25 jul 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 2

ZACH


 -“¿A dónde vas?” preguntó Liz, acomodándose la rubia melena mientras salían del colegio.
 -“Voy a lo de Vicky,” respondió Zach, sin mirarla. “Hace dos días del ataque. Solo quiero asegurarme de que está bien. Los veo después.”
Liz bufó mientras su hermano se le unía. Hacía rato que había asumido a Dylan como un hermano, a pesar de que fueran hijos de diferentes padres. Si no lo decían, nadie lo notaba, de todos modos. Ambos eran terriblemente parecidos, no solo en rasgos sino también en características. Tenían el mismo color de cabello y de ojos, y la misma mirada que parecía hablar por si misma. No tenían la misma estatura solo por centímetros, diferencia que ella lograba pasar desapercibida con el uso constante e infaltable de unos elevados zapatos de taco sin los cuales aseguraba que no podía caminar.
 -“¡Vicky, Vicky, Vicky! ¡Desde ayer a la madrugada que no hace más que decir eso! ¿Desde cuando le importan tanto las víctimas de los vampiros?”
Dylan se limitó a reír. Sabía perfectamente cuando su hermana estaba celosa, y este era, precisamente, uno de esos casos. Iba a ser mejor que Zach empezara a abrir los ojos y a darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, o iba a encontrarse con una escena bastante desagradable.
 -“Tranquila,” le contesto, después, “ya se le va a pasar.” De esto último, no estaba muy convencido, pero intentó disimularlo para no fastidiar aún más a su hermana.

 -“Hola.” Vicky se sobresaltó. Al reconocer a la figura que se le había aparecido por la espalda, su respiración volvió a un ritmo normal. Acto seguido, esbozó una sonrisa.
 -“Hola,” respondió en un susurro, escondiendo el rostro en una enorme bufanda. “¿Pasó algo?”
 -“Solo quería asegurarme de que estuviera todo bien,” le respondió, algo incómodo al ver que la chica se hallaba perfectamente bien.
 -“Si,” respondió ella mientras revolvía un bolsillo de su mochila, buscando las llaves. “¿Querés pasar?”
 -“No gracias,” dijo él. Un papel cayó del bolsillo de la chica cuando sacó el pequeño llavero. Él se agachó a recogerlo; pero al verlo, su rostro se ensombreció. “¿Qué es esto?”
 -“Una invitación,” respondió ella con total naturalidad. “A un baile. Me la dio una chica de mi curso.”
 -“¿Sabés qué significa esto?” preguntó él, señalando un símbolo que había a un costado del papel, como una llama de la que goteaban unos pequeños círculos.
Ella negó con el rostro.
 -“Eso es la identificación de un vampiro. Generalmente lo tienen tatuado en el cuello o en la mano, a veces en las muñecas, o llevan un colgante o un anillo con el símbolo.”
La chica permaneció con la mirada perdida. Luego, volvió a mirarlo, primero al papel y luego a su interlocutor, como si no pudiera dar crédito a lo que oía.
 -“Es una locura,” dijo entonces.
 -“Ya lo creo,” respondió él, mirando el papel con curiosidad. “No se te ocurra ir,” le advirtió, entonces.
 -“No tenía pensado hacerlo,” murmuró ella, con total desinterés en el asunto, y girándose a abrir la puerta de su casa.
 -“Bueno, solo quería saber que estabas bien,” dijo él, girándose también para irse. “Chau.”
 -“¿Qué vas a hacer con la invitación?” preguntó ella, viendo que el chico la seguía sosteniendo en su mano.
 -“Nada,” dijo él, guardándosela en un bolsillo. “La voy a llevar a casa para que la vean los otros. Es algo peligroso, que los vampiros organicen fiestas.” Y antes de que ella pudiera decir nada, se dio media vuelta y se fue caminando con paso rápido por donde había llegado.
Vicky dejó escapar un suspiro mientras lo observaba alejarse, meneando la cabeza a un lado y al otro en señal de negación o resignación. Luego, tiró su mochila a un costado y cerró nuevamente la puerta, para alejarse rápidamente del lugar.

VICKY

Empezaba a anochecer. Vicky se acurrucó en el rincón donde había pasado sentada la mayor parte de la tarde en busca de mayor protección del viento, que parecía más fuerte en aquella calle. De a poco, toda señal de vida había desaparecido del lugar. Ella era la única persona en varias cuadras a la redonda. El frío invernal invitaba a estar adentro, junto a una estufa o chimenea, con una buena taza de café o chocolate caliente, y todo aquel que estaba en condiciones de hacerlo parecía haber optado por aquella opción.
