Vicky se acomodó en la grada, viendo como Zach se alejaba entre la gente hacia donde los carteles indicaban debía estar el baño. Una sonrisa triste afloró en sus labios mientras lo observaba. No había nada que hacerle. Aunque él supiera toda la verdad sobre ella, jamás iba a aceptarla. No la veía como una persona, menos iba a verla como una igual. Y ahora más que antes estaba segura de ello, luego de lo que había visto en sus recuerdos y la forma en que la había mirado cuando había mostrado el tatuaje que llevaba en el brazo. Zach era, definitivamente, un caso perdido. Hiciera lo que hiciera, él no iba a cambiar de opinión respecto a ella.
Sin darse cuenta, hizo un gesto con la mano, como para apartar el pensamiento de su mente. Necesitaba olvidarse de eso. No podía pasarse toda su vida torturándose por cada persona que no aceptara lo que ella era. Después de todo, no podía hacer nada al respecto. Así había nacido, y así iba a ser siempre, hasta el momento de su muerte, si es que ese día alguna vez llegaba.
-“¿Puedo sentarme ahí?” le preguntó una voz completamente desconocida, señalando el lugar a su lado.
-“Claro,” respondió ella, girando su mirada al rostro de quien le hablaba: un muchacho de aspecto joven, cuya mirada indicaba totalmente lo contrario. Tenía el cabello negro y largo, recogido en la nuca con una gomita. Estaba vestido completamente de negro, con un pantalón ancho de muchos bolsillos a los lados y una camisa suelta.
-“Sangre pura,” murmuró el chico, repasando el tatuaje de Vicky con un dedo frío. Ella le contestó con una risa.
-“Eso es lo que significa, ¿o no?” preguntó él, mirándola algo perplejo.
-“Si, eso debería significar.”
Él la miró con curiosidad. Ella rió nuevamente. Luego lo observó un momento, como analizándolo. De su cuello colgaba una cadena de oro con un medallón que caía sobre su camisa, y en el medallón había un símbolo grabado. El mismo símbolo intrincado que había en la invitación que había visto la noche anterior. Con cuidado, acercó la mano al objeto y lo levantó, dándole vueltas entre los dedos y observándolo en detalle.
-“Yo diría que, más o menos, siglo XVIII. ¿Verdad?”
Él la miró, sorprendido.
-“Hubiera jurado que eras una criatura…”
-“¡Y lo soy!” respondió ella con una risita. “Todavía no cumplo dieciocho años, aunque casi. Pero es más o menos de la época de mi papá.”
-“¿Y tu madre cuantos años tiene?”
-“Bastantes menos… Ella no es vampiro.” Él la miró, perplejo. Entonces, miró nuevamente el tatuaje en su brazo y su rostro cambió de expresión, comprendiendo a que se había referido la chica antes.
-“A propósito,” dijo él, entonces, extendiéndole la mano, “mi nombre es Victor.”
Vicky empezó a reír mientras le estrechaba la mano.
-“¿Qué es tan gracioso?” preguntó él, sin comprender.
-“Mi nombre,” explicó ella, con una sonrisa. “Me llamo Victoria. Pero me dicen Vicky.”
Él también rió ante la coincidencia.
-“Es la primera vez que te veo en una de estas fiestas,” dijo él, entonces.
-“Es la primera vez que vengo.”
-“¿Vas a estar en la próxima?” Su tono sonaba esperanzado.
-“Si supiera cuando es…” Vicky dejó las palabras flotando, como esperando a que él completara la información que necesitaba.
-“No sé. Probablemente en un par de semanas. Hubo algunos problemas, creo. Va a decir en el blog…” Él le sonrió y, sacándole el teléfono celular del bolsillo, comenzó a escribir algo. Luego se levantó y se despidió de ella con una especie de reverencia. Ella le devolvió la sonrisa, y miró la pantalla de su teléfono: en un mensaje de texto estaba escrita la dirección de Internet de un blog.
La sonrisa de su rostro se borró a los pocos segundos. Al levantar la vista vió una figura familiar que se dirigía hacia ella: Zach. Pero, de improviso, otra figura se cruzó frente a él, desviándolo de su camino. ¿Qué estaba haciendo? De pronto, Vicky comprendió lo que pasaba: había al menos una de esas tres chicas que ahora bailaban alrededor del chico que estaba utilizando su mente contra él. Intentaban sumirlo en un estado de hipnosis o algo parecido. Lentamente, juntó sus cosas y fue caminando hacia el grupo. Las chicas seguían bailando a su alrededor, y el rostro del chico no expresaba nada. Y entonces una de ella, la de piel menos pálida, inclinó su cabeza a un costado con suavidad, dejando la marca que ella le había hecho a la vista.
