12 sept 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 9.


VICKY

La cercanía de la primavera había empezado a dejar huella, no solo en el mundo real sino en el virtual. El aspecto del blog que ya se le había vuelto costumbre seguir también había cambiado. Sobre el fondo negro, impenetrable como la noche, corrían innumerables líneas plateadas como telas de araña. El símbolo que representaba a los parias estaba presente en la esquina superior derecha, rojo sangre. Y el texto corría en la pantalla en un degradé de colores apenas visible para alguien que no tuviera una visión sobrenatural.
Zach no había vuelto a aparecer desde la discusión que habían tenido en la puerta de su casa. Por lo que Liz le había dicho, aún no le perdonaba que le hubiera ocultado la fecha de la última fiesta, sin importar que ella tuviera razón al hacerlo. Para empeorar las cosas, dos chicos habían aparecido muertos en los últimos días, a pesar de que ninguna nueva fecha se había anunciado. Hasta ahora. El nuevo lugar y fecha brillaban ahora frente a sus ojos. Y con ella empezaba a crecer dentro de ella una sombra de terror. Estaba segura de que, en algún otro lugar, Zach iba a ver el anuncio. Y esta vez seguramente iba a querer actuar, aunque fuera por sí solo.
El ruido del timbre en la planta baja la sacó de sus pensamientos. Unos segundos más tarde, alguien golpeaba la puerta de su habitación.
 -“¿Si? Está abierto,” dijo, cerrando el explorador de Internet y girándose para quedar cara a cara con quien entraba, mientras la puerta se abría de forma casi tímida. Frente a ella había dos figuras que eran dueñas de un parecido tal que era imposible no darse cuenta de que eran hermanos: un chico y una chica de cabello rubio muy claro y muy lacio, y unos ojos negros como el azabache: Liz y Dylan.
 -“¡Hola!” los saludó con sorpresa. Era la primera vez que Dylan iba a su casa y no estaba acompañado de Zach.
 -“Hola,” respondieron los dos casi a coro, entrando en la habitación. Vicky los miró en silencio mientras se sacaban las camperas que llevaban puestas y se sentaban en la cama. Giró completamente la silla para quedar frente a ellos y esbozó una sonrisa algo forzada antes de preguntarles por el motivo de la inesperada visita.
 -“Estamos preocupados,” respondió Liz, luego de mirar a su hermano. “Por Zach.”
Vicky sintió una especie de vacío en el pecho. Hizo un gran esfuerzo para que su rostro no lo expresara. Como no dijo nada, Liz volvió a hablar.
 -“Esta noche hay otra de esas fiestas,” explicó, “y Zach está decidido a ir.”
 -“Me imaginé,” suspiró ella, meneando la cabeza en señal de desaprobación. Se hizo un nuevo momento de silencio.
 -“Vinimos,” empezó Dylan, entonces, “porque necesitamos que nos ayudes a convencerlo de que no vaya…”
Vicky los miró con sorpresa.
 -“No sé si se dieron cuenta de que Zach no me dirige la palabra,” argumentó la chica, mirando a uno y otro hermano. “No sé que pueda llegar a hacer para convencerlos que ustedes no.”
Los dos chicos se miraron un momento.
 -“El problema,” dijo Liz entonces, “es que esta noche ninguno de los dos va a estar en casa, y no podemos hacer nada para pararlo si decide ir.”
 -“¿Dónde…?” empezó a preguntar Vicky.
 -“Todo esto que está pasando ya llamó demasiado la atención,” explicó Liz. “Se va a reunir un concejo de cazadores y vamos a ir.”
 -“Pero Zach dice que es una pérdida de tiempo,” continuó Dylan, con un tono algo resignado. “Y en muchos casos probablemente lo sea… El concejo tarda mucho en tomer una decisión, pero en este caso es necesario…”
 -“Si, sé como funciona un concejo de cazadores… Y tarda mucho en llegar a algo concreto porque no es algo estable.”
 -“Es verdad. Solo se junta en situaciones especiales. Pero en este caso la única forma de parar lo que está pasando es con ellos,” agregó liz.
Vicky suspiró, y se hizo un nuevo silencio. Los dos pares de ojos negros se posaron sobre ella, expectantes. Su mirada, de todos modos, estaba fija en el suelo, justo donde el parquet se había marcado cuando ella había dejado clavado uno de sus palillos chinos. Pero la presión y la expectación de aquellos ojos mirándola se sentían como una fuerza invisible presionándola contra su silla hasta fundirla con ella, e incluso quebrarla.



