28 may 2012

Cazadores: Michelle. Parte 13: Vicky.

Michelle dormía. Eran pocas las veces que, como aquella noche, no tuviera un sueño agitado y cargado de recuerdos que la hacían despertar de golpe, agitada y, en ocasiones, aterrada. Vicky ya se había acostumbrado a eso. Ya se había acostumbrado a tener que tranquilizar a la muchacha, a recordarle donde se encontraba, a hacerle ver que estaba a salvo de los fantasmas del pasado. Había sido un día inusual. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para poder incluso cerrar los ojos. Menos, dormir.
Ella y Michelle habían salido con un solo objetivo: sangre. En el fondo se sentía culpable: no deseaba arrastra a la otra hacia la sangre solo por su propia necesidad de ella. Michelle no la necesitaba. No tenía por qué pasar por aquello. Ella lo odiaba. Sentía que estaba usando a la persona a quien le quitaba la sangre. No le hacía un verdadero daño. Las reglas decían que no debían dañar a los humanos para alimentarse. No debían tomar más de cierta cantidad. Aún así… Lo que hacían le resultaba despreciable. No deseaba pasar el resto de su vida así. Menos, la eternidad. No tengo con quien compartirla, se decía a diario. ¿Para qué vivir eternamente? Había pasado su vida atada a la sed. En un principio, le había resultado algo normal. Era lo único que conocía. Pero con el correr del tiempo comprendió que no, que era algo que debía ocultar de muchos. Incluso de los demás vampiros del clan del cual su padre era líder. Vicky no era parte del clan. Nadie sabía nada sobre el origen de su madre, a excepción de Seth y Michelle. Muchos no lo hubieran aceptado. Aquello le había costado mucho a su padre. Sus padres y sus hermanos le habían dado la espalda por enamorarse de una cazadora. Ambos lo habían dejado todo por el otro. Por eso conseguir sangre era, para ella, algo más complejo. Que su sed se presentara con menor frecuencia era una ventaja. En muchas ocasiones, de todos modos, Vicky se había llevado a sí misma al límite. Necesitaba saber, conocerse; entender hasta que punto podía tolerar. Eso casi le costaba la vida una vez. Aún así, seguía haciéndolo; seguía esperando hasta último momento.
Aquella salida había sido curiosa. Hacía rato que Vicky había aprendido a conseguir sangre por sí misma. Sabía que a medida que pasaban los años las posibilidades eran mayores. Se le presentarían nuevas situaciones que ahora, a los catorce años, le estaban vedadas. Tal vez, incluso, en un futuro su padre la presentaría en el clan, la invitarían a formar parte, y podría aprovechar las posibilidades que estos ofrecían: eventos como fiestas, siempre bajo estricto control. Por el momento, de todos modos, tenía que arreglárselas sola. Jamás se le podría haber ocurrido que tendría que instruir a alguien más en como hacerlo; no a esa edad, y menos a alguien que contaba con casi un milenio de vida. Pero Michelle jamás había salido a cazar entre humanos: se había mantenido viva alimentándose de la sangre de sus víctimas: vampiros. Una sangre mucho más poderosa, sin dudas, pero que siempre había obtenido a la fuerza y sin disimulo. Este era un mundo totalmente nuevo para la mujer.
Vicky sonrió en la oscuridad. ¿Podía decirse realmente que Michelle era una mujer? Sus ojos decían que no era una muchacha, si bien su aspecto era el de una chica de unos dieciocho años, cuando mucho. Pero no solo eran sus ojos y la eternidad que se reflejaba en ellos; había algo en ella, en esa eterna tristeza, que decían que se estaba frente a una mujer. Y sin embargo, la escasez de recuerdos, la vida vivida en fragmentos, habían formado en ella una personalidad que no era propia de un adulto; ni siquiera de un eternamente joven vampiro.
Fue entonces cuando se le ocurrió. Una vida vivida en fragmentos, en intervalos interrumpidos inevitablemente por un nuevo cuadro de amnesia casi total. Intervalos, en muchos casos, separados por la sangre de un vampiro. Rara vez Michelle había tenido conciencia de ser ella misma un vampiro. Aún así, llegado el momento, se había alimentado. Por eso apenas había envejecido en un milenio. Vicky observó sus manos en la penumbra: la sangre había hecho que su cuerpo dejara de temblar; volvía a tener control sobre sí misma. La sangre. ¿Qué tal si Michelle había desarrollado algún tipo de adicción a la sangre? Una necesidad. Si su cuerpo pedía el preciado líquido, pero ella no sabía leer las señas (o tal vez no diera señas visibles), entonces algo dentro suyo empezaría a verse afectado por aquella necesidad. En su caso, no su cuerpo en sí, sino su mente… ¿Podría ser posible? Tendría que consultarlo. Pero no con ella. Tal vez estuviera equivocada. En todo caso, su padre era su mejor opción.

