Había pasado toda la tarde dándole vueltas al asunto y por fin se había decidido. Ahora solo le restaba encontrarlo. Pero Seth era tan predecible que eso no le resultó difícil: estaba en la biblioteca, guardando en su lugar el libro que había estado leyendo, probablemente por milésima vez. A pesar de que había tratado de no hacer ruido, él ya había sentido su presencia. Su rostro se volvió hacia ella y le sonrió. Sin decir nada se le acercó y le acarició el rostro apenas rozándola con la yema de los dedos. Ella cerró los ojos esbozando una sonrisa.
– Me preguntaba – empezó a decirle tímidamente – si tenías planes para esta noche.
– Tenía pensado salir a cenar – dijo él con sorpresa –. Hace un tiempo que no salgo y me hace falta.
No necesitaba que le explicara más. Ya sabía bien que un vampiro corriente necesitaba alimentarse de la sangre de un ser vivo al menos una vez a la semana, más si solo tomaba pequeñas cantidades. Hacia rato que Seth no abandonaba su casa y, por lo tanto, no bebía. La sed debía estar empezando a sentirse.
– Pero puedo salir más tarde si querés – se apresuró a decirlo. No había tenido la intención, pero su rostro debía haber mostrado su decepción.
– Yo… Pensé que tal vez podríamos cenar juntos. No sé… Pasar algún tiempo juntos.
Intentó esbozar una sonrisa. Él estaba decidido a darle su espacio, a respetar sus tiempos. Jamás la había presionado. Tal vez fuera hora de que empezara a hacerlo. Se sentía olvidada en aquella casa enorme. Hacía meses que estaba allí, intentando recordar. Muchas cosas habían vuelto, otras las había leído en su diario. Ya era hora de empezar a escribir recuerdos nuevos, de revivir momentos. De saber si era real todo aquello que creía sentir.
Seth sonrió ante la propuesta. Algo en sus ojos le dijo que la esperaba hacía tiempo.
La mayor parte de la cena, de todos modos, transcurrió de modo casual. Hablaron de cosas sin importancia, como quien no tiene nada real en común. Nuevamente fue ella quien tuvo que tomar fuerzas para ir hacia donde quería ir.
– Hay algo que no entiendo – le dijo, atrayendo la atención del muchacho –. Después de tanto tiempo… ¿Por qué?
– ¿Por qué que? – preguntó él, confundido.
– ¿Por qué hacés todo esto?
Sus miradas se encontraron. Seth se tomó un momento para contestar, como quien busca las palabras indicadas o no comprende como el otro no ve lo evidente.
– ¿Qué no es obvio? – le preguntó al fin. Sin darse cuenta, se habían ido acercando el uno al otro. Lo único que los separaba era la esquina de la mesa. Seth se levantó de su asiento de forma abrupta. La silla se balanceó un momento, amenazando con caerse. Pero él no se alejó sino todo lo contrario. Antes de que pudiera darse cuenta, estaba inclinado sobre ella, su rostro tan cerca que podía sentir su respiración contra su piel. Entonces sus labios se encontraron. Fue solo un instante, pero fue tan inesperado que Michelle no supo como reaccionar. Sintió como sus ojos se agrandaban como platos de la sorpresa, y lo vio alejarse de ella, algo decepcionado por su reacción.
Seth la observó un instante sin saber que decir.
– Perdón, yo no debería… – las palabras se ahogaron en su garganta. Entonces se dio media vuelta y se dispuso a irse.
Fue cuando comprendió que se iría que algo dentro de ella se despertó y la hizo saltar del asiento. Su mano se aferró a su brazo con fuerza, obligándolo a girar nuevamente y mirarla. Otra vez habían quedado más cerca de lo que ella esperaba, pero ya no le importaba. Ahora sabía que todo había sido real. No le quedaba ninguna duda acerca de lo que quería: ya sabía que lo que había sentido por él alguna vez seguía allí, dentro de ella, esperando a que él lo despertara. Solo necesitaba encontrar la forma de explicárselo.
