Tom y William llevaban un rato sentados en los sillones del living, uno frente al otro, sin decir una palabra. Michelle se había refugiado en la cocina, donde todos sabían que podía escucharlos, pero al menos no estaba en el medio. No había demasiados otros lugares donde ir en aquella casa, de todos modos y habiéndose alimentado recientemente ninguna de las paredes era suficientemente gruesa como para evitar que escuchara si así lo deseaba. La tensión entre ambos era importante y difícil de romper. Su mente confusa no tardó demasiado en decirle por que: William era el hermano de Tom. No solo eso, curiosamente para los de su raza, entre uno y otro había unos pocos años de diferencia: ambos se habían criado juntos. Siempre habían sido muy unidos. Ese era el recuerdo que tenía de ellos, de cuando los había conocido en el pasado, junto a Seth. Pero luego toda la familia de Tom le había dado la espalda cuando él había conocido a Cassandra. Nuevamente, dos hermanos separados por culpa de una mujer. Incluso Michelle se preguntaba qué hacía allí el menor en aquel momento.
– Vine a disculparme – dijo por fin William, como leyéndole la mente, rompiendo el silencio.
TOM
– Vine a disculparme – dijo William. Tom lo miró algo incrédulo. Estaba decidido a ser impasible con su hermano, así como él había sido con él.
– Yo sé que no debería haberte dado la espalda – siguió el otro, ante su silencio –. Sabés que siempre fue difícil para mí llevarle la contra a nuestros padres.
Tom permaneció en silencio. Su hermano lo observaba desde su asiento, impaciente. Evidentemente esperaba otra cosa.
– No sé que esperás que te diga después de quince años – le respondió un momento más tarde –. Supongo que: ¡bien por vos! ¡Aprendiste a tomar tus decisiones! – El tono fue extremadamente irónico y, según reflejó el rostro del otro, hiriente. La conversación parecía no poder llegar a ningún lado. En el fondo, Tom estaba demasiado resentido. Que sus padres le dieran la espalda no lo había sorprendido, pero Will… Eso había sido como una puñalada en la espalda, después de todo lo que él había hecho por su hermano menor.
– Entiendo que me odies por lo que hice, especialmente después de que me apoyaras con Justine – volvió a hablar su hermano como leyéndole la mente –. Yo debería haberte apoyado como vos me apoyaste a mí y no lo hice. Pero la situación era demasiado arriesgada. ¡Ni siquiera sabía si podíamos confiar en Cassandra! Y vos estabas tan obnubilado con ella que no estaba seguro de que pudieras ver las cosas con claridad. Además, era una adolescente. Pensé que se te iba a pasar en unos años. Ni siquiera pensé que fueran a durar demasiado… ¡Ella era demasiado chica!
Tom esbozó una sonrisa irónica. Su hermano no tenía la menor idea.
– Es verdad que Cassandra tenía casi dieciocho años, que era chica. Pero deberías haber confiado un poco más en mi juicio. ¿No te parece?
William bajó la vista avergonzado. Tal vez era hora de ceder un poco. Era cierto que iban a vivir eternamente; pero eso no significaba que tuviera intención de pasarse todo ese tiempo enemistado con su hermano.
– ¿Puedo preguntar que es lo que te hizo cambiar de opinión ahora?
El otro alzó la vista. Sus ojos brillaron con un dejo de esperanza. Inmediatamente su rostro se volvió sombrío, como si lo invadiera un mal recuerdo.
– Justine – empezó, refiriéndose a su esposa. Tom lo había ayudado a que sus padres la aceptaran. La muchacha pertenecía a un clan con el que no tenían relaciones y sus padres no la habían considerado adecuada. Ellos lideraban el clan, debían formar alianzas. Justine no ayudaba a eso –. Ella… falleció.
Tom sintió como le caía el alma a los pies. ¿Muerta?
– ¿Cómo? – preguntó casi sin darse cuenta.
Los ojos de William se desviaron a la cocina antes de responder, hacia donde sabía que estaba Michelle:
– Es culpa de los Blackeney y los Rose y de su eterna guerra. Los Blackeney dicen que fue un accidente. Sinceramente, no lo sé. Pero esa es una guerra de la que deseo alejarme lo más posible, aunque ahora veo que tal vez nunca pueda.
– Michelle está de paso – se apresuró a decir Tom, aún sin reponerse de lo que su hermano le contaba –. Y los Rose no tienen territorios en el nuevo mundo. No en esta zona, al menos. Aunque los Blackeney son parte de nuestros vecinos.
– Lo sé, pero Seth se mantiene al margen de esa guerra desde antes de que nosotros naciéramos – respondió el otro –. Como sea, necesito un lugar donde empezar de nuevo.
– ¿Y qué tiene que ver eso conmigo? – Preguntó Tom, sintiendo que le faltaba una pieza en aquella historia – ¿Por qué venís a disculparte conmigo? No creo que la muerte de Justine tenga mucho que ver con nosotros. ¿O sí?
William suspiró.
– En parte, es por que es lo que debería haber hecho desde el principio. Y, por otro lado… por Milena.
– ¿Milena? – Tom se sentía perdido.
– Milena es… mi hija. Y de Justine. Ella necesita una familia con la que crecer. Si me pasa algo, necesito estar seguro de que no va a estar sola. Nuestros padres nunca aceptaron del todo a Justine. Menos a Milena. Ellos le darían la espalda. Yo… yo sé que vos no harías eso con ella.
Tom podía leer la vergüenza en los ojos de su hermano: sabía que él nunca le daría la espalda y, de todos modos, eso era precisamente lo que él le había hecho. Y ahora volvía a él por eso: por que confiaba en que no le daría la espalda a su hija a pesar de lo que él le había hecho. En el fondo Tom sabía, además, que su hermano tenía razón. No podía darle la espalda a una niña.
– Ella acaba de cumplir trece años – siguió hablando William, como queriendo asegurarse de convencer a su hermano.
El ruido de llaves abriendo la cerradura lo interrumpió y sacó a Tom de sus pensamientos. Sus ojos se desviaron a un reloj: era mediodía. La puerta se abrió de par en par y se volvió a cerrar a espaldas de una sorprendida Vicky que miraba a ambos hombres con asombro. La muchacha no era tonta: había notado automáticamente el parecido entre los dos hombres.
– Hola – dijo con timidez, mirando a uno y otro y finalmente dirigiéndose a su padre. William estaba atónito. No podía quitarle los ojos de encima a la niña que acababa de irrumpir en la habitación. Las palabras parecían atoradas en su garganta. Tom esbozó una sonrisa. William no se esperaba aquello, era evidente. Luego se puso de pie y se acercó a su hija, rodeándole el hombro con un brazo y acercándola a su hermano.
– Will, ella es Victoria, mi hija – empezó a presentarlos –. Vicky, él es William…
– Es tu hermano – lo interrumpió la chica antes de que pudiera terminar la frase con los ojos grandes como platos. Tom sonrió. La situación familiar empezaba a verse de un modo positivo.
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