Las chicas se alejaron ante la perpleja y casi patética mirada de Zach, mientras VIcky se acercaba a él muerta de risa.
-“Vamos,” le dijo. “Es hora de ir a casa. Ya averiguamos todo lo que teníamos que averiguar.”
Una vez que estuvieron prudentemente lejos del lugar, él la obligó a detenerse.
-“Ahora vas a explicarme que pasó,” le dijo, serio.
-“Pasó que no prestaste atención en clase, y eso te salvó la vida.”
-“¡¿Qué?!”
-“Esas señoritas que estuvieron bailando con vos intentaron muy exitosamente hipnotizarte para… cenarte, podríamos decir. Aunque algo me dice que hubieras sido el postre, no el plato principal.”
Zach la miró algo incrédulo.
-“¿Y por qué no me hicieron nada?”
-“¿Qué no es obvio?” Vicky puso su mejor cara de fastidio mientras empezaba a caminar nuevamente. “La marca que tenés en el cuello…”
-“¿Qué significa?” preguntó él, algo enojado, llevándose nuevamente la mano al cuello mientras intentaba seguirle el ritmo. De pronto la chica caminaba dando grandes trancos, como si estuviera apurada por llegar a algún lugar.
Ella dudó un momento. Estaba segura de que él iba a odiarla por lo que iba a decir.
-“Que sos el humano de un vampiro. De un purasangre. Es decir, que ningún otro vampiro más que el que te mordió puede tocarte. Al menos no sin el permiso de tu… dueño.”
-“¿Es decir que soy tu… propiedad privada? ¿Cómo si fuera una cosa?” El tono de Zach denotaba furia.
-“Bueno…” Vicky dudó un momento. “Se te va a ir en un tiempo. Y si no lo hubiera hecho te habrían matado.”
El chico permaneció en silencio, caminando.
-“¿Y no hace nada más?” preguntó finalmente.
-“Lamentablemente, no. Tal vez vendría bien que ayudara a desarrollar algún tipo de tolerancia o algo, así dejás de odiarme, pero no se puede…” El tono de la chica había sido en parte bromista, pero podía leerse un dejo de sinceridad en sus palabras. Él solo se limitó a mirarla de reojo, escéptico.
-“¿Y a dónde vas tan apurada?”
-“Ya vas a ver,” respondió ella con una sonrisa, sin detenerse ni aminorar el paso.
Una vez que llegaron a su casa, Vicky lo guió escaleras arriba a su habitación, indicándole donde pisar y donde no hacerlo para que la escalera y el piso no rechinaran. Luego, cerró suavemente la puerta del dormitorio y, encendiendo el velador que había en la mesa de luz junto a la cama, invitó a Zach a tomar asiento, indicándole la cama. Luego, abrió el cajón superior de su escritorio y, con cuidado, sacó una notebook delgada y brillante que a uno de los costados llevaba conectado un módem portátil.
-“¿Para qué es eso?” preguntó él, mientras la maquina arrancaba casi sin hacer ruido.
Ella no contesto, simplemente le hizo un gesto para que esperara.
Una vez la máquina terminó todo el proceso de encendido y conexión, los dedos de Vicky circularon con velocidad sobre la almohadilla del mouse, abriendo el explorador de Internet, y luego tipeando a toda velocidad la dirección que el chico le había dado.
Frente a sus ojos apareció el símbolo que Vicky ya había visto dos veces en los últimos días, rojo sobre un fondo negro. A medida que la página fue cargando, nueva información fue apareciendo. Información que refería a las anteriores fiestas que se habían celebrado, todas de iguales características que la de aquella noche.
-“Acá es donde va a aparecer cuando y donde va a ser la próxima fiesta,” le explicó entonces. “Un chico en la fiesta me la pasó. Ya no necesitamos andar arriesgándonos. Simplemente hay que prepararse y esperar a que se anuncie.”
Zach sonrió, aún observando la página. Ella le sonrió de vuelta, sentándose en la cama y dejándolo mirar el sitio tranquilo. Algo en el fondo de sus ojos, sin embargo, indicaba que algo no estaba bien, pero no dijo nada.
