29 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 7: Vicky




Vicky se acomodó en la grada, viendo como Zach se alejaba entre la gente hacia donde los carteles indicaban debía estar el baño. Una sonrisa triste afloró en sus labios mientras lo observaba. No había nada que hacerle. Aunque él supiera toda la verdad sobre ella, jamás iba a aceptarla. No la veía como una persona, menos iba a verla como una igual. Y ahora más que antes estaba segura de ello, luego de lo que había visto en sus recuerdos y la forma en que la había mirado cuando había mostrado el tatuaje que llevaba en el brazo. Zach era, definitivamente, un caso perdido. Hiciera lo que hiciera, él no iba a cambiar de opinión respecto a ella.
Sin darse cuenta, hizo un gesto con la mano, como para apartar el pensamiento de su mente. Necesitaba olvidarse de eso. No podía pasarse toda su vida torturándose por cada persona que no aceptara lo que ella era. Después de todo, no podía hacer nada al respecto. Así había nacido, y así iba a ser siempre, hasta el momento de su muerte, si es que ese día alguna vez llegaba.
 -“¿Puedo sentarme ahí?” le preguntó una voz completamente desconocida, señalando el lugar a su lado.
 -“Claro,” respondió ella, girando su mirada al rostro de quien le hablaba: un muchacho de aspecto joven, cuya mirada indicaba totalmente lo contrario. Tenía el cabello negro y largo, recogido en la nuca con una gomita. Estaba vestido completamente de negro, con un pantalón ancho de muchos bolsillos a los lados y una camisa suelta.
 -“Sangre pura,” murmuró el chico, repasando el tatuaje de Vicky con un dedo frío. Ella le contestó con una risa.
 -“Eso es lo que significa, ¿o no?” preguntó él, mirándola algo perplejo.
 -“Si, eso debería significar.”
Él la miró con curiosidad. Ella rió nuevamente. Luego lo observó un momento, como analizándolo. De su cuello colgaba una cadena de oro con un medallón que caía sobre su camisa, y en el medallón había un símbolo grabado. El mismo símbolo intrincado que había en la invitación que había visto la noche anterior. Con cuidado, acercó la mano al objeto y lo levantó, dándole vueltas entre los dedos y observándolo en detalle.
 -“Yo diría que, más o menos, siglo XVIII. ¿Verdad?”
Él la miró, sorprendido.
 -“Hubiera jurado que eras una criatura…”
 -“¡Y lo soy!” respondió ella con una risita. “Todavía no cumplo dieciocho años, aunque casi. Pero es más o menos de la época de mi papá.”
 -“¿Y tu madre cuantos años tiene?”
 -“Bastantes menos… Ella no es vampiro.” Él la miró, perplejo. Entonces, miró nuevamente el tatuaje en su brazo y su rostro cambió de expresión, comprendiendo a que se había referido la chica antes.
 -“A propósito,” dijo él, entonces, extendiéndole la mano, “mi nombre es Victor.”
Vicky empezó a reír mientras le estrechaba la mano.
 -“¿Qué es tan gracioso?” preguntó él, sin comprender.
 -“Mi nombre,” explicó ella, con una sonrisa. “Me llamo Victoria. Pero me dicen Vicky.”
Él también rió ante la coincidencia.
 -“Es la primera vez que te veo en una de estas fiestas,” dijo él, entonces.
 -“Es la primera vez que vengo.”
 -“¿Vas a estar en la próxima?” Su tono sonaba esperanzado.
 -“Si supiera cuando es…” Vicky dejó las palabras flotando, como esperando a que él completara la información que necesitaba.
 -“No sé. Probablemente en un par de semanas. Hubo algunos problemas, creo. Va a decir en el blog…” Él le sonrió y, sacándole el teléfono celular del bolsillo, comenzó a escribir algo. Luego se levantó y se despidió de ella con una especie de reverencia. Ella le devolvió la sonrisa, y miró la pantalla de su teléfono: en un mensaje de texto estaba escrita la dirección de Internet de un blog.
La sonrisa de su rostro se borró a los pocos segundos. Al levantar la vista vió una figura familiar que se dirigía hacia ella: Zach. Pero, de improviso, otra figura se cruzó frente a él, desviándolo de su camino. ¿Qué estaba haciendo? De pronto, Vicky comprendió lo que pasaba: había al menos una de esas tres chicas que ahora bailaban alrededor del chico que estaba utilizando su mente contra él. Intentaban sumirlo en un estado de hipnosis o algo parecido. Lentamente, juntó sus cosas y fue caminando hacia el grupo. Las chicas seguían bailando a su alrededor, y el rostro del chico no expresaba nada. Y entonces una de ella, la de piel menos pálida, inclinó su cabeza a un costado con suavidad, dejando la marca que ella le había hecho a la vista.
Las chicas se alejaron ante la perpleja y casi patética mirada de Zach, mientras VIcky se acercaba a él muerta de risa.
-“Vamos,” le dijo. “Es hora de ir a casa. Ya averiguamos todo lo que teníamos que averiguar.”
Una vez que estuvieron prudentemente lejos del lugar, él la obligó a detenerse.
 -“Ahora vas a explicarme que pasó,” le dijo, serio.
 -“Pasó que no prestaste atención en clase, y eso te salvó la vida.”
 -“¡¿Qué?!”
 -“Esas señoritas que estuvieron bailando con vos intentaron muy exitosamente hipnotizarte para… cenarte, podríamos decir. Aunque algo me dice que hubieras sido el postre, no el plato principal.”
Zach la miró algo incrédulo.
 -“¿Y por qué no me hicieron nada?”
 -“¿Qué no es obvio?” Vicky puso su mejor cara de fastidio mientras empezaba a caminar nuevamente. “La marca que tenés en el cuello…”
 -“¿Qué significa?” preguntó él, algo enojado, llevándose nuevamente la mano al cuello mientras intentaba seguirle el ritmo. De pronto la chica caminaba dando grandes trancos, como si estuviera apurada por llegar a algún lugar.
Ella dudó un momento. Estaba segura de que él iba a odiarla por lo que iba a decir.
 -“Que sos el humano de un vampiro. De un purasangre. Es decir, que ningún otro vampiro más que el que te mordió puede tocarte. Al menos no sin el permiso de tu… dueño.”
 -“¿Es decir que soy tu… propiedad privada? ¿Cómo si fuera una cosa?” El tono de Zach denotaba furia.
 -“Bueno…” Vicky dudó un momento. “Se te va a ir en un tiempo. Y si no lo hubiera hecho te habrían matado.”
El chico permaneció en silencio, caminando.
 -“¿Y no hace nada más?” preguntó finalmente.
 -“Lamentablemente, no. Tal vez vendría bien que ayudara a desarrollar algún tipo de tolerancia o algo, así dejás de odiarme, pero no se puede…” El tono de la chica había sido en parte bromista, pero podía leerse un dejo de sinceridad en sus palabras. Él solo se limitó a mirarla de reojo, escéptico.
 -“¿Y a dónde vas tan apurada?”
 -“Ya vas a ver,” respondió ella con una sonrisa, sin detenerse ni aminorar el paso.
Una vez que llegaron a su casa, Vicky lo guió escaleras arriba a su habitación, indicándole donde pisar y donde no hacerlo para que la escalera y el piso no rechinaran. Luego, cerró suavemente la puerta del dormitorio y, encendiendo el velador que había en la mesa de luz junto a la cama, invitó a Zach a tomar asiento, indicándole la cama. Luego, abrió el cajón superior de su escritorio y, con cuidado, sacó una notebook delgada y brillante que a uno de los costados llevaba conectado un módem portátil.
 -“¿Para qué es eso?” preguntó él, mientras la maquina arrancaba casi sin hacer ruido.
Ella no contesto, simplemente le hizo un gesto para que esperara.
Una vez la máquina terminó todo el proceso de encendido y conexión, los dedos de Vicky circularon con velocidad sobre la almohadilla del mouse, abriendo el explorador de Internet, y luego tipeando a toda velocidad la dirección que el chico le había dado.
Frente a sus ojos apareció el símbolo que Vicky ya había visto dos veces en los últimos días, rojo sobre un fondo negro. A medida que la página fue cargando, nueva información fue apareciendo. Información que refería a las anteriores fiestas que se habían celebrado, todas de iguales características que la de aquella noche.
 -“Acá es donde va a aparecer cuando y donde va a ser la próxima fiesta,” le explicó entonces. “Un chico en la fiesta me la pasó. Ya no necesitamos andar arriesgándonos. Simplemente hay que prepararse y esperar a que se anuncie.”
Zach sonrió, aún observando la página. Ella le sonrió de vuelta, sentándose en la cama y dejándolo mirar el sitio tranquilo. Algo en el fondo de sus ojos, sin embargo, indicaba que algo no estaba bien, pero no dijo nada.

