiró en la cama.
 -“Esto era lo que faltaba para hacer cartón lleno,” murmuró para si misma en la oscuridad. La presencia de su padre le había quitado incluso las ganas de dormir. Una curiosa mezcla de sensaciones se debatía dentro de ella. Por un lado, era bueno que el hubiera reaparecido. Su madre dejaría de ser un zombie, al menos por el tiempo que él estuviera allí. Pero, Vicky sabía, eso no sería por mucho tiempo. En los últimos años, él no había hecho más que ir y venir, estando unos meses aquí y otros meses allá. Y por los últimos dos años no habían oído ni una sola palabra sobre él. Incluso su propio hermano, el padre de Milena, no sabía nada sobre él o su paradero. Y de pronto aparecía, así como si nunca hubiera pasado nada. Y lo que era peor, pretendía comportarse como un padre con ella. ¡Como si tuviera derecho a hacerlo! Estaba furiosa con él. Lo había estado desde la última vez que se había ido sin siquiera avisar o despedirse; y se había puesto peor cuando, al cabo de un año, no había regresado. Y esta repentina aparición no había hecho más que empeorar las cosas. Era hora de que se diera cuenta de que ella había dejado de ser una niña, y que ya no estaba dispuesta a perdonarle sus andanzas como si lo hacía su madre.
Unos cuantos minutos más tarde, sus pasos volvían a oírse resonar por las calles desiertas. No tenía ninguna intención de volver a la fiesta, pero estaba muy segura de que su casa tampoco era el lugar donde quería estar. Al menos no en aquel momento. Antes de que pudiera darse cuenta, había llegado a una zona en la que se acumulaban una gran cantidad de bares de todos los estilos. Adolescentes y jóvenes de todas las edades iban de un lado a otro, o charlaban animadamente en la calle. Un lugar al otro lado de la calle llamó su atención. Estaba bastante alejado del resto de los locales, y la iluminación tenía un aspecto bastante gótico. Varios adolescentes paseaban por los alrededores en pequeños grupitos. Ninguno se veía como el otro, pero todos tenían algo en común: estaban completamente vestidos de negro.
Vicky se acercó a aquel lugar como atraída por un imán. Cuando estaba a solo unos metros, se detuvo. ¿Qué iban a decir todos esos chicos si ella intentaba entrar?
 -“Bueno, no puedo desentonar tanto,” se dijo, mirando la ropa que llevaba puesta: debajo de un saco negro muy similar al que Liz le había prestado tenía una remera de mangas cortas también de color negro muy escotada y ajustada al cuerpo, y unos pantalones de jean de un azul tan oscuro que casi parecían del mismo color. Los zapatos también se parecían a los que Liz le había prestado, aunque no eran tan altos. Si lo deseaba, podía hacerlo. Se acomodó el cabello de forma que le cayera a los costados del cuerpo al igual que hacia atrás, y caminó con paso decidido hacia la puerta.
El tipo que cuidaba la entrada la miró de arriba abajo dos o tres veces antes de asentir. Si bien algo le decía que Vicky no era el tipo de chica para aquel lugar, su palidez y el color de su ropa indicaban lo contrario.
En el interior, el panorama era totalmente distinto a lo que podía verse en ninguna de las fiestas a las que había asistido. La música era lúgubre, en ocasiones simplemente ruidosa y sin ritmo. El centro de la pista era una acumulación de cuerpos moviéndose espasmódicamente con el sonido, y los costados otra acumulación de cuerpos en diferentes estados de sopor y abulia.
Hacia el fondo, divisó lo que parecía ser una barra. Con paso decidido, esquivando gente, se acercó al lugar y pidió un trago. Luego, con su vaso en la mano, se dirigió a la otra pista que tenía el lugar, alrededor de la cual había unas pequeñas mesitas. En esta, la música era menos deprimente, e incluso más armónica. Luego de mirar a su alrededor y asegurarse de que no había ningún lugar disponible para sentarse, se limitó a apoyarse contra la pared y tomar su bebida en silencio.
No hacia demasiado desde que se había acomodado allí, observando a los distintos personajes que desfilaban frente a sus ojos, cuando un chico de cabello multicolor se le acercó y la saludó con intención de iniciar algún tipo de conversación. Vicky le devolvió una sonrisa no muy alegre, y él empezó a preguntarle cosas: si estaba sola, cual era su nombre, si iba allí seguido… todo lo que todos los chicos preguntan siempre antes de empezar a hacer propuestas, rió ella por dentro.
 -“Esto no está muy divertido, ¿verdad?” dijo él, mirándola de reojo.
Ella se limitó a sonreír y asentir con un leve movimiento de cabeza.
 -“Lástima… me invitaron a una fiesta, mañana a la noche. Ya fui a otra que organizaron el sábado pasado y estuvo excelente. Pero supongo que no voy a poder disuadirte de que me acompañes mañana, ¿verdad?”
Vicky lo miró, incrédula.
 -“Si me decís donde es, en eso puedo llegar a ir,” dijo ella, intentando sonar natural.
 -“Es en el club de básquet de la vieja zona fabril,” explicó él, con total naturalidad. “Pero no se puede entrar sin invitación; y lamentablemente solo tengo una para mí. Puedo llevar un acompañante, pero tendrías que venir conmigo.”
Vicky intentó sonreír, pero su cabeza daba vueltas.
 -“¿Tenés acá la invitación? ¿Puedo verla?”
El chico asintió, y sacó de su billetera un trozo de papel negro con letras plateadas y rojas metalizadas. De un lado había un dibujo que Vicky reconoció al instante: un tribal rojo brillante, como si estuviera hecho de sangre fresca. No era el símbolo de su clan, tampoco el del clan Yager, aunque el lugar del que el chico hablaba estaba en su territorio. Era un símbolo que le había visto solo en libros y recuerdos que su padre y su tío le habían transmitido durante su infancia: el símbolo de los parias, aquellos vampiros que habían sido expulsados de su clan.
No supo muy bien como fue que se despidió del chico. No pudo empezar a pensar claramente hasta varios minutos más tarde, cuando se percató de que sus pasos la habían llevado hasta la casa de Zach. ¿Qué hacía allí? Eran las cinco de la mañana, y era evidente que no había nadie despierto en aquel lugar.
 -“¿Qué hacés acá?” preguntó, cortante, la voz de Zach a su espalda.
Sorprendida, se dio vuelta de un salto. A pesar del silencio que reinaba en la calle, no lo escuchó acercarse. Tan desprevenida la había encontrado, que no supo que responder.
 -“¡Hey!”
 -“Quería… hablar con vos,” explicó ella, intentando encontrar su voz en su garganta.
 -“Te escucho,” contestó él.
 -“Sé donde va a ser la próxima fiesta. Mañana a la noche.”
Los ojos del chico se abrieron de par en par, pero no dijo nada.
 -“Escuchame, Zach. Creo que puede ser más peligroso de lo que pensaba. La fiesta es en el territorio del clan Yager, pero no son ellos los que están atrás de todo esto. Hay que ir a investigar… pero hay que ser más cuidadosos que la vez pasada. Llamar menos la atención.”
 -“¿Tenés una invitación?”
 -“No, pero sé como hacer para que me dejen entrar. O al menos eso creo.”
 -“Bien. Nos encontramos mañana, entonces.”
 -“No creo que sea buena idea que Liz venga,” dijo ella en voz baja, antes de irse. “Puede ser peligroso de verdad.”
Zach asintió.
 -“Ya lo había pensado,” dijo él en tono serio. “No le voy a decir nada. Quedate tranquila.” Y sin decir más se metió en la casa.

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