 -“Lo que daría por algo caliente,” farfulló en voz baja, casi inaudible, frotándose las manos una con otra, y deteniéndose a comprobar que aquel fastidioso temblor seguía allí, incontrolable e imposible de ocultar.
Entonces, algo en la vereda de enfrente llamó su atención. Mirando la hora en su teléfono celular, sonrió. “Justo como pensaba,” rió por dentro, levantándose de su lugar con cuidado para no llamar la atención de los tres adolescentes que salían de una casa en la vereda contraria. Su aspecto era perfectamente normal: tres adolescentes que salen en una noche de viernes.
La chica, vestida con unos pantalones ajustadísimos y unos zapatos de tacos altos, de esos que la mayoría suele sacarse a la mitad de la noche, iba acurrucándose en una larga campera blanca, mientras discutía en voz apenas audible con uno de los chicos, el de cabello oscuro.
 -“No sé si es una buena idea. Tendríamos que haberlo consultado,” decía ella, mientras caminaba.
 -“¿Para qué?” preguntó él, en tono desafiante. “Es una oportunidad en un millón. No la podíamos dejar pasar…”
 -“Pero, Zach, va a estar lleno de ellos. ¿Y si nos descubren? Somos solo tres… Y ya sabés que yo no soy muy buena con todo esto…”
 -“No va a pasar nada, ni se van a dar cuenta.”
 -“¿Cómo estás tan seguro?”
Estaban llegando a la esquina. La chica estaba insegura, era evidente. Dylan, el otro chico, no había dicho nada, pero algo en su mirada demostraba que en parte estaba de acuerdo con su hermana. Zach bufó, molesto. Cuando se fue a dar vuelta para responder, se encontró mirando cara a cara a Vicky, que los observaba con una risita a poca distancia, sin que ellos siquiera se hubieran percatado de su presencia.
 -“Si yo fuera vos la escucharía,” le dijo entonces, con tranquilidad.
 -“¿Cómo llegaste acá?” fue lo único que obtuvo como respuesta.
 -“Como cazador de vampiros dejás bastante que desear”, le dijo ella, cruzándose de brazos y  balanceando el peso de su cuerpo sobre el lado derecho de su cadera y su pierna. “Te seguí desde mi casa y no te diste cuenta. Y estuve atrás de ustedes media cuadra y ninguno de los tres me vio tampoco.”
 -“¿Quién es ella?” preguntó Liz de forma para nada amistosa.
 -“Ah, si,” dijo Zach, entre sorprendido y atontado. “Liz, ella es Vicky. Ya te hablamos de ella…”
 -“Ah, si,” respondió esta con desdeño, observando a la chica de reojo como haciéndole una radiografía: tenía el pelo revuelto, despeinado por el viento y recogido atrás en una especie de nudo. Estaba vestida con unos jeans gastados y unas zapatillas que definitivamente habían visto tiempos mejores años atrás. En lugar de campera llevaba un saco de lana de color grisáceo y de aspecto sucio, y en varios lugares lo colgaban hilitos donde se había enganchado. También tenía una enorme bufanda de lana que le cubría a medias el rostro, de color negro. Para completar la escena, el temblor constante de sus manos le daba un aspecto todavía más precario, como si fuera una mendiga.
 -“Supongo que habrás tenido una buena razón para seguirnos, ¿verdad?”
 -“Si,” dijo Vicky, ignorando a la chica que la analizaba con un gesto de desagrado. “Asegurarme de que no se te ocurriera la maravillosa idea de ir a esa fiesta a la que me invitaron. Al menos no sin mí.”
 -“Esto no es un juego.”
 -“Ya lo sé… Pero…” Vicky dudó un momento antes de continuar. “No es la primera vez que me invitan a una de esas fiestas. La invitación sola no alcanza. Si van solos, no los van a dejar pasar. Y seguramente van a sospechar algo raro… Y podría ser peligroso.”
 -“¿Estás diciéndome que fuiste a otras fiestas de vampiros?” preguntó Zach, indignado, interrumpiendo a Dylan que iba a hacer una pregunta en un tono mucho menos agresivo.
 -“Supongo que podría decirse que si,” respondió la chica, levantando levemente los hombros en un gesto que intentaba quitarse culpa. “Y por eso te digo que no podes caer así como así y que te dejen pasar. Y si se les ocurre revisarte o algo, y se encuentran con las cosas que llevas encima, no les va a gustar mucho enterarse de que sos el primo de Buffy la cazavampiros,” agregó, antes de que él pudiera decir nada, mirando de reojo a Liz.
