26 mar 2012

Cazadores: Michelle. Parte 4: Michelle.


Aquello era una locura. La primer entrada en aquel diario tenía casi trescientos años. Las hojas del cuaderno eran amarillas y quebradizas, y la tinta estaba casi borrada por el paso del tiempo. Alguien había releído el manuscrito docenas de veces. A pesar de eso, había una sola cosa de la que no tenía ninguna duda: a pesar de los leves cambios producidos por el tiempo y los instrumentos de escritura, aquella era su letra. ¿Pero cómo era posible?
Llevaba encerrada en esa habitación tres días. Le traían comida, pero apenas quería tocarla. Página tras página, el diario revelaba cosas que jamás hubiera imaginado. No era tanto un recuento de las cosas que le pasaban en el momento. Era más bien una narración de todo aquello que había ido recordando en aquellas ocasiones pasadas. Pero si hacía trescientos años estaba en la misma situación que ahora: ¿cuánto tiempo llevaba esta historia? Era como un círculo sin fin. Al parecer, sin importar cuanto intentaba retener la información en su mente esta se le escapaba. ¿Qué esperanza podía tener esta vez? ¿Por qué todo iba a ser diferente?
Y después estaba Seth. A medida que iba avanzando en las páginas del diario iba comprendiendo más y más por que su rostro le resultaba familiar: cada una de las páginas había sido escrita durante los períodos en los que él la había encontrado, de una forma u otra. Él había sido siempre el guardián del diario. Él había estado siempre buscándola, intentando ayudarla a recordar. Pero siempre por algún motivo ella se había ido. ¿Por qué?
La cabeza comenzó a darle vueltas. Estaba cansada. Apenas había comido o dormido. Tenia conciencia del paso del tiempo porque veía la luz del sol por una ventana. No sabía siquiera a donde daba, no se había asomando. Tal vez necesitara descansar. Con cuidado de no romper las hojas, dejó el libro abierto boca abajo sobre el escritorio que había en la habitación y se acostó en la cama. No tardó demasiado en dormirse.