– ¿Por qué haces esto? – le había preguntado. Llevaban días escapando de los cazadores. Nunca le perdonarían la muerte de George para salvar a un vampiro. Lo había sabido desde el principio, pero estaba dispuesta a hacerse cargo de las consecuencias. Él, sin embargo, no. Le había rogado que escaparan juntos. Aún no sabía por qué había aceptado, pero allí estaban: ocultos en un cobertizo con la esperanza de que fuera un refugio seguro de la tormenta que azotaba al exterior y de sus enemigos. Hacía tanto frío que pensó que moriría. Él podría haber atravesado la nieve solo, siendo un vampiro de pura sangre. Estaba arriesgándose para mantenerse a su lado.
– ¿Acaso no es obvio? – respondió él, sonriéndole mientras buscaba con que abrigarla. Michelle bufó a modo de respuesta. No le hubiera formulado la pregunta si hubiera sido obvio. Él se acercó a ella y la cubrió con una piel que había encontrado. Luego encendió un pequeño fuego para calentar el lugar y se acurrucó a su lado.
– No, no lo es – le respondió ella entonces, observándolo con curiosidad, intentando comprenderlo.
Seth clavó sus ojos azules en ella, decepcionado.
– ¿Crees en el amor a primera vista?
Michelle lo miró con sorpresa. No llegó a decir nada. El muchacho le tomó el rostro entre sus manos y la besó antes de que pudiera hacerlo. Una ola de sensaciones la invadió de pronto. Jamás en toda su vida había sentido algo así. Al principio no supo como reaccionar, solo permaneció allí, dura, mientras el muchacho la besaba. Un momento más tarde, sin embargo, fue como si algo en su interior despertara. Jamás había besado a nadie, nunca había tenido a alguien tan cerca en su vida, no tenía la menor idea de cómo responder a aquello y de todos modos parecía ser que su instinto sí lo sabía. Sus manos lo buscaron. Seth llevaba demasiados días sin beber sangre. Su cuerpo estaba frío como el hielo, pero no le importó. Lo único que le importaba era él.
Michelle volvió a la realidad. Su mente se había transportado casi un milenio atrás, a su primer beso. En el tiempo real, Seth seguía allí, frente a ella, esperando por una explicación. Sus ojos no expresaban decepción, sino tristeza; algo que ya se había vuelto demasiado normal en ellos. Sin pensarlo dos veces, tomó su rostro entre sus manos y lo acercó al de ella. Sus labios se unieron nuevamente, pero el sentimiento fue completamente distinto. El fuego volvió a arder en su interior como aquella primera vez; como muchas otras tantas veces y él se volvió una necesidad. Temía que si se separaban por demasiado tiempo el dolor sería insoportable. Los brazos de él se aferraron a ella, rodeándola por la cintura, tomándola por la espalda y acercándola aún más a él, como si quisiera fundirse con ella en aquel abrazo.
Su piel estaba fría como la piedra. Era evidente que Seth llevaba más tiempo sin beber de lo que ella pensaba. Aquello implicaba un peligro. Ella lo sabía. Aquella pasión, aquel fuego que crecía dentro de ella con cada beso y con cada caricia también crecía dentro de él, y con ello la sed de sangre. Incluso ella había sentido el impulso de morderlo muchas veces en el pasado, a pesar de no haber experimentado la sed jamás. Era inevitable; era parte del instinto del vampiro.
Algo filoso le rozó el labio y sintió una punzada de dolor. Seth ya no podría controlarlo por mucho tiempo. El sabor de la sangre invadió su boca. Él lo sintió y se alejó de ella, aterrado. Era evidente que no había tenido la intención de hacerlo. Sus miradas volvieron a encontrarse y ella se volvió a acercar a él. Estaba acorralado entre ella y la pared, no tenía a donde ir.
– Quiero que lo hagas – le susurró ella al oído con voz firme, sin miedo alguno. Seth dudó un instante, pero su deseo pudo más que su racionalidad. Los colmillos se hundieron en su cuello con una leve punzada de dolor. Luego todo desapareció. La unión, la sangre, los transportó a ambos nuevamente al pasado, a aquella tormenta de nieve, al cobertizo frío y húmedo. El beso había sido solo el principio. La pasión había seguido y la sangre. El instinto por sobre todo lo demás. Ambos sabían que esta vez no sería diferente.
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