25 jul 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 2

ZACH


 -“¿A dónde vas?” preguntó Liz, acomodándose la rubia melena mientras salían del colegio.
 -“Voy a lo de Vicky,” respondió Zach, sin mirarla. “Hace dos días del ataque. Solo quiero asegurarme de que está bien. Los veo después.”
Liz bufó mientras su hermano se le unía. Hacía rato que había asumido a Dylan como un hermano, a pesar de que fueran hijos de diferentes padres. Si no lo decían, nadie lo notaba, de todos modos. Ambos eran terriblemente parecidos, no solo en rasgos sino también en características. Tenían el mismo color de cabello y de ojos, y la misma mirada que parecía hablar por si misma. No tenían la misma estatura solo por centímetros, diferencia que ella lograba pasar desapercibida con el uso constante e infaltable de unos elevados zapatos de taco sin los cuales aseguraba que no podía caminar.
 -“¡Vicky, Vicky, Vicky! ¡Desde ayer a la madrugada que no hace más que decir eso! ¿Desde cuando le importan tanto las víctimas de los vampiros?”
Dylan se limitó a reír. Sabía perfectamente cuando su hermana estaba celosa, y este era, precisamente, uno de esos casos. Iba a ser mejor que Zach empezara a abrir los ojos y a darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, o iba a encontrarse con una escena bastante desagradable.
 -“Tranquila,” le contesto, después, “ya se le va a pasar.” De esto último, no estaba muy convencido, pero intentó disimularlo para no fastidiar aún más a su hermana.

 -“Hola.” Vicky se sobresaltó. Al reconocer a la figura que se le había aparecido por la espalda, su respiración volvió a un ritmo normal. Acto seguido, esbozó una sonrisa.
 -“Hola,” respondió en un susurro, escondiendo el rostro en una enorme bufanda. “¿Pasó algo?”
 -“Solo quería asegurarme de que estuviera todo bien,” le respondió, algo incómodo al ver que la chica se hallaba perfectamente bien.
 -“Si,” respondió ella mientras revolvía un bolsillo de su mochila, buscando las llaves. “¿Querés pasar?”
 -“No gracias,” dijo él. Un papel cayó del bolsillo de la chica cuando sacó el pequeño llavero. Él se agachó a recogerlo; pero al verlo, su rostro se ensombreció. “¿Qué es esto?”
 -“Una invitación,” respondió ella con total naturalidad. “A un baile. Me la dio una chica de mi curso.”
 -“¿Sabés qué significa esto?” preguntó él, señalando un símbolo que había a un costado del papel, como una llama de la que goteaban unos pequeños círculos.
Ella negó con el rostro.
 -“Eso es la identificación de un vampiro. Generalmente lo tienen tatuado en el cuello o en la mano, a veces en las muñecas, o llevan un colgante o un anillo con el símbolo.”
La chica permaneció con la mirada perdida. Luego, volvió a mirarlo, primero al papel y luego a su interlocutor, como si no pudiera dar crédito a lo que oía.
 -“Es una locura,” dijo entonces.
 -“Ya lo creo,” respondió él, mirando el papel con curiosidad. “No se te ocurra ir,” le advirtió, entonces.
 -“No tenía pensado hacerlo,” murmuró ella, con total desinterés en el asunto, y girándose a abrir la puerta de su casa.
 -“Bueno, solo quería saber que estabas bien,” dijo él, girándose también para irse. “Chau.”
 -“¿Qué vas a hacer con la invitación?” preguntó ella, viendo que el chico la seguía sosteniendo en su mano.
 -“Nada,” dijo él, guardándosela en un bolsillo. “La voy a llevar a casa para que la vean los otros. Es algo peligroso, que los vampiros organicen fiestas.” Y antes de que ella pudiera decir nada, se dio media vuelta y se fue caminando con paso rápido por donde había llegado.
Vicky dejó escapar un suspiro mientras lo observaba alejarse, meneando la cabeza a un lado y al otro en señal de negación o resignación. Luego, tiró su mochila a un costado y cerró nuevamente la puerta, para alejarse rápidamente del lugar.

VICKY

Empezaba a anochecer. Vicky se acurrucó en el rincón donde había pasado sentada la mayor parte de la tarde en busca de mayor protección del viento, que parecía más fuerte en aquella calle. De a poco, toda señal de vida había desaparecido del lugar. Ella era la única persona en varias cuadras a la redonda. El frío invernal invitaba a estar adentro, junto a una estufa o chimenea, con una buena taza de café o chocolate caliente, y todo aquel que estaba en condiciones de hacerlo parecía haber optado por aquella opción.