 -“¿Puedo preguntar con quién estuviste hasta las cuatro de la mañana encerrada en tu cuarto, Victoria?” le dijo su padre a la mañana siguiente, mientras ella y su madre desayunaban. Y al decirlo, su acento fue tan británico que le resultó difícil apartar de su mente la imagen de una mujer gorda de cabello canoso y mirada severa.
 -“Sinceramente, no,” respondió ella, cortante, ante la mirada de asombro de ambos. “Y no vuelvas a llamarme así.”
 -“¿Así cómo?” preguntó él sin comprender.
 -“¡Así!” casi gritó ella. “¡Victoria!”
 -“Ese es tu nombre,” respondió el hombre, casi atónito.
 -“¿A cuantas personas escuchaste llamarme Victoria,” y al decir su nombre imitó la pronunciación que él había usado, “en los últimos quince años?”
Él la miró sin comprender. Su madre se limitó a observarla tratando de reprimir una risita.
 -“¿Qué está pasando?” le preguntó a ella, entonces.
 -“Pasa,” respondió la mujer con total tranquilidad, “que tu hija es una adolescente. Y vos todavía no te diste cuenta.”
Vicky hizo un gesto de asentimiento, y siguió con su desayuno. Un momento más tarde, sin embargo, fue su madre la que preguntó por el visitante de la noche anterior.
 -“Era Zach, el primo de Liz,” explicó la chica. “Queríamos ver algo en la computadora.”
 -“Esos chicos,” meditó la mujer un momento, “al menos los dos varones, tienen aspecto de… cazadores.”
 -“Si…” respondió Vicky, algo pensativa. “Lo son. Pero son buena gente,” agregó al ver la mirada de su padre.
Si bien la charla terminó ahí, algo extraño quedó flotando en el ambiente, algo que quedaba pendiente de hablar. Todos eran perfectamente conscientes de eso, pero no fue hasta esa tarde que su padre decidió tocar el tema.
 -“Vicky, necesito que hablemos,” le dijo en tono casi de ruego, entrando en su habitación. Ella lo observó un momento como si hubiera hablado en chino, pero al ver la seriedad con la que el hombre se dirigía a ella, asintió, intentando dejar de lado la tensión.
 -“¿Qué querés hablar?” preguntó ella, invitándolo a sentarse.
 -“Sobre… lo que está pasando. Desde que llegué no pudimos tener una conversación en la que no me atacaras o gritaras o insultaras…”
Vicky suspiró. Sabía que ese momento iba a llegar, aunque no sabía cuando. Y no estaba muy segura de saber como decir todas las cosas que tenía dando vueltas en la cabeza. Él pareció percatarse de eso, y permaneció en silencio, esperando a que ella organizara sus pensamientos.
 -“Mirá,” intentó explicar ella. “Creo que tenemos que ponernos de acuerdo en algunas pautas de convivencia,” terminó diciendo, al final. “Vos creés que podés ir y venir a gusto, sin avisar ni dar señales de vida. Muy bien, yo no soy quien para controlar tu vida, más cuando tu mujer no dice nada al respecto. Pero no podés pretender reaparecer así nomás de un día para el otro y que todo esté sensacional, como si nunca te hubieras ido. Al menos no conmigo. Mamá puede estar todo lo dispuesta que quiera a perdonarte y tolerarte todo eso, pero yo no soy ella. Y tampoco soy más una nena. Y te tenés que dar cuenta de eso.”
El hombre la miró intentando comprender a donde quería llegar con sus palabras. Su tono de voz había ido subiendo gradualmente, expresando un enojo cada vez mayor. Al darse cuenta de esto, intentó calmarse, haciendo una pausa. Luego siguió hablando, tratando de explicarse.
 -“El punto es, que no podés llegar acá y pretender actuar conmigo como si fueras mi papá cuando desapareciste por más de dos años y ni siquiera te despediste ni dijiste donde estabas o cuando ibas a volver. Así no funcionan las cosas. Al menos no conmigo. Si mamá está dispuesta a vivir así, es problema de ella. Yo no. Yo no quiero esto. No me molesta que estés acá. Al contrario, lo reconozco: a ella le hace bien. Pero… pero dejá de pretender controlarme y decirme que hacer y exigirme que te rinda cuenta de nada, porque desde mi punto de vista, perdiste ese derecho cuando te fuiste, y así no te lo vas a ganar de nuevo.”
Se hizo un momento de silencio en el que ambos no hicieron más que mirarse en uno al otro. Finalmente, su padre bajó la mirada, rendido.
 -“Supongo que tenés razón,” concluyó. “Tal vez tengamos que definir algunas pautas de convivencia, después de todo.”