Al despertar estaba en un lugar húmedo y frío. La poca luz que había entraba por un ventanuco a la altura, más bien un hueco en la pared de piedra cruzado por barrotes oscuros. Estaba recostada sobre un montón de paja que cumplía la función de colchón y no tenía nada con que cubrirse. Su ropa no era más que un montón de harapos sucios que no alcanzaban a abrigarla del frío. A pocos metros había otro montón de paja sobre el que dormía una figura delgada de largo cabello rubio: su madre. De pronto, la puerta se abrió de par en par. Una figura entró en la habitación con paso firme. La puerta se cerró a su espalda. Un rayo de luz le dio de lleno en la cara un momento: tenía el cabello claro y un aspecto juvenil que su mirada parecía desmentir. Había algo en él que irradiaba maldad. Michelle sabía que su presencia allí significaba malas noticias. Siempre era así. Arthur rara vez iba a su celda a menos que estuviera fastidiado. Algo no andaba bien y necesitaba distraerse. Para eso tenían prisioneras a las mujeres humanas: para entretenerse; y para procrear su ejército de mestizos. En las guerras entre clanes, los pura sangre comandaban y los mestizos eran carne de cañón. Por lo general, las mujeres mestizas no duraban. Solo entrenaban hombres para la guerra. Las mujeres morían. Por qué ella seguía con vida era un misterio. O tal vez no. Arthur era el líder del clan. Lo había sido durante los últimos cien años, desde que había asesinado a su padre. De todas las prisioneras, por algún motivo inexplicable, Blanche, su madre, siempre había sido su favorita. Y también la que había sufrido sus abusos por más tiempo. Curiosamente, Michelle no solo había sido fruto del primer embarazo de Blanche; también era la primogénita de Arthur. Si hubiera sido de sangre pura, eso le hubiera dado la posibilidad de heredar a su padre en un futuro. Dada su condición, no era más que una esclava criada como una humana cualquiera.
Blanche despertó con el ruido de la puerta al cerrarse. Sus ojos recorrieron la habitación mientras se adaptaban a la luz. Al reconocer al hombre que había entrado, se puso de pie lentamente. Él la miró en silencio mientras lo hacía, y luego dio un paso hacia ella. Michelle permaneció quieta en su lugar, tratando de no llamar la atención. Arthur nunca había sido amable con ella, a pesar de haberle permitido vivir. Cerró los ojos y se esforzó por no escuchar lo que sucedía a su alrededor. No pudo hacerlo por mucho tiempo. El hombre se había puesto violento. Blanche gritaba y forcejeaba con él. La estaba lastimando. Sin pensarlo dos veces, Michelle se levantó e intentó detenerlo, apartarlo de su madre. El hombre era demasiado fuerte para ella, y no le costó mucho arrojarla a un costado; pero su ataque fue suficiente para enfurecerlo del todo. De la nada, el hombre sacó una daga y la atacó con ella, rozándole levemente el rostro. Un hilo de sangre bajó por su mejilla mientras ella intentaba esquivar el siguiente ataque. Su madre, desesperada, se abalanzó sobre él, intentando frenar la lucha. La hoja de la daga se hundió en su pecho en un instante.
Michelle rugió de furia y desolación mientras el cuerpo de su madre caía inerte al suelo. Arthur la miró solo un momento y luego se giró hacia ella en busca de más sangre. Pero algo en ella había cambiado. Su rabia se convirtió en una furia animal que se apoderó de ella, y entonces todo a su alrededor desapareció.
La historia de cómo una esclava mestiza asesinó a Arthur Rose y escapó de su castillo se esparció rápidamente por todo el territorio. Principalmente porque nadie pudo frenarla incluso una vez que hubo cruzado la frontera con el clan de los Blackeney.
Vagó durante días, ocultándose como pudo para no caer en manos de los vampiros. Cuando se veía acorralada recurría a su recientemente descubierto poder. Entonces sucedió algo inesperado: una mañana, en las cercanías de una ciudad cuyo nombre desconocía, se topó con un vampiro de sangre pura. Los había visto durante cada día de su vida, no necesitaba que se lo dijeran para saberlo. Junto a él había un niño de no más de siete años de aspecto humano: era un mestizo. La similitud de sus rasgos indicaba que estaban emparentados de algún modo. Los rumores se habían esparcido y no le tomó mucho al mayor reconocerla. Instintivamente, y para sorpresa de la muchacha, tomó al niño por el brazo y lo ubico a su espalda, quedando en medio entre él y la chica. Michelle, que se había dispuesto a atacarlo, se detuvo de inmediato. Su mirada se encontró con la del vampiro: jamás había visto unos ojos tan azules, pensó. Él se quedó allí observándola también, como hipnotizado. Luego de un instante, dio un paso hacia adelante, hacia ella, asustándola. Michelle no lo dudó un instante: salió corriendo en dirección opuesta a la ciudad y a los dos muchachos. Pensó que jamás los volvería a ver.

Michelle despertó. Estaba nuevamente en la habitación donde había pasado los últimos tres días leyendo aquel diario centenario intentando encontrar respuestas a quien era en verdad. Se sentó en la cama, aturdida, tratando de aclarar su mente. El sentido común le decía que aquello no había sido más que un sueño, pero en el fondo estaba segura de que no lo era. Aquello era la realidad, el inicio de la historia. Su padre había sido el líder de un clan de vampiros, y ella era una mestiza: mitad humana, mitad vampiro. Capaz de vivir de la forma que ella decidiera, sin sufrir la sed que acosaba a los de pura sangre. Igualmente poderosa en cuanto se alimentara de la preciada bebida.
Refregándose los ojos, obligó a su mente a retener aquella última imagen, aquellos ojos azules tan profundos como el cielo. Aquel muchacho, aquel vampiro. Pensó que jamás lo volvería a ver; pero estaba equivocada: aquel vampiro era Seth.

19 mar 2012

Cazadores: Michelle. Parte 3: Seth.

