18 jun 2012

Cazadores: Michelle. Parte 16: Michelle.

Después de que William presentara también a su hija, todos los miembros de la familia Collin parecían haberse olvidado de Michelle. Al contrario de lo que podía parecer, para ella representaba una ventaja: tenía tiempo sola para meditar, pensar, tratar de recordar, de aclarar su mente. De forma casi automática, se metió en el baño y se dio una ducha. Chequeando que no hubiera nadie en la planta alta, entró en la habitación que ella y Vicky compartían envuelta en una toalla. En un rincón había un espejo de cuerpo entero que parecía apoyado contra la pared. Su reflejo en él la sorprendió: hacía mucho que la imagen no le devolvía el rostro de un vampiro; pero allí estaba, en el brillo de sus ojos, en el aspecto de su piel, en su porte sobrenatural; incluso en su cabello, que ya no parecía pajoso como antes. Mientras revolvía su poca ropa en busca de algo para ponerse, la toalla que la cubría resbaló y cayó al piso. Mientras se inclinaba a levantarla, algo en su reflejo en el espejo le llamó  la atención. Olvidando la prenda, caminó hasta él sin quitarle la vista a la imagen de su abdomen. Apenas por arriba de la cadera, entre esta y el ombligo, hacia el lado derecho, había una cicatriz. Era una línea de unos cinco centímetros, gruesa e irregular. Al tacto, se la sentía como una pequeña protuberancia que sobresalía un poco sobre el resto de la piel. Jamás había notado que estaba allí, nunca le había prestado atención. Con cuidado, repasó cada uno de los recuerdos que habían vuelto a ella, todas las ocasiones en que se había visto a sí misma sin ropa, o con aquella parte del cuerpo descubierta. Estaba segura de que aquella cicatriz nunca había estado allí en esos recuerdos. ¿Cómo era posible? ¿Y, además, qué elemento sería capaz de dejarle una cicatriz así a su cuerpo sobrenatural? ¿Qué clase de herida podía no haber sanado completamente con la siguiente ingesta de sangre?
La respuesta le produjo en escalofrío: el arma de un cazador. Alguna de aquellas cosas que George había inventado, capaz de envenenar la sangre de un vampiro y volverlo cenizas. Su sangre humana era demasiado potente como para arder, pero la cicatriz era irreversible. Lo había visto en el pasado, en otros como ella. ¿Acaso se había enfrentado a un cazador? No recordaba… Pero había tanto que aún no recordaba. Con ojos de cazadora analizó la marca. Por la posición, era poco probable que el atacante hubiera estado de frente a ella. Aquello había sido hecho por la espalda. Su contrincante debía haberla atacado por la espalda, rodeándola con sus brazos y apuñalándola de frente mientras la inmovilizaba. Y, por el lugar en el que estaba y la precisión, el agresor debía ser hábil con la mano izquierda.
Aquella conclusión la hizo caer pesadamente sobre la cama, sentada, incapaz de sacar la vista del espejo pero sin verlo realmente. Frente a ella había un muchacho de ojos azules y cabello oscuro acariciándole el rostro con la mano izquierda; un muchacho que era zurdo y que ella conocía bien.
– No puede ser – susurró con horror para sí misma. Sus manos se dirigieron instintivamente hacia la cicatriz. Al verse así en el espejo, una sensación de fatalidad aún mayor la invadió. Olvidando que estaba sin ropa se dirigió al escritorio. Con desesperación buscó las últimas páginas escritas del diario. Allí estaba, diez años antes, la noche en que ella y Seth habían cenado, el beso y todo lo demás que había recordado. Y, luego, la última entrada, unos meses más tarde.

Ya han pasado meses desde la última entrada y por momentos temo que en cualquier momento podría volver a olvidar. Sé que debería escribir más seguido, crear un recuerdo de estos días, un registro por si todo vuelve a desaparecer, por si debo volver a empezar. Pero todo ha sido tan perfecto que no quiero perder ni un solo segundo. Sé que, sin importar lo que escriba, nada podrá devolverme la sensación experimentada en cada momento, los sentimientos, la felicidad. Si alguna vez tuve una duda, ha desaparecido. No importa lo que pase, este es mi lugar, junto a Seth. Los siglos han dejado muy claro eso, y estos últimos días solo lo han confirmado. Pero algo ha sucedido que me da temor y es por eso que he vuelto a este diario, al único lugar privado en que puedo plasmar mis miedos y sé que nunca desaparecerán.
Hace varios días que empezaron las molestias. Nunca me había sentido así en mi vida, estoy segura. Aún así, después de dieciséis años de compartir una celda con mi madre, de verla en todos los estados posibles, no me queda ninguna duda de los síntomas. Solo me resta saber que pensará Seth al respecto y debo decir que me aterra. ¿Encontraremos la forma de salir adelante si la amnesia vuelve a aparecer? ¿Podré tolerarlo? Estoy aterrada y sé que debo hablarlo con él, pero no sé como lo tomará. ¿Estará feliz? ¿Con una relación tan irregular, cómo se le dice al otro que pronto habrá alguien más?

Las notas terminaban allí. Michelle palideció al llegar a la última pregunta. Su sensación de hacía tan solo un instante había sido correcta. Y la realidad frente a sus ojos era aterradora: al irse, diez años atrás, había estado embarazada.

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