  -“¿Y pretendés venir con nosotros… así vestida?” dijo la otra, haciendo un gesto que indicaba que lo que llevaba puesto le desagradaba.
Dylan se rió por lo bajo. Zach hizo un gesto mirando hacia arriba, y dejó escapar un “mujeres” casi inaudible.
 -“Supongo que podrías prestarle algo, ¿no?” exclamó entonces este mirando a su prima.
 -“No creo que le entre mi ropa,” respondió la otra.
 -“Yo creo que si,” dijo su hermano, mirando a ambas chicas de arriba abajo con ojo crítico.
Mientras la rubia soltaba un manojo de palabras totalmente incomprensibles para nadie en especial, dieron media vuelta y regresaron a la casa. Una vez adentro, los dos varones se sentaron uno frente a otro en la mesa del comedor, y las chicas caminaron en silencio a través de un pasillo oscuro hasta el dormitorio perteneciente a Liz.
 -“Bueno,” suspiró, “supongo que alguna de mis polleras tiene que irte…”
 -“Prefiero pantalones,” respondió la otra, revolviendo en un pilón de ropa que descansaba sobre una silla y sacando unos jeans elastizados negros. Después de sacarse el abrigo que llevaba puesto, se puso a desatarse las zapatillas y se dispuso a cambiarse. La otra hizo un gesto que no llegó a ver, y siguió revolviendo en busca de más ropa.
 -“No sé que te habrás puesto vos debajo de la campera,” le dijo, “pero generalmente en estos lugares hace calor, así que pensá en algo liviano.”
 -“Me imaginé,” respondió la otra, tirándole una remera de color bordó. “Esa tiene que irte.” Se trataba de una remera de modal de manga larga abuchonada arriba y algo suelta hacia abajo y cuello redondo muy amplio. Vicky se sacó lo que llevaba puesto y se la puso en silencio. La prenda se le ajustaba al cuerpo, marcando cada una de las leves curvas que lo formaban. Liz gruñó por lo bajo algo incomprensible con un gesto poco feliz. Finalmente, se arrodilló en el suelo y sacó una gran caja de madera de debajo de la cama. Adentro había cientos de pares de zapatos, botas y sandalias.
 -“No tengo nada plano,” le dijo, mirándola. “Salvo las zapatillas que uso para hacer gimnasia en el colegio, pero no tienen mucho que ver con eso… ¿Cuánto calzas?”
 -“39,” respondió la chica, mirando la caja.
 -“En eso estos te van,” le respondió, alcanzándole un par de zapatos negros simples.
Vicky se los puso, y caminó un par de veces alrededor de la habitación. Liz la miró, incrédula. Con los tacos o sin ellos, la chica caminaba exactamente igual. Era como si no los tuviera puestos.
 -“Perfecto,” dijo la otra, con una sonrisa. “Algo de abrigo, y nos vamos.”
Liz bufó nuevamente, y rebuscó en su armario, hasta sacar un saco negro de lana largo por las rodillas.
 -“Creo que esto va con tu estilo,” le dijo, alcanzándoselo. “Lo que no sé que vas a hacer es con tu pelo,” murmuró.
La otra chica sonrió, soltándose el cabello que le cayó en pequeños tirabuzones desordenados hasta por debajo de la cintura. Con cuidado, se lo fue acomodando, formando los rizos con los dedos y dejándolos caer nuevamente a su espalda. Luego, se tiró los mechones del frente hacia atrás, dejando solo un rizo apenas más largo que su cara, y se hizo una especie de rodete que aseguró con dos palillos chinos que antes habían quedado escondidos en la especie de nudo que tenía.
 -“Listo,” exclamó con una sonrisa. El cambio era imposible. Liz estaba roja de envidia. Hiciera lo que hiciera, jamás iba a lograr aquel cambio en su propio cabello. Jamás iba a lograr que se viera así.
 -“¿Vamos?” interrumpió la otra sus pensamientos.
Sin responder, salieron las dos de la habitación. Los varones se levantaron de su lugar, y estaban a punto de empezar a decir algo con respecto al tiempo tardado, pero se quedaron en silencio, observando con asombro la transformación ocurrida en su visitante. Vicky pasó por delante de ellos sin siquiera mirarlos y, girándose frente a la puerta, los observó entre seria y divertida:
 -“¿Bien? Ah, antes de que me olvide: no estarán llevando esas espaditas suyas de la otra noche, ¿no? Van a ser difíciles de esconder.”
 -“Por supuesto,” respondió Zach después de un momento, indignado. “No somos tan tontos. Ahora, si ya están listas, vámonos.” Y sin volver a mirarla ni una sola vez, se cruzó a su lado y salió por la puerta rumbo a la calle.