 -“Lo que daría por algo caliente,” farfulló en voz baja, casi inaudible, frotándose las manos una con otra, y deteniéndose a comprobar que aquel fastidioso temblor seguía allí, incontrolable e imposible de ocultar.
Entonces, algo en la vereda de enfrente llamó su atención. Mirando la hora en su teléfono celular, sonrió. “Justo como pensaba,” rió por dentro, levantándose de su lugar con cuidado para no llamar la atención de los tres adolescentes que salían de una casa en la vereda contraria. Su aspecto era perfectamente normal: tres adolescentes que salen en una noche de viernes.
La chica, vestida con unos pantalones ajustadísimos y unos zapatos de tacos altos, de esos que la mayoría suele sacarse a la mitad de la noche, iba acurrucándose en una larga campera blanca, mientras discutía en voz apenas audible con uno de los chicos, el de cabello oscuro.
 -“No sé si es una buena idea. Tendríamos que haberlo consultado,” decía ella, mientras caminaba.
 -“¿Para qué?” preguntó él, en tono desafiante. “Es una oportunidad en un millón. No la podíamos dejar pasar…”
 -“Pero, Zach, va a estar lleno de ellos. ¿Y si nos descubren? Somos solo tres… Y ya sabés que yo no soy muy buena con todo esto…”
 -“No va a pasar nada, ni se van a dar cuenta.”
 -“¿Cómo estás tan seguro?”
Estaban llegando a la esquina. La chica estaba insegura, era evidente. Dylan, el otro chico, no había dicho nada, pero algo en su mirada demostraba que en parte estaba de acuerdo con su hermana. Zach bufó, molesto. Cuando se fue a dar vuelta para responder, se encontró mirando cara a cara a Vicky, que los observaba con una risita a poca distancia, sin que ellos siquiera se hubieran percatado de su presencia.
 -“Si yo fuera vos la escucharía,” le dijo entonces, con tranquilidad.
 -“¿Cómo llegaste acá?” fue lo único que obtuvo como respuesta.
 -“Como cazador de vampiros dejás bastante que desear”, le dijo ella, cruzándose de brazos y  balanceando el peso de su cuerpo sobre el lado derecho de su cadera y su pierna. “Te seguí desde mi casa y no te diste cuenta. Y estuve atrás de ustedes media cuadra y ninguno de los tres me vio tampoco.”
 -“¿Quién es ella?” preguntó Liz de forma para nada amistosa.
 -“Ah, si,” dijo Zach, entre sorprendido y atontado. “Liz, ella es Vicky. Ya te hablamos de ella…”
 -“Ah, si,” respondió esta con desdeño, observando a la chica de reojo como haciéndole una radiografía: tenía el pelo revuelto, despeinado por el viento y recogido atrás en una especie de nudo. Estaba vestida con unos jeans gastados y unas zapatillas que definitivamente habían visto tiempos mejores años atrás. En lugar de campera llevaba un saco de lana de color grisáceo y de aspecto sucio, y en varios lugares lo colgaban hilitos donde se había enganchado. También tenía una enorme bufanda de lana que le cubría a medias el rostro, de color negro. Para completar la escena, el temblor constante de sus manos le daba un aspecto todavía más precario, como si fuera una mendiga.
 -“Supongo que habrás tenido una buena razón para seguirnos, ¿verdad?”
 -“Si,” dijo Vicky, ignorando a la chica que la analizaba con un gesto de desagrado. “Asegurarme de que no se te ocurriera la maravillosa idea de ir a esa fiesta a la que me invitaron. Al menos no sin mí.”
 -“Esto no es un juego.”
 -“Ya lo sé… Pero…” Vicky dudó un momento antes de continuar. “No es la primera vez que me invitan a una de esas fiestas. La invitación sola no alcanza. Si van solos, no los van a dejar pasar. Y seguramente van a sospechar algo raro… Y podría ser peligroso.”
 -“¿Estás diciéndome que fuiste a otras fiestas de vampiros?” preguntó Zach, indignado, interrumpiendo a Dylan que iba a hacer una pregunta en un tono mucho menos agresivo.
 -“Supongo que podría decirse que si,” respondió la chica, levantando levemente los hombros en un gesto que intentaba quitarse culpa. “Y por eso te digo que no podes caer así como así y que te dejen pasar. Y si se les ocurre revisarte o algo, y se encuentran con las cosas que llevas encima, no les va a gustar mucho enterarse de que sos el primo de Buffy la cazavampiros,” agregó, antes de que él pudiera decir nada, mirando de reojo a Liz.
  -“¿Y pretendés venir con nosotros… así vestida?” dijo la otra, haciendo un gesto que indicaba que lo que llevaba puesto le desagradaba.