– Deberías haberme consultado antes de montar una operación en territorio. Así no es como funcionan las cosas. Entiendo que más de un milenio de guerra con los Rose te tenga desacostumbrado a como proceder con los demás clanes pacíficamente, pero tenés que aprender a seguir las reglas si no querés estar en guerra con todos los clanes de la zona.
– Esto era importante, Tom. No podía dejarlo pasar. Podría haberla perdido por años otra vez. ¡Ella no se acuerda nada de nuevo! ¡Es peligroso! – Seth y Tom llevaban horas discutiendo el tema y parecía que nunca llegarían a un acuerdo. Los hombres de Seth habían encontrado a Michelle en el territorio del clan Collin. Debería haber pedido una autorización, hablado con Tom antes de proceder. Por miedo a perderle el rastro si tomaba demasiado tiempo, no lo había hecho.
– Sé cuan importante es Michelle para vos. Pero no podés iniciar una guerra por una mujer. Los Yager no hubieran escuchado tus explicaciones, te hubieran declarado la guerra y hubieran iniciado una masacre. ¡Tenés que ser más consciente!
Tom estaba sacado, y a medida que iba avanzando la discusión sus argumentos eran más válidos. Les había costado mucho trabajo llegar a la paz con los Yager, a ambos clanes. No era una buena idea provocarlos. Debía ser más cuidadoso en el futuro. De eso le hablaba el otro. Seth suspiró, resignado. Aquella discusión no tenía sentido.
– Lo sé – dijo entonces, dándose por vencido –. No sé en que estaba pensando.
Tom se relajó, viendo que sus palabras habían tenido fruto.
– Yo sí. Sabés que también hice locuras. Las mías me costaron la relación con mi familia. Pero en nuestra posición no podemos darnos el lujo de arriesgar la seguridad de todo el clan.
Tom se acercó a él y le palmeó el hombro en un gesto fraternal. En ocasiones era muy fácil creer que este era el mayor de los dos. Nadie hubiera imaginado jamás por cuanto tiempo Seth era mayor.
– ¿Y cómo está? ¿Hubo algún avance? – preguntó el otro, tratando de volver a una conversación pacífica.
Seth negó con la cabeza. Su rostro parecía desolado.
– Lleva dos días encerrada leyendo ese diario. Tiene todo lo que necesita, pero apenas come. Y algo me dice que no cree la mitad de lo que está leyendo.
– Hay que ver que dice el diario…
– No tengo idea. Nunca lo leí.
Tom le devolvió una mirada incrédula.
– Ya sé que suena estúpido. Tengo ese diario desde hace… demasiado tiempo. Pero… siempre pensé que tenía que respetar su privacidad. Además, la primera parte está en francés. Y ya sabés cuan malo soy leyendo en francés.
– Es decir que está encerrada en una habitación leyendo un diario probablemente escrito en tres idiomas diferentes a lo largo de… – Tom hizo una pausa, esperando a que su amigo completara la información que desconocía.
– Tres siglos, aproximadamente – dijo el otro, captando la intención.
– ¡Tres siglos! Y no tenés la menor idea de qué dice. Ella probablemente no tenga idea de que vivió tanto tiempo.
– Vivió bastante más que eso. Y no tengo la menor idea de qué pasó en la mayor parte de ese tiempo, salvo cuando estaba conmigo. Jimmy sabe algo más, pero la mayor parte del tiempo es un interrogante para todos.
Tom meditó un momento antes de responder.
– Muchos vampiros sufren de amnesia. No están psicológicamente preparados para tolerar la eternidad por diversos motivos. Creo que las circunstancias en que Michelle nació y vivió por mucho tiempo llevaron a eso. Ahora sabemos cosas que antes no sabíamos, de psicología y todo eso digo, que tal vez puedan ayudar. Pero para lograrlo ella necesita un ambiente medianamente estable. Y que no la presionen.
– Ya lo sé. Lamentablemente, Jimmy va a estar por acá en unos días y dudo poder ocultársela. No sé que va a pasar una vez que él esté acá.
– Tratá de controlarlo. Tu hermano es un muy buen tipo, pero tiende a ser un poco impulsivo. Eso puede traerle muchos problemas por acá.

12 mar 2012

Cazadores: Michelle. Parte 2: Michelle.