Casi cuarenta minutos, y un viaje de colectivo más tarde, los cuatro chicos subían las oscuras escaleras de un edificio que parecía una caja de zapatos. El ruido lejano de música inundaba el lugar, junto con un aroma extraño, mezcla de tabaco, transpiración y alcohol, y algo más que era imposible explicar.
 -“Ahora me dejan a mí, ¿si?”
Zach estaba a punto de protestar cuando llegaron a un pasillo oscuro. A su derecha, la escalera seguía hacia arriba. Frente a ellos había una puerta de metal, y sentados junto a ella, detrás de una mesa que parecía un escritorio de colegio de esos para dos alumnos había dos chicos que no parecían de mucho más de su edad, aunque algo en su actitud general decía que eran mayores. Al verlos llegar, uno de ellos se levantó para interrumpirles el paso.
 -“Solo se puede entrar con invitación,” les dijo.
Sin decir nada, Vicky sacó la tarjeta de su bolsillo y se la alcanzó con una sonrisa completamente natural. El otro chico se levantó y se acercó a ver el papel, que estaba bastante maltratado.
 -“Es invitada de Milena,” dijo uno en voz baja. “Andá a buscarla.”
El otro cruzó la puerta. Se hizo un silencio incómodo mientras esperaban; el chico que aún seguía en la puerta los observaba con desconfianza.
Unos minutos más tarde, una chica apareció junto con el que había entrado. Era alta, tanto como Vicky sobre los tacos, y de piel pálida. Tenía el cabello negro y ondulado, largo por debajo de los hombros, y unos ojos grises tan claros que daban impresión a la distancia, por parecer transparentes. Estaba vestida íntegramente de negro, pero perfectamente a la moda, y llevaba un maquillaje muy suave que resaltaba su palidez y mirada. Al reconocer a la chica que esperaba, sonrió.
 -“¡Vicky!” exclamó, abrazándola. La otra le devolvió el abrazo con una sonrisa que parecía sincera.
 -“Mile,” la saludó. “Traje a algunos amigos, ¿no hay problema?”
Milena los miró un momento sin dejar de sonreír.
 -“No, no hay problema. Pasen. Pensé que no ibas a venir.”
 -“No iba a venir,” respondió la otra mientras caminaban hacia el interior del lugar. “Pero estábamos aburridos y me acordé de la fiesta y vinimos.”
 -“¡Bárbaro! Me alegra que hayas venido. Yo estoy arriba con los demás, si querés venir. Si no, acá está bastante entretenido.” Y luego de dar algunas indicaciones sobre donde encontrar cada cosa, se alejó entre la multitud mientras los cuatro empezaban a sacarse los abrigos abombados por el calor sofocante.
Los varones se acomodaron en una mesa de las que había ubicadas alrededor de una improvisada pista de baile en la que jóvenes de todas las edades se sacudían al ritmo de la música de moda. Vicky apoyó su abrigo en una silla y les sonrió, satisfecha.
 -“Vieron que les dije, no… Sin mi no iban a poder entrar.”
Zach asintió de mala gana.
 -“Voy a buscar algo de tomar. ¿Alguien quiere algo?” preguntó la chica, entonces. Al no recibir respuesta, se dirigió a la barra. Cuando volvía, trago en mano, dos ojos negros la obligaron a detenerse donde estaba.
 -“Supongo que no hace falta que te aclare que no me caes bien,” le dijo Liz, impasible.
 -“No hay que ser muy observador para percatarse,” respondió la otra haciendo girar el sorbete en su vaso. “¿A qué viene la aclaración?”
 -“No me gustó nada toda esta escenita de la puerta, y sé que andas en algo raro…”
 -“No sé de que estás hablando,” la interrumpió la chica. “Solo sé que de no haber sido por la escenita, como vos decís, seguramente los hubieran hecho pedacitos.” Y luego de decir esto, siguió caminando hacia donde los varones esperaban.
Zach y Dylan seguían sentados a un costado, observando detenidamente a su alrededor e intentando ver algo sospechoso. Todo parecía normal, sin embargo, salvo por el hecho de que alguien había armado un bailable clandestino en el lugar menos pensado de la ciudad. Había vampiros, podían reconocer algunos de sus rasgos característicos en los rostros que los rodeaban, pero todos parecían estar simplemente disfrutando de la música y de la fiesta. Algunos bailaban, otros conversaban en las mesas. Nadie hacía absolutamente nada fuera de lugar.
Una sombra cruzó por delante de sus ojos. Zach los cerró y los volvió a abrir.
