21 may 2012

Cazadores: Michelle. Parte 12: Michelle.

Al despertar, le tomó un instante comprender donde se encontraba. En el fondo de su ser, deseaba poder ir a Seth, poder revivir alguna de todas esas noches, alguno de esos recuerdos. Cada vez estaba más segura de que de los dos hermanos era él, no James, aquel al que amaba por sobre todas las cosas. Pero no deseaba apresurarse en sus conclusiones.
Fue entonces cuando sintió la respiración de Vicky. La niña estaba durmiendo en el colchón en el suelo y ella sobre la cama. Aquel había sido su acuerdo: turnarse. Por el ritmo irregular de su respiración pudo advertir dos cosas: la chica estaba despierta y algo no andaba bien.
– Vicky – la llamó en voz baja –. ¿Qué pasa?
– No puedo dormir – respondió la otra con voz entrecortada. Su tono la alarmó. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama y prendió la luz.
Vicky estaba hecha un ovillo, el rostro pálido apenas asomando por debajo de las sábanas y frazadas que la cubrían. A pesar de ellas podía notar como la niña temblaba. Parecía muerta de frío.
– ¿Qué pasa? – le preguntó en un tono más alto, notablemente alarmada, mientras saltaba a su lado y buscaba con su mano la frente de la chica, intentando ver si tenía fiebre. Se sorprendió al ver que no solo la chica no ardía sino que, todo lo contrario, tenía la piel helada. Como Seth en sus recuerdos, pensó por un momento. ¿Cómo podía ser? Pensaba que Vicky era una niña normal. O, más bien, como ella.
– Voy a buscar a tu papá – le dijo, algo asustada, sin animarse realmente a levantarse de su lado.
– ¡No! – le rogó la chica, tomándola del brazo con una fuerza que no creyó que pudiera tener. Con un esfuerzo, Vicky se sentó en su improvisada cama y clavó en ella sus ojos grises. No había miedo, ni un ruego o una súplica; solo firmeza. Aquella muchacha tenía la sangre de un líder, de eso no cabían dudas.
– Acompañame abajo. Necesito un café, nada más – le dijo entonces, tendiéndole una mano para que la ayudara a ponerse de pie.
Una vez abajo, la chica preparó dos tazas de café y se sentó en una banqueta frente al desayunador, invitándola a acompañarla. Michelle la miraba desde un rincón aún sorprendida. Al parecer, no era la primera vez que algo así le pasaba: Vicky se manejaba con total naturalidad a pesar del temblor violento de todo su cuerpo.
– ¿Qué es lo que está pasando? – le preguntó por fin, sentándose frente a ella y tomando la taza entre sus manos, más por el calor que por la bebida en sí.
Vicky le sonrió. En aquel momento comprendió que aquello que tenía frente a sus ojos no era una niña y probablemente nunca lo había sido del todo, sin importar cuanto se hubieran esforzado sus padres. Sus ojos grises eran los de alguien que ha visto y vivido más de lo que aparenta.
– ¿Qué sabés de la sed? – le preguntó la chica entonces con total seriedad.
– Si un vampiro bebe una cantidad considerable de sangre cada vez que se alimenta, no aparece hasta aproximadamente una semana más tarde. Se siente como un dolor en las encías, por los colmillos que insisten en extenderse, especialmente cada vez que un humano está cerca. También como un fuego en la garganta. Al menos eso es lo que me dijeron. Al principio se puede controlar, pero después de un tiempo no. Es fácil darse cuenta, porque la piel del vampiro empieza a perder su temperatura corporal. Se enfría. Parece hielo. Como… como vos ahora.
La respuesta a su propia pregunta empezaba a hacérsele cada vez más clara.
– Es verdad. Más o menos a los diez días, la sed empieza a volvérseles intolerable y el cuerpo empieza a enfriárseles. Si no consumen sangre, al mes entran en estado catatónico y se van consumiendo de a poco. En un año están hechos polvo, muertos.