Michelle despertó en un lugar desconocido. Sabía que no podía haber olvidado de nuevo. No tan rápido. ¿Dónde estaba? Estaba en una habitación pequeña y oscura, recostada sobre una cama a un costado. Estaba dolorida. ¿Cómo…?
Entonces recordó. Un grupo de personas la había acorralado. La habían atacado y ella había intentado defenderse. Pero eran demasiados, y demasiado fuertes. La habían superado. Pero no, no eran personas. Eran vampiros. Un grupo de vampiros que la había atacado de forma deliberada. ¿Por qué la habían tomado como prisionera? ¿Por qué no la habían asesinado? ¿Acaso tenían intención de torturarla, de hacerla sufrir antes de acabarla? Se sentó sobre la cama ahogando un gemido de dolor. Su cabeza comenzó a dar vueltas. Le tomo un momento volver a estabilizarse, no supo cuanto. Para cuando lo logró, un ruido en el exterior la alertó: alguien se había acercado a la puerta y manipulaba un juego de llaves. Un segundo más tarde, una luz la cegó un momento, impidiéndole ver el rostro del hombre que había entrado. Luego, la puerta se cerró. Él seguía allí, junto a la puerta, observándola. Ella se puso de pie, dispuesta a defenderse de ser necesario. Pero él no la atacó. Simplemente se quedó ahí parado, observándola.
De a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad. El hombre dejó de ser una sombra junto a la puerta y comenzó a tomar forma. Se dio cuenta de que tenía el cabello muy corto, apenas una pelusa sobre la cabeza, de color oscuro. Sus ojos tenían un brillo extraño en la oscuridad, efecto propio de un vampiro, lo cual no la sorprendió en lo más mínimo. Tenía la piel pálida, pero no era un hijo de la noche. Su aspecto también lo dejaba claro: podía tener cualquier edad entre dieciséis y treinta. Podría haber alegado cualquiera, hubiera sido creíble. Eso era propio de los vampiros de sangre pura, los que habían nacido de aquel modo. Los que podían caminar a la luz del día sin que el sol les hiciera daño. A medida que sus ojos le iban permitiendo distinguir sus facciones, los rasgos distintivos de su rostro, una extraña sensación la fue invadiendo: ya había visto aquel rostro antes. ¿Pero dónde? Su silencio estaba empezando a inquietarla.
– ¿Qué es lo que quieren de mí? – preguntó por último, tratando de mantener su voz firme. Él desvió la mirada hacia un costado como avergonzado. Su voz expresaba decepción y hasta tristeza cuando habló:
– No te acordás para nada de mí. ¿Verdad?
Ella no supo que contestar. Su rostro debió expresar su confusión, porque él volvió a hablar casi al instante.
– Mi… mi nombre es Seth. Nos conocimos… hace mucho tiempo.
Seth. El nombre significaba algo para ella, pero no estaba segura de qué. De todos modos: ¿qué tipo de relación podía tener ella con un vampiro? ¿Y a qué se refería con mucho tiempo? No podía ser más que unos años; pero un vampiro rara vez llamaba a un período tan corto mucho tiempo. ¿A qué se refería? Estar frente a alguien que sabía más sobre ella de lo que ella misma sabía en aquel momento la hacía sentir vulnerable.
– Michelle, yo… no quiero lastimarte. Estoy intentando ayudarte – empezó a decir después de un momento. Ella dejó escapar una risa sarcástica sin darse cuenta. Aquello sí que no le resultaba creíble: ¡un vampiro tratando de ayudar a una cazadora!
– ¿Y por qué querrías ayudarme? – preguntó ella.
Él dudó un momento antes de contestar, como si no encontrara las palabras correctas.
– Porque me importás.
Su voz sonaba sincera. Hubiera deseado poder ver claramente su rostro para ver que era lo que expresaba. Le resultaba increíble que un vampiro tuviera algún interés sincero en ella. Si tan solo pudiera recordar…
– Puedo ayudarte a recordar – le dijo él casi al instante, como si le leyera la mente –. Si me dejás que te ayude.
– ¿Cómo? – preguntó ella con desconfianza.
– Tengo… tu diario. Uno muy viejo. Lo dejaste atrás la última vez que te fuiste. Si me prometés que no vas a atacar a nadie, que vas a estar tranquila, puedo llevarte a otra habitación, a un lugar donde estés cómoda y puedas tomarte todo el tiempo que necesites para leerlo, para meditar al respecto.
Todo aquello parecía una locura. ¿Pero qué más podía hacer? Era prisionera de un vampiro en un lugar que seguramente estaba plagado de ellos y del que no podía escapar. Su única opción era aceptar lo que él le proponía y ver que salía de todo aquello. Tal vez… Le resultaba muy poco probable, pero tal vez él sí supiera quien era.

5 mar 2012

Cazadores: Michelle. Parte 1.