ZACH

Liz cruzó caminando frente al televisor, impidiéndole que viera apenas un detalle de la película. Zach gruñó en voz baja.
 -“Perdón,” se excusó ella, sin mirarlo. “Estamos un poco apurados.”
 -“No necesitás cruzarte frente al televisor por eso,” respondió él, solo por el gusto de molestarla.
 -“Zach, vamos a hacer algo importante. No es un juego… ¿Por qué no venís con nosotros?”
 -“Porque quiero ver la película,” respondió él, sin mirarla.
 -“¿Vas a quedarte en casa?”
 -“Por supuesto,” respondió con una sonrisa que indicaba lo contrario.
Liz salió de la habitación hecha una furia. Él se limitó a reírse. Una vez que escuchó la puerta cerrarse, apagó el aparato, y fue hasta su habitación.
Se trataba, en realidad, de una especie de buhardilla o altillo, la única habitación de la planta alta. Las paredes estaban recubiertas de madera, dando la sensación de estar en una cabaña. El piso estaba cubierto por una alfombra de un color grisáceo marcada en varios lugares por una distribución de muebles anterior. Había un armario negro y una cama de una plaza y media con las sábanas revueltas. A un costado había un baúl de madera y una silla sobre la que descansaba la mochila del colegio.
Con paso rápido, se acercó al baúl de madera y lo abrió. En su interior brillaba una inusual colección de armas de los más diversos aspectos. Luego de revolver un poco, vació la mochila de libros y la cargó con algunas de las armas, incluyendo el cuchillo que había heredado de sus padres, aquel hecho de metal y madera combinadas de forma para él desconocida.
Mientras hacía esto, un ruido lo sobresaltó. La puerta de su habitación estaba cerrada… Con llave, comprobó, cuando se acercó a intentar abrirla.
Liz. Estaba seguro de que había sido ella que había entrado otra vez a la casa para asegurarse de que él no pudiera salir. Golpeó la puerta una y otra vez, pero nadie respondió. Volvió a golpearla. Sabía que no iba a ceder, era demasiado fuerte. No tenía caso perder el tiempo con eso. Con un suspiro de resignación, caminó hasta la única ventana. Al abrirla, un viento suave invadió el ambiente, revolviéndole el cabello. El techo caía unos metros. Luego, era un salto de tres metros, y la vereda. Nada que no hubiera hecho antes. Con unas sonrisa, se dio media vuelta y caminó hasta su mochila. Cuando se disponía a salir por la ventana, una sobra apareció frente a él.
 -“¿Y exactamente dónde pensás ir?” le preguntó Vicky, apareciendo frente a él y bloqueándole la salida.
 -“¿Vicky? ¿Qué hacés acá?” preguntó él, aún intentando descubrir como había llegado hasta ahí.
 -“Asegurándome de que no hagas nada estúpido, como ya sabemos que es tu costumbre,” respondió ella, saltando adentro de la habitación con la gracia propia de una bailarina.
 -“Vicky, dejame en paz,” contestó él, de forma casi agresiva, intentando apartarla.
 -“¡Zach! Lo que vas a hacer es suicida, no voy a dejar que te vayas.” Y al decir esto lo tomó por el brazo y, haciendo gala de su fuerza, tiró de él hasta hacerlo trastabillar y caer hacia atrás. “Aunque eso signifique que tengo que pelearme con vos.”
Zach se levantó, furioso. Estaba bien claro, por la forma en que los ojos de la chica brillaban, que hablaba muy en serio. Bien, ella quería pelear; entonces iba a pelear. ¡Qué después se atuviera a las consecuencias! Sin darle tiempo a prepararse, le salto encima, derribándola contra el suelo.