Vicky hablaba con total naturalidad, como repitiendo una lección escolar que le resultaba interesante. Michelle no podía sacarle los ojos de encima.
– ¿Nunca te contaron la historia de cómo se conocieron mi mamá y mi papá, verdad?
Michelle negó con la cabeza, sin entender que tenía que ver aquello con lo que pasaba en ese preciso momento. La chica pareció darse cuenta, porque dejó escapar una carajada antes de ponerse seria y empezar a hablar de nuevo:
– Creo que es por eso que Seth y mi papá se llevan tan bien. Cuando mis papás se conocieron, mamá tenía dieciséis años. Estaban en una fiesta. Creo que mi papá estaba de cacería. Y cuando fue a hincarle el diente a la chica linda se encontró con que tenía una daga en el pecho – la voz de Vicky se había vuelto casi pícara en ese punto. Sus ojos, sin embargo, seguían cada reacción de su interlocutora con atención –. Mi mamá era una cazadora.
Michelle estaba azorada. Jamás hubiera imaginado que Cassandra pudiera ser una cazadora. Claro que eso explicaba muchas cosas sobre ella y su relación y la de Tom con el resto de sus familias. ¿Pero que tenía que ver aquello con el temblor? Después de dudarlo un momento, lo preguntó.
– ¡Michelle! Fuiste de las primeras cazadoras. ¿Ya te olvidaste quienes componían tu grupo?
– Eran todos… mestizos, como yo – recordó, casi ausente. ¿Cómo podía ser tan tonta? Eran hijos de vampiros. La sangre vampírica era muy fuerte en las familias de cazadores, aunque la sed hubiera desaparecido.
Vicky sonrió cuando vio en el rostro de la otra que había comprendido.
– La sed – explicó la chica – es parte de mi vida. Desde siempre. Solo que se maneja con otros tiempos – Michelle la miraba con asombro mientras hablaba. Jamás había escuchado hablar de algo así –. Generalmente tarda como el doble de lo que tarda en un vampiro normal en aparecer. Si las dejo pasar, se va volviendo algo más fuerte, aunque no incontrolable. Pero tiene un efecto secundario – al decir esto, Vicky dejó su mano temblorosa suspendida en el aire entre ellas: el temblor –. La ventaja: puedo estar dos meses sin probar una gota antes de entrar en estado catatónico.
El tono se había vuelto lúgubre.
– ¿Cómo… cómo sabés eso? – no fue hasta que terminó de formular la pregunta que Michelle se percató de que tal vez no quería saber la respuesta.
– Ya me pasó. Mi papá me encontró y se dio cuenta de que estaba pasando, supongo que por suerte.
– ¿Cómo que supongo? ¡Vicky! – Michelle sintió como el horror la invadía. ¿Acaso la chica estaba hablando de… ¡suicidio!?
– Vos tenés suerte – le dijo la otra entonces, desviando la mirada –. Podés elegir si querés o no ser un vampiro. Yo no tengo opción. Pero si pudiera… si pudiera elegir, entonces no lo sería. ¡No lo quiero!
¿Así que de esto se trataba? ¿Esto era esa tristeza que se leía en el fondo de sus ojos? Michelle se levantó de su asiento y abrazó a la muchacha con fuerza. Esta le devolvió el gesto, ocultando sus lágrimas.
– Con gusto preferiría padecer de la sed – le dijo luego de un instante, mirándola a los ojos – si eso me permitiera no volver a olvidar. Ambas sufrimos una maldición y debemos aprender a vivir con ella. Es lo que somos y no puede cambiarse; así que debemos ser fuertes.
Vicky esbozó una sonrisa forzada.
– ¿Cuánto hace desde la última vez que te alimentaste? – le preguntó Michelle, no muy segura de querer saber la respuesta. Vicky bajó la vista, avergonzada, y respondió en un murmullo:
– Cerca de un mes y medio. Se está volviendo incontrolable.
– Bueno, entonces mañana vos y yo vamos a salir juntas. Creo que a las dos nos va a venir bien un trago.
La chica la miró con sorpresa. Michelle le respondió con una sonrisa. Tal vez eso la ayudara a recordar; o tal vez complicara todo más. La única forma de saberlo era haciéndolo.

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