MICHELLE



Era tarde y lo sabía. No era el horario más apropiado para aparecerse en la casa de nadie, incluso un vampiro. Aún así, no tenía otro lugar donde ir. Había pensado en él, pero todavía no podía enfrentarlo. Necesitaba tiempo. Y, además, él no tenía las respuestas que buscaba. No. Definitivamente, este era el lugar al que ir.
Tocó el timbre y esperó. No necesitó hacerlo una segunda vez. La luz de la habitación justo sobre la puerta parpadeó: allí había alguien despierto. Antes de lo que esperaba, la puerta se abrió, dando paso a la oscuridad más absoluta. Aún así, pudo distinguir una silueta en las sombras. Fue inevitable, entonces, recordar la primera vez que había estado allí.

Cinco años antes…

Los recuerdos se agolpan en mi mente como imágenes confusas y borrosas sin ningún orden lógico. Recuerdo apenas detalles ínfimos. Rostros sin nombre, sonidos sin imágenes a que asociarlos. Solo sé con certeza que mi nombre es Michelle. Recuerdo con claridad el grito de mi madre antes de morir en manos de aquel monstruo cuyo rostro sigue grabado en mi mente. Y sé, aunque no estoy segura de cómo ni por que, que él no era humano. Sé que éramos prisioneras, mi madre y yo, y sé que luego de que aquel monstruo murió fui libre. Pero más allá de eso, no recuerdo nada.
Los recuerdos son imágenes confusas. Las imágenes se pierden. Todo está perdido. O tal vez no. Tal vez siguen aquí, en mi mente, confundidos pero expectantes, buscando el momento correcto para salir a la luz. No lo sé. Lo que si sé es que ya no deseo olvidar. Necesito recordar. Necesito saber quien soy y de donde vengo para saber hacia donde voy. Esto no puede continuar. Es por eso que escribo este diario. Tal vez de este modo los recuerdos no se pierdan nuevamente como tantas veces antes.

Michelle intentó ordenar sus pensamientos antes de seguir escribiendo. Todo era tan confuso… No recordaba. ¿Por qué no podía retener nada en su mente? ¿Qué había pasado con su vida? ¿Por qué había desaparecido? Todo lo que la rodeaba le decía una sola cosa: vampiros. De ellos escapaba; a ellos asesinaba. No podían ser para otra cosa aquellas armas. Un vampiro había asesinado a su madre. Un vampiro que las mantenía prisioneras. Pero entonces ella había escapado. Su captor estaba muerto y ella era libre. Pero… ¿Qué había pasado luego? ¿Cuánto tiempo había pasado? Su imagen en el espejo le decía que no podía tener mucho más de… ¿diecisiete, dieciocho años, tal vez? Las apariencias podían ser tan engañosas a veces. Tal vez fuera menos, tal vez más.
Garabateó esto en el papel que tenía frente a sus ojos, en aquel intento improvisado de diario que esperaba le permitiera recobrar lo que había perdido. Releyó todo sin esperanza. No había caso: no podía recordar nada más. Ni siquiera sabía como había llegado a esa habitación ruinosa en la que vivía, ni de donde había sacado la ropa que tenía puesta. ¿Cómo se suponía que iba a averiguar algo sobre su pasado de ese modo?



SETH

Seth suspiró. Sabía que debía dar la orden. Aún así, una parte suya no quería hacerlo. Había pasado siglos haciendo lo mismo una y otra vez sin ningún avance. ¿No sería la hora de darse por vencido y olvidarlo? Tal vez el universo intentaba darle una señal: tal vez debía dejarla ir. Pero en el fondo sabía que no podía hacerlo. Desde la primera vez que la había visto había sabido que nunca podría olvidarla: sus vidas estarían ligadas por siempre. Así había sido desde entonces. Estaban condenados a encontrarse y separarse nuevamente una y otra vez, como en un juego o un círculo que no tiene final. ¿Cuánto tiempo podría seguir con aquello? ¿Acaso lo haría por toda la eternidad?
– ¿Qué ordena, señor? – le preguntó el hombre con solemnidad. Aquello ya lo tenía cansado también. Su mente divagó un momento más, analizando la situación, juzgando si debía o no dar la orden. Finalmente decidió seguir adelante. Si alguna vez iba a terminar, este no era el momento.
– Procedan – ordenó –. Tráiganme a la cazadora.