Era la noche más fría del año, de eso no cabía ninguna duda. Las calles estaban completamente desiertas. No tenía sentido estar allí. Zach lo sabía muy bien. No había un alma a la vista. ¿A quién se le podría ocurrir andar por la calle con un frío como aquel? Además de a ellos, claro. Solo a ellos se les podría ocurrir que aquella era una buena noche. Para intentar entrar en calor, aceleraron el paso. Dylan, siempre unos centímetros por detrás a su derecha, estrujaba sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo, sus dientes chocando frenéticamente de manera incontrolable. Cada vez que respiraban, una cortina de vapor brotaba de sus narices y bocas. Aún así, ninguno de los dos dijo nada. El frío no iba a ser capaz de doblegarlos. No iban a regresar, no hasta estar seguros de que realmente no había nadie. Sabía que aquel era el momento en que las criaturas de la noche salían a cazar. La temperatura no iba a ser un impedimento para aquellos monstruos, así que tampoco podía serlo para ellos. Después de todo, para eso estaban ellos aquí; para asegurarse de que aquellas criaturas infernales no se dispersaran por la ciudad, aterrorizando a quienes vivían en ella. Durante generaciones, sus familias se habían dedicado a proteger a la humanidad, y así seguiría siendo hasta el fin de los tiempos. Su trabajo era cazarlos; en eso consistía la mayor parte de su vida: entrenar, aprender, estudiar, y asesinar a aquellos monstruos que asolaban las calles de la ciudad, especialmente durante las noches; y luego, por supuesto, fingir que era un adolescente perfectamente normal de casi dieciocho años cuyo mayor interés era terminar el secundario llevándose la menor cantidad de materias posible. Y quien lo hubiera visto en aquel momento seguramente hubiera pensado exactamente eso, que se trataba solamente de un chico normal, el cabello revuelto de un tono castaño un tanto rojizo cayéndole sobre los ojos, los pantalones rasgados de un gastado color azul plomizo, y una enorme campera negra de aspecto abrigado. Dylan, a su lado, no se veía muy diferente. Apenas superando el metro setenta, era casi de su misma estatura; tenía el pelo tan rubio que parecía blanco, y todo su aspecto hubiera hecho pensar en un albino, de no haber sido por sus ojos negro azabache. Ambos iban ataviados de forma muy similar, este último llevando también una mochila colgada únicamente del hombro derecho. ¿Quién hubiera podido pensar a que dedicaban realmente su tiempo los dos amigos? Claro que, pensándolo bien, cualquiera que los viera en aquel momento hubiera sospechado algo raro. Definitivamente, no cercano a la realidad, pero si malo. No era algo demasiado habitual que dos adolescentes pasearan por las calles de la ciudad, en pleno invierno, un miércoles a las doce de la noche, cuando al día siguiente debían estar en la escuela a las siete y media de la mañana.
Zach sonrió al pensar en ello. Si la gente supiera cuan acostumbrado estaba a pasar días enteros sin dormir. Su cuerpo ya ni siquiera lo exteriorizaba. Las ojeras recién aparecían al segundo o tal vez tercer día, y desaparecían con una buena noche de sueño reparador de tan solo cinco o seis horas. No necesitaba más. Había entrenado toda su vida para eso. La noche era el momento en que los vampiros salían a hacer sus actividades más terroríficas. Era el momento más propicio para reconocerlos y atraparlos. Para destruirlos. No podían dejarla pasar.
Un ruido lo sacó de su estado de ensueño. Alguien corría, a poca distancia de allí. Para su oído entrenado, el ruido de los pasos se distinguía claramente de los demás ruidos de la ciudad. Y de pronto, con un golpe seco, los pasos se detuvieron, y se oyó, a lo lejos, un grito ahogado. Una voz femenina. Sin siquiera mirarse, ambos empezaron a correr. En la siguiente esquina doblaron a la derecha, y luego a la izquierda en la que vino después, y allí estaba: una figura negra se erguía, gigantesca, sobre una figura pálida de cabello revuelto. Sin pensarlo, llamó su atención con un grito, como una advertencia. El rostro que se volteó a mirarlo era todo menos humano. Era de aspecto joven, no mucho mayor que ellos, de largo cabello negro cayéndole en mechones de aspecto grasiento a los costados de la cara. Sus ojos eran dos llamas de color rojizo, y su rostro estaba descompuesto en una mueca de odio. De sus labios asomaban unos largos y filosos colmillos manchados de sangre, una sangre casi tan roja como su mirada. Era alto y corpulento, y estaba vestido completamente de negro, con una campera de cuero algo desgarrada en un brazo.