Dylan se rió por lo bajo. Zach hizo un gesto mirando hacia arriba, y dejó escapar un “mujeres” casi inaudible.
 -“Supongo que podrías prestarle algo, ¿no?” exclamó entonces este mirando a su prima.
 -“No creo que le entre mi ropa,” respondió la otra.
 -“Yo creo que si,” dijo su hermano, mirando a ambas chicas de arriba abajo con ojo crítico.
Mientras la rubia soltaba un manojo de palabras totalmente incomprensibles para nadie en especial, dieron media vuelta y regresaron a la casa. Una vez adentro, los dos varones se sentaron uno frente a otro en la mesa del comedor, y las chicas caminaron en silencio a través de un pasillo oscuro hasta el dormitorio perteneciente a Liz.
 -“Bueno,” suspiró, “supongo que alguna de mis polleras tiene que irte…”
 -“Prefiero pantalones,” respondió la otra, revolviendo en un pilón de ropa que descansaba sobre una silla y sacando unos jeans elastizados negros. Después de sacarse el abrigo que llevaba puesto, se puso a desatarse las zapatillas y se dispuso a cambiarse. La otra hizo un gesto que no llegó a ver, y siguió revolviendo en busca de más ropa.
 -“No sé que te habrás puesto vos debajo de la campera,” le dijo, “pero generalmente en estos lugares hace calor, así que pensá en algo liviano.”
 -“Me imaginé,” respondió la otra, tirándole una remera de color bordó. “Esa tiene que irte.” Se trataba de una remera de modal de manga larga abuchonada arriba y algo suelta hacia abajo y cuello redondo muy amplio. Vicky se sacó lo que llevaba puesto y se la puso en silencio. La prenda se le ajustaba al cuerpo, marcando cada una de las leves curvas que lo formaban. Liz gruñó por lo bajo algo incomprensible con un gesto poco feliz. Finalmente, se arrodilló en el suelo y sacó una gran caja de madera de debajo de la cama. Adentro había cientos de pares de zapatos, botas y sandalias.
 -“No tengo nada plano,” le dijo, mirándola. “Salvo las zapatillas que uso para hacer gimnasia en el colegio, pero no tienen mucho que ver con eso… ¿Cuánto calzas?”
 -“39,” respondió la chica, mirando la caja.
 -“En eso estos te van,” le respondió, alcanzándole un par de zapatos negros simples.
Vicky se los puso, y caminó un par de veces alrededor de la habitación. Liz la miró, incrédula. Con los tacos o sin ellos, la chica caminaba exactamente igual. Era como si no los tuviera puestos.
 -“Perfecto,” dijo la otra, con una sonrisa. “Algo de abrigo, y nos vamos.”
Liz bufó nuevamente, y rebuscó en su armario, hasta sacar un saco negro de lana largo por las rodillas.
 -“Creo que esto va con tu estilo,” le dijo, alcanzándoselo. “Lo que no sé que vas a hacer es con tu pelo,” murmuró.
La otra chica sonrió, soltándose el cabello que le cayó en pequeños tirabuzones desordenados hasta por debajo de la cintura. Con cuidado, se lo fue acomodando, formando los rizos con los dedos y dejándolos caer nuevamente a su espalda. Luego, se tiró los mechones del frente hacia atrás, dejando solo un rizo apenas más largo que su cara, y se hizo una especie de rodete que aseguró con dos palillos chinos que antes habían quedado escondidos en la especie de nudo que tenía.
 -“Listo,” exclamó con una sonrisa. El cambio era imposible. Liz estaba roja de envidia. Hiciera lo que hiciera, jamás iba a lograr aquel cambio en su propio cabello. Jamás iba a lograr que se viera así.
 -“¿Vamos?” interrumpió la otra sus pensamientos.
Sin responder, salieron las dos de la habitación. Los varones se levantaron de su lugar, y estaban a punto de empezar a decir algo con respecto al tiempo tardado, pero se quedaron en silencio, observando con asombro la transformación ocurrida en su visitante. Vicky pasó por delante de ellos sin siquiera mirarlos y, girándose frente a la puerta, los observó entre seria y divertida:
 -“¿Bien? Ah, antes de que me olvide: no estarán llevando esas espaditas suyas de la otra noche, ¿no? Van a ser difíciles de esconder.”
 -“Por supuesto,” respondió Zach después de un momento, indignado. “No somos tan tontos. Ahora, si ya están listas, vámonos.” Y sin volver a mirarla ni una sola vez, se cruzó a su lado y salió por la puerta rumbo a la calle.
Casi cuarenta minutos, y un viaje de colectivo más tarde, los cuatro chicos subían las oscuras escaleras de un edificio que parecía una caja de zapatos. El ruido lejano de música inundaba el lugar, junto con un aroma extraño, mezcla de tabaco, transpiración y alcohol, y algo más que era imposible explicar.