21 may 2012

Cazadores: Michelle. Parte 12: Michelle.

Al despertar, le tomó un instante comprender donde se encontraba. En el fondo de su ser, deseaba poder ir a Seth, poder revivir alguna de todas esas noches, alguno de esos recuerdos. Cada vez estaba más segura de que de los dos hermanos era él, no James, aquel al que amaba por sobre todas las cosas. Pero no deseaba apresurarse en sus conclusiones.
Fue entonces cuando sintió la respiración de Vicky. La niña estaba durmiendo en el colchón en el suelo y ella sobre la cama. Aquel había sido su acuerdo: turnarse. Por el ritmo irregular de su respiración pudo advertir dos cosas: la chica estaba despierta y algo no andaba bien.
– Vicky – la llamó en voz baja –. ¿Qué pasa?
– No puedo dormir – respondió la otra con voz entrecortada. Su tono la alarmó. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama y prendió la luz.
Vicky estaba hecha un ovillo, el rostro pálido apenas asomando por debajo de las sábanas y frazadas que la cubrían. A pesar de ellas podía notar como la niña temblaba. Parecía muerta de frío.
– ¿Qué pasa? – le preguntó en un tono más alto, notablemente alarmada, mientras saltaba a su lado y buscaba con su mano la frente de la chica, intentando ver si tenía fiebre. Se sorprendió al ver que no solo la chica no ardía sino que, todo lo contrario, tenía la piel helada. Como Seth en sus recuerdos, pensó por un momento. ¿Cómo podía ser? Pensaba que Vicky era una niña normal. O, más bien, como ella.
– Voy a buscar a tu papá – le dijo, algo asustada, sin animarse realmente a levantarse de su lado.
– ¡No! – le rogó la chica, tomándola del brazo con una fuerza que no creyó que pudiera tener. Con un esfuerzo, Vicky se sentó en su improvisada cama y clavó en ella sus ojos grises. No había miedo, ni un ruego o una súplica; solo firmeza. Aquella muchacha tenía la sangre de un líder, de eso no cabían dudas.
– Acompañame abajo. Necesito un café, nada más – le dijo entonces, tendiéndole una mano para que la ayudara a ponerse de pie.
Una vez abajo, la chica preparó dos tazas de café y se sentó en una banqueta frente al desayunador, invitándola a acompañarla. Michelle la miraba desde un rincón aún sorprendida. Al parecer, no era la primera vez que algo así le pasaba: Vicky se manejaba con total naturalidad a pesar del temblor violento de todo su cuerpo.
– ¿Qué es lo que está pasando? – le preguntó por fin, sentándose frente a ella y tomando la taza entre sus manos, más por el calor que por la bebida en sí.
Vicky le sonrió. En aquel momento comprendió que aquello que tenía frente a sus ojos no era una niña y probablemente nunca lo había sido del todo, sin importar cuanto se hubieran esforzado sus padres. Sus ojos grises eran los de alguien que ha visto y vivido más de lo que aparenta.
– ¿Qué sabés de la sed? – le preguntó la chica entonces con total seriedad.
– Si un vampiro bebe una cantidad considerable de sangre cada vez que se alimenta, no aparece hasta aproximadamente una semana más tarde. Se siente como un dolor en las encías, por los colmillos que insisten en extenderse, especialmente cada vez que un humano está cerca. También como un fuego en la garganta. Al menos eso es lo que me dijeron. Al principio se puede controlar, pero después de un tiempo no. Es fácil darse cuenta, porque la piel del vampiro empieza a perder su temperatura corporal. Se enfría. Parece hielo. Como… como vos ahora.
La respuesta a su propia pregunta empezaba a hacérsele cada vez más clara.
– Es verdad. Más o menos a los diez días, la sed empieza a volvérseles intolerable y el cuerpo empieza a enfriárseles. Si no consumen sangre, al mes entran en estado catatónico y se van consumiendo de a poco. En un año están hechos polvo, muertos.