-“¿Puedo preguntar con quién estuviste hasta las cuatro de la mañana encerrada en tu cuarto, Victoria?” le dijo su padre a la mañana siguiente, mientras ella y su madre desayunaban. Y al decirlo, su acento fue tan británico que le resultó difícil apartar de su mente la imagen de una mujer gorda de cabello canoso y mirada severa.
-“Sinceramente, no,” respondió ella, cortante, ante la mirada de asombro de ambos. “Y no vuelvas a llamarme así.”
-“¿Así cómo?” preguntó él sin comprender.
-“¡Así!” casi gritó ella. “¡Victoria!”
-“Ese es tu nombre,” respondió el hombre, casi atónito.
-“¿A cuantas personas escuchaste llamarme Victoria,” y al decir su nombre imitó la pronunciación que él había usado, “en los últimos quince años?”
Él la miró sin comprender. Su madre se limitó a observarla tratando de reprimir una risita.
-“¿Qué está pasando?” le preguntó a ella, entonces.
-“Pasa,” respondió la mujer con total tranquilidad, “que tu hija es una adolescente. Y vos todavía no te diste cuenta.”
Vicky hizo un gesto de asentimiento, y siguió con su desayuno. Un momento más tarde, sin embargo, fue su madre la que preguntó por el visitante de la noche anterior.
-“Era Zach, el primo de Liz,” explicó la chica. “Queríamos ver algo en la computadora.”
-“Esos chicos,” meditó la mujer un momento, “al menos los dos varones, tienen aspecto de… cazadores.”
-“Si…” respondió Vicky, algo pensativa. “Lo son. Pero son buena gente,” agregó al ver la mirada de su padre.
Si bien la charla terminó ahí, algo extraño quedó flotando en el ambiente, algo que quedaba pendiente de hablar. Todos eran perfectamente conscientes de eso, pero no fue hasta esa tarde que su padre decidió tocar el tema.
-“Vicky, necesito que hablemos,” le dijo en tono casi de ruego, entrando en su habitación. Ella lo observó un momento como si hubiera hablado en chino, pero al ver la seriedad con la que el hombre se dirigía a ella, asintió, intentando dejar de lado la tensión.
-“¿Qué querés hablar?” preguntó ella, invitándolo a sentarse.
-“Sobre… lo que está pasando. Desde que llegué no pudimos tener una conversación en la que no me atacaras o gritaras o insultaras…”
Vicky suspiró. Sabía que ese momento iba a llegar, aunque no sabía cuando. Y no estaba muy segura de saber como decir todas las cosas que tenía dando vueltas en la cabeza. Él pareció percatarse de eso, y permaneció en silencio, esperando a que ella organizara sus pensamientos.
-“Mirá,” intentó explicar ella. “Creo que tenemos que ponernos de acuerdo en algunas pautas de convivencia,” terminó diciendo, al final. “Vos creés que podés ir y venir a gusto, sin avisar ni dar señales de vida. Muy bien, yo no soy quien para controlar tu vida, más cuando tu mujer no dice nada al respecto. Pero no podés pretender reaparecer así nomás de un día para el otro y que todo esté sensacional, como si nunca te hubieras ido. Al menos no conmigo. Mamá puede estar todo lo dispuesta que quiera a perdonarte y tolerarte todo eso, pero yo no soy ella. Y tampoco soy más una nena. Y te tenés que dar cuenta de eso.”
El hombre la miró intentando comprender a donde quería llegar con sus palabras. Su tono de voz había ido subiendo gradualmente, expresando un enojo cada vez mayor. Al darse cuenta de esto, intentó calmarse, haciendo una pausa. Luego siguió hablando, tratando de explicarse.
-“El punto es, que no podés llegar acá y pretender actuar conmigo como si fueras mi papá cuando desapareciste por más de dos años y ni siquiera te despediste ni dijiste donde estabas o cuando ibas a volver. Así no funcionan las cosas. Al menos no conmigo. Si mamá está dispuesta a vivir así, es problema de ella. Yo no. Yo no quiero esto. No me molesta que estés acá. Al contrario, lo reconozco: a ella le hace bien. Pero… pero dejá de pretender controlarme y decirme que hacer y exigirme que te rinda cuenta de nada, porque desde mi punto de vista, perdiste ese derecho cuando te fuiste, y así no te lo vas a ganar de nuevo.”
Se hizo un momento de silencio en el que ambos no hicieron más que mirarse en uno al otro. Finalmente, su padre bajó la mirada, rendido.
-“Supongo que tenés razón,” concluyó. “Tal vez tengamos que definir algunas pautas de convivencia, después de todo.”