22 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 6: Zach




Hicieron todo el recorrido en silencio. Un silencio interrumpido solamente por el sonido de los zapatos de la chica contra el suelo. Zach se limitaba a mirarla de reojo cada tanto, mientras miles de cosas se le cruzaban por la cabeza.
 -“Ya casi estamos,” dijo ella, de pronto, deteniéndose y girándose para mirarlo.
 -“¿Y por qué paramos?” preguntó él, entonces, sin comprender.
Vicky dudó un momento, no muy segura de cómo explicarse.
 -“Zach,” empezó, la duda aún impresa en el tono de su voz. “Necesito que confíes en mí. Sé que lo que voy a pedirte es extraño, pero solo te pido eso, por favor.”
 -“¿Qué pasa?” preguntó él, comenzando a alarmarse.
 -“Necesito que cierres los ojos y pongas la mente en blanco. No importa lo que sientas, no importa lo que pase. Solo hacé eso. Por favor.”
Sus miradas se encontraron solo un momento. En sus ojos había un ruego, y un dejo de dolor o pena. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. En el fondo, temía que sabía que se disponía a hacer la chica, aunque no comprendía por que.
 -“Confíá en mi, por favor,” volvió a rogar ella, acercándosele. “No haría esto si no fuera estrictamente necesario. Creeme.”
El asintió y obedeció, peleando con su cuerpo y mente para no temblar. Intentó en vano poner su mente en blanco, pero miles de cosas se le cruzaban por la cabeza en aquel momento. Y entonces, cuando menos lo esperaba, sintió una punzada en el cuello, mientras una mano firme y fría lo sujetaba por la espalda, como sosteniéndolo. Como temía, Vicky lo había mordido.
Una oleada de recuerdos lo invadió de pronto. Recuerdos que había luchado por enterrar durante años, pero que seguían atormentándolo en pesadillas. Era una noche fría, como aquella en que ellos se habían conocido. Pero esto era mucho tiempo antes. Él era apenas un niño de no más de siete u ocho años. Él y sus padres caminaban por las calles a toda prisa, escapando de algo que él no llegaba a comprender. Y de pronto, un grupo de personas los había rodeado. ¿De dónde habían salido? Eran cinco, tal vez seis, no estaba seguro. Pero había algo de lo que sí estaba seguro: ninguno de ellos era humano. Había algo en ellos que lo decía a gritos, aunque no podía precisar que era. Tal vez su extrema palidez; tal vez ese algo que los hacía ver tan increíblemente atractivos a pesar de que no hubiera nada en los rasgos de ninguno de ellos que fuera excepcional; tal vez su forma de moverse como si flotaran… No, definitivamente no podía precisarlo. Pero había algo que era seguro, y era que su presencia no significaba nada bueno.
Su madre murmuró algo que no llegó a oír con voz nerviosa, y luego tiró de su brazo para ponerlo en medio de ella y su padre, como protegiéndolo. Fue solo cuestión de segundos antes de que les saltaran encima como fieras. Luego, lo único que podía recordar era una gran confusión y gritos. Gritos de su madre, y gritos de su padre… y probablemente los suyos propios. Y un terrible dolor en el cuello, muy cerca de donde ahora podía sentir la mordida de Vicky.
 -“Zach, no voy a lastimarte. Confiá en mí,” le repitió la voz de la chica en su mente mientras una extraña paz lo invadía. Con asombro descubrió que el dolor disminuía, casi desaparecía. Y cuando empezaba a aflojarse, a relajarse, ella lo soltó.
 -“Ya,” susurró ella, alejándose. Él abrió los ojos y la observó un momento mientras se llevaba una mano al cuello y descubría, con sorpresa, que no había ninguna diferencia al tacto.
 -“¿Cómo?”
 -“La marca es solo visible,” respondió ella. “Cicatriza al instante. Deberías saberlo…” Y entonces se puso seria. La expresión de su rostro llamó tanto la atención del chico que dio un paso hacia ella, preocupado.
 -“¿Qué…?”
 -“No lo sabía,” lo interrumpió. Él le devolvió una mirada de asombro, sin comprender. “Lo de tu familia,” explicó la chica, entonces. “Si hubiera sabido hubiera buscado otra forma…”
 -“No tenías como saberlo. Nunca hablo de eso con nadie,” respondió él mientras su rostro se ensombrecía. “Hubiera preferido que no lo vieras…”
Ella bajó la vista y empezó a caminar nuevamente.
 -“Por eso nos odias tanto, ¿verdad?” preguntó sin mirarlo. Él no respondió. Solo siguió caminando con la mirada fija en el suelo.
Cuando llegaron al lugar indicado, Zach se puso tenso. Desde adentro del edificio, un viejo club abandonado, se sentía el sonido incesante de la música. Pero, a diferencia de la vez anterior, la música no era la de moda. Era un sonido lúgubre, que hacía pensar en oscuridad y violencia y algo no del todo bueno que no se podía especificar.
No había nadie a la vista. Cruzaron la puerta en silencio, todos sus sentidos alerta, y caminaron por un largo pasillo hasta una puerta detrás de la cual parecía brotar el ruido.
 -“¡Hey!” les llamó la atención una voz en un tono nada amistoso. “¿Tienen invitación?”
Zach se quedó duro en su lugar. Vicky sonrió. ¿Cómo hacía para parecer tan tranquila? Quien había hablado, un hombre de aspecto gigante cuya edad era imposible precisar, se acercó a ellos desde un costado del pasillo, donde había permanecido oculto a la vista, con cara de pocos amigos.
 -“¿Invitación?” insistió.
Vicky se subió la manga derecha del saco que llevaba puesto hasta el codo, dejando a la vista un tatuaje en la primera mitad de la cara interna del antebrazo. Era una especie de tribal; una llama roja rodeada de pequeñas líneas, con una especie de goteo hacia abajo, hacia su mano, muy parecido aunque no igual al que había habido en la invitación que Milena le había dado para la otra fiesta.
 -“Creo que esto alcanza,” respondió ella con toda tranquilidad.
 -“¿Y qué hay de él?” señaló el otro.
La chica hizo un gesto, indicándole a Zach que inclinara la cabeza. El tipo le observó el cuello y asintió, abriendo la puerta con una mano para dejarlos pasar.
El lugar adentro estaba en penumbras. Era una habitación enorme, una vieja cancha techada. Varias puertas dirigían a otros lugares del club. Todo parecía repleto de personas de aspecto siniestro. La música que sonaba de fondo tenía un tono algo tétrico, al menos para el gusto personal del chico. Se escuchaba una especie de silbido, acompañado de una melodía grave que denotaba cierta agresividad. El centro del lugar estaba repleto de figuras que se movían, algunos siguiendo el ritmo y otros apenas bamboleándose como zombies. Al fondo, una pantalla gigantesca mostraba un video que parecía acompañar a la canción: un lugar que parecía ser una especie de galpón; varias mujeres bailando de forma sensual mientras los músicos tocaban, y en un punto dos niños de cabello rubio platinado vestidos de blanco y maquillados de forma macabra abrazados dentro de una jaula mientras la niña cantaba las voces femeninas.
 -“Engel,” leyó Zach, mirando a Vicky y siguiéndola hacia un costado, a lo que alguna vez habían sido las gradas de la cancha, donde se sentaron.
 -“Significa ángel,” respondió ella, con una sonrisa. “Irónico, ¿no?” Y acto seguido empezó a canturrear acompañando a la voz femenina del tema con un tono sensual.
 -“La otra vez estabas escuchando algo que parecía opera,” remarcó él, mirándola con desdén. “Y ahora estás cantando esto.”
 -“Mi papá nació en el siglo XVIII,” explicó ella, como queriendo justificarse. “Es natural que me guste de todo. ¿Vos que música escuchás?”
Zach dudó, y desvió la mirada hacia su alrededor, como queriendo evitar la pregunta.
 -“Me imaginé. Tampoco escuchás música, ¿verdad?” Vicky reprimió una risita.
De forma totalmente inconsciente, empezó a rizarse el cabello con los dedos, por hacer algo que la mantuviera entretenida, mientras miraba a su alrededor en busca de algo sospechoso. Los ojos de Zach se posaron en ella un momento, y un curioso detalle llamó su atención: sus manos. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de algo que en su momento no había notado: cuando la chica lo había sostenido, estando en la calle, y lo había mordido, su mano había estado firme, igual que lo estaba ahora; pero el día que se habían conocido, cuando él se había fijado en el temblor de sus manos, ella había dicho que era cosa de todos los días.
 -“¿Qué pasó con tu mano?” dijo, sin saber como formular la pregunta que quería hacer.
Ella se miró sin comprender. Un momento más tarde pareció caer en la cuenta de a que se refería el chico.
 -“El temblor… ¿verdad?” Él asintió. “Se va con la sangre… O más bien aparece cuando pasa mucho tiempo desde la última vez…”
 -“Es la primera vez que escucho algo así,” dijo él, casi interrumpiéndola.
 -“Es la primera vez que te sentás a hablar con una persona que es solo mitad vampiro, me parece,” contestó ella, mientras se sacaba el saco que llevaba puesto, sofocada por la falta de aire en el lugar.
 -“Pero tenés el tatuaje,” respondió él, señalando el diseño que resaltaba sobre la piel del brazo derecho de la chica, aún en la penumbra.
 -“Mi tío es el líder del clan. El símbolo representa eso. Que soy parte… Lo que no significa que sea igual a ellos. Solo que deberían tratarme como a una igual.”
 -“Pero no lo hacen…”
Vicky esbozó una sonrisa.
 -“La mayoría si… Al menos en clan. Pero… Yo no logro sentirme parte. Siento que este no es mi lugar,” explicó ella, mirándolo. La mirada del chico estaba fija en lo que pasaba a su alrededor. Aún así, la había escuchado. Y sus palabras resonaban en su mente una y otra vez.
 -“Ahora vengo,” dijo él, divisando una indicación que señalaba donde se encontraban los baños.
 -“Claro,” respondió ella.
Él se levantó y caminó hasta el lugar con paso decidido. Una vez adentro, comenzó a dudar si había sido una buena idea. La realidad era que solo había ido allí para escapar un momento de Vicky. Había algo en ella que lo estaba poniendo incómodo, aunque no lograba especificar que era. En parte, descubrió, se trataba de aquel tatuaje en su brazo. Si bien ya hacía rato que sabía, más o menos, lo que ella era, nunca la había visto realmente como un vampiro. Al menos, nunca la había visto de la misma forma que los veía a ellos. Pero ahora… La prueba que faltaba estaba frente a sus ojos: ella era parte de un clan. Era un vampiro reconocida por los demás vampiros como tal. Por eso los habían dejado entrar, después de todo.
Intentando no prestar atención a lo que pasaba a su alrededor, que no era del todo claro, se acercó a la pileta y se lavó la cara con agua fría. Su rostro se reflejó en un espejo algo empañado por el exceso de calor humano del lugar, devolviéndole un borroso panorama de lo que sucedía a su espalda: un muchacho de cabello oscuro lo miraba de reojo como una fiera que acecha su presa. De uno de los cubículos al fondo del lugar salía un sonido de golpes y respiraciones agitadas que prefirió dejar de lado, a pesar de la posibilidad de que alguien estuviera en peligro. Habían arreglado que solo sería un reconocimiento del lugar, por lo que apenas y llevaba algún tipo de arma encima, siendo lo más peligrosos los palillos que Vicky siempre usaba en su cabello, y que obviamente él no tenía a su alcance.
La mirada de aquel muchacho, que a la distancia reconoció como un vampiro, seguía fija en él. Intentando parecer calmado, Zach se volvió a lavar la cara, y se decidió a volver junto con su compañera. Antes de hacerlo, sin embargo, volvió a limpiar el espejo con la mano para poder verse. Su mano buscó instintivamente el lugar donde la chica lo había mordido, intentando encontrar alguna marca. Su reflejo lo dejó casi atónito: allí estaba, justo donde recordaba que los colmillos de Vicky se habían hundido en la carne, una marca casi violácea, como un moretón, levemente más oscura en los dos puntos donde efectivamente había sido perforada la piel, pero perfectamente entera.
Zach se dio media vuelta y salió del baño. La vista del chico lo siguió hasta que desapareció del lugar, pero para su alivio, él no se movió de allí.
Mientras se aproximaba al lugar donde había dejado a su compañera, alguien llamó su atención. Una chica de piel pálida como el mármol cruzó frente a él, el cabello de un rubio pálido recogido en una larga trenza hasta su cintura. Con una sonrisa, se giró a mirarlo y, antes de que pudiera darse cuenta, lo había tomado por las manos, arrastrándolo suavemente hacia el lado contrario al que él iba, y bailando de forma sensual junto a él. Una nueva figura se les unió por su izquierda, de cabello rojo fuego enmarcando un rostro ovalado de los que solo se ven en cuadros antiguos; y otra por la derecha, meneando un físico de aspecto frágil y delicado de una piel que en algún momento había sido morena. Las tres chicas eran completamente fascinantes.
Zach las miró un momento, anonadado. Había algo en el fondo de su mente que le gritaba peligro. Sabía que había algo en ellas que estaba mal. Pero no llegaba a comprender que era. Eran solo tres chicas completamente inofensivas. No había nada que pudieran hacerle. No tenía por que temerles, no había por que desconfiar. La rubia lo arrastró nuevamente hacia un costado, acorralándolo contra la pared. En uno de sus movimientos, un extraño tatuaje asomó al costado izquierdo de su cuello: una especie de lágrima de sangre. La pelirroja le sonrió. Estaba hablándole, aunque no podía entender lo que decía. Pero su voz era tan dulce… tan dulce que daban ganas de hundirse en ella. Y a la vez tan sensual… La morena se acercó más a él, sonriéndole. Su mano le rozó el rostro, fría como hielo, inclinándoselo suavemente hacia la derecha. Y entonces, algo en el rostro de las tres cambio. Las sonrisas se desvanecieron, y una expresión de frustración apareció en su lugar. Sin decir nada, las tres se alejaron, dejándolo solo. Una risita lo hizo volver completamente al mundo: Vicky lo miraba, divertida, a tan solo unos centímetros. Algo en su mirada, de todos modos, le indicó que algo no estaba del todo bien.
 -“Vamos,” le dijo ella. “Es hora de ir a casa. Ya averiguamos todo lo que teníamos que averiguar.”
Él la miró, atónito, pero no dijo nada hasta que estuvieron afuera. Luego, cuando le pareció que era prudente empezar a interrogarla, la hizo detenerse y le pidió, de no muy buena forma, que le diera una explicación.