Vicky hablaba con total naturalidad, como repitiendo una lección escolar que le resultaba interesante. Michelle no podía sacarle los ojos de encima.
– ¿Nunca te contaron la historia de cómo se conocieron mi mamá y mi papá, verdad?
Michelle negó con la cabeza, sin entender que tenía que ver aquello con lo que pasaba en ese preciso momento. La chica pareció darse cuenta, porque dejó escapar una carajada antes de ponerse seria y empezar a hablar de nuevo:
– Creo que es por eso que Seth y mi papá se llevan tan bien. Cuando mis papás se conocieron, mamá tenía dieciséis años. Estaban en una fiesta. Creo que mi papá estaba de cacería. Y cuando fue a hincarle el diente a la chica linda se encontró con que tenía una daga en el pecho – la voz de Vicky se había vuelto casi pícara en ese punto. Sus ojos, sin embargo, seguían cada reacción de su interlocutora con atención –. Mi mamá era una cazadora.
Michelle estaba azorada. Jamás hubiera imaginado que Cassandra pudiera ser una cazadora. Claro que eso explicaba muchas cosas sobre ella y su relación y la de Tom con el resto de sus familias. ¿Pero que tenía que ver aquello con el temblor? Después de dudarlo un momento, lo preguntó.
– ¡Michelle! Fuiste de las primeras cazadoras. ¿Ya te olvidaste quienes componían tu grupo?
– Eran todos… mestizos, como yo – recordó, casi ausente. ¿Cómo podía ser tan tonta? Eran hijos de vampiros. La sangre vampírica era muy fuerte en las familias de cazadores, aunque la sed hubiera desaparecido.
Vicky sonrió cuando vio en el rostro de la otra que había comprendido.
– La sed – explicó la chica – es parte de mi vida. Desde siempre. Solo que se maneja con otros tiempos – Michelle la miraba con asombro mientras hablaba. Jamás había escuchado hablar de algo así –. Generalmente tarda como el doble de lo que tarda en un vampiro normal en aparecer. Si las dejo pasar, se va volviendo algo más fuerte, aunque no incontrolable. Pero tiene un efecto secundario – al decir esto, Vicky dejó su mano temblorosa suspendida en el aire entre ellas: el temblor –. La ventaja: puedo estar dos meses sin probar una gota antes de entrar en estado catatónico.
El tono se había vuelto lúgubre.
– ¿Cómo… cómo sabés eso? – no fue hasta que terminó de formular la pregunta que Michelle se percató de que tal vez no quería saber la respuesta.
– Ya me pasó. Mi papá me encontró y se dio cuenta de que estaba pasando, supongo que por suerte.
– ¿Cómo que supongo? ¡Vicky! – Michelle sintió como el horror la invadía. ¿Acaso la chica estaba hablando de… ¡suicidio!?
– Vos tenés suerte – le dijo la otra entonces, desviando la mirada –. Podés elegir si querés o no ser un vampiro. Yo no tengo opción. Pero si pudiera… si pudiera elegir, entonces no lo sería. ¡No lo quiero!
¿Así que de esto se trataba? ¿Esto era esa tristeza que se leía en el fondo de sus ojos? Michelle se levantó de su asiento y abrazó a la muchacha con fuerza. Esta le devolvió el gesto, ocultando sus lágrimas.
– Con gusto preferiría padecer de la sed – le dijo luego de un instante, mirándola a los ojos – si eso me permitiera no volver a olvidar. Ambas sufrimos una maldición y debemos aprender a vivir con ella. Es lo que somos y no puede cambiarse; así que debemos ser fuertes.
Vicky esbozó una sonrisa forzada.
– ¿Cuánto hace desde la última vez que te alimentaste? – le preguntó Michelle, no muy segura de querer saber la respuesta. Vicky bajó la vista, avergonzada, y respondió en un murmullo:
– Cerca de un mes y medio. Se está volviendo incontrolable.
– Bueno, entonces mañana vos y yo vamos a salir juntas. Creo que a las dos nos va a venir bien un trago.
La chica la miró con sorpresa. Michelle le respondió con una sonrisa. Tal vez eso la ayudara a recordar; o tal vez complicara todo más. La única forma de saberlo era haciéndolo.