-“Alejate de la chica,” le advirtió Zach con voz firme.
-“Mi consejo es,” respondió el vampiro, echando la cabeza violentamente a ambos costados y haciendo que los huesos de su columna sonaran, “que den media vuelta y desaparezcan, antes de que decida que me gustan más que ella.”
Zach sonrió. Sin decir una palabra, se bajó rápidamente el cierre de la campera. Dylan soltó la mochila que llevaba colgada y lo imitó con total parsimonia. Debajo de los abrigos asomaron dos hojas brillantes que llamearon un momento cuando les dio de lleno la luz de la calle con un tono azulado, muy parecido al fuego de las hornallas de gas. Con expresión de fastidio, el vampiro soltó a su victima, la cuál cayó de rodillas al suelo y permaneció allí sin moverse, apoyada contra la pared. Sin decir una palabra, se dirigió hacia ellos con paso lento pero decidido. Ambos se pusieron en posición, esperando el ataque, sus rostros expresando solamente concentración. Y entonces, el otro saltó. Impulsándose contra la pared, se dirigió directo al cuello de Dylan, el más cercano de los dos. Este, haciendo gala de unos reflejos superiores a lo que su enemigo esperaba, giró sobre sus pies y quedó cara a cara con él, blandiendo su espada con una habilidad poco propia de un joven del siglo veintiuno, y asestándole un certero golpe en el hombro izquierdo. El vampiro rugió, furioso. La sangre comenzó a brotarle rápidamente de la herida, pero no tuvo tiempo de comprobar su gravedad; Zach se abalanzó sobre él, y solo por su velocidad sobrehumana logró zafar del golpe que, de haber sido certero, le hubiera sin lugar a dudas desgarrado el cuello.
Sin quererlo, volvió a rugir. Aquello se había vuelto más molesto y peligroso de lo que él esperaba. Pero estaba tan cegado por su ira que no estaba dispuesto a darse por vencido y escapar. No iba a dejar que dos humanos lo vencieran. No iba a dejar que lo pusieran en ridículo. Juntando aire, volvió a cargar contra ellos, esta vez contra Zach que, al adivinar sus intenciones, le dedicó una sonrisa sobradora, haciéndolo enfurecer aún más.
-“¡Ahrg!”
El filo de la espada de Zach se hundió violentamente en su pecho. ¿Cómo…? El muchacho se movía muy rápido. ¡Malditos cazadores! Su entrenamiento era tal que en ocasiones no parecían humanos. No podía ser posible. Y aún así era cierto. La sangre manaba a borbotones, escurriéndosele entre los dedos de las manos incapaces de detenerla. El calor comenzó a abandonar su cuerpo. Y aún así, seguía con vida. ¡Era un vampiro! Aquellos niños eran muy tontos si pensaban que así podrían matarlo. Una risa cínica brotó de sus labios mientras se apoyaba en la pared para no perder el equilibrio. Y entonces lo vio: aquel muchacho, el de cabello rubio como la arena sostenía en sus manos un cuchillo. ¿De dónde había salido aquello? La mochila que antes llevaba colgada estaba en el suelo, el cierre abierto de par en par. Cualquiera hubiera pensado que era una curiosa pieza aquella que llevaba en la mano. Pero él sabía perfectamente de que se trataba. Aquello no era un cuchillo normal. Era un arma antigua, construida con una extraña y para muchos desconocida combinación de maderas y metales. El única arma conocida capaz de asesinar a un vampiro si se la lograba atravesar por su corazón. Y antes de que pudiera reaccionar, la hoja del cuchillo se había introducido hasta el fondo en su pecho, allí entre los borbotones de sangre.
Dylan y Zach se alejaron del vampiro que los observaba con horror a medida que su cuerpo empezaba a convulsionarse. Cuando cayó de rodillas al suelo, su rostro hacía rato había dejado de expresar nada. Y entonces, luego de que exhalara su último suspiro, empezó a consumirse, como un carbón cuando toma fuego, y desapareció ante sus ojos dejando solo un rastro de cenizas en la vereda. Entonces, a su alrededor, los ruidos de la ciudad volvieron a ser parte del ambiente que los rodeaba. Sus músculos se relajaron, y ellos comenzaron a reír. Solo el movimiento proveniente de la hasta entonces inmóvil figura de la chica que había sido víctima del vampiro los trajo de vuelta a la realidad.