15 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 5: Vicky.




Viernes a la noche. Como siempre, una vez llegadas las vacaciones de invierno, los días más fríos habían pasado. Y esta vez no era una excepción. Era el primer fin de semana de vacaciones, y la temperatura había subido lo suficiente como para que el calor se volviera sofocante dentro de aquel lugar.
Ni siquiera estaba segura de por que había ido. Milena estaba, como siempre, arriba, con los demás. Pero ella no pertenecía a aquel lugar. No porque no la aceptaran; ella era tan parte del clan como cualquier otro, sino porque ella no se sentía parte de aquello. Aún ahora, cuando una nueva energía corría por todo su cuerpo, junto con la sangre de aquel chico cuyo nombre no podía recordar y que la miraba con fascinación desde el otro lado de la mesa, no se sentía parte de ellos.
Una imagen inundó su mente en ese momento, haciéndola olvidar por un momento de donde se encontraba. El rostro de Lara Miguel la observaba desde el televisor con una sonrisa. Su cabello estaba peinado hacia un costado y sus ojos fijos en la cámara. Había visto el informe poco después de que Liz se fuera de su casa aquel día, cuando Zach había ido a cuestionarla, y había sentido una punzada en el estómago. Muerta.
En ese momento no lo había dicho, pero conocía a Lara. No eran amigas, pero se llevaban bien. Y habían sido compañeras de colegio. Recordaba que la chica le había hablado de una fiesta a la que la habían invitado. Era algo más acorde a su estilo que las que organizaban Milena y sus amigos, le había dicho. Pero no le había dicho quien la había invitado ni donde era. De haberlo sabido… al menos no la hubiera dejado ir sola, pensó con un dejo de culpa. Pero incluso si la hubiera acompañado, tal vez hubiera sido inevitable. ¿Cómo podía saberlo? De todos modos ya era tarde. Lara estaba muerta, y no había nada que pudiera hacer al respecto, más que intentar aclarar las circunstancias de su muerte, y asegurarse de que no se repitiera.
Sin decir nada, Vicky se levantó de su lugar y, poniéndose el saco negro que descansaba sobre la silla junto a ella, se despidió del chico y salió a la calle. Aliviada por el aire fresco, empezó a caminar. Hacía mucho que no se sentía tan bien, físicamente hablando, pero su ánimo no parecía poder acompañarla. Estaba decidido: había sido suficiente por una noche. Anduvo durante un buen rato sin rumbo fijo, y luego, sin siquiera pensarlo, sus pies la llevaron nuevamente a su casa. Una vez adentro, subió con cuidado la escalera, para que los chirridos de los escalones no despertaran a su madre, y se dirigió a su habitación.
 -“¡Victoria! ¿Estas son horas de llegar?” le preguntó una voz masculina desde las sombras.
Sorprendida, se dio media vuelta. En la oscuridad del pasillo se distinguía una figura negra. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, y preparados para ver de noche gracias a la sangre recientemente consumida, distinguieron la figura de su padre, su aspecto igual a como lo recordaba de la última vez que lo había visto, dos años atrás; tal vez con el cabello algo más largo.
 -“Es viernes a la noche y son vacaciones,” respondió ella, cortante, girando nuevamente hacia su puerta. El hombre la miró un momento, algo perplejo, sin encontrar las palabras apropiadas para responderle.
 -“¿Qué pasa?” preguntó la voz adormilada de su madre desde su habitación, prendiendo la luz, que inundó el pasillo, permitiendo ver con mayor claridad.
 -“Vicky acaba de llegar,” respondió él, mirándola.
 -“¿Qué hora es?”
 -“Las tres de la mañana…”
La figura de su madre apareció a la vista vestida con su pijama y con el cabello revuelto.
 -“Es temprano,” murmuró la mujer, mirando a la chica que seguía parada en la puerta de su habitación. “¿Está todo bien, Vi?”
 -“Si,” respondió la chica casi en un susurro, entrando y dando un portazo. Una vez hubo cerrado con llave, se sacó el abrigo y se tiró en la cama.
 -“Esto era lo que faltaba para hacer cartón lleno,” murmuró para si misma en la oscuridad. La presencia de su padre le había quitado incluso las ganas de dormir. Una curiosa mezcla de sensaciones se debatía dentro de ella. Por un lado, era bueno que el hubiera reaparecido. Su madre dejaría de ser un zombie, al menos por el tiempo que él estuviera allí. Pero, Vicky sabía, eso no sería por mucho tiempo. En los últimos años, él no había hecho más que ir y venir, estando unos meses aquí y otros meses allá. Y por los últimos dos años no habían oído ni una sola palabra sobre él. Incluso su propio hermano, el padre de Milena, no sabía nada sobre él o su paradero. Y de pronto aparecía, así como si nunca hubiera pasado nada. Y lo que era peor, pretendía comportarse como un padre con ella. ¡Como si tuviera derecho a hacerlo! Estaba furiosa con él. Lo había estado desde la última vez que se había ido sin siquiera avisar o despedirse; y se había puesto peor cuando, al cabo de un año, no había regresado. Y esta repentina aparición no había hecho más que empeorar las cosas. Era hora de que se diera cuenta de que ella había dejado de ser una niña, y que ya no estaba dispuesta a perdonarle sus andanzas como si lo hacía su madre.
Unos cuantos minutos más tarde, sus pasos volvían a oírse resonar por las calles desiertas. No tenía ninguna intención de volver a la fiesta, pero estaba muy segura de que su casa tampoco era el lugar donde quería estar. Al menos no en aquel momento. Antes de que pudiera darse cuenta, había llegado a una zona en la que se acumulaban una gran cantidad de bares de todos los estilos. Adolescentes y jóvenes de todas las edades iban de un lado a otro, o charlaban animadamente en la calle. Un lugar al otro lado de la calle llamó su atención. Estaba bastante alejado del resto de los locales, y la iluminación tenía un aspecto bastante gótico. Varios adolescentes paseaban por los alrededores en pequeños grupitos. Ninguno se veía como el otro, pero todos tenían algo en común: estaban completamente vestidos de negro.
Vicky se acercó a aquel lugar como atraída por un imán. Cuando estaba a solo unos metros, se detuvo. ¿Qué iban a decir todos esos chicos si ella intentaba entrar?
 -“Bueno, no puedo desentonar tanto,” se dijo, mirando la ropa que llevaba puesta: debajo de un saco negro muy similar al que Liz le había prestado tenía una remera de mangas cortas también de color negro muy escotada y ajustada al cuerpo, y unos pantalones de jean de un azul tan oscuro que casi parecían del mismo color. Los zapatos también se parecían a los que Liz le había prestado, aunque no eran tan altos. Si lo deseaba, podía hacerlo. Se acomodó el cabello de forma que le cayera a los costados del cuerpo al igual que hacia atrás, y caminó con paso decidido hacia la puerta.
El tipo que cuidaba la entrada la miró de arriba abajo dos o tres veces antes de asentir. Si bien algo le decía que Vicky no era el tipo de chica para aquel lugar, su palidez y el color de su ropa indicaban lo contrario.
En el interior, el panorama era totalmente distinto a lo que podía verse en ninguna de las fiestas a las que había asistido. La música era lúgubre, en ocasiones simplemente ruidosa y sin ritmo. El centro de la pista era una acumulación de cuerpos moviéndose espasmódicamente con el sonido, y los costados otra acumulación de cuerpos en diferentes estados de sopor y abulia.
Hacia el fondo, divisó lo que parecía ser una barra. Con paso decidido, esquivando gente, se acercó al lugar y pidió un trago. Luego, con su vaso en la mano, se dirigió a la otra pista que tenía el lugar, alrededor de la cual había unas pequeñas mesitas. En esta, la música era menos deprimente, e incluso más armónica. Luego de mirar a su alrededor y asegurarse de que no había ningún lugar disponible para sentarse, se limitó a apoyarse contra la pared y tomar su bebida en silencio.
No hacia demasiado desde que se había acomodado allí, observando a los distintos personajes que desfilaban frente a sus ojos, cuando un chico de cabello multicolor se le acercó y la saludó con intención de iniciar algún tipo de conversación. Vicky le devolvió una sonrisa no muy alegre, y él empezó a preguntarle cosas: si estaba sola, cual era su nombre, si iba allí seguido… todo lo que todos los chicos preguntan siempre antes de empezar a hacer propuestas, rió ella por dentro.
 -“Esto no está muy divertido, ¿verdad?” dijo él, mirándola de reojo.
Ella se limitó a sonreír y asentir con un leve movimiento de cabeza.
 -“Lástima… me invitaron a una fiesta, mañana a la noche. Ya fui a otra que organizaron el sábado pasado y estuvo excelente. Pero supongo que no voy a poder disuadirte de que me acompañes mañana, ¿verdad?”
Vicky lo miró, incrédula.
 -“Si me decís donde es, en eso puedo llegar a ir,” dijo ella, intentando sonar natural.
 -“Es en el club de básquet de la vieja zona fabril,” explicó él, con total naturalidad. “Pero no se puede entrar sin invitación; y lamentablemente solo tengo una para mí. Puedo llevar un acompañante, pero tendrías que venir conmigo.”
Vicky intentó sonreír, pero su cabeza daba vueltas.
 -“¿Tenés acá la invitación? ¿Puedo verla?”
El chico asintió, y sacó de su billetera un trozo de papel negro con letras plateadas y rojas metalizadas. De un lado había un dibujo que Vicky reconoció al instante: un tribal rojo brillante, como si estuviera hecho de sangre fresca. No era el símbolo de su clan, tampoco el del clan Yager, aunque el lugar del que el chico hablaba estaba en su territorio. Era un símbolo que le había visto solo en libros y recuerdos que su padre y su tío le habían transmitido durante su infancia: el símbolo de los parias, aquellos vampiros que habían sido expulsados de su clan.
No supo muy bien como fue que se despidió del chico. No pudo empezar a pensar claramente hasta varios minutos más tarde, cuando se percató de que sus pasos la habían llevado hasta la casa de Zach. ¿Qué hacía allí? Eran las cinco de la mañana, y era evidente que no había nadie despierto en aquel lugar.
 -“¿Qué hacés acá?” preguntó, cortante, la voz de Zach a su espalda.
Sorprendida, se dio vuelta de un salto. A pesar del silencio que reinaba en la calle, no lo escuchó acercarse. Tan desprevenida la había encontrado, que no supo que responder.
 -“¡Hey!”
 -“Quería… hablar con vos,” explicó ella, intentando encontrar su voz en su garganta.
 -“Te escucho,” contestó él.
 -“Sé donde va a ser la próxima fiesta. Mañana a la noche.”
Los ojos del chico se abrieron de par en par, pero no dijo nada.
 -“Escuchame, Zach. Creo que puede ser más peligroso de lo que pensaba. La fiesta es en el territorio del clan Yager, pero no son ellos los que están atrás de todo esto. Hay que ir a investigar… pero hay que ser más cuidadosos que la vez pasada. Llamar menos la atención.”
 -“¿Tenés una invitación?”
 -“No, pero sé como hacer para que me dejen entrar. O al menos eso creo.”
 -“Bien. Nos encontramos mañana, entonces.”
 -“No creo que sea buena idea que Liz venga,” dijo ella en voz baja, antes de irse. “Puede ser peligroso de verdad.”
Zach asintió.
 -“Ya lo había pensado,” dijo él en tono serio. “No le voy a decir nada. Quedate tranquila.” Y sin decir más se metió en la casa.