14 may 2012

Cazadores: Michelle. Parte 11: Michelle.



Había pasado toda la tarde dándole vueltas al asunto y por fin se había decidido. Ahora solo le restaba encontrarlo. Pero Seth era tan predecible que eso no le resultó difícil: estaba en la biblioteca, guardando en su lugar el libro que había estado leyendo, probablemente por milésima vez. A pesar de que había tratado de no hacer ruido, él ya había sentido su presencia. Su rostro se volvió hacia ella y le sonrió. Sin decir nada se le acercó y le acarició el rostro apenas rozándola con la yema de los dedos. Ella cerró los ojos esbozando una sonrisa.
– Me preguntaba – empezó a decirle tímidamente – si tenías planes para esta noche.
– Tenía pensado salir a cenar – dijo él con sorpresa –. Hace un tiempo que no salgo y me hace falta.
No necesitaba que le explicara más. Ya sabía bien que un vampiro corriente necesitaba alimentarse de la sangre de un ser vivo al menos una vez a la semana, más si solo tomaba pequeñas cantidades. Hacia rato que Seth no abandonaba su casa y, por lo tanto, no bebía. La sed debía estar empezando a sentirse.
– Pero puedo salir más tarde si querés  – se apresuró a decirlo. No había tenido la intención, pero su rostro debía haber mostrado su decepción.
– Yo… Pensé que tal vez podríamos cenar juntos. No sé… Pasar algún tiempo juntos.
Intentó esbozar una sonrisa. Él estaba decidido a darle su espacio, a respetar sus tiempos. Jamás la había presionado. Tal vez fuera hora de que empezara a hacerlo. Se sentía olvidada en aquella casa enorme. Hacía meses que estaba allí, intentando recordar. Muchas cosas habían vuelto, otras las había leído en su diario. Ya era hora de empezar a escribir recuerdos nuevos, de revivir momentos. De saber si era real todo aquello que creía sentir.
Seth sonrió ante la propuesta. Algo en sus ojos le dijo que la esperaba hacía tiempo.
La mayor parte de la cena, de todos modos, transcurrió de modo casual. Hablaron de cosas sin importancia, como quien no tiene nada real en común. Nuevamente fue ella quien tuvo que tomar fuerzas para ir hacia donde quería ir.
– Hay algo que no entiendo – le dijo, atrayendo la atención del muchacho –. Después de tanto tiempo… ¿Por qué?
– ¿Por qué que? – preguntó él, confundido.
– ¿Por qué hacés todo esto?
Sus miradas se encontraron. Seth se tomó un momento para contestar, como quien busca las palabras indicadas o no comprende como el otro no ve lo evidente.
– ¿Qué no es obvio? – le preguntó al fin. Sin darse cuenta, se habían ido acercando el uno al otro. Lo único que los separaba era la esquina de la mesa. Seth se levantó de su asiento de forma abrupta. La silla se balanceó un momento, amenazando con caerse. Pero él no se alejó sino todo lo contrario. Antes de que pudiera darse cuenta, estaba inclinado sobre ella, su rostro tan cerca que podía sentir su respiración contra su piel. Entonces sus labios se encontraron. Fue solo un instante, pero fue tan inesperado que Michelle no supo como reaccionar. Sintió como sus ojos se agrandaban como platos de la sorpresa, y lo vio alejarse de ella, algo decepcionado por su reacción.
Seth la observó un instante sin saber que decir.
– Perdón, yo no debería… – las palabras se ahogaron en su garganta. Entonces se dio media vuelta y se dispuso a irse.
Fue cuando comprendió que se iría que algo dentro de ella se despertó y la hizo saltar del asiento. Su mano se aferró a su brazo con fuerza, obligándolo a girar nuevamente y mirarla. Otra vez habían quedado más cerca de lo que ella esperaba, pero ya no le importaba. Ahora sabía que todo había sido real. No le quedaba ninguna duda acerca de lo que quería: ya sabía que lo que había sentido por él alguna vez seguía allí, dentro de ella, esperando a que él lo despertara. Solo necesitaba encontrar la forma de explicárselo.

