Hacía mucho que no dormía como aquella noche. Por primera vez en un buen tiempo, no había habido imágenes o recuerdos, buenos o malos. Por primera vez, había descansado. Vicky ya se había levantado. La había sentido saltar de la cama en cuanto había sonado el primer ruido del despertador. Probablemente estuviera despierta desde antes, porque jamás se había levantado tan rápido desde que había llegado. Por el sol que entraba por la ventana, seguramente estaba en el colegio. Con parsimonia, sin ningún apuro, se desperezó y se levantó. Luego de comprobar que no había nadie en la planta alta, se metió al baño y se dio una ducha. Luego bajó. Cassandra estaba trabajando, así que la única otra persona en la casa era Tom, quien para poder permanecer mayor tiempo insertado en el mercado laboral había conseguido un título de traductor y trabajaba únicamente a distancia, en su casa, desde una computadora portátil. La máquina estaba sobre la mesa del comedor, junto a un puñado de papeles, y Tom estaba en la cocina, preparándose, a juzgar por el aroma, una taza de café.
– Parece que dormiste bien – le dijo mientras ella se acercaba –. ¿Querés algo para desayunar? Estoy preparando café.
Michelle le sonrió y aceptó, sentándose en la esquina de la mesa.
– Cassandra me dijo que Vicky y vos salieron juntas ayer. Dijo que Vicky estaba rara antes de irse. ¿Pasó algo? – le preguntó él mientras le acercaba una taza humeante y un plato con galletitas dulces y se sentaba a su lado con otra taza.
Michelle meditó un momento antes de contestar, saboreando un trago de café y aclarando su mente.
– Tu hija tiende a dejarse estar con ciertos aspectos – dijo, viendo si él comprendía a qué se refería. Los ojos de Tom brillaron.
– La sangre – dijo en un suspiro –. Es un asunto delicado. Supongo que ella ya te habrá puesto al tanto.
– Bastante – reconoció –. Pero hay algunas cosas que no me terminan de quedar claras. Es decir… Nunca pensé que después de tantas generaciones… el gen vampírico se siguiera transmitiendo.
– Evidentemente, no tuviste ningún trato reciente que recuerdes con cazadores – dijo Tom con una risita –. Generación tras generación, los cazadores se volvieron una raza diferente: son más fuertes y rápidos que las demás personas. Por supuesto, siguen siendo mortales, no saben que es la sed, y no se comparan con nosotros en ningún otro aspecto. Pero al parecer los genes siguen siendo lo suficientemente fuertes como para transmitirse y hacer que un cazador y un vampiro tengan hijos… como Vicky.
Cuando dijo esto último, Michelle pudo percibir en su voz un dejo de dolor. Y no lo culpaba: Vicky estaba atrapada entre dos mundos totalmente opuestos sin pertenecer realmente a uno ni al otro. Tom sabía que su hija no era feliz con su condición, pero no había nada que él pudiera hacer para cambiarla.
– Si Vicky tuviera trato con otros vampiros de su edad, tal vez su situación no le produciría tanto rechazo – concluyó el hombre con un tono algo ausente –. Pero mi familia no me dirige la palabra desde que supieron de Cassandra. La de ella estuvo un tiempo, mientras Vicky era chica, aunque creo que solo intentaban convencerla de que me dejara y volviera con ellos. Cuando vieron que Vicky era un vampiro de forma irremediable, desaparecieron. Y la única razón por la que sigo teniendo poder por sobre los demás vampiros del clan es por que no saben de Cassandra y Vicky. Automáticamente me rechazarían como líder si lo supieran. No es que sea adicto al poder ni nada de eso, pero al menos me garantiza que puedo protegerlas, llegado el caso.
– Es una situación complicada – concluyó Michelle con un suspiro luego de escucharlo.
El resto del desayuno transcurrió en silencio. Tom se sentó nuevamente frente a su computadora y se dispuso a trabajar, dejando a Michelle sumida en sus pensamientos. Una vez ambos hubieron finalizado sus bebidas, levantó todas las cosas y se dispuso a lavar las tazas y ordenar todo. Ya suficiente estaban haciendo por ella al recibirla en su casa. Su estancia se estaba prolongando más de lo que ella hubiera deseado, pero no tenía otro lugar donde ir. Al menos haría todo lo posible para no ser una carga.
Cuando estaba terminando, el sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Tom y ella se miraron un momento: ninguno de los dos esperaba a nadie.
– Yo miro – le dijo ella para que él no tuviera que interrumpir su trabajo. Una vocecita en su interior empezó a rogar que no fueran ni Seth ni James. Aún no estaba preparada para enfrentar a ninguno de los dos hermanos.
Al abrir la puerta se encontró cara a cara con un muchacho de edad indefinible. Podía tener entre veinte y treinta, y ni siquiera su forma de vestir parecía confirmar una o la otra. Su cabello era negro y rizado, y tenía ojos grises. Michelle no recordaba haberlo visto jamás en la vida, pero un nombre resonó dentro de su cabeza solo con verlo. Él estaba visiblemente nervioso y a la vez sorprendido: no esperaba que fuera ella quien abriera la puerta. Y, obviamente, sabía quien era ella. Se hizo un silencio incómodo mientras ambos buscaban las palabras para romper el hielo. Finalmente, fue la voz de Tom la que lo hizo.
– ¿Quién es? – preguntó desde su silla, la mirada fija en la puerta entreabierta.
Michelle dudó un momento. Luego abrió la puerta de par en par, dejando que ambos hombres se vieran, y pronunció en voz alta el nombre que su cabeza le decía pertenecía a aquel hombre: William.
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