8 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 4.



VICKY



Una vez que las dos figuras doblaron la esquina, Vicky avanzó hacia la casa. No pasó un minuto, cuando la puerta se abrió, dejando asomar a una mujer algo más alta que ella misma, el cabello rubio cayéndole como una lluvia sobre el rostro.
 -“Estoy buscando a Liz,” explicó, sobreponiéndose a su sorpresa. La mujer era una copia idéntica de la otra chica, obviamente su hija, solo que con al menos veinte años más de edad.
Un momento más tarde, la figura de Liz apareció en la puerta, invitándola a entrar. Sin decir una palabra, le indicó que la siguiera nuevamente a su habitación. Luego de cerrar la puerta detrás de ellas, se sentó en la cama, y la invitó a que la imitara.
 -“Tenía miedo de que pasaras algún día que no estuviera,” explicó la rubia, acomodándose el cabello que le caía sobre el rostro de igual forma que le sucedía a su madre. “Mamá es un poco desconfiada, y no te iba a dar las cosas.”
Vicky esbozó una sonrisa que desapareció casi al instante de su rostro, completamente serio. Luego, alejándose de la puerta, de la que no se había movido hasta ese momento, le alcanzó una bolsa de papel que llevaba en la mano, dentro de la cual estaba todo lo que la otra le había prestado emanando un suave perfume floral.
 -“Mi mamá lavó la ropa,” explicó. “Espero que no te haya estropeado nada.”
Liz dejó la bolsa en el piso, justo a sus pies, y le alcanzó otra bolsa del mismo estilo, donde estaba la ropa que la otra chica había dejado en su casa el viernes anterior, que la otra sostuvo un momento antes de hacer un gesto indicando que se retiraba.
 -“Vicky,” la paró la otra. “Escuchá, yo se que Zach se portó horrible con vos… pero… bueno…” Ambas se miraron en silencio. Liz estaba incómoda, buscando las palabras correctas para explicarse mientras la otra no decía absolutamente nada. “Él es muy impulsivo. A veces no piensa en lo que dice.”
 -“Te equivocas,” la corrigió la otra, impasible. “Zach sabe muy bien lo que dice. Es una de esas personas que dicen exactamente lo que piensan, sin vueltas.”
Liz la miró, sorprendida, ante la seguridad de su afirmación.
 -“No lo culpo,” siguió la chica, “así es como los criaron. A los tres. Para odiarnos… No veo por que van a ocultarlo.”
 -“Es que no es justo,” protestó la rubia. “Vos nos ayudaste. Me salvaste… supongo que a todos.”
 -“Si se metieron en algo de todo lo que pasó esa noche, fue por mi culpa. Era lo que tenía que hacer…”
 -“No, no era tu obligación. Y dudo que nada de lo que tuvieras que hacer incluyera matar un vampiro… y aún así lo hiciste.”
Vicky la miró un momento, y luego desvió la vista hacia un costado.
 -“¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te arriesgaste por nosotros?”
 -“Supongo,” respondió la chica, luego de dudar un momento, “que por que ellos me salvaron a mi en primer lugar. Supongo que se los debía.”
Liz esbozó una sonrisa.
 -“Sabés,” le dijo, “siempre pensé que no estaba bien lo que hacíamos. Que no podía ser posible que todos los vampiros fueran monstruos. Que tenía que haber alguno que fuera más… humano, por así decirlo.”
 -“Y los hay,” dijo la otra. “Más de lo que ustedes piensan o están dispuestos a reconocer. Es cuestión de mirar un poco… y escuchar.”
La otra chica rió un momento.
 -“Que Zach escuche a alguien más que su propio ego es mucho pedir,” sentenció, conteniendo la risa. “Pero en eso si somos varios logramos algo…”
 -“Pero Zach no es el único…”
 -“De todos los cazadores que conozco, es el peor. Creéme. Y no nos enseñan a odiarlos, solo a combatirlos. Es más, estoy convencida de que no soy la única que piensa que no son todos iguales…”
 -“Eso no cambia nada. Cuando reconocen a un vampiro lo matan, no le preguntan que tipo de vida lleva primero.”
 -“Ninguno de nosotros intentó matarte,” exclamó Liz.
 -“Todavía,” corrigió la otra, seca. “No estoy muy segura de que pudiéramos tener una conversación tan civilizada si él estuviera acá.”
 -“Y por eso viniste ahora, ¿verdad? Porque él no está… No creo que evitarlo sea una forma de solucionar…”
Vicky la interrumpió en seco, elevando levemente el tono de voz.
 -“No lo estoy evitando, simplemente intento mantenerme con vida. Sé reconocer el odio en los ojos de una persona cuando lo veo. Y creéme, eso era lo que vi en el la otra noche. No tengo nada que solucionar con él ni con ninguno de ustedes, no después de hoy. Así que si no te molesta…” La chica se dirigió hacia la puerta. Liz saltó de la cama, intentando detenerla.
 -“Vicky,” protestó. “No podés juzgar a alguien por una reacción impulsiva. No lo conocés. Zach no es tan malo.”
 -“Si puedo, considerando lo que dijo en esa reacción impulsiva, como vos la llamás.” La chica hizo una pausa, observando a su interlocutora como intentando arrancar algo de su mente. “Y, además, no entiendo a que viene todo esto. ¿Para qué lo estás defendiendo? ¿Para qué querés que cambie de opinión respecto a él? ¿De qué sirve?”
Liz dudó un momento. Vicky suspiró, haciendo un gesto de negación con la cabeza, y salió de la habitación sin darle tiempo a más nada.
La puerta de entrada estaba sin llave, por lo que ni siquiera tuvo que esperar para poder salir a la calle. No fue hasta varias cuadras más adelante que aminoró el paso y dejó que aquella conversación sin sentido volviera a su mente. Había decidido que esa era la última vez que iba a tener algo que ver con alguno de ellos, que iba a asegurarse de no volver a cruzarse en el camino de ninguno. ¿Por qué le importaba siquiera que intenciones pudiera tener la chica? Fuera lo que fuese, no podía ser algo bueno. ¿O sí?
Había una sola cosa que Vicky había aprendido a lo largo de su vida, y era que no podía confiar en absolutamente nadie. De pequeña no había llegado a comprender exactamente por que, pero ahora si lo hacía. Estaba perdida en medio de dos mundos. Los vampiros no confiaban en ella por ser mitad humana, y la despreciaban por ello. Los humanos desconfiaban de ella porque, después de todo, ellos eran su comida, por mucho que ella intentara evitarlo. La sangre era, le gustara o no, una necesidad. Pero para gente como Zach, eso no era una excusa aceptable. No cuando su único objetivo en la vida era exterminar a todos los de “su especie” sin discriminación. ¿Por qué tenía que tener ella alguna consideración con él, cuándo él no la tenía con ella?
Cuando entró en su casa, el rostro de su madre la recibió con una sonrisa forzada. Hacía dos años desde la última vez que Vicky había visto a su padre, y desde entonces su madre se había vuelto cada vez más melancólica. Vivía casi como una autómata. En ocasiones parecía despertar momentáneamente de su eterno sopor, como la noche en que Zach y Dylan la habían salvado de Marco, que se había percatado de su ausencia a tan altas horas de la noche y la había llamado. Pero generalmente no pasaba mucho hasta que volvía a aquel estado deprimente en el que se encontraba a diario. Hoy no parecía ser un día tan malo, se dijo Vicky. Al menos estaba intentando parecer alegre, aunque se leía a la legua que no lo estaba. Una punzada de nostalgia le golpeó el pecho. Y entonces comprendió por que en el fondo quería que las cosas con esos tres chicos estuvieran bien; o al menos con alguno de ellos: ellos eran las únicas personas que conocía con las que podía hablar libremente de su familia. Ellos sabían sobre la existencia de los vampiros, y no se horrorizarían ante su mención. Incluso tal vez podrían comprenderla un poco. En el fondo, Vicky pensó, ella y los cazadores no eran tan diferentes. Y tal vez, después de todo, no fueran tan distintas las intenciones de Liz. Después de todo, dudaba que ella tuviera alguna amiga en el colegio a la que pudiera hablarle sobre sus curiosos hábitos nocturnos.
Con un esfuerzo, Vicky le devolvió la sonrisa a su madre. Lo había decidido: en cuanto tuviera oportunidad, iba a volver a hablar con Liz. Tal vez, con el tiempo, incluso podría abrirle un poco la cabeza a Zach, y hacer que viera las cosas de otro modo.