 -“¿Dónde está Vicky?” preguntó. La chica estaba frente a ellos. Había apoyado su vaso casi vacío sobre la mesa y bailaba en silencio con un ilustre desconocido. Y de pronto, había desaparecido. Ya no estaba más.
Sobresaltado, se levantó de su asiento con un salto, profiriendo un glosario de insultos en voz baja. Esto no podía estar pasando realmente.

21 jul 2011

Cazadores: Zach y Vicky. Parte 1: Zach.



Era la noche más fría del año, de eso no cabía ninguna duda. Las calles estaban completamente desiertas. No tenía sentido estar allí. Zach lo sabía muy bien. No había un alma a la vista. ¿A quién se le podría ocurrir andar por la calle con un frío como aquel? Además de a ellos, claro. Solo a ellos se les podría ocurrir que aquella era una buena noche. Para intentar entrar en calor, aceleraron el paso. Dylan, siempre unos centímetros por detrás a su derecha, estrujaba sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo, sus dientes chocando frenéticamente de manera incontrolable. Cada vez que respiraban, una cortina de vapor brotaba de sus narices y bocas. Aún así, ninguno de los dos dijo nada. El frío no iba a ser capaz de doblegarlos. No iban a regresar, no hasta estar seguros de que realmente no había nadie. Sabía que aquel era el momento en que las criaturas de la noche salían a cazar. La temperatura no iba a ser un impedimento para aquellos monstruos, así que tampoco podía serlo para ellos. Después de todo, para eso estaban ellos aquí; para asegurarse de que aquellas criaturas infernales no se dispersaran por la ciudad, aterrorizando a quienes vivían en ella. Durante generaciones, sus familias se habían dedicado a proteger a la humanidad, y así seguiría siendo hasta el fin de los tiempos. Su trabajo era cazarlos; en eso consistía la mayor parte de su vida: entrenar, aprender, estudiar, y asesinar a aquellos monstruos que asolaban las calles de la ciudad, especialmente durante las noches; y luego, por supuesto, fingir que era un adolescente perfectamente normal de casi dieciocho años cuyo mayor interés era terminar el secundario llevándose la menor cantidad de materias posible. Y quien lo hubiera visto en aquel momento seguramente hubiera pensado exactamente eso, que se trataba solamente de un chico normal, el cabello revuelto de un tono castaño un tanto rojizo cayéndole sobre los ojos, los pantalones rasgados de un gastado color azul plomizo, y una enorme campera negra de aspecto abrigado. Dylan, a su lado, no se veía muy diferente. Apenas superando el metro setenta, era casi de su misma estatura; tenía el pelo tan rubio que parecía blanco, y todo su aspecto hubiera hecho pensar en un albino, de no haber sido por sus ojos negro azabache. Ambos iban ataviados de forma muy similar, este último llevando también una mochila colgada únicamente del hombro derecho. ¿Quién hubiera podido pensar a que dedicaban realmente su tiempo los dos amigos? Claro que, pensándolo bien, cualquiera que los viera en aquel momento hubiera sospechado algo raro. Definitivamente, no cercano a la realidad, pero si malo. No era algo demasiado habitual que dos adolescentes pasearan por las calles de la ciudad, en pleno invierno, un miércoles a las doce de la noche, cuando al día siguiente debían estar en la escuela a las siete y media de la mañana.
Zach sonrió al pensar en ello. Si la gente supiera cuan acostumbrado estaba a pasar días enteros sin dormir. Su cuerpo ya ni siquiera lo exteriorizaba. Las ojeras recién aparecían al segundo o tal vez tercer día, y desaparecían con una buena noche de sueño reparador de tan solo cinco o seis horas. No necesitaba más. Había entrenado toda su vida para eso. La noche era el momento en que los vampiros salían a hacer sus actividades más terroríficas. Era el momento más propicio para reconocerlos y atraparlos. Para destruirlos. No podían dejarla pasar.
Un ruido lo sacó de su estado de ensueño.  Alguien corría, a poca distancia de allí. Para su oído entrenado, el ruido de los pasos se distinguía claramente de los demás ruidos de la ciudad. Y de pronto, con un golpe seco, los pasos se detuvieron, y se oyó, a lo lejos, un grito ahogado. Una voz femenina. Sin siquiera mirarse, ambos empezaron a correr. En la siguiente esquina doblaron a la derecha, y luego a la izquierda en la que vino después, y allí estaba: una figura negra se erguía, gigantesca, sobre una figura pálida de cabello revuelto. Sin pensarlo, llamó su atención con un grito, como una advertencia. El rostro que se volteó a mirarlo era todo menos humano. Era de aspecto joven, no mucho mayor que ellos, de largo cabello negro cayéndole en mechones de aspecto grasiento a los costados de la cara. Sus ojos eran dos llamas de color rojizo, y su rostro estaba descompuesto en una mueca de odio. De sus labios asomaban unos largos y filosos colmillos manchados de sangre, una sangre casi tan roja como su mirada. Era alto y corpulento, y estaba vestido completamente de negro, con una campera de cuero algo desgarrada en un brazo.