Estaba seguro de poder reducirla en solo cuestión de segundos, pero ella lo sorprendió. Con un golpe seco, lo arrojó a un costado, poniéndose rápidamente de pie, y abalanzándose sobre él a toda velocidad. Cuando logró deshacerse de ella, un hilo de sangre comenzó a brotarle lentamente de la nariz. Se lo limpió de un manotazo, profiriendo un glosario de palabras en voz baja. Ella soltó una risita que se desvaneció al instante, y esperó. Él volvió a saltarle encima, y ambos se estrellaron contra la pared con fuerza, haciendo que ella golpeara con todo el cuerpo sobre las tablas que la revestían. Con la mano derecha intentó aprisionarla, pero un golpe en medio del estómago lo obligó a retroceder unos centímetros. Sus manos se alzaron intentando frenar el siguiente golpe, y nuevamente volvieron a trenzarse en una lucha campal.
Sin saber como, logró tomarla por las muñecas. Nuevamente volvieron a estrellarse contra la pared, sus rostros a solo unos centímetros de diferencia, la respiración agitada. Desde donde estaba podía escuchar el tamborileo de su corazón y sentir el ir y venir de su pecho con cada bocanada de aire. Su rostro, generalmente pálido, había tomado un suave color rojizo. Sus miradas se encontraron. Sus ojos eran de un gris oscuro tan profundo que parecía que podía perderse en ellos, descubrió con asombro. Y entonces cayó en la cuenta de que, hasta ese momento, jamás la había mirado realmente a los ojos. No desde que había descubierto lo que era, al menos. Sus miradas se habían cruzado apenas un instante en varias ocasiones, pero siempre la había apartado casi de inmediato. La tensión desapareció. Ella dejó de luchar por soltarse. Simplemente se quedó allí, acorralada contra la pared, sus ojos clavados en los de él, sin decir una sola palabra. Allí fue cuando se percató de otra cosa: el temblor de sus manos había vuelto. ¿Cuánto hacía desde que no se alimentaba de sangre?
Algo dentro de él también cedió, aflojando la presión que ejercía para mantenerla atrapada. Había algo que no podía descifrar sucediendo justo frente a sus ojos. Y ella también parecía ser consciente de ello; o al menos parte. ¿Qué cosa…? Su pulso volvió a acelerarse. Volvió a ponerse tensa, pudo sentirlo en todo su cuerpo, pero no volvió a pelear. Ni siquiera intentó zafarse de él. Solo seguía allí plantada, mirándolo como si quisiera devorárselo con los ojos. Y entonces comprendió que era lo que estaba sucediendo, y se dejó llevar…
Sus manos soltaron sus muñecas con recelo, temeroso de que ella aprovechara la oportunidad para contraatacar; pero no lo hizo. Sus rostros seguían a tan solo unos centímetros, sus ojos clavados en los del otro. Sus manos recorrieron los brazos de la chica hasta llegar al cuerpo, y luego, con violencia, la acercó más hacia él, hasta quedar pegados. Las manos de ella se enredaron con igual violencia en su cabello, acercando su rostro hacia ella con fuerza. Y antes de que pudieran darse cuenta de lo que estaba sucediendo, estaban besándose como jamás habían besado en sus vidas. Había una desesperación en sus cuerpos de la que recién comenzaban a ser conscientes; un sentimiento reprimido cargado de deseo y necesidad.
Zach retrocedió unos pasos sin soltarla, obligándola a moverse con él. En la desesperación, sus pies trastabillaron, haciéndolos caer al piso. Pero para ese entonces, ambos habían decidido que ya no importaba. En pocos minutos, todo el mundo a su alrededor no fue absolutamente nada.

4 comentarios:

Carmen dijo...

Enhorabuena! Al texto le falta un poco de trabajo y una corrección profesional, pero tiene gancho y ritmo, y se nota que disfrutas con lo que haces. Mis felicitaciones. Adelante hasta el final!

Unknown dijo...

gracias!!! :)

Savannah dijo...

como siempre tu escritura me enamora , me encanta con la delicadeza que escribe
Pasare proxima semana!

Unknown dijo...

gracias por pasar!! :)