Las voces resonaban en su cabeza como un eco. Y mientras tanto, esa extraña sensación lo invadía, como un fuego interno que corría a través de todo su cuerpo, quemándolo. Necesitaba hacer algo, necesitaba que esa sensación desapareciera. ¡Era insoportable!
Las voces se hicieron más claras. O tal vez solo fuera que, en el intento desesperado de ignorar el malestar, él estuviera concentrándose más en ellas. Si, los conocía. Sus voces eran terriblemente familiares, y al escucharlos, casi podía formar una imagen mental de sus rostros.
-“¡No pueden llevárselo!” exclamó una voz femenina. Sabía que se trataba de una mujer, que su cabello era rubio pálido, y sus ojos oscuros.
-“Va a ser lo mejor para todos,” replicó un hombre con tranquilidad, intentando razonar con ella. “Cuando despierte va a estar sediento. La necesidad de sangre es mayor que cualquier sentimiento que pueda tener hacia cualquiera de ustedes. En la desesperación, es probable que haga algo de lo que más tarde se arrepienta, y no va a ser capaz de detenerse hasta que sea demasiado tarde.”
La mujer intentó protestar nuevamente, pero otra voz la interrumpió.
-“Mamá,” dijo una chica, con voz triste pero firme, “William tiene razón. Lo mejor va a ser que se lo lleven. Ellos van a saber que hacer si se despierta, nosotros no. No nos enseñan a ayudarlos en el despertar, nos enseñan a matarlos antes de que lo hagan o una vez que lo hicieron. No podemos ayudarlo.”
Nadie respondió. ¿O tal vez solo había dejado de escucharlos? Aquella insoportable sensación volvió a invadirlo. ¡Era instolerable! ¡Si no paraba pronto, iba a volverse loco! Y entonces un ruido cercano lo distrajo nuevamente. Alguien había entrado a la habitación donde se encontraba. Podía sentirlo. Pero… ¿dónde se encontraba? Lo último que recordaba era estar en el suelo, Vicky y Liz estaban junto a él. Al principio no había querido creerlo, pero al ver llorar a Vicky no le habían quedado dudas. Ella no era del tipo que lloran. Si las lágrimas habían podido con ella era porque lo que veía era realmente malo. Y entonces había comprendido que estaba perdido. Pero ella le había ofrecido una opción, que al principio él había querido rechazar, pero luego había terminado aceptando. Después de todo, él tampoco quería morir. Pero antes de hacerlo, cuando Liz se había alejado, Vicky había dicho algo que le había helado la sangre. Había deseado detenerla, pero ya era tarde. El proceso había iniciado y no podía dar vuelta atrás.
-“Es la primera vez que hago esto, y podría matarme.” Las palabras resonaban en su cabeza una y otra vez como un eco. Y un confuso torrente de imágenes, luego del cual todo se volvió negro. Y luego… luego solo recordaba confusión y oscuridad. Y una espantosa sensación de nada. Una y otra vez había gritado su nombre, llamándola: ¡Vicky! Pero ella no había respondido. Aún así, se negaba a creer que ella hubiera muerto allí con él. ¡No! No podía aceptarlo. ¡Vicky! ¡Vicky!
El grito brotó fuerte y claro de sus labios, al tiempo que una extraña sensación lo invadía. Sus ojos se abrieron. La luz a su alrededor lo cegó, y tardó varios segundos en poder ver algo. Y allí estaba: la ropa pegada al cuerpo por un sudor frío que lo cubría por completo, sentado en su cama con la respiración agitada mientras un sorprendido grupo de rostros extrañamente familiares lo observaban con sorpresa y algo de terror. Aquella espantosa sensación de fuego en las venas volvió a invadirlo, quemándole el cuerpo entero, pero intensificándose en su garganta. ¿Qué era aquello? Nunca en su vida había sentido algo así, pero no estaba seguro de poder soportarlo mucho tiempo más.
Una figura avanzó hacia él con paso firme: un hombre de cabello oscuro y ojos grises de aspecto acuoso. Junto a él había una chica de no más de dieciocho años. El cabello rubio dorado le caía en una cortina junto al rostro, y sus ojos negros estaban fijos en él con una incomprensible mezcla de alegría y terror.
Al verla, aquella insoportable sensación se hizo más fuerte, como si un volcán estuviera a punto de hacer erupción dentro suyo. Sentía que la garganta le quemaba, que si abría la boca empezaría a escupir fuego. Y necesitaba urgentemente calmar aquella sensación. Necesitaba… beber. Y entonces lo comprendió: aquello que sentía era, nada más y nada menos que una terrible sed. Solo tenía que tomar algo y la sensación iba a desaparecer. Se hizo un silencio incómodo mientras los presentes lo observaban con una mezcla de horror y fascinación, y un nuevo sonido invadió sus oídos, amenzanado con volverlo loco: una especie de tamborileo cada vez más acelerado. Algo en el fondo de su mente encontró también la respuesta para ello: el latido de un corazón. Pero no el suyo, sino el de aquella chica de ojos negros que lo observaba paralizada.
El fuego en su boca se volvió más intenso. Tomó una bocanada de aire, como esperando que este le ayudara a calmar aquella sensación, pero se volvió peor. Un perfume intenso le inundó las fosas nasales, y le llenó la boca como un sabor dulce y tentador. Sangre, dijo algo en el fondo de su inconsciente. Una nueva sensación de dolor, diferente a las otras, le invadió la boca, y aunque no podía verse supo lo que sucedía. Podía sentir las puntas filosas de sus comillos, que le hubieran perforado la carne si hubiera intentado cerrarlos. Y sin siquiera percatarse de lo que hacía, dio un paso hacia ella, hacia esa muchacha cuyo aroma y aspecto le atraían tanto y cuyo nombre no podía recordar, aunque estaba seguro de conocer. Cuando volvió a avanzar, con mayor velocidad y determinación, dos fuertes brazos lo sostuvieron, forcejeando con él.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que apenas pudo percatarse de los hechos en concreto. No supo muy bien como ni porque, pero la desesperación lo llevó a pelear con aquellos brazos, a intentar zafarse de ellos. La necesitaba. ¡Necesitaba su sangre! El hombre de cabello negro lo aprisionó con una fuerza que no le pareció natural; una fuerza que descubrió que él también tenía, aunque no sabía muy bien como usar.
Mientras esta pelea se llevaba a cabo, una mujer de aspecto muy similar a la muchacha la tomó por el brazo y la obligó a moverse, saliendo rápidamente de la habitación y dejándolos solos. Él y el hombre forcejearon un momento más. La furia empezaba a invadirlo. La quería; la necesitaba. No podía dejar que se la llevaran.
No supo que fue lo que hizo el hombre. El golpe estuvo muy bien dirigido, la fuerza empleada en la medida justa. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que sucedía, todo se volvía negro nuevamente a su alrededor. Y ya no supo más.
1 comentario:
niña por dios!!! me quitaste el aliento. no se si fue porque echo de menos mis personagen favoritos , o porque escrebi divinamente. conclusion creo que es un poco de cada , me gusta muchissimo.
Publicar un comentario