– ¿Por qué haces esto? – le había preguntado. Llevaban días escapando de los cazadores. Nunca le perdonarían la muerte de George para salvar a un vampiro. Lo había sabido desde el principio, pero estaba dispuesta a hacerse cargo de las consecuencias. Él, sin embargo, no. Le había rogado que escaparan juntos. Aún no sabía por qué había aceptado, pero allí estaban: ocultos en un cobertizo con la esperanza de que fuera un refugio seguro de la tormenta que azotaba al exterior y de sus enemigos. Hacía tanto frío que pensó que moriría. Él podría haber atravesado la nieve solo, siendo un vampiro de pura sangre. Estaba arriesgándose para mantenerse a su lado.
– ¿Acaso no es obvio? – respondió él, sonriéndole mientras buscaba con que abrigarla. Michelle bufó a modo de respuesta. No le hubiera formulado la pregunta si hubiera sido obvio. Él se acercó a ella y la cubrió con una piel que había encontrado. Luego encendió un pequeño fuego para calentar el lugar y se acurrucó a su lado.
– No, no lo es – le respondió ella entonces, observándolo con curiosidad, intentando comprenderlo.
Seth clavó sus ojos azules en ella, decepcionado.
– ¿Crees en el amor a primera vista?
Michelle lo miró con sorpresa. No llegó a decir nada. El muchacho le tomó el rostro entre sus manos y la besó antes de que pudiera hacerlo. Una ola de sensaciones la invadió de pronto. Jamás en toda su vida había sentido algo así. Al principio no supo como reaccionar, solo permaneció allí, dura, mientras el muchacho la besaba. Un momento más tarde, sin embargo, fue como si algo en su interior despertara. Jamás había besado a nadie, nunca había tenido a alguien tan cerca en su vida, no tenía la menor idea de cómo responder a aquello y de todos modos parecía ser que su instinto sí lo sabía. Sus manos lo buscaron. Seth llevaba demasiados días sin beber sangre. Su cuerpo estaba frío como el hielo, pero no le importó. Lo único que le importaba era él.

Michelle volvió a la realidad. Su mente se había transportado casi un milenio atrás, a su primer beso. En el tiempo real, Seth seguía allí, frente a ella, esperando por una explicación. Sus ojos no expresaban decepción, sino tristeza; algo que ya se había vuelto demasiado normal en ellos. Sin pensarlo dos veces, tomó su rostro entre sus manos y lo acercó al de ella. Sus labios se unieron nuevamente, pero el sentimiento fue completamente distinto. El fuego volvió a arder en su interior como aquella primera vez; como muchas otras tantas veces y él se volvió una necesidad. Temía que si se separaban por demasiado tiempo el dolor sería insoportable. Los brazos de él se aferraron a ella, rodeándola por la cintura, tomándola por la espalda y acercándola aún más a él, como si quisiera fundirse con ella en aquel abrazo.
Su piel estaba fría como la piedra. Era evidente que Seth llevaba más tiempo sin beber de lo que ella pensaba. Aquello implicaba un peligro. Ella lo sabía. Aquella pasión, aquel fuego que crecía dentro de ella con cada beso y con cada caricia también crecía dentro de él, y con ello la sed de sangre. Incluso ella había sentido el impulso de morderlo muchas veces en el pasado, a pesar de no haber experimentado la sed jamás. Era inevitable; era parte del instinto del vampiro.
Algo filoso le rozó el labio y sintió una punzada de dolor. Seth ya no podría controlarlo por mucho tiempo. El sabor de la sangre invadió su boca. Él lo sintió y se alejó de ella, aterrado. Era evidente que no había tenido la intención de hacerlo. Sus miradas volvieron a encontrarse y ella se volvió a acercar a él. Estaba acorralado entre ella y la pared, no tenía a donde ir.
– Quiero que lo hagas – le susurró ella al oído con voz firme, sin miedo alguno. Seth dudó un instante, pero su deseo pudo más que su racionalidad. Los colmillos se hundieron en su cuello con una leve punzada de dolor. Luego todo desapareció. La unión, la sangre, los transportó a ambos nuevamente al pasado, a aquella tormenta de nieve, al cobertizo frío y húmedo. El beso había sido solo el principio. La pasión había seguido y la sangre. El instinto por sobre todo lo demás. Ambos sabían que esta vez no sería diferente.