 
ZACH

La voz del conductor del noticiero sonaba monótona al fondo de la habitación. Zach se revolvió en el sillón, estirándose para alcanzar el control remoto que descansaba entre un montón de revistas en la mesa ratona del medio del living. Cuando estaba a punto de cambiar, algo en las noticias llamó su atención, y entonces optó por subir el volumen.
Una muchacha de dieciséis años había desaparecido hacía unos días. Recordaba haber visto su foto en la televisión y también en los diarios. Lara Miguel. Era una chica bonita, de cabello negro como la noche y un aire gótico. En las noticias actuales estaban hablando sobre ella. Al parecer, la habían encontrado en un galpón abandonado, muerta. Pero lo que llamó más la atención del chico fue como había muerto. Daba la sensación de que se había desangrado casi por completo, aunque no sabían a donde había ido a parar la sangre ni como, ya que no presentaba ninguna herida grave. Solo había una curiosa marca en su cuello, como una vieja herida que sus padres aseguraron no haber visto jamás.
 -“¿Sabés donde está Liz?” preguntó la voz de su primo, entrando en la habitación. Al escuchar lo que decía el noticiero, hizo silencio, prestando atención a los detalles.
 -“No,” respondió Zach, una vez que terminó la información, apagando el aparato. “Preguntale a tu vieja…”
 -“Ya le pregunté. Dijo que se fue a lo de una amiga, pero no le dijo quien.”
Los dos chicos se miraron. Una idea asaltó la mente de Zach, que se levantó de su lugar y caminó a grandes trancos hasta la habitación de la chica.
 -“Como lo sospechaba,” murmuró, levantando un saco negro de la cama. “Tal como había prometido, Vicky vino a buscar sus cosas y devolver las de Liz, y nosotros no nos enteramos.”
 -“¿Y eso que tiene que ver?” preguntó Dylan, perplejo.
 -“Bueno, Liz estuvo bastante rara los últimos días. Misteriosa, yo diría. Creo que ya sé a que viene tanto misterio…”
 -“¿Te parece que pueda estar en lo de Vicky?”
 -“Como sea, creo que Vicky tiene algunas preguntas que responder sobre lo que acabamos de ver en las noticias, ¿no te parece? Después de todo, es un poco contradictorio con lo que ella dice, lo que acabamos de ver.”
Dylan asintió, todavía analizando la posibilidad de que su hermana estuviera realmente relacionada con la chica. Zach le hizo un gesto, y ambos salieron de la habitación para buscar sus abrigos e ir a averiguarlo.