 -“Alejate de la chica,” le advirtió Zach con voz firme.
 -“Mi consejo es,” respondió el vampiro, echando la cabeza violentamente a ambos costados y haciendo que los huesos de su columna sonaran, “que den media vuelta y desaparezcan, antes de que decida que me gustan más que ella.”
Zach sonrió. Sin decir una palabra, se bajó rápidamente el cierre de la campera. Dylan soltó la mochila que llevaba colgada y lo imitó con total parsimonia. Debajo de los abrigos asomaron dos hojas brillantes que llamearon un momento cuando les dio de lleno la luz de la calle con un tono azulado, muy parecido al fuego de las hornallas de gas. Con expresión de fastidio, el vampiro soltó a su victima, la cuál cayó de rodillas al suelo y permaneció allí sin moverse, apoyada contra la pared. Sin decir una palabra, se dirigió hacia ellos con paso lento pero decidido. Ambos se pusieron en posición, esperando el ataque, sus rostros expresando solamente concentración. Y entonces, el otro saltó. Impulsándose contra la pared, se dirigió directo al cuello de Dylan, el más cercano de los dos. Este, haciendo gala de unos reflejos superiores a lo que su enemigo esperaba, giró sobre sus pies y quedó cara a cara con él, blandiendo su espada con una habilidad poco propia de un joven del siglo veintiuno, y asestándole un certero golpe en el hombro izquierdo. El vampiro rugió, furioso. La sangre comenzó a brotarle rápidamente de la herida, pero no tuvo tiempo de comprobar su gravedad; Zach se abalanzó sobre él, y solo por su velocidad sobrehumana logró zafar del golpe que, de haber sido certero, le hubiera sin lugar a dudas desgarrado el cuello.
Sin quererlo, volvió a rugir. Aquello se había vuelto más molesto y peligroso de lo que él esperaba. Pero estaba tan cegado por su ira que no estaba dispuesto a darse por vencido y escapar. No iba a dejar que dos humanos lo vencieran. No iba a dejar que lo pusieran en ridículo. Juntando aire, volvió a cargar contra ellos, esta vez contra Zach que, al adivinar sus intenciones, le dedicó una sonrisa sobradora, haciéndolo enfurecer aún más.
 -“¡Ahrg!”
El filo de la espada de Zach se hundió violentamente en su pecho. ¿Cómo…? El muchacho se movía muy rápido. ¡Malditos cazadores! Su entrenamiento era tal que en ocasiones no parecían humanos. No podía ser posible. Y aún así era cierto. La sangre manaba a borbotones, escurriéndosele entre los dedos de las manos incapaces de detenerla. El calor comenzó a abandonar su cuerpo. Y aún así, seguía con vida. ¡Era un vampiro! Aquellos niños eran muy tontos si pensaban que así podrían matarlo. Una risa cínica brotó de sus labios mientras se apoyaba en la pared para no perder el equilibrio. Y entonces lo vio: aquel muchacho, el de cabello rubio como la arena sostenía en sus manos un cuchillo. ¿De dónde había salido aquello? La mochila que antes llevaba colgada estaba en el suelo, el cierre abierto de par en par. Cualquiera hubiera pensado que era una curiosa pieza aquella que llevaba en la mano. Pero él sabía perfectamente de que se trataba. Aquello no era un cuchillo normal. Era un arma antigua, construida con una extraña y para muchos desconocida combinación de maderas y metales. El única arma conocida capaz de asesinar a un vampiro si se la lograba atravesar por su corazón. Y antes de que pudiera reaccionar, la hoja del cuchillo se había introducido hasta el fondo en su pecho, allí entre los borbotones de sangre.
Dylan y Zach se alejaron del vampiro que los observaba con horror a medida que su cuerpo empezaba a convulsionarse. Cuando cayó de rodillas al suelo, su rostro hacía rato había dejado de expresar nada. Y entonces, luego de que exhalara su último suspiro, empezó a consumirse, como un carbón cuando toma fuego, y desapareció ante sus ojos dejando solo un rastro de cenizas en la vereda. Entonces, a su alrededor, los ruidos de la ciudad volvieron a ser parte del ambiente que los rodeaba. Sus músculos se relajaron, y ellos comenzaron a reír. Solo el movimiento proveniente de la hasta entonces inmóvil figura de la chica que había sido víctima del vampiro los trajo de vuelta a la realidad.