7 may 2012

Cazadores: Michelle. Parte 10: Tom.

Le había costado bastante convencer a Seth de no salir corriendo hacia su casa en cuanto supo que Michelle estaba allí. Pero estaba seguro de que había sido una decisión acertada: la muchacha estaba confundida y, estaba seguro, vivir bajo la presión de los hermanos Blackeney no era una ayuda en su situación. No terminaba de entender por qué Seth lo escuchaba, por qué seguía sus consejos como si fuera el mayor de los dos. De momento, esa influencia era algo positivo, pues servía para ayudar a Michelle.
Mientras pensaba en todo esto, sentado en el sillón en que la noche anterior los recibiera Vicky, sintió a la muchacha bajar por la escalera.
– Hola – dijo la chica tímidamente.
– Hola – saludó él, girándose levemente para verla –. ¿Querés algo de desayunar?
Cuando ella asintió, Tom se puso de pie y caminó hacia la cocina, invitándola a sentarse en una especie de desayunador que separaba a la habitación del comedor. Le ofreció té o café, sacó algunas tostadas de una bandeja y una mermelada de la heladera. Luego presentó todo frente a la chica y se sentó frente a ella, observándola, dispuesto a responder las preguntas que sabía que ella tenía.
Luego de tomarse un momento para comer, la chica lo miró y se decidió a hablar:
– Ya nos conocíamos. ¿Verdad?
– Sí – respondió él rememorando –. Nos conocímos hace unos treinta años, en Europa. Y nos volvímos a ver hace unos diez, acá mismo, pero muy fugazmente.
– Nosotros… No tuvimos nada. ¿No?
Tom dejó escapar una risa divertida.
– No. ¡Jamás! Seth nunca me lo hubiera perdonado.
– Así que sos amigo de Seth…
– Mayormente. James y yo nos conocemos, pero no tenemos tan buena relación. También tiene que ver con una cuestión política. Como líder de mi clan en esta zona, tengo que relacionarme con los líderes de los clanes vecinos y, preferentemente, hacer amistad. O, al menos, estar en paz. Seth está a cargo del clan Blackeney en esta zona. James, por su parte, se dedica a viajar por el mundo. No se establece en un lugar específico desde hace mucho tiempo. Esas cosas condicionan las relaciones y las amistades.
Michelle asintió.
– ¿Qué pensás sobre mí, sobre mi condición?
Tom se tomó un tiempo antes de contestar.
– Hay muchos vampiros que sufren de amnesia. Por algún motivo no logran tolerar el paso del tiempo. No todos logran sobrevivir tanto como vos. Pero creo que, con el ambiente adecuado y un esfuerzo de tu parte, podría solucionarse.
Michelle lo miró, confusa.
– Yo diría que por el momento intentes relajarte… Y lea lo más que puedas ese diario que sé que trajiste de lo de Seth. Lo demás debería venir solo – agregó el otro, notando que a muchacha no entendía a qué quería llegar.
Ella le sonrió, agradecida. Él solo deseó, en el fondo de su alma, tener razón.