La mujer que les abrió la puerta parecía hipnotizada o ausente. Una extraña sensación se apoderó de Zach al verla. Tal fue su sorpresa que no pudo reaccionar cuando esta le preguntó qué necesitaban.
 -“Soy el hermano de Liz,” explicó Dylan con voz trémula. “Necesito hablar con ella.”
La mujer lo miró como si recién se percatara de su presencia, y algo brilló en el fondo de sus ojos negros, como un cierto reconocimiento.
 -“Si, están arriba,” respondió entonces, señalando la escalera y apartándose de la puerta para dejarlos entrar. “La primera puerta a la derecha.”
Una vez estuvieron adentro, cerró la puerta y se dirigió a la cocina sin prestarles más atención. Los chicos se miraron, perplejos, y luego subieron. Los escalones rechinaron levemente mientras lo hacían, dándoles la impresión de estar en una casa embrujada. El pasillo de la planta alta era totalmente compatible con aquella idea. Era oscuro, apenas iluminado por la luz que venía de la planta baja, y las puertas de las habitaciones estaban todas cerradas, haciendo que el efecto sea algo tétrico.
Zach se quedó parado junto a la puerta que les habían indicado, escuchando. Desde adentro salía una música suave, acompañada de una voz femenina de formación lírica. Amortiguada por la melodía, la voz de Vicky sonaba casi constante, diciendo algo que no llegaba a comprender desde afuera. Dylan se acercó un paso, haciendo sonar una de las tablas del suelo, y la voz de la chica dejó de oírse. Zach hizo un gesto de desaprobación, y luego abrió la puerta.
La habitación era muchísimo más luminosa de lo que esperaba, por lo que tardó unos segundos en reconocer lo que había adentro. La luz brotaba de una ventana justo en el otro extremo, que daba directo a la calle. A un costado había una cama cubierta con un cubrecama color natural. Al otro lado, un armario y un escritorio sobre el que había un reproductor de música del que brotaba el sonido, y varias cajas de cd’s repartidas a su alrededor. Todos los muebles eran de madera de un color un tanto grisáceo, al igual que el parquet del suelo. Sentadas en el piso estaban dos personas: apoyada sobre el respaldo y la parte inferior de la silla que estaba junto al escritorio estaba Vicky, vestida con sus típicos jeans gastados y un sweater de lana azul y celeste ajustado al cuerpo. Tenía el cabello suelto, los rizos perfectamente definidos como la última vez que la habían visto, y se lo había tirado hacia un costado, por lo que le caía sobre el hombro izquierdo con total naturalidad. En sus manos estaban los palillos chinos que había usado la última vez para sostenerse el rodete, y parecía estar mostrándoselos a su prima, la cual estaba sentada a menos de un metro de distancia, la espalda apoyada contra la cama. Ambas se giraron a mirarlos entrar, y al reconocerlos el rostro de Liz se ensombreció.
 -“¿Qué hacen acá?” les preguntó en un tono bastante enojado.
 -“En realidad,” respondió Zach sin mirarla, “venimos a hablar con Vicky. Pero podemos esperar a que terminen con lo que estaban hablando. Creo que me va a interesar.”
Vicky le devolvió una mirada casi asesina. Sin apartar la vista de él ni un momento, tomó uno de los palillos con ambas manos, tirando de cada punta para un lado diferente, hasta que pareció separarse en dos piezas, y sin previo aviso, arrojó la parte más larga hacia el suelo, clavándolo en uno de los trozos de parquet, y dejando caer lo que parecía ser una especie de capuchón o tapa de metal que sonó como una moneda al golpear otra superficie.
 -“Wow,” dijo el chico en tono sarcástico. “Creo que tu mamá se va a enojar cuando vea eso. Aunque tal vez no…” La imagen de la mujer que les abrió la puerta volvió a su mente, poniéndolo incómodo. Avanzando un paso, levantó el otro palillo del suelo y lo examinó. Se trataba de una vara de madera de varios colores. Mirándolo bien, podía verse unas pequeñas líneas brillantes en la trama, donde se unían los distintos tonos. Era exactamente igual al cuchillo que él y Dylan llevaban en su mochila cuando salían a cazar. Pero, a diferencia de este, ambas puntas eran completamente redondeadas. O al menos eso parecía. Observándolo con detenimiento, podía verse que la parte inferior, la que era más delgada, era en realidad una especie de capuchón de metal, como la tapa de una lapicera, que calzaba perfectamente, disimulando la unión. Al sacarlo, quedaba al descubierto una punta aguda y filosa como una aguja, y aún así resistente, como acababa de demostrar la chica.
 -“Lindo juguete,” le dijo él. “Me pregunto de donde lo sacaste.”
 -“Tal vez algún día te cuente, si dejás de ser un idiota,” respondió ella con total frialdad. “Dijiste que querías hablar conmigo. ¿Qué pasa?”
 -“¿Cuándo fue la última vez que escuchaste las noticias?” preguntó él, dejando el arma nuevamente en donde estaba. Ella le devolvió una mirada de total incomprensión.
 -“Te explico,” dijo él, entonces. “Hoy encontraron a una chica muerta, drenada, en un galpón abandonado. Una chica que desapareció durante el último fin de semana. Y todo indica que fue en una de tus inofensivas fiestas de chupasangres.”
 -“¿Dónde fue eso?” preguntó la chica con total tranquilidad.
 -“En un galpón al sur de la ciudad, en la vieja zona de fábricas…”
 -“Ese es territorio del clan Yager. No tienen nada que ver conmigo.”
Zach la miró, incrédulo.
 -“¿Clanes? ¿Cómo en Vampire: The Masquerade? Pensé que eso era algo de juego de computadora nada más…”
 -“Más bien como los clanes escoceses,” respondió la chica con algo de fastidio. “No vas a venir a decirme que es la primera vez que escuchas sobre los clanes, ¿no?” Al decir esto, su mirada paseó por los rostros de los tres chicos en busca de una confirmación.
 -“En realidad no,” respondió Dylan, para su alivio. “Pero no creí que fuera a haber varios clanes en una misma ciudad con división de territorio y todo eso…”
Vicky suspiró, meneando la cabeza.
 -“Y Shang decía que tenía un largo camino por recorrer. Creo que esto lo supera…”
 -“¿Quién?” preguntaron los otros tres casi a coro, sin comprender.
 -“Shang… El de Mulán… ¿La película de Disney?” Los tres rostros le indicaron que no tenían la menor idea de sobre que estaba hablando.
 -“¿Pero es que no tuvieron infancia? ¿Nunca vieron una película de Disney?” Los chicos negaron en silencio. Ella los miró, perpleja. “Oigan, es grave. O sea, yo soy la hija de un vampiro, pero tuve una infancia normal…”
 -“Me pregunto desde cuando andar mordiendo los cuellos de la gente forma parte de una infancia normal,” dijo Zach en un tono mas bien irónico.
Vicky le devolvió una sonrisa despectiva, pero no le contestó. Liz se movió en su lugar, visiblemente incómoda. La situación se empezaba a poner tensa.
 -“Como les decía,” dijo Vicky, entonces, cambiando completamente de tono, “ese es territorio del clan Yager. Ya tuvieron el placer de encontrarse con algunos de sus miembros: Marco, la noche que nos conocimos, y mi adorable ex-novio Leo y sus amiguitos en la fiesta de Milena.”
 -“Eso explica por que lo mataste sin pensarlo dos veces al tipo ese…”
 -“No. Pero no importa, no lo voy a discutir con vos ahora.” Y sin volver a mirarlo, se dedicó a desclavar el palillo que seguía firme en el piso de la habitación.
Todos permanecieron en silencio, Liz mirando por momentos a su primo y su hermano y luego a su amiga, mientras esta se dedicaba a ignorar a los dos chicos que seguían parados entre ellas y la puerta. La música había dejado de sonar en algún momento en medio de la conversación, por lo que solo se oían los escasos ruidos de la calle, en aquel horario y época apenas transitada.
 Dylan miraba a ambos chicos de la misma forma que lo hacía su hermana, su mirada a veces encontrándose con la de esta. Ambos estaban totalmente perplejos. ¿Qué era lo que estaban esperando? ¿Cuánto tiempo más pensaban seguir ignorando el uno la presencia del otro? Zach seguía allí parado, los brazos cruzados, el peso del cuerpo sobre su pierna izquierda, observando la nada. Solo falta que se empiece a mirar las uñas, pensó Liz. Y en el momento que el chico hizo exactamente eso, algo dentro de ella explotó.
 -“¡Bueno, ya basta!” chilló, mirando a uno y otro, y clavando finalmente su mirada en Zach. “¿Qué es lo que estás esperando?”
El chico la miró sorprendido. Con total parsimonia, Vicky giró el rostro hacia él, esperando una respuesta. Incluso Dylan lo miró, aguardando.
Algo se debatió en su interior. Una parte de su mente le decía que era hora de ceder. Que si quería conseguir algo debía empezar a actuar de otra forma. La otra sentía un rechazo tal por aquella muchacha que estaba sentada allí frente a él y todo lo que esta representaba que se negaba a demostrar ningún signo de debilidad.
 -“Zach,” apremió su prima, impaciente.
 -“O.K.,” respondió él, alargando los sonidos con desgano. “¿Creés que puedas ayudarnos con eso? Digo, ¿o también vas a defenderlos a ellos?”
 -“¡Ya era demasiado perfecto para ser real!” se lamentó Liz.
Vicky rió con ganas durante un momento.
 -“No tengo ninguna intención de defenderlos. Las fiestas de sangre tienen reglas. Una de ellas es: no abusar. Si hubo un muerto, es porque las reglas no se están cumpliendo. Si fue un accidente o si fue adrede, lo ignoro. El problema es que está fuera de mi territorio. No puedo hacer nada al respecto, más que avisarte si escucho algo sobre el tema.”
 -“Si, claro,” murmuró el chico. “Entonces… nos vamos.” Y sin más, se dio media vuelta y salió de la habitación, acompañado de su primo y de la mirada atenta de su prima.
 -“¡Es un estúpido!” exclamó esta, entonces, una vez que hubo escuchado la puerta de la planta baja cerrarse.
Vicky esbozó una sonrisa que se desvaneció rápidamente de sus labios.



1 ago 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 3: Vicky.


  