Con movimientos temerosos se puso de pie sin quitarles dos enormes y aterrados ojos grises de encima. Cuando se quitó el revoltoso cabello que le caía sobre la cara, recogiéndoselo en una especie de nudo hacia atrás, fue evidente que apenas podía controlar sus manos por un temblor que nada tenía que ver con el frío del ambiente. Su rostro era pálido, y el contraste con su cabello oscuro la hacía parecer aún más pálida. Tenía una estatura normal, y daba la sensación de tener un cuerpo proporcionado, aunque era difícil decirlo con toda la ropa que llevaba encima. Debajo de la campera desgarrada se veía un sweater de lana gruesa igualmente desgarrado y manchado de sangre, y debajo otro nuevo sweater bastante más fino, debajo del cual había una remera de algodón negra. En su cuello, del lado izquierdo, había una mancha roja en el lugar donde el vampiro la había mordido, pero fuera de eso no parecía tener ningún tipo de herida.
-“¿Estás bien?” le preguntó Zach, acercándosele lentamente.
Ella asintió en silencio, posando sus ojos solamente en él.
-“Soy Zach,” se presentó, “y él es mi primo Dylan. No vamos a lastimarte.”
-“Ya lo sé,” respondió ella casi en un susurro, luego de un momento. “Yo soy Vicky.” Y luego de decir esto les dedicó una tímida sonrisa.
Una extraña música empezó a sonar en el lugar. Las mejillas de la chica se encendieron mientras rebuscaba en sus bolsillos hasta dar con el origen del sonido: un teléfono celular negro y plateado.
-“Hola,” atendió con un tono seguro que sorprendió a ambos chicos.
Siguió un breve murmullo parecido al zumbido de una abeja proveniente del aparato, y luego una serie de respuestas cortas de la chica.
-“Ya estoy cerca, en un rato llego,” concluyó antes del último discurso de zumbidos, y luego cerró el aparatito y volvió a guardarlo en donde estaba. “Era mi mamá,” explicó. “Tengo que ir a mi casa.”
-“¿Estás muy lejos?” preguntó Dylan.
-“No mucho…”
-“Te acompañamos,” dijo Zach con seguridad. Su compañero lo miró, perplejo.
-“Zach, Liz nos espera. Tenemos que volver.” Se miraron un segundo.
-“Andá,” le dijo el otro, entonces. “Yo la acompaño. La acaba de atacar un vampiro, no es bueno que esté sola. Quiero estar seguro de que llegue a la casa sin problema. Además, así sabemos donde ubicarla más adelante. Ya sabés que no es bueno dejar sola a una persona después de que la mordió un vampiro.” El otro chico asintió, levantó su mochila del suelo y, guardando nuevamente sus armas como estaban antes, comenzó a caminar por donde habían venido sin decir una sola palabra más. Zach se dirigió hacia la chica y, haciéndole un gesto, le indicó que lo guiara hacia donde tenían que ir.
Caminaron en silencio durante un rato. Ella estaba algo tensa, los brazos cruzados sobre el pecho para mantener cerrada la campera que el vampiro había casi destruido. Sus manos aún temblaban de manera incontrolable y su rostro estaba pálido, un dejo de miedo pintado en el fondo de sus ojos.
-“¿A qué te referías con eso de no dejar sola a una persona que mordió un vampiro?” preguntó entonces, apenas mirándolo de reojo.
-“Puede que los primeros días te sientas rara. No va a pasarte nada. Para convertirte en un vampiro se necesita un intercambio de sangre, pero la mordida a veces tiene efectos colaterales. Puede que te sientas algo molesta al sol. Nada de lo que te tengas que preocupar, pero es bueno que estés advertida.”
-“Esta bien,” respondió ella, no muy convencida, antes de detenerse en la puerta de una casa. “Es acá.”
-“Bien,” dijo él, algo incómodo, mirando el lugar para reconocerlo.
-“¿Querés pasar a tomar algo? Puedo prepararte un café caliente. Se te nota que estás muerto de frío…”
-“No creo que sea buena idea.”
-“Mi mamá ya está durmiendo, y no va a decir nada. Por favor,” rogó la chica, abriendo la puerta e invitándolo a pasar.
-“Solo un rato,” bufó él, avanzando hacia el interior oscuro de la vivienda.