Con movimientos temerosos se puso de pie sin quitarles dos enormes y aterrados ojos grises de encima. Cuando se quitó el revoltoso cabello que le caía sobre la cara, recogiéndoselo en una especie de nudo hacia atrás, fue evidente que apenas podía controlar sus manos por un temblor que nada tenía que ver con el frío del ambiente. Su rostro era pálido, y el contraste con su cabello oscuro la hacía parecer aún más pálida. Tenía una estatura normal, y daba la sensación de tener un cuerpo proporcionado, aunque era difícil decirlo con toda la ropa que llevaba encima. Debajo de la campera desgarrada se veía un sweater de lana gruesa igualmente desgarrado y manchado de sangre, y debajo otro nuevo sweater bastante más fino, debajo del cual había una remera de algodón negra. En su cuello, del lado izquierdo, había una mancha roja en el lugar donde el vampiro la había mordido, pero fuera de eso no parecía tener ningún tipo de herida.
 -“¿Estás bien?” le preguntó Zach, acercándosele lentamente.
Ella asintió en silencio, posando sus ojos solamente en él.
 -“Soy Zach,” se presentó, “y él es mi primo Dylan. No vamos a lastimarte.”
 -“Ya lo sé,” respondió ella casi en un susurro, luego de un momento. “Yo soy Vicky.” Y luego de decir esto les dedicó una tímida sonrisa.
Una extraña música empezó a sonar en el lugar. Las mejillas de la chica se encendieron mientras rebuscaba en sus bolsillos hasta dar con el origen del sonido: un teléfono celular negro y plateado.
 -“Hola,” atendió con un tono seguro que sorprendió a ambos chicos.
Siguió un breve murmullo parecido al zumbido de una abeja proveniente del aparato, y luego una serie de respuestas cortas de la chica.
 -“Ya estoy cerca, en un rato llego,” concluyó antes del último discurso de zumbidos, y luego cerró el aparatito y volvió a guardarlo en donde estaba. “Era mi mamá,” explicó. “Tengo que ir a mi casa.”
 -“¿Estás muy lejos?” preguntó Dylan.
 -“No mucho…”
 -“Te acompañamos,” dijo Zach con seguridad. Su compañero lo miró, perplejo.
 -“Zach, Liz nos espera. Tenemos que volver.” Se miraron un segundo.
 -“Andá,” le dijo el otro, entonces. “Yo la acompaño. La acaba de atacar un vampiro, no es bueno que esté sola. Quiero estar seguro de que llegue a la casa sin problema. Además, así sabemos donde ubicarla más adelante. Ya sabés que no es bueno dejar sola a una persona después de que la mordió un vampiro.” El otro chico asintió, levantó su mochila del suelo y, guardando nuevamente sus armas como estaban antes, comenzó a caminar por donde habían venido sin decir una sola palabra más. Zach se dirigió hacia la chica y, haciéndole un gesto, le indicó que lo guiara hacia donde tenían que ir.
Caminaron en silencio durante un rato. Ella estaba algo tensa, los brazos cruzados sobre el pecho para mantener cerrada la campera que el vampiro había casi destruido. Sus manos aún temblaban de manera incontrolable y su rostro estaba pálido, un dejo de miedo pintado en el fondo de sus ojos.
 -“¿A qué te referías con eso de no dejar sola a una persona que mordió un vampiro?” preguntó entonces, apenas mirándolo de reojo.
 -“Puede que los primeros días te sientas rara. No va a pasarte nada. Para convertirte en un vampiro se necesita un intercambio de sangre, pero la mordida a veces tiene efectos colaterales. Puede que te sientas algo molesta al sol. Nada de lo que te tengas que preocupar, pero es bueno que estés advertida.”
  -“Esta bien,” respondió ella, no muy convencida, antes de detenerse en la puerta de una casa. “Es acá.”
 -“Bien,” dijo él, algo incómodo, mirando el lugar para reconocerlo.
 -“¿Querés pasar a tomar algo? Puedo prepararte un café caliente. Se te nota que estás muerto de frío…”
 -“No creo que sea buena idea.”
 -“Mi mamá ya está durmiendo, y no va a decir nada. Por favor,” rogó la chica, abriendo la puerta e invitándolo a pasar.
 -“Solo un rato,” bufó él, avanzando hacia el interior oscuro de la vivienda.