 -“Ahora me dejan a mí, ¿si?”
Zach estaba a punto de protestar cuando llegaron a un pasillo oscuro. A su derecha, la escalera seguía hacia arriba. Frente a ellos había una puerta de metal, y sentados junto a ella, detrás de una mesa que parecía un escritorio de colegio de esos para dos alumnos había dos chicos que no parecían de mucho más de su edad, aunque algo en su actitud general decía que eran mayores. Al verlos llegar, uno de ellos se levantó para interrumpirles el paso.
 -“Solo se puede entrar con invitación,” les dijo.
Sin decir nada, Vicky sacó la tarjeta de su bolsillo y se la alcanzó con una sonrisa completamente natural. El otro chico se levantó y se acercó a ver el papel, que estaba bastante maltratado.
 -“Es invitada de Milena,” dijo uno en voz baja. “Andá a buscarla.”
El otro cruzó la puerta. Se hizo un silencio incómodo mientras esperaban; el chico que aún seguía en la puerta los observaba con desconfianza.
Unos minutos más tarde, una chica apareció junto con el que había entrado. Era alta, tanto como Vicky sobre los tacos, y de piel pálida. Tenía el cabello negro y ondulado, largo por debajo de los hombros, y unos ojos grises tan claros que daban impresión a la distancia, por parecer transparentes. Estaba vestida íntegramente de negro, pero perfectamente a la moda, y llevaba un maquillaje muy suave que resaltaba su palidez y mirada. Al reconocer a la chica que esperaba, sonrió.
 -“¡Vicky!” exclamó, abrazándola. La otra le devolvió el abrazo con una sonrisa que parecía sincera.
 -“Mile,” la saludó. “Traje a algunos amigos, ¿no hay problema?”
Milena los miró un momento sin dejar de sonreír.
 -“No, no hay problema. Pasen. Pensé que no ibas a venir.”
 -“No iba a venir,” respondió la otra mientras caminaban hacia el interior del lugar. “Pero estábamos aburridos y me acordé de la fiesta y vinimos.”
 -“¡Bárbaro! Me alegra que hayas venido. Yo estoy arriba con los demás, si querés venir. Si no, acá está bastante entretenido.” Y luego de dar algunas indicaciones sobre donde encontrar cada cosa, se alejó entre la multitud mientras los cuatro empezaban a sacarse los abrigos abombados por el calor sofocante.
Los varones se acomodaron en una mesa de las que había ubicadas alrededor de una improvisada pista de baile en la que jóvenes de todas las edades se sacudían al ritmo de la música de moda. Vicky apoyó su abrigo en una silla y les sonrió, satisfecha.
 -“Vieron que les dije, no… Sin mi no iban a poder entrar.”
Zach asintió de mala gana.
 -“Voy a buscar algo de tomar. ¿Alguien quiere algo?” preguntó la chica, entonces. Al no recibir respuesta, se dirigió a la barra. Cuando volvía, trago en mano, dos ojos negros la obligaron a detenerse donde estaba.
 -“Supongo que no hace falta que te aclare que no me caes bien,” le dijo Liz, impasible.
 -“No hay que ser muy observador para percatarse,” respondió la otra haciendo girar el sorbete en su vaso. “¿A qué viene la aclaración?”
 -“No me gustó nada toda esta escenita de la puerta, y sé que andas en algo raro…”
 -“No sé de que estás hablando,” la interrumpió la chica. “Solo sé que de no haber sido por la escenita, como vos decís, seguramente los hubieran hecho pedacitos.” Y luego de decir esto, siguió caminando hacia donde los varones esperaban.
Zach y Dylan seguían sentados a un costado, observando detenidamente a su alrededor e intentando ver algo sospechoso. Todo parecía normal, sin embargo, salvo por el hecho de que alguien había armado un bailable clandestino en el lugar menos pensado de la ciudad. Había vampiros, podían reconocer algunos de sus rasgos característicos en los rostros que los rodeaban, pero todos parecían estar simplemente disfrutando de la música y de la fiesta. Algunos bailaban, otros conversaban en las mesas. Nadie hacía absolutamente nada fuera de lugar.
Una sombra cruzó por delante de sus ojos. Zach los cerró y los volvió a abrir.
 -“¿Dónde está Vicky?” preguntó. La chica estaba frente a ellos. Había apoyado su vaso casi vacío sobre la mesa y bailaba en silencio con un ilustre desconocido. Y de pronto, había desaparecido. Ya no estaba más.
Sobresaltado, se levantó de su asiento con un salto, profiriendo un glosario de insultos en voz baja. Esto no podía estar pasando realmente.

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