Michelle dormía. Eran pocas las veces que, como aquella noche, no tuviera un sueño agitado y cargado de recuerdos que la hacían despertar de golpe, agitada y, en ocasiones, aterrada. Vicky ya se había acostumbrado a eso. Ya se había acostumbrado a tener que tranquilizar a la muchacha, a recordarle donde se encontraba, a hacerle ver que estaba a salvo de los fantasmas del pasado. Había sido un día inusual. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para poder incluso cerrar los ojos. Menos, dormir.
Ella y Michelle habían salido con un solo objetivo: sangre. En el fondo se sentía culpable: no deseaba arrastra a la otra hacia la sangre solo por su propia necesidad de ella. Michelle no la necesitaba. No tenía por qué pasar por aquello. Ella lo odiaba. Sentía que estaba usando a la persona a quien le quitaba la sangre. No le hacía un verdadero daño. Las reglas decían que no debían dañar a los humanos para alimentarse. No debían tomar más de cierta cantidad. Aún así… Lo que hacían le resultaba despreciable. No deseaba pasar el resto de su vida así. Menos, la eternidad. No tengo con quien compartirla, se decía a diario. ¿Para qué vivir eternamente? Había pasado su vida atada a la sed. En un principio, le había resultado algo normal. Era lo único que conocía. Pero con el correr del tiempo comprendió que no, que era algo que debía ocultar de muchos. Incluso de los demás vampiros del clan del cual su padre era líder. Vicky no era parte del clan. Nadie sabía nada sobre el origen de su madre, a excepción de Seth y Michelle. Muchos no lo hubieran aceptado. Aquello le había costado mucho a su padre. Sus padres y sus hermanos le habían dado la espalda por enamorarse de una cazadora. Ambos lo habían dejado todo por el otro. Por eso conseguir sangre era, para ella, algo más complejo. Que su sed se presentara con menor frecuencia era una ventaja. En muchas ocasiones, de todos modos, Vicky se había llevado a sí misma al límite. Necesitaba saber, conocerse; entender hasta que punto podía tolerar. Eso casi le costaba la vida una vez. Aún así, seguía haciéndolo; seguía esperando hasta último momento.
Aquella salida había sido curiosa. Hacía rato que Vicky había aprendido a conseguir sangre por sí misma. Sabía que a medida que pasaban los años las posibilidades eran mayores. Se le presentarían nuevas situaciones que ahora, a los catorce años, le estaban vedadas. Tal vez, incluso, en un futuro su padre la presentaría en el clan, la invitarían a formar parte, y podría aprovechar las posibilidades que estos ofrecían: eventos como fiestas, siempre bajo estricto control. Por el momento, de todos modos, tenía que arreglárselas sola. Jamás se le podría haber ocurrido que tendría que instruir a alguien más en como hacerlo; no a esa edad, y menos a alguien que contaba con casi un milenio de vida. Pero Michelle jamás había salido a cazar entre humanos: se había mantenido viva alimentándose de la sangre de sus víctimas: vampiros. Una sangre mucho más poderosa, sin dudas, pero que siempre había obtenido a la fuerza y sin disimulo. Este era un mundo totalmente nuevo para la mujer.
Vicky sonrió en la oscuridad. ¿Podía decirse realmente que Michelle era una mujer? Sus ojos decían que no era una muchacha, si bien su aspecto era el de una chica de unos dieciocho años, cuando mucho. Pero no solo eran sus ojos y la eternidad que se reflejaba en ellos; había algo en ella, en esa eterna tristeza, que decían que se estaba frente a una mujer. Y sin embargo, la escasez de recuerdos, la vida vivida en fragmentos, habían formado en ella una personalidad que no era propia de un adulto; ni siquiera de un eternamente joven vampiro.
Fue entonces cuando se le ocurrió. Una vida vivida en fragmentos, en intervalos interrumpidos inevitablemente por un nuevo cuadro de amnesia casi total. Intervalos, en muchos casos, separados por la sangre de un vampiro. Rara vez Michelle había tenido conciencia de ser ella misma un vampiro. Aún así, llegado el momento, se había alimentado. Por eso apenas había envejecido en un milenio. Vicky observó sus manos en la penumbra: la sangre había hecho que su cuerpo dejara de temblar; volvía a tener control sobre sí misma. La sangre. ¿Qué tal si Michelle había desarrollado algún tipo de adicción a la sangre? Una necesidad. Si su cuerpo pedía el preciado líquido, pero ella no sabía leer las señas (o tal vez no diera señas visibles), entonces algo dentro suyo empezaría a verse afectado por aquella necesidad. En su caso, no su cuerpo en sí, sino su mente… ¿Podría ser posible? Tendría que consultarlo. Pero no con ella. Tal vez estuviera equivocada. En todo caso, su padre era su mejor opción.