Ella sonrió. Prendió una luz que iluminó una habitación amplia y fría, al fondo, una escalera de madera llevaba a la planta alta. Frente a ellos había un juego de sillones de color natural y un televisor sobre una mesa de madera clara. En el piso de parquet había una alfombra a tono con el tapizado de los sillones. Más atrás, una puerta entreabierta daba paso a la cocina, y unos metros hacia la derecha un arco de ladrillo a la vista daba paso al comedor, también conectado con la otra habitación a través de un arco y un pasa-platos. En silencio, caminaron hasta esta habitación, en la que ella prendió una nueva luz, apagando la anterior, y encendió el fuego de una hornalla para calentar agua. Luego, se dirigió a una esquina del comedor y, con cuidado de no hacer mucho ruido, encendió una estufa que había allí oculta entre las sombras.
Zach se limitó a sentarse en un taburete que había ubicado junto al pasa-platos y que permitía utilizarlo a modo de desayunador, y observarla mientras ella se movía de un lado a otro, buscando tazas y preparando el café. Luego, ella le alcanzó una taza humeante y, sosteniendo otra entre sus manos, se sentó junto a él, observándolo con curiosidad.
 -“¿Qué pasa?” preguntó él.
 -“Eso mismo pregunto yo,” dijo ella, reprimiendo una sonrisa. “Me miras de una forma rara. Estás pensando que estoy loca, ¿verdad?”
 -“¿Por qué debería?”
Ella se rió. Tomó un sorbo de café en silencio, como meditando que responder, y sus mejillas se tiñeron de un suave color rosado por el repentino calor.
 -“Supongo que porque estoy haciendo todo lo contrario a lo que esperabas que hiciera.” Él la miró con curiosidad. De cierto modo, ella tenía razón. Por otro lado, tampoco lo había sorprendido que fuera así. Había algo en ella que era diferente, aunque no podía determinar que era exactamente. Ella le sonrió de nuevo, e intentó explicarse.
 -“Digamos, si a una persona la atacan en la calle suele entrar en algún tipo de shock, por mínimo que fuera. Y, supongo que si el atacante es un vampiro debe ser más shockeante todavía. Y yo todavía no me puse a gritar ni nada por el estilo.”
Zach la miró, divertido. Las manos de la chica seguían temblando de manera violenta, aunque no tanto como en la calle.
 -“¿Qué? ¿Esto?” dijo ella, notando a donde se desviaba su mirada. “Es cosa de todos los días, especialmente de noche. No tiene nada que ver con lo que acaba de pasar, te lo garantizo.”
 -“En realidad,” dijo él, “lo que me sorprende es que no hayas empezado a hacer preguntas. Las mujeres tienen una curiosidad natural, especialmente cuando se trata de este tipo de casos. Vos todavía no preguntaste nada… y no parecés demasiado interesada.”
Ella volvió a sonreírle. Después de tomar otro sorbo de café, se puso seria.
 -“Creo que es bastante evidente,” dijo entonces. “Él era un vampiro. Ustedes son una especie de cazadores de vampiros, como los de las películas pero más reales. Y punto. No me interesa develar el origen del universo o la historia universal de los vampiros. Ese es problema, no el mío, en tanto y en cuento no vuelvan a querer comerme. Y, sinceramente, a menos que ustedes estén alrededor de nuevo, no creo que haya nada que pueda hacer, así que para que traumarme más.”
Esta vez fue él quien rió. Su razonamiento era curioso, pero le gustaba. Odiaba las chicas que se ponían a hacer preguntas como si se tratara de una película en la que él fuera el superhéroe destinado a salvar a la humanidad y a la chica. Esto era la vida real, y la realidad era bastante más cruda y menos entretenida. Y, definitivamente, no estaba la chica. En realidad, no había ninguna chica, a menos que contara a Liz, la medio-hermana de su primo, y siempre la habían contado como parte de la familia.
 -“Bueno,” dijo él, apoyando la taza vacía sobre la mesada, “va a ser mejor que me vaya. Solo tengo una pregunta…”
 -“¿Sí?”
 -“¿Qué hacías sola en la calle a las doce de la noche?”
Vicky sonrió. Se levantó en silencio y caminó hasta la puerta.
 -“Solo volvía a mi casa,” contestó, antes de cerrar la puerta y dejar a Zach afuera, en la noche helada.

20 jul 2011

Proximamente...

Vampiros: criaturas de la noche; hermosos, letales. Sin ningún depredador natural capaz de frenarlos.
Hay muy pocas formas de acabarlos, y muy pocos capaces de enfrentarlos. Sólo aquellos que dedican su vida a esta tarea pueden medírseles.
Al caer la noche, en el mundo de la incertidumbre y las sombras, es muy dificil distinguir cuales son realmente los
CAZADORES.