-“Hola, Vick.” Vicky levantó la vista. Estaba bailando tranquilamente, y de la nada alguien la había agarrado del brazo y la había arrastrado hasta la pared contraria. Estaba acorralada. El rostro del chico estaba a pocos centímetros del suyo. Incluso podía oler su respiración: sangre. Al mirarlo, reconoció un rostro familiar.
 -“Hola, Leo,” respondió ella con fastidio.
 -“¿Qué hacés por acá?” preguntó él casi siseando.
 -“Me invitaron,” respondió ella, seca.
 -“Si no me equivoco,” dijo él, entonces, “la última vez que nos vimos estabas acompañada… por Marco. ¿Qué pasó con Marco? No lo volví a ver. Algunos dicen que está muerto.”
 -“No sé. Como te darás cuenta, conmigo no está…”
 -“¡No juegues conmigo, Vicky!” rugió el chico, fastidiado. Sus ojos comenzaron a flamear, rojos como la sangre. Sus colmillos se extendieron, no mucho para no llamar la atención, pero lo suficiente como para hacer daño. Al mismo tiempo, la tomó con fuerza por los brazos, presionándola más contra la pared, y exponiendo su cuello, en el cual aún brillaban dos puntos de color más oscuro donde el otro le había mordido unos días antes.
 -“Leo, te advierto, hoy no estoy de humor,” gruñó ella, intentando zafarse de las manos que la sostenían como garras.
Leo sonrió, acercándose más y dejando que sus colmillos se extendieran por completo. Vicky cerró los ojos, como quien espera un golpe, y casi al instante volvió a abrirlos. Pero la mirada que le devolvió era completamente distinta. Sus pupilas se habían contraído casi completamente, y donde antes había gris ahora había un extraño color mezcla de sangre y fuego. Incluso parecían llamear, reflejando una luz propia. La misma mirada que unos días atrás había visto en Marco, el vampiro que Zach y Dylan habían asesinado. Un rugido escapó de sus labios. Todo el mundo a su alrededor comenzó a desaparecer. Y entonces, algo la devolvió a la realidad.
 -“Vicky, nos vamos,” rugió la voz de Zach, apartando el cuerpo macizo de Leo de en medio, y arrastrándola hacia el exterior. Recién cuando llegaron a la calle logró percatarse de lo que estaba sucediendo. Liz la observaba, el terror pintado en sus ojos, pero en silencio. Zach y Dylan parecían no haberse dado cuenta de la mitad de lo que había sucedido frente a ellos.
 -“¿Estás bien?” preguntó el chico. Ella asintió sin decir nada, llevándose la mano al cuello. No, no habían llegado a morderla nuevamente. Suspiró.
 -“Tenés una habilidad especial para hacer amigos,” dijo él entonces, en tono sarcástico, mientras empezaban a caminar. “¿Qué fue lo que pasó? En un momento estabas adelante nuestro y después desapareciste… ¿Lo conocías?”
Ella asintió. Liz y Dylan caminaban más atrás, cuchicheando en voz baja. Las manos de Vicky temblaban con más fuerza que nunca. Sentía como la vena en su cuello latía con fuerza. El frío estaba totalmente olvidado. Leo casi la había mordido, y Liz… Liz había visto algo, estaba segura.
 -“Bien, y ¿quién era?” insistió el chico con la pregunta que ella no había escuchado.
 -“Mi ex novio,” respondió ella, sin pensar en lo que decía.
 -“Te diste cuenta de que tu ex es un vampiro, ¿verdad? Digo, por que casi te usa como cena,” dijo él, mirándola incrédulo.
 -“Si, me di cuenta,” dijo ella, todavía algo ausente. Había algo mal. Lo sentía. Algo iba a pasar.
Los murmullos de Liz y Dylan se fueron volviendo cada vez más altos, hasta llegar al punto de una discusión que ella venía siguiendo hace rato, pero de la que Zach recién se percataba.
 -“¡Te digo que sus ojos brillaron!” le chilló la chica a su hermano.
 -“¿Qué pasa?” preguntó Zach, deteniéndose y dándose vuelta para quedar cara a cara con sus amigos.
 -“Ella,” dijo Liz, señalando a Vicky. “Ella es un vampiro. Vi sus ojos. Brillaban como los de los vampiros. Lo juro.”
Las tres miradas se posaron en la morocha, los varones incrédulos. Ella permaneció impasible frente a ellos, la mirada fija en su acusadora. Un insulto brotó de sus labios. Sus ojos volvieron a flamear, brillantes como dos piedras preciosas y, antes de que ninguno pudiera reaccionar, se abalanzó sobre esta, arrojándola al piso.
Zach reaccionó, intentando detenerla. Y algo más llamó su atención: donde antes estuviera parada su prima, una hoja plateada brilló un momento y se clavó contra el suelo. Reconoció el arma de inmediato. Era una estrella metálica con el símbolo de un vampiro grabado, cada una de las puntas terriblemente filosas. Se trataba de un arma mortal, si se la sabía usar, del estilo de las que usaban los ninjas, al menos en las películas.
Mientras Vicky se ponía de pie, cinco sombras se acercaron a ellos desde los alrededores. Cinco figuras altas e imponentes, los ojos brillantes como el fuego: vampiros. Y uno de ellos era un rostro conocido: Leo.
 -“Vick,” empezó el chico, “a esta altura deberías saber que conmigo no se juega.” Una sonrisa sarcástica iluminó sus labios. La chica no pareció prestarle atención, de todos modos. Simplemente se limitó a mirar como, lentamente, los otros cuatro se iban acercando cada vez más a ellos, rodeándolos. Liz se puso en pie, y los cuatro se acercaron, formando un círculo, y observando a sus rivales, como decidiendo con cual pelearía cada uno.
Luego de mirarse unos a otros por unos minutos que parecieron ser eternos, comenzó la anunciada pelea. Los vampiros se movían a tal velocidad que un ojo humano hubiera sido incapaz de seguirlos. Pero los cazadores de vampiros estaban perfectamente entrenados para ello. Y en cuanto a Vicky, sus reflejos eran tan veloces como los de su contrincante, y su velocidad apenas menor; aunque su habilidad era mucho mayor, sin lugar a dudas.
A poco, Zach y Dylan habían logrado casi reducir a sus oponentes, aunque era difícil ya que no estaban armados como para acabarlos. Solo llevaban armas pequeñas, fáciles de esconder. Ambos hubieran dado cualquier cosa por tener sus espadas encima en aquel momento. Liz, por su parte, estaba teniendo más dificultades. Como había asegurado antes de que Vicky se les apareciera, su entrenamiento no era tan bueno ni completo, y le estaba costando mucho más mantener a raya a su contrincante. La otra, por su parte, se movía con total naturalidad, burlando y atacando a su enemigo sin ninguna dificultad, aunque visiblemente menos armada, por lo que parecía que solo se limitaban a “bailar” entre ellos a través de la calle.
Un grito ahogado de Liz llamó la atención de todos. El vampiro la había acorralado contra la pared, y la había desarmado, y sus colmillos extendidos se dirigían directamente a su cuello en busca de sangre.
 -“¡Liz!” Gritó Dylan, incapaz de zafarse de su propio contrincante para defenderla. Vicky también la miró. Con un movimiento rápido, golpeó a su enemigo directo en el pecho, haciéndolo perder el balance a pesar de la diferencia de fuerza. Mientras este caía, incapaz de sostenerse, llevó sus manos a su cabello, sosteniendo las puntas de los palillos que lo sujetaban con una mano, y tirando para sacarlos con la otra. Cuando el otro se incorporaba nuevamente para atacarla, el puño de la chica se hundió nuevamente en su pecho, pero esta vez con uno de los palillos agarrado firmemente en él, clavándoselo directo en el corazón. El rostro del vampiro se contrajo en una mueca, mezcla de horror e incredulidad. Mientras caía nuevamente, su cuerpo empezó a consumirse, hasta desaparecer en un montón de cenizas que voló el viento. Con un movimiento violento, Vicky se apartó, acercándose al lugar donde Liz seguía acorralada, su oponente ahora intimidado por lo que acababa de presenciar. Con un movimiento, la chica lo apartó violentamente de su víctima, empujándolo hacia la calle, y mostrándole la punta aguda y filosa del otro palito que antes llevaba en la cabeza. Los tres vampiros que estaban peleando se apartaron, mirando a su líder, el cual también empezaba a dudar. Luego de un instante, se dieron media vuelta y salieron corriendo, mientras Leo aseguraba que iban a volverse a ver.
Vicky volvió al lugar donde había estado su oponente y, agachándose en el suelo, recogió el arma que ahora yacía sobre la vereda. Sin decir una sola palabra, se volvió a recoger el pelo, asegurándolo nuevamente tal cual estaba antes, y entonces se giró a ver a los demás.
Dylan se sostenía un brazo herido, su ropa manchada de sangre. Liz tenía la campera desgarrada, y se la sostenía para mantenerla cerrada. Zach parecía el más entero de los tres, aunque tenía un golpe en la cara que probablemente se pusiera morado si no le aplicaba hielo pronto, y tenía un corte en el labio inferior. Fue él, justamente, el que se acercó a encararla:
 -“¿Qué… qué es exactamente lo que sos? Desde el principio supe que había algo raro en vos. Tenés sus ojos, tenés sus reflejos, y también su velocidad. Pero si bien sos más fuerte de lo que deberías ser para tu tamaño, no tenés su fuerza… Y no me parece que seas una de ellos.”
 -“Me temía que tarde o temprano iba a llegar este momento,” murmuró ella, para nadie en especial, mientras ordenaba sus pensamientos e intentaba decidir por donde empezar.
 -“Si empezás por el principio estaría muy bien,” dijo Dylan, en un tono que intentaba, sin éxito, ser sarcástico.
 -“¿Por el principio? Bien,” dijo ella, entonces. “Entonces dejáme decirte una cosa,” y al decir esto, miró fijamente a Zach, su tono volviéndose casi una amenaza, “si llegás a ponerle un solo dedo encima a Milena Collin te aseguro que va a ser lo último que hagas en toda tu vida, ¿entendido?”
 -“Ahora encima me amenazas,” estalló él, furioso.
 -“¡Ella no le hizo nada malo a nadie!”
 -“¡Es un vampiro! ¡Se alimentan de la sangre de la gente! ¿Te parece poco?”
 -“En las fiestas de vampiros nadie sale lastimado. Ni siquiera se acuerdan de que pasó.”
 -“¿Y por eso vamos a dejarlos que los sigan usando como si fueran solo bolsas de sangre?”
 -“¡Es su única forma de sobrevivir! Tienen derecho…” defendió ella, sus ojos brillantes como dos llamas.
 -“¡No, no lo tienen! La gente tiene derechos. Ellos no son gente,” estalló él, furioso, su rostro rojo de ira.
 -“¡Ah, bueno! ¡Gracias por lo que me toca!” Sus ojos flamearon nuevamente, tornándose de un color rojizo. Liz y Dylan los observaban discutir en silencio, incapaces de reaccionar. “Supongo que eso me hace… mitad gente, si es que eso existe…”
 -“Zach, ya basta,” dijo Liz en un susurro temeroso, abrazándose con fuerza para no sentir tanto el frío.
 -“No importa,” respondió Vicky, mirándola. “Si no te molesta, voy a pasar en la semana a buscar mi ropa y dejarte tus cosas. No quiero seguir incomodando a la gente,” y recalcó especialmente esta palabra, “con mi semi-humana presencia.” Y sin siquiera dirigirles nuevamente la mirada, dio media vuelta y se fue caminando antes de que ninguno de los tres pudiera reaccionar.
 -“¡Bien, Zach!” le murmuró Liz, en un tono para nada amistoso, mientras empezaba a caminar también.
 -“¿Y desde cuándo la defendés? Hasta hace unos minutos estabas acusándola…”
 -“Eso fue antes de que me salvara la vida, supongo. No sé si te diste cuenta de lo que pasó acá…”