Ella sonrió. Prendió una luz que iluminó una habitación amplia y fría, al fondo, una escalera de madera llevaba a la planta alta. Frente a ellos había un juego de sillones de color natural y un televisor sobre una mesa de madera clara. En el piso de parquet había una alfombra a tono con el tapizado de los sillones. Más atrás, una puerta entreabierta daba paso a la cocina, y unos metros hacia la derecha un arco de ladrillo a la vista daba paso al comedor, también conectado con la otra habitación a través de un arco y un pasa-platos. En silencio, caminaron hasta esta habitación, en la que ella prendió una nueva luz, apagando la anterior, y encendió el fuego de una hornalla para calentar agua. Luego, se dirigió a una esquina del comedor y, con cuidado de no hacer mucho ruido, encendió una estufa que había allí oculta entre las sombras.
Zach se limitó a sentarse en un taburete que había ubicado junto al pasa-platos y que permitía utilizarlo a modo de desayunador, y observarla mientras ella se movía de un lado a otro, buscando tazas y preparando el café. Luego, ella le alcanzó una taza humeante y, sosteniendo otra entre sus manos, se sentó junto a él, observándolo con curiosidad.
-“¿Qué pasa?” preguntó él.
-“Eso mismo pregunto yo,” dijo ella, reprimiendo una sonrisa. “Me miras de una forma rara. Estás pensando que estoy loca, ¿verdad?”
-“¿Por qué debería?”
Ella se rió. Tomó un sorbo de café en silencio, como meditando que responder, y sus mejillas se tiñeron de un suave color rosado por el repentino calor.
-“Supongo que porque estoy haciendo todo lo contrario a lo que esperabas que hiciera.” Él la miró con curiosidad. De cierto modo, ella tenía razón. Por otro lado, tampoco lo había sorprendido que fuera así. Había algo en ella que era diferente, aunque no podía determinar que era exactamente. Ella le sonrió de nuevo, e intentó explicarse.
-“Digamos, si a una persona la atacan en la calle suele entrar en algún tipo de shock, por mínimo que fuera. Y, supongo que si el atacante es un vampiro debe ser más shockeante todavía. Y yo todavía no me puse a gritar ni nada por el estilo.”
Zach la miró, divertido. Las manos de la chica seguían temblando de manera violenta, aunque no tanto como en la calle.
-“¿Qué? ¿Esto?” dijo ella, notando a donde se desviaba su mirada. “Es cosa de todos los días, especialmente de noche. No tiene nada que ver con lo que acaba de pasar, te lo garantizo.”
-“En realidad,” dijo él, “lo que me sorprende es que no hayas empezado a hacer preguntas. Las mujeres tienen una curiosidad natural, especialmente cuando se trata de este tipo de casos. Vos todavía no preguntaste nada… y no parecés demasiado interesada.”
Ella volvió a sonreírle. Después de tomar otro sorbo de café, se puso seria.
-“Creo que es bastante evidente,” dijo entonces. “Él era un vampiro. Ustedes son una especie de cazadores de vampiros, como los de las películas pero más reales. Y punto. No me interesa develar el origen del universo o la historia universal de los vampiros. Ese es tú problema, no el mío, en tanto y en cuento no vuelvan a querer comerme. Y, sinceramente, a menos que ustedes estén alrededor de nuevo, no creo que haya nada que pueda hacer, así que para que traumarme más.”
Esta vez fue él quien rió. Su razonamiento era curioso, pero le gustaba. Odiaba las chicas que se ponían a hacer preguntas como si se tratara de una película en la que él fuera el superhéroe destinado a salvar a la humanidad y a la chica. Esto era la vida real, y la realidad era bastante más cruda y menos entretenida. Y, definitivamente, no estaba la chica. En realidad, no había ninguna chica, a menos que contara a Liz, la medio-hermana de su primo, y siempre la habían contado como parte de la familia.
-“Bueno,” dijo él, apoyando la taza vacía sobre la mesada, “va a ser mejor que me vaya. Solo tengo una pregunta…”
-“¿Sí?”
-“¿Qué hacías sola en la calle a las doce de la noche?”
Vicky sonrió. Se levantó en silencio y caminó hasta la puerta.
-“Solo volvía a mi casa,” contestó, antes de cerrar la puerta y dejar a Zach afuera, en la noche helada.
2 comentarios:
Ola tambien escribo libro no tan bien como tu me esta encantado la historia podria agregarme para mantene el contacto te mando mi historia tu la tuya y opnamos que tal bss sigue asi tiene mucho talento
midian_leticia2011@hotmail.com
Ahí te agregué al msn. De todos modos, vas a ver que es muy raro encontrarme conectada. Pero me encantaría poder intercambiar historias y